viernes, septiembre 12, 2008

Te regalo yo mis ojos


He comprado unas cajas de Ikea, para acomodar un poco el desastre en mi armario. Tengo muchas camisetas, y planeo tener más, así que era hora ya de empezar a ponerlas juntitas, en orden y dejar de zambullirme en una montaña de ropa cada vez que busco la de Guns N’ Roses o la de Bruce Lee. Sol me mira de lejos y cuando ve que ya he llenado dos cajas me ofrece una de las suyas, creo que porque se siente culpable de haber usado ella los cajones de la única cómoda que había en el piso nuevo. Gracias, la usaré para las camisetas del gimnasio, porque no voy a ir a sudar con las nuevas.

En la caja de camisetas del gimnasio hay de todo un poco. Camisetas que, sin saber por qué, tienen manchas extrañas, otras que huelen a bayeta (aunque las haya lavado con mimosín mil veces) y alguna que me han regalado, y que no me pongo nunca porque las odio. ¿Por qué no las tiras? Me pregunta ella, y yo respondo qué buena idea, la primera en salir volando será esta de Brest que me trajiste y es XL, ‘amos que le queda grande hasta a mi viejo. Vuelve tras sus pasos, dejándome allí con mi desorden y el miedo a morir envenenado la próxima vez que ella prepare la cena. Debajo de dos pantalones encuentro una camiseta de cuello “V”, del Corte Inglés, y me pregunto una vez más qué hará la gente con los regalos que no le gustan. Yo los tiro, casi siempre. Prefiero eso a correr el riesgo de, por ejemplo, regalar el libro a alguien que conozca al que me lo regaló. Entonces, si no bastó con mi cara de decepción al recibirlo, el regalador (o regalante, depende de la hora del día) confirmará que su regalo, para mí, era una reverenda mierda, y sabrá que pa’ la próxima con una tarjeta de dinero del Media Markt me haría feliz. O , como suele pasar, no me regalará nada nunca más.

Ojo, Zico, esto no es materialismo. Deja de persignarte para salvar mi alma descarriada.

Una vez, por mi cumpleaños, recibí una foto de una niña de dieciocho años (edad legal). Era un pedazo de cartón impreso y al lado llevaba escrita una dedicatoria, escrita por la misma niña, pero ya con algunos años más. No era dinero, ni una pantalla de plasma, ni un IWC, pero me encantó y guardo esa tarjeta con mucho cariño, al lado de mi condón de la suerte (caducado hace siglos) aunque no tengan ningún parentesco entre ellos. Por ahora se llevan bien y de vez en cuando les doy, a ambos, un beso de buenas noches.
En otra ocasión, un amigo me regaló un libro. Estaba viejo, con la primera página escrita y comido por las polillas en algunas partes. Lo había conseguido en un mercado de segunda mano, y me lo dio en agradecimiento a mi apoyo moral cuando estaba un poco blue. Es una tontería, cuñao’, me dijo, muerto de vergüenza, pero lo que importa es la intención. Emocionado, abracé a mi amigo y le deseé suerte con su grupo de rock, que por fin comenzaba a tener presentaciones en sitios con más de diez personas. Vamos a grabar un disco, cuando salga te regalo uno. Esa noche llegué a casa y me tiré en la cama con música de fondo, abrí el libro y la mitad de una larva seca cayó sobre mi pecho. La empujé con la uña y comencé a leer. Era El Aleph de Borges, que leí de un tirón. A medianoche mandé un SMS: The best fucking book ever, asshole!!! Thanks.

Pero hay otros regalos que no significan nada, y esos los elimino sin más. Mamá dice que eso no se debe hacer. Claro, ella tiene en la entrada de su casa un colgador de llaves horrible que papá le trajo de uno de sus viajes. Pa' una cosa que me regala tu viejo, dice en su defensa. Y seguro que tiene también mil cosas más en el trastero, de las que nunca de deshará. Si me regalan algo, es mío, lo puedo quemar si quiero, me defiendo, y hago referencia sin querer a un perrito horrible de peluche que recibí un 14 de febrero y que formó parte de la hoguera de año nuevo. No habrás quemado algo mío ¿no? Pregunta ella, aunque sabe la respuesta, y le digo que no, y cuelgo prometiendo llamarla luego, que ahora tengo mucho lío. Mis cajas están listas y entran en el armario perfectamente, no me gusta el color, pero eran las menos feas del Ikea.

Me sirvo un martini y recuerdo que regalé a mi prima una cestita de productos de Yves Rocher. Y cumplía once años. ¿Le habrá gustado el regalo? Lo que es seguro que la pluma y la cartuchera que mamá le trajo de Londres fue el regalo que más éxito tuvo y con el que todos hicieron fotos aprovechando su cara de alegría. Sí, le tiene que haber gustado, le digo a Sol, y ella no sabe de qué hablo, pero ya no me odia (creo) por recordarle lo de la camiseta que me regaló y nunca me pongo. Llamo a mamá y le digo que no he quemado ningún regalo suyo, aún, pero los que me dan mis tías se han roto y/o perdido misteriosamente. De reojo miro el último libro de Boris Izaguirre que sigue en mi librería Billy, y me imagino que sería perfecto para enderezar la mesa coja del restaurante donde como de vez en cuando.

jueves, septiembre 11, 2008

Me quedo a cuadros


Anoche llegó Betsy, pero no pude verla, hoy debe estar ya en Italia.
Mientras hablaba con Natalia y quedábamos para cenar juntos en la Crêperie de la calle Pintor Rosales, pensaba en mi amiga peruana e intentaba recordar si alguna vez estuve en su casa, o no. Creo que no, que era uno de esos miles de sueños super reales que tengo cada noche, en que unas veces soy un pirata y al doblar la esquina me encuentro con mis amigos de universidad y vuelvo a vestir con ropa normal. Dentro de ese habitual guardaropa había una pieza delicada: un horrible pantalón de cuadros que compré una tarde con Tomy, en el mercado de segunda mano en el que se ofertaban prendas donadas por el US Army, es como el de Ricky Martin, me dijo, y eso me convenció. Se supone que esa ropa era para la gente sin recursos, pero por culpa de la corrupción reinante en mi país terminaba en un mercado de mierda cercano a la avenida Grau. Allí encontré mi pantalón gris con cuadros azules (dizque de Ricky) y una camisa azul pastel de seda. La camisa dio más juego, y la podía usar con jeans, pantalones negros o blancos y siempre el espejo me devolvía una imagen agradable. Pero cuando me probaba el pantalón mi reflejo era el de un imbécil disfrazado de cantante dominicano, una mala copia de un merenguero de barrio.

A Betsy le gustaba el merengue (le gustaba la música, en realidad), y teníamos una canción secreta que definimos como nuestra, cuando la escuches te acordarás de mí, flaco, me decía, y yo le prometí hacerlo sin que importara que la letra era horrible y la música parecía hecha por un grupo de haitianos borrachos que había escuchado demasiado a Juan Luis Guerra. Ya que ella se puso en plan sentimental, decidí confesarle mi mayor secreto (entonces), ¿ves el pantalón que llevo?, pregunté, señalando mi Calvin Klein modelo escocés; está paja, me dijo, además desde que vas al gimnasio te hace un culito ricotón, o eso me ha dicho tu admiradora secreta. La admiradora a la que se refería era una chica misteriosa que, según mi amiga, preguntaba siempre por mí, y a la que no le importaría tener conmigo lo que ella definía técnicamente un "choque y fuga". Ok, flaca, mándale un beso de mi parte. Pero volvamos al lonpa, tengo uno igual, de cuadros, pero es horrible y no sé que hacer con él, parezco un payaso cuando me lo pongo. Ella me miró con esos ojazos negros que escondía tras las gafas de leer, me tocó el hombro como si fuera mi entrenador de fútbol y me dijo, qué importa, póntelo aunque sea una vez, y después lo botas a la basura. Así nos encontró Barbieri, y con su sonrisa Kolynos nos dijo chicos, no se olviden que la fiesta es este sábado, va a estar bien bacán, y se fue. Nos miramos y cuando estuvo lejos nos cagamos de risa. ¿Bacán? dijo ella, eso se decía en la época de mis viejos. Yo seguía riendo y decidí, por joder, que usaría el pantalón en la fiesta de mierda ésa.
El taxista me miraba por el espejo retrovisor y no disimulaba las burlas, ¿Adónde vamos, chino, al circo de los hermanos Fuentes Gasca? Le dije que a Hiraoka de la Marina, ignorando su comentario. Me dejó en la puerta de la fiesta, y al bajar, Rolyn me miró de pies a cabeza y gritó putamareMaguill prometimos no volver al hueco, lo prometimos, mientras reía con todas sus fuerzas. En ese momento debí subir al taxi y volver a casa, total, no estaba muy lejos, eran cinco lucas como mucho por la carrera. Por joder la fiesta, había salido jodido yo.
-¿Has visto a Betsy?
- No sé quién es.

Me escondí en el bar y ofrecí mi ayuda a unos que estaban allí repartiendo la cerveza. Barbieri me vio y se acercó a agradecer mi buena disposición, de nada, brother, le dije, y le ofrecí un trago. No gracias, no tomo, contestó con la mayor educación del mundo y se fue a controlar a los que se encargaban de poner la música. Lo odié un poquito más. Las horas siguientes las pasé tranquilo, desde el bar veía a todo el mundo emborracharse y esperaba que pasara un rato más para poder salir huyendo sin ser descubierto. Pero de entre la maraña de gente, al son de Gilberto santa Rosa, salió bailando una cabecita morena y los ojazos negros me reconocieron de inmediato. Flaco, ¿qué haces ahí metido? Ven a bailar conmigo. Le dije que no, que gracias, que ya me iba, y por ser tú te confieso que me he puesto el pantalón ese, el que te dije, y por primera vez me siento el peor vestido del mundo. A ver, a ver, dijo, y se trepó a la barra para ver el esperpento. Hay cosas peores, en la fiesta, flaco. Ven, baila.

Me llevó de la mano hasta el centro de la pista y los borrachos me imagino que ya ni siquiera sabían si yo era un producto de su imaginación, o un muñeco de brujo. Algunos me saludaban y otros, más avispados, me decían oe ta’ buena tu amiga, traéla, mientras nosotros seguíamos avanzando al ritmo de unas maracas invisibles. Bailamos un par de canciones y yo estaba infinitamente agradecido por su rescate, pero no le dije nada, sólo la miraba bailar y reír. Por eso te quiero, amiga, pensaba, porque eres de putamadre. Ella levantó las manos y señaló al Dj, que hizo sonar nuestra canción. Bailamos y cantamos, y al terminar me llevó de la mano hasta donde estaban sus amigos y me presentó a su hermana gemela, que era igualita a ella, pero con un peinado diferente. Hablé un rato con ellos y en cuanto Betsy se descuidó escapé de la fiesta, ya menos avergonzado y más feliz gracias a mi particular heroína.

Tomy me llamó al día siguiente. Dicen que tu pantalón fue la atracción de la fiesta, mierda, dijo a modo de saludo. Si quieres te lo regalo, perro, contesté, y él aceptó gustoso, y dicen que lo estrenó una noche, pero por culpa de la prenda le negaron la entrada a Bass, y me maldijo para siempre. Antes de escapar de Lima, Betsy me confesó que mi admiradora secreta era su hermana, y que una vez se me había acercado y estuvimos hablando un buen rato sin que yo notara que era una impostora. Qué huevón soy, confirmé, y mi amiga no podía evitar reírse mientras yo le decía que podían intentar vestirse como muñecas y asustar al profe de Estadística en los pasillos oscuros de la universidad, como en El Resplandor, Betsy, ¿la has visto? Cuando esté en Madrid, quiero que me escribas, yo también lo haré, y dile a tu hermana que lo nuestro no puede ser, que siga con el tío ese que parece Batman, o Bruce Wayne mejor dicho, porque cuando la veo te veo, y tú eres mi brother, y así no hay feeling.
Entonces, me acompañas al aeropuerto ¿o no?, pregunta Mirella, y le digo que no, que no puedo, y que tampoco podré salir de copas con ellas la noche del Miércoles. Me siento un cobarde, un miserable por no ver a mi amiga, pero le he prometido a mi jefe que no volveré a llegar al trabajo con resaca, y si me apuntaba a la juerga, como mucho, llegaba con mareos a eso de las diez de la mañana del jueves. Ojalá baje un fin de semana a Madrid, digo, y Mirella no dice nada pero tampoco oculta su decepción. Vente pa’ Madrid, Betsy, pienso, y te juro que me pongo un pantalón a cuadros y bailamos nuestra horrible canción.

miércoles, septiembre 10, 2008

Te están buscando, matador


Al niño piojo lo conocí más muerto que vivo. Llegaba yo a la universidad, tarde, y eso tranquilizaba mi andar. Desde lejos vi un tumulto cerca de la puerta principal, entre los curiosos reconocí a alguno de los Barbieris, al guachimán más cobarde del mundo, y al choro de las cuatro de la tarde, que me hizo hola con un movimiento de cabeza. Quise pasar de largo pero el tumulto me lo impidió. Me acerqué a ver qué se cocinaba y en el centro vi un amasijo de huesos rotos y un rostro bañado en sangre. La sirena de una ambulancia nos dispersó y alguien le gritó al enfermero los hemos llamado hace media hora, carajo, y el hospital está acá al lado; el morenaje ni se inmutó y recogió al niño piojo con una espátula, para embarrarlo luego en una camilla y llevarlo a urgencias del Hospital del Callao.
Seguí mi camino y me imaginé que el pobre era la víctima de un atropello. Más de una vez yo mismo había escapado de la muerte cuando un bocinazo en el último segundo me había sacado de mis pensamientos etéreos, pobre huevón, pensé, lo han atropellado y se han dado a la fuga.
Los balcones de mi facultad estaban, como siempre, llenos de gente. Pasé el primero de ellos, en el que ahora anidaban los alumnos de los primeros ciclos, y al llegar al segundo comprobé que todos hablaban del incidente. Con el paso de los minutos supe que no fue un accidente.

Hans era un tío amable, de metro ochenta y brazos musculados. Su chica era graciosa, medía metro y medio y tenía una mirada matadora. Yo la había conocido por casualidad, una noche que seguí a Tito a una fiesta en un barrio escondido de la luz solar. Entonces me interesó más su prima, con la que pasé momentos olvidables, pero divertidos, mientras los demás disfrutaban de la fiesta animada con música de Oscar D’León. Tito me dijo que la chatita era de la facultad, él la había conocido gracias a que repitió todos los cursos de primer ciclo y ahora la tenía como compañera de estudios. Ah, que bien, dije yo, y me bajé de su taxi, seguro de que jamás volvería a una fiesta con él. Alguna vez la vi en la universidad, pero fue ella la que me recordó nuestro primer encuentro, te manda saludos mi prima, me dijo, y yo respondí muchas gracias, dile que es inolvidable, sin saber siquiera (sigo sin recordarlo) si su prima era rubia, morena, o tenía un cuerno en mitad de la frente.
A Hans lo conocí gracias a Pilsen Callao y de inmediato supe que era un espécimen extraño en la panda de borregos con la que le tocó entrar a la universidad. Quise traerlo al lado oscuro, pero su sentido común le hizo quedarse con sus amigos iniciales, aunque cada vez que se unía a nosotros, los Pezuña, lo adoptábamos como miembro honorario. Jugábamos al fútbol, nos emborrachábamos, alucinábamos juntos con los gritos de Paola y, sin que nadie lo supiera, censurábamos muchas de las actitudes del líder de los Barbieris, el marrón es buena gente, concedía, pero a veces debería desahuevarse un poco. Cuando supe que la Chata de la fiesta estaba con él, sentí pena por Tito. Mi pobre amigo no podía competir, en teoría, con un ser tan divertido, él, que como mucho sabía un par de chistes de taxista, quedaba opacado por la imagen de Hans que la primera vez que tuvo que hablar frente a todos los alumnos se enfundó una camiseta con el lema “Instructor de Sexo: primera lección gratis” para vencer el miedo escénico. Un crack, un Pezuña honorario.

Por eso me extrañó mucho cuando supe que el culpable de las lesiones en el, ya maltrecho de nacimiento, cuerpo del niño piojo era mi nuevo amigo. Según me contó una de las Barbieris (que juraron hacer voto de silencio sobre el tema), después de sufrir mis agradables torturas, el herido pasó varios meses en el hospital y hasta se hicieron colectas para que se reconstruyera su cara con el menor de los daños a posteriori. El Hans parecía poseído, me decía mi informante, querían separarlos pero él seguía dándole patadas y puñetazos. El motivo del encontronazo: lo que podría calificarse de la osadía de David ante Goliat, o lo que es lo mismo, el niño piojo confesando su amor a la chica de Hans.

Personalmente, siempre creí que una patada bien dada era suficiente en estos casos. Y lo que me dijo mi informante desnuda no me pareció suficiente razón para tamaña paliza. Hans era mi amigo, y no lo creía capaz de desangrar a un ser infinitamente inferior a él en fuerza, y huir luego como una hiena por las calles de la Ciudad del Pescador.
El siguiente cuatrimestre el niño piojo volvió a la vida y también a la universidad. Hans y la chata rompieron el contrato de su amor barato, quedaron como amigos, y se dijeron adiós. Él siempre decía eso de Neil Armstrong es Neil Armstrong, cada vez que le mencionábamos que su eterna novia de bolsillo había pasado a otras manos, ¿tú sabes quién fue el segundo hombre en la luna? Entonces, pe’ cuñao. No hubo más rencillas y mientras él llegaba a nuestras fiestas con una rufla distinta cada vez, el niño piojo y la chata, dicen, dejaron crecer su amor sangrante y hasta tuvieron prole.

Nunca creí lo que me contaron. Hans una vez humilló a su líder, y luego al finalizar una clase pidió disculpas delante de todos, sin importarle que algunos de nosotros no supiéramos de qué mierda estaba hablando. Hacer eso es de valientes. Nunca vi a la nueva pareja, que yo recuerde, pero una vez que salía de noche de la universidad el guachimán más cobarde del mundo se me acercó y, buscando complicidad me dijo, oye chino, ¿te acuerdas del patita que abollaron hace tiempo? Lo he visto metiéndole mano a una de su vuelo, en el gallinero. Fingí asombro y le dije la próxima quiero fotos, y salí persiguiendo a Shemi que treinta metros después subió a un Ford Taurus, conducido por un flaco que se parecía a Batistuta. Neil Armstrong es Neil Armstrong, pensé, y casi de inmediato dije en voz alta, pero a mí no me importaría ser el segundo hombre en esa luna.

lunes, septiembre 08, 2008

Sex on the Bitch


Mi hermano tiene dos perfiles en Youtube. Tatiana ha comenzado el proyecto 365 días en Flickr. Sol ha colgado las fotos de sus vacaciones en Facebook. Mi hermana ha hecho lo propio en hi5, aderezando el contenido con un Photoshop suyo como portada de Vogue (me parto). Mamá me llena el correo de spam. Quedo con mis amigos a través del e-mail (hoy en el kiosko de Bilbao, la noche promete, mañana no hay que trabajar). Pero, aún rodeado de el uso y abuso de Internet, la charla sexual que tuve con una vieja amiga, hace poco, reinventa el concepto de ciberespacio.

Estaba yo desolado por no poder encontrar entradas baratas para el concierto de Coldplay. Llevaba horas enviando correos a los revendedores que aparecían en segundamano.es o mundoanuncio.com, pero ninguno parecía apiadarse de mi situación y cuando escribía algo como “compro dos entradas, sólo puedo pagar 120 pavos por ambas”, recibía una no muy diplomática respuesta: “vaserqueno, me pagan 100 por cada una”.
Decidí, entonces, que Chris Martin tendría que esperar para verme entre el público, saltando y cantando, y que con el dinero que me pedían los revendedores podría comprarme un billete de ida y vuelta a Casablanca, con hotel incluido, y estar allí un fin de semana viviendo a cuerpo de rey. Al revisar la confirmación de easyjet en mi cuenta de Gmail, vi que mi vieja amiga estaba disponible para chatear. Habla, jugadora, escribí. Hola, perro, contestó, ¿y ese milagro?
Y nos metimos en una de esas charlas que hacen que el chat valga la pena.
Me contó que había estado trabajando en muchas cosas, que era feliz, y que estaba soltera. Le conté que había estado trabajando en muchas cosas, que era infeliz y que estaba soltero. Se cagó de risa, y me dijo que no cambiaba, como polystel, aunque pasen los años. Me extrañó su soltería, porque meses atrás me había contado, con la mayor ilusión del mundo, que tenía pareja, que lo respetaba full time, y que era la luz de sus ojos.
Eso en Lima significa aquí me quedo, si hay que ir se va, pero ir pa , es tontería. Le dije que era rara su soltería, ¿dime adónde va el amor, que olvida?, y ella contestó que así estaba mejor, libre, como el ave que escapó de su prisión, y puede al fin volar. Así es mejor flaco, puedes agarrar con quien quieras. Asu. Le pregunté ya con fervor periodístico si había quemado las enseñanzas familiares, esas que te dicen que un novio es para toda la vida y que llegues virgen al matrimonio. Me confesó que no le había contado a sus viejos lo de la pérdida de la virginidad, ni sus relaciones pre matrimoniales, que no hablaban de eso, pero que ellos se la olían. Pero tienes 30 años, escribí, en mayúsculas y con signos de admiración, para hacer notar mi sorpresa. y ella contraatacó, preguntándome que qué tal yo, si había gozado de las españolas.

Le dije que sí, que antes de estar de novio me enrollé con alguna, pero nada del otro mundo. Son muy gritonas, generalicé, alimentando su morbo. Yo no grito, respondió, sólo gimo. Entonces miré a los lados, seguro de que eso era una cámara escondida o algo así. Fueron instantes de duda, alimentados por el trauma de hace unos años cuando tenía cibersexo con una mientras estaba en el aula informática de la Carlos III; entonces me metí tanto en la conversación (jugosa) y no vi llegar al administrador de red, que me echó haciendo el mayor escándalo posible para que mi caso sentara precedente. ¿Pero gimes en plan mmm, como si comieras un helado D’Onofrio o en plan grrrr, perrea, perrea? Pregunté cuando ya supe que no había moros en la costa. Ni uno ni otro, en plan Dencorub, contestó, calor que penetra, calor que alivia.

Sobretodo penetra, dije yo, ya embalao’. Entonces, ella dijo algo que me bajó toda la moral, de golpe: es que el acto hay que hacerlo bien, disfrutarlo. Y yo, ¿el acto?, y ella, sí, el acto, el acto sexual, y yo, oe, habla bien oe, di tirar, cachar, follar, repeat after me. Ella dijo que nunca había podido decir cachar, en su vida. Entonces, empezando a aburrirme, le pregunte, ¿pero cachas o no cachas? Y ella escribió, que sí, mucho, con uno que había conocido. Cuenta, flaca, rogué, no hay nada en la tele.
Lo suyo surgió cuando quedó con su futuro amante una tarde, para tomar cerveza en la playa, entonces yo vivía sola, en mi depa, después de las chelas, nos acostamos sin más. No lo podía creer, ella que siempre cierra sus e-mails con una bendición en plan que la virgen te acompañe era más perra que yo, lo cual, es bastante saludable y no muy difícil de conseguir, desgraciadamente.
Le hice la ola, y le dije que ya estaba bien de ser una cholita aguantada, que deje que se la follen como a una mona, que la vida es una sola. Ahí, ahí, me dijo, a tirar que el mundo se va a acabar. Y desapareció del chat.

Recordé entonces todas aquellas intentonas inútiles de implantar esa filosofía zen en la mente de mis chicas objetivo. Pasaron ante mis ojos las (pocas, pa’ que nos vamos a engañar) veces que quise llevarme al huerto a aquellas que me hacían temblar las rodillas, esas que me secaban la boca, con las que me salía la risa (más) estúpida, a las que les hablaba con canciones, porque no es que sea mi trabajo es que es mi idioma.
Cuando iba a cerrar la sesión, ella volvió a aparecer y me confesó que ese amante suyo era un ex, como tú flaco, dijo, haciéndome recordar algo que ya había olvidado, a un ex te lo puedes tirar cuando quieras, subrayó, y yo me pregunté ¿Dónde he escuchado eso antes? Hablamos un rato más, siempre de sexo, y ya sin ningún morbo, al menos por mi parte. Me preguntó que cuando fue la última vez que me había enamorado, porque ella sabe que me pasa con frecuencia, y le dije que hace unos meses, pero que no fui correspondido y quedé vestido y alborotado. Nos deseamos suerte, y luego de un muy respetuoso “folla mucho, desde el fondo de mi corazón”, nos despedimos hasta la próxima vez.

Volví a buscar entradas para el concierto de Coldplay, pero la suerte, como en último enamoramiento (Why, Juliette, why?), me dio la espalda. Raphäel había actualizado su perfil de Facebook, me habían contestado en el foro de televisión digital, tenía dos powerpoints nuevos de mamá, mi hermano había subido un vídeo de Pedro Suárez Vértiz, Easyjet me decía que necesitaba mis datos de viajero para entrar en Marruecos. Puse un DVD de Los Soprano y me tiré en el sofá. Cuando Tony le dijo a un policia Grasso, te faccio el culo, cosí, me imaginé a mi vieja amiga intentando decir “ mamá, he cachado más que la coneja de mi abuela” sin ponerse roja como un tomate, y a su viejita respondiendo, con la mayor naturalidad del mundo, ya sé hijita, ya sé; haz como yo: reza dos padrenuestros y asunto solucionado.

Yo adoro a mi madre querida, yo adoro a mi padre también


Zico me ha enviado un vídeo sacado de un canal evangélico (Popular TV), imagino que con la mejor de las intenciones. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Hace un mes, días más días menos, él y yo hablábamos de la presión social por crear una familia. Zico es el personaje perfecto para este tipo de charlas amigables y que deberían hacerse con un buen vino delante, porque él y yo venimos de entornos bastante parecidos, y lo más normal (estadísticamente hablando) es que nuestras ideas congenien de forma natural.

Pero no fue así.

Mi amigo me dijo que él ya tenía un hijo, y que yo debía hacerlo también porque la familia es el núcleo de la sociedad desde los tiempos de los Incas y que nuestro deber es afianzarla, y qué mejor afianzamiento que un hijo, ¿no?, mi estimado briso. Me permití discrepar, desde mi posición de single orgulloso, y le dije que tener un hijo porque la sociedad te empuja no era para mí una motivación y que ya estaba acostumbrado a las bromas familiares del tipo ¿qué pasa sobrino, no marchan tus soldados? A las que respondo siempre con un no, tío, soy esméril forever and ever. Además, le dije, si tienes hijos te limitas mucho en el campo profesional, matas la relación de pareja, no puedes quedar con los amigos ni viajar tanto como antes, o sea, dejas de vivir tu vida para adecuarte a la del engendro. Tras minutos de silencio, mi amigo me dijo que esa actitud era muy egoísta, que no traer hijos al mundo para vivir a lo grande era un muestra, más, de mi egocentrismo.
Le contesté que sí, gracias, y que me alegraba que no hubiera olvidado mi teoría aquella en que la tierra giraba alrededor de mí. Reímos y él siguió contándome cosas sobre su hijo, y me sentí feliz porque mi amigo era feliz. Cada uno encuentra la felicidad a su manera, él viendo a su hijo crecer como las abuelas ven crecer sus geranios, y yo paseando por Europa y saliendo al cine sin tener que escoger una película para niños (aunque anoche vi Mamma Mía! just to make her smile).

Debes casarte, briso, ya te estás quedando solterón, me aconsejó, y le respondí que si me casaba no lo haría sólo porque "ya es hora". Eso lo hace todo el mundo, hasta la tía buena. Yo no soy así, brother, le dije, yo no hago las cosas porque ya toca hacerlas. Zico siguió teorizando sobre mi vida, imagino que fascinado por su amigo errante, oveja que quiere escapar del rebaño del señor. Me dijo que no era mi culpa tener ese modo de pensar, que era culpa de la sociedad en que vivía, Europa te ha cagao, decía, ahí las familias están desestructuradas. Le pedí que me definiera esa desestructuración, pero no pudo hacerlo, aunque creo que sé a qué se refiere.

En Latinoamérica, algunas parejas siguen juntas por inercia, por costumbre, por un respeto cojudo al matrimonio y por un temor infame al qué dirán. Algunas mujeres son dependientes (por suerte cada vez menos) de sus maridos y para ellas sería un trauma de grandes proporciones dejar atrás su matrimonio de mierda, trauma económico y familiar, pues su propio entorno la tildaría de “separada” y eso, en el tercer mundo, es un estigma. Si no, mi abuela hubiera mandado a la mierda a mi abuelo, hace siglos. Un separado es un fracasado, un cobarde, un leproso con el que hay que tener cuidado. Los hombres intentan que sus mujeres no trabajen, yo me saco la mierda trabajando, ella que cuide a los hijos, dicen, y así el machismo perdura sobretodo en las clases más bajas, que es también en las que se suele ver al cielo cuando las cosas van mal, esperando que diosito las arregle. Un círculo vicioso.

Mira esto, ojalá te ayude, rezaba el encabezado del vídeo. Lo vi, y confieso que, independientemente del gran respeto y cariño hacia mi amigo que me cree un ser desalmadamente europeizado, me reí un montón, con la tertulia aquella en que el tema principal era la desestructuración de la familia en Europa, donde se casan los gays, y se aprueban leyes de divorcio express, donde se legisla el aborto y donde se apoya la inserción laboral de la mujer, donde se facilita que los niños se envuelvan en actividades culturales mientras los padres trabajan, donde las parejas esperan a tener pan de sobra antes de traer una boca más a este mundo en el que nadie sabe cómo hizo el huevón ese de la barbita para multiplicar los panes y los peces. Milagro, dicen que fue. Milagro es que un chico como yo, criado en un mundo machista en el que el que tiene más hijos es el más hombre, haya sabido encontrar su propia identidad, lejos de lo que decían los amigos, los tíos, papá, y el profesor de religión que se levantó a una alumna y la dejó embarazada antes del matrimonio.

Luis Miguel tuvo su primer hijo a los 36, Zico, me quedan algunos años todavía para alcanzarlo. Ego me absolvo, in Nomine Patris, et Filii et Spiritus Sancti. Somos amigos, y si aguanté tu pezuña durante años, compréndeme, varón, si decido vivir mi vida no como dice la sociedad católica (en cuyo nombre se han cometido las mayores atrocidades de la historia moderna), sino como me sale de los cojones ¿ya? Mándame más vídeos de esos porfa, son más divertidos que los capítulos del Chavo del Ocho, y como diría él: bueno, pero no se enoje.

viernes, septiembre 05, 2008

Hace tiempo, que vivo, sin ella


Has cumplido 26 años, hermanito, y siempre recordaremos tu nacimiento porque llegó después de la última participación de Perú en un mundial. Era septiembre del ’82, y en los colegios todavía discutíamos sobre si a los peruanos les había afectado mucho la noche valenciana, antes del partido contra Polonia. Yo me limitaba a jugar imitando a los ídolos de mi viejo y de vez en cuando me salía una jugada de esas que dejaban a los transeúntes maravillados ante tanto talento precoz. Ese año acabó con los rumores aún latentes que hablaban de la magia negra usada por los de Camerún para derrotarnos, y nuestro abuelo juraba que uno de sus amigos había amanecido con la cabeza vuelta hacia atrás, si eso no es brujería, compadre, decía, dígame usted qué es.

Pasó el tiempo y algunos de los jugadores del mundial anterior, por no decir todos, seguían en la selección. La fase de clasificación para México ’86 nos emparejaba con los argentinos y algunos otros más, a los que despachamos con facilidad. Argentina nos eliminó sufriendo los rigores de nuestro fútbol destructivo, si a eso se le puede llamar fútbol, y vimos por televisión cómo ese Maradona que anulamos a punta de patadas ganaba el mundial y hacía campeones a diez más. Yo me quedé con la imagen de la pierna rota de Franco Navarro y me dediqué los siguientes tres años a imitar su facilidad para golear a los equipos rivales y a las féminas, no siempre en ese órden. Tú, hermanito tenías ya cuatro años, y una tarde mientras nuestro otro hermano y yo discutíamos sobre si Alianza sería campeón este año, te olvidamos en un parque de Arequipa. Un policía te devolvió, cagado, y hasta ahora mamá no nos ha perdonado la travesura.

A Italia ’90 la veíamos ya demasiado lejos. Había surgido una generación nueva de peloteros (aquí nació el término, despectivo, para diferenciarlos de los futbolistas de verdad) que gustaban de la noche igual que sus antecesores, pero que no rendían igual que ellos en la cancha. No recuerdo quién nos eliminó, brother, esos partidos fueron como una gran noche negra. El Perú estaba hundido en un gran apagón por culpa del terrorismo que vivía sus años de más poder y a muchos nos asustaban más las bombas y el caos reinante en el país que el fracaso futbolístico, y nos llegaba al huevo si le habíamos metido uno o dos goles a Colombia. Tenías ya ocho años y siempre estabas con nosotros, eras la mascota oficial de nuestra mancha de vagos, quitándole el puesto al Níspero. El goleador de ese mundial fue un albañil apellidado Schillacci, que no tuvo ningún mérito más en su carrera deportiva.

USA ’94 fue el mundial del desgaste. Entrabas en la adolescencia y ya te podíamos dar patadas jugando al fútbol. Comprendías, como nosotros, que nuestras opciones eran mínimas, a pesar de que Chile había sido castigado por la FIFA al fingir su arquero una lesión cortándose la ceja con una hoja de afeitar. Se habían formado grupos de clasificación, como en Europa. Obviamente, nos eliminaron con mucha facilidad, (hicimos un punto, gracias Pepe) y pasaron Colombia, liderada por un genial Valderrama, y Argentina que ganó en repechaje a Australia con un gol, increíble, de Batistuta.

Estuvimos muy cerca de jugar en Francia ‘98, siempre se lo digo a Sol. Pero ese empate con Ecuador en Lima (maldito Zegarra, siempre te odiaré) nos dejó fuera por un miserable punto. A partir de entonces llegó el declive, imparable. Contratamos como entrenadores a Maturana, Autuori, y lo que es peor: a Chemo del Solar. Los fracasos se acumularon y ahora la FIFA ha publicado el ránking en el que aparecemos como los últimos en Sudamérica. Nunca vi a mi selección ganar, la vi en un mundial, pero entonces yo estaba más atento a las aventuras de Sport Billy y Naranjito, y para el ridículo que hicimos en España ’82, pienso que es mejor que ni yo, ni tú, lo viéramos. Perú nunca más estará en un mundial, a menos que lo organicemos. El fútbol ha evolucionado y nosotros seguimos jugando como en Argentina ’78. Algunos de nuestros peloteros han logrado emigrar, y cuando vuelven al país, les pasa como a mí, que me paso 15 días sin saber dónde estoy y porqué me demoré tanto en escapar. Colombia y Ecuador nos pasan por encima, y si alguna vez fuimos buenos, era porque los demás países se dedicaban a otras cosas (como Venezuela al baseball, por ejemplo). Ahora que todos se toman el fútbol en serio, no nos queda más que servir como relleno en el fixture.

Feliz cumpleaños hermanito, yo creo que el fútbol de Perú se perdió contigo en el parque de Arequipa (o antes). A ti te rescató un policía, a nuestro fútbol no hay dios que lo salve.

jueves, septiembre 04, 2008

El río suena, y ciento volando


No recuerdo quién me dijo que el de la cartera gorda y la mujer del escote no podían estar liados. ¿No has visto a su mujer?, dijo, no tiene nada que ver con la del escote. En ese momento ese argumento me valió para dejar crecer la duda y, con el paso del tiempo, olvidar mi idea de un posible romance entre ellos dos. Es verdad que la mujer del de la cartera ganaba por goleada a la del escote, que de un tiempo a esta parte se vestía cada vez más putón. La mujer era elegante, rubia, en sus primeros cuarenta bastante bien llevados quizá con ayuda de un buen gimnasio y tratamientos de belleza. La del escote, en sus tardíos treinta, se negaba a dejar atrás los veinte y no aceptaba con dignidad el paso del tiempo, escondiéndose en falditas, shorts, jugueteos y actitudes que le quitaban mucha credibilidad y había provocado que su jefe directo soltara en la última cena de empresa al coordinador de marketing un comentario que, sin pedirlo, llegó hasta mi mesa: Si es que parece una puta, joder, con esas medias de mallas y los tacones rojos.

La tarde que la mujer vino a la oficina, bajó como Grace Kelly de su Audi azul, que dejó cruzado en la salida del parking de la empresa. Nadie dijo nada, y los machos cabríos del mundo TEC nos limitamos a ver cómo ella subía las escaleras con la gracia de la esposa de Roger Rabbit. Era tarde ya y yo sólo pensaba en irme a casa, el autobús no llegaba y noté que, una vez más, había dejado mis llaves en el cajón del escritorio. Subí detrás de ella y, juro que sin querer, vi que llevaba tanga debajo de su pantalón de lino, perfectamente planchado, y en mi mente ella ocupó el trono de Mejor Culo del Mundo Libre, que antes ocupaba otra. Le abrí la puerta y entró como si la oficina fuera suya, me extrañó que su entrada no estuviera acompañada de mil flashes, y la voz que no consigo recordar de quién era seguía retumbando en mi cabeza con eco inlcuído: ¿No has visto a su mujer? (er, er, erer).

Cogí mis llaves y salí volando, no quería estar en la oficina por más tiempo. De reojo vi a Grace Kelly llegar a la mesa de su marido, y llevarlo del brazo a la cocina. Me fui pero al día siguiente, mientras comía, supe qué pasó gracias a uno de esos bocachanclas que abundan en mi entorno. Según el informante, Grace Kelly le dijo, con mucha tranquilidad, que sabía lo de la del escote. El de la cartera no negó nada, y dicen que dijo a esa, que te hace hablar, yo le debo las cosas que hace mucho tiempo tu ya no me das, café en mano. El aire se podía cortar con un cuchillo y alguien que quiso beber algo de agua antes de volver a casa escuchó a Grace Kelly convertirse en Lucía Galán y contestar, sin gritar siquiera pero echando fuego por los ojos a esa, ¿qué le puede costar hacerte feliz una hora por dia?, a esa no le toca vivir ninguna tristeza todo es alegria.
- Estás exagerando, brother – digo incrédulo al que me está contando la historia – esto es una canción de Pimpinela.
Puede ser, dijo el chismoso, pero eso fue lo que pasó más o menos. El de la cartera sacó su altivez y dijo si quieres te la presento, y ella, riendo le dijo, sí que venga, y él para qué, y ella para decirle “te lo regalo”, y él ¿qué quiere probar?, y ella, que recoja tu mesa, que lave tu ropa y todas tus miserias. Le dije al informante que se callara, que no podía comer con tanta risa y él se fue, me imagino que feliz por soltar su chisme. Que algo de cierto tendría, porque el de la cartera se ha tenido que comprar otra casa y se ha separado de Grace Kelly, que se ha quedado con el niño, la casa, los coches y los amigos. Él, me imagino, retoza por las tardes con la del escote sin importarle su tardía adolescencia ni que uno de sus ojos mire a Burgos y el otro a Moratalaz.
Los hombres a veces no pensamos con la cabeza y cambiamos la clase por lo chabacano, lo seguro por lo volátil, las tetas por las carretas. Grace Kelly debe estar muerta de risa en su chalet del norte de Madrid y cuando su niño, que es calcado al de "El Orfanato", le pregunte por qué papi no viene a cenar, seguramente le contestará, porque está con Eliza Doolittle, mi amor. Y el niño seguirá jugando, sin entender nada, sobre la alfombra persa, sabiendo sólo que pronto hay que ir a dormir porque viene el amigo de mamá.

miércoles, septiembre 03, 2008

Si tú me dices ven


Tengo la mejor camiseta del bar, y además le he puesto una chapa con la frase “Back in the USSR”. El Cavern está lleno, a reventar, pero hemos conseguido la mejor mesa, y yo ya llevo unas cuantas Pints encima. Mi tío está grabando la actuación de unos argentinos que interpretan temas de la primera época de los Beatles, especialmente del “Live at the BBC”. Canto todas, y mamá baila cuando suena “Twist and Shout”, yo admiro minutos después la capacidad de mimetización del bajista que interpreta perfectamente “A Taste of Honey”. Mi tía admira la piel perfecta de los chicos, y los mira enamorada. Sol se aburre un poco. Voy a buscar un par de pintas más, anuncio, mi tio me da un billete de cinco libras, pago yo, dice y yo me voy contento como un niño que va a comprar caramelos. Hay un busto de John Lennon, una guitarra firmada por él mismo, reproducciones de carteles de los 60’ anunciando conciertos de Gerry & The Peacemakers, una chaqueta de Michael Jackson, un bombo firmado por Ringo, y mil cosas más que distraen mi atención. Tengo los ojos secos y en mi rango de visión nublada aparece una rubia vestida con ropas del Sargent Pepper, adaptadas para realzar su figura femenina. Nice t-shirt, mate, me dice y sé que no tengo que explicarle el significado del Number Nine, bajo la cara de Paul McCartney, ni el mensaje Turn me On Dead Man, que rodea al número. R U the next?, pregunto, y ella dice que sí, y le digo que conozco a su manager. Who? Pregunta, y le explico que conocí a su manager esa misma tarde.

Estábamos perdidos, en Queen Square, y buscábamos Mathew Street. El mapa que nos habían dado en la oficina de información no era muy específico y sólo mostraba las calles principales. Voy a preguntar, dije, y el primero en pasar a mi lado fue un gordito, calvo y amable, que sonrió cuando le pregunté el nombre de la calle. Me preguntó si me gustaban los Beatles, y le dije que sí, que estaba en la ciudad para participar en la Beatle’s Week; me too, dijo, kinda’ I mean i’m really involved in it. Le pregunté si trabajaba en algo relacionado, y dijo que no, que sólo era un fan, pero que un grupo suyo, de chicas, tocaría esa noche en el Cavern y me señaló el nombre (que olvidé dos minutos después) en el programa de actuaciones que él mismo se había confeccionado buscando información en Internet. Le dije que intentaría estar allí, pero dudaba que coincidiera con las chicas, él me dejó en la esquina del Hard Day’s Night Hotel, pues me acompañó hasta allí para que no me perdiera y nos despedimos amigablemente. Estaba feliz de haber encontrado un amigo de Liverpool, y miraba absorto la facahada del hotel cuando por detrás llegó Sol y me espetó, no estás solo, ¿sabes?, hemos tenido que seguirte sin saber a donde ibas.

Traté de contarle todo esto a la chica rubia del bar, pero mi pereza no encontró las palabras en mi diccionario McCollins cerebral. Me dio vergüenza pedirle que me dedicara una canción, y estoy seguro que se fue pensando ya me ha tocado el borracho pesado de todos los conciertos.

Volví a mi mesa con dos pintas de Guiness, y los argentinos ya se estaban despidiendo. Mi tía se había soplado sus dos copas de vino, y tuve que volver a la barra a buscar más provisiones. Desde allí divisé a mi nuevo amigo que, ahora con una camiseta blanca estaba con las chicas, a un lado del escenario, preparando los instrumentos. Dejé en mi mesa el vino para mi tía y una sidra para Sol y me acerqué a saludar a mi amable guía. Por suerte, me reconoció, y la chica rubia no pudo evitar su asombro al comprobar que no solo coqueteaba con ella (que también) sino que además mi historia era cierta. Good Luck, ladies, dije y me senté a disfrutar del show.

Cuando ella cantó “Oh Darling” no pude evitar levantarme (entre otras cosas porque unos alemanes borrachos se pararon justo delante de mi mesa) para ver mejor sus gestos o el movimiento de sus manos sobre el bajo. Me vio desde el escenario y me guiñó un ojo (no sé si en inglés o castellano), en un gesto que me imagino que hace siempre, cada noche, con alguien del público, al azar. No sé si mi tío lo notó, y yo sonreí mandando un beso a la chica, al bajo, a la canción y al momento. Acabó su actuación y fui al baño a mojarme un poco, porque el Cavern no se caracteriza precisamente por su gran sistema de ventilación, y estaba sudando a mares. ¿Nos vamos? dijo alguien y asentí, satisfecho ya por una noche. Fuera del bar encontré a la guitarrista que apuraba un cigarro, la felicité por su solo en “Helter Skelter”, me agradeció y seguí bajando por Mathew Street buscando con mi familia uno de esos taxis ingleses en los que caben 6 personas. Esa noche soné con la rubia que me cantaba mientras yo escribía un libro, los dos in a boat on a river, with tangerine trees and marmalade skies.

martes, septiembre 02, 2008

Blame it to the Boogie


Mariana y el Mongo, el Mongo y Mariana. Se veía venir, dice el Gitano, son igual de aburridos los dos. La chispa parece que surgió en el restaurante Giorgio’s, cuando por culpa de múltiples cancelaciones cenaron solos, un catorce de febrero. No hubo romanticismo ni huachaferías, ni flores ni chocolates, ni besos ni te quieros, se pasaron la noche entera hablando mal de sus amigos y riéndose como locos, molestando a las otras parejas del lugar, que, ellos sí, vivían su amor Candy Candy de cupidos y conejitos blancos. Se bajaron una botella de champagne y aceptaron gustosos las fresas que el dueño del restaurante les regaló, offro io, les dijo, sonriendo cómplice.

Un violinista llegó a su mesa y el Mongo le dijo, tócate Bittersweet Symphony, alargando un billete de 5 dólares. Segundos después los primeros acordes inundaban el lugar y varios novios no pudieron evitar llevar el ritmo con sus cabezas, mientras las novias ponían una expresión de ¿dónde mierda he escuchao' yo esto antes? Mariana empezó a cantar y el Mongo le hacía los coros, No change, I can't change, I can't change, I can't change / but I'm here in my mold , I am here in my mold. Al llegar al final, il crescendo, ambos se levantaron y bailaron como si formaran parte de una película de Fellini. Dejaron un par de billetes gordos en la mesa, y salieron sintiendo ya los efectos del alcohol. La brisa del mar les dio un sopapo y tuvieron que buscar un parque en el que sentarse a recuperar el correcto funcionamiento de sus hipotálamos. O intentarlo al menos. Tirados sobre la hierba, miraban al cielo pobre en estrellas de Lima. Mariana empezó a reírse como una loca, el Mongo se contagió y así estuvieron por más de cinco minutos, uno sin saber cómo parar de reír y el otro sin saber por qué empezó a hacerlo.
- Oye flaca, te acuerdas de la comadre esa de mi universidad? – dice el Mongo, secándose las lágrimas, roto todavía por la risa.
- Sí, sí. La que te compraba cosas.
- Esa, esa. Alucina que me dijo que estaba embarazada.
- Puta, la cagada – dice Mariana y se sienta a duras penas, apoyándose sobre su mano derecha.
- No, no, no pasó nada, con esas me pongo dos condones. Le dije que no podía ser, tranquilazo, y a los dos días me dijo que fue falsa alarma.
- Qué pendeja.
- Pendejaza, la mandé a la mierda, otra vez.
Lo ayuda a levantarse y caminan parque abajo, viendo de reojo a las parejas que retozan entre los arbustos. La policía se emplea a fondo en estos días, es la época en que se reportan más robos y violaciones, sufridas en su mayoría por tortolitos que consumaban su amor entre las sombras y que fueron sorprendidos por algún infame. Mira Mongo, dice Mariana, mira como ese sube y baja el culo como si estuviera bailando un reggae.
La calle por la que vuelven al barrio es famosa como nidito de amor improvisado, incluso en épocas no festivas. Allí se han reunido, según los rumores, hasta presidentes con primeras damas, no siempre del mismo país, y las autoridades han salvaguardado el lugar con luces acordes y flores multicolores. Mariana tropeza, el Mongo la ayuda, siguen riendo y caminando, ahora abrazados porque ya es la tercera vez que el alcohol insiste en tirarlos por los suelos. Doblan la esquina, y les llega el ruido de una fiesta en un local de moda, al que ya no van porque se ha pacharaqueado. El Mongo la mira y nota que uno de los tirantes de su vestido se ha roto y cuelga travieso. Hace calor en Lima, es época de carnavales. Mariana lo mira y le arregla el pelo Nirvana que lleva largo sobre los ojos, te vas a caer otra vez, si no ves por donde caminas, y ahí sí que no te recojo, chibolo. Llegan a casa de Mariana, y ella abre a duras penas la puerta ganándole la pelea a la cerradura bailarina. Entran y se desploman sobre la alfombra persa que su viejo trajo de uno de sus viajes, ¿dónde están ahora?, pregunta el Mongo mirando al techo abovedado, en Zurich, dice ella, viendo no sé qué de unos bancos. Mañana, cuando haya amanecido, ni él ni ella recordarán en qué momento se quitaron la ropa ni cómo llegaron a la cama que mamá compró en New York.

- El Mongo y Mariana - dice el Gitano, todavía al teléfono - son tal para cual, un par de aburridos.
- Pero qué buena está la jodía – dice la voz, al otro lado de la línea.
- Buenaza. Y como te metas con ellos te saco el hígado.

lunes, septiembre 01, 2008

Apóllame, varón


No hay ni una mesa libre. Son de color amarillo, como las paredes, han copiado la asquerosa decoración original del local limeño. En la entrada, una caricatura de un pollo con los brazos abiertos da la bienvenida al Norky’s, y debajo se puede leer pollos al carbón.
En los barrios populares de Lima, y me imagino que en los de todo el Perú, hay una tradición no escrita bastante simple que consiste en que cuando recibes tu primer sueldo, llevas a comer Pollo a la Brasa, a tus más allegados. O sea, te pagas un pollo, como se dice. Yo no lo hice, con mi primer sueldo me compré un par de CD’s de Luis Miguel: “20 años” y “Busca una Mujer” que entonces me recordaban a Magaly con fervor juvenil. Nadie me dijo lo del pollo hasta que muchos meses después, un amigo me preguntó si había llevado el pollo a mi vieja. Intrigado le pregunté si me estaba vacilando y me dijo que no, que eso fue lo primero que él hizo con su sueldo de vendedor de zapatos, en una tienda de la Plaza Castilla. Le confesé que no había hecho nada por el estilo, mamá siempre decía que mi sueldo era para mí, y yo me lo había tomado al pie de la letra, además, en mi casa comíamos tanto pollo que no nos salían plumas de puro milagro. Llévale un pollo, huevas, me dijo, se va a alegrar bastante. Nunca lo hice.

Un pollo, para llevar, le digo al camarero que anota mi pedido en una libreta comprada en los chinos. Si te esperas un toque te consigo una mesa, chino, promete. Olisqueo el ambiente de este espacio de Vallecas, y dudo si sentarme al lado del gordo de la gorra de Pilsen o entre la señora que da de comer a sus hijos. Para llevar, nomás, le digo, gracias. El tipo se va y le pido a la chica de la barra una cerveza para esperar mi festín, porque aunque el lugar sea demasiado perucho para mi gusto, no puedo negar que el pollo a la brasa está bastante bueno. Ella dice ahoritita, y desaparece bailando una salsa de los Latin Brothers. Me siento y aprovecho para ver que en la tele hay puesto un DVD pirata de música negra, y entre las deficiencias del video creo reconocer al Zambo Cavero, entre lo que parece ser una fiesta patronal de una de las mil quinientas vírgenes o de los trescientos santitos inútiles que tiene el Perú. Creo que lleva un hábito del Señor de los Milagros, ¿o es la tele que pone todo de color morado?
La barra del ¿bar? está decorada con botellas de Inca Kola, Pilsen y Cristal, una foto de Sarita Colonia, dos ekekos, y un cactus. Al lado, sobre la caja registradora, cuelga un almanaque con publicidad de envíos de dinero y más allá, casi llegando a la cocina, hay una cesta con revistas latinas. En una vitrina, iluminados, se ven unos vasitos con gelatina y flan, la luz los hace ver radiactivos, y no sé por qué, me entran unas ganas locas de comprar uno. Sarita Colonia me mira, se parece a Ketty.

La chica bailarina vuelve, pero no trae mi cerveza. Pregunto extrañado y ella dice ay, verdad, ahora te la traigo, flaco; agradezco y le digo que no se moleste, que ya no tengo sed, mientras me pregunto si en mi camiseta pone algo así como tutéame nomás, con confianza”. Un par de peruanas de espaldas anchas y cuello inexistente hablan de un marido que no tira bien, hablan a voz en cuello como se hace en España, y me entero que él es seis años mayor que ella, que ya no es lo mismo, que ella se aburre, y que las pocas veces que follan la pobre gorda tiene que fingir el orgasmo. Me muero de ganas de soltarle ¿no te has visto en el espejo, comadre? Agradece las pocas veces que te menean, porque podría ser la última. Aparece una nueva chica bailarina, de ojos negros piel canela, que me llegan a desesperar, y trae mi cerveza en la mano, ¿todavía la quieres? Pregunta, y me imagino que soy el protagonista de una campaña cervecera de verano, que estoy en Naplo, y me la bebo como si fuera un alka-seltzer. ¿Qué le pregunto? ¿Qué le digo? Hace mucho que no veo una peruana guapa, sólo me sale: ¿sabes algo de mi pollo?, y ella, creo que poniéndome una equis mentalmente, se va prometiendo averiguar algo al respecto.

Dos minutos más tarde vuelve a escena el camarero y me dice disculpa, chino, me olvidé venir a decirte que no hay pollo hasta dentro de una hora. Respiro hondo y busco con la mirada a la morenaza que ha desaparecido con tal rapidez que creo que sólo ha sido producto de mi imaginación. Salgo y el pollo mal dibujado me hace adiós con las alas. Me alegro de haber hecho mejores regalos a mamá, cosas mil veces mejores que un mísero pollo a la brasa, aunque para eso tuve que esperar a mi sueldo número 42.

Ryanair (vayamier)


Me he levantado a las cuatro y media. Tengo un vuelo a las 6 y pienso llegar una hora antes al aeropuerto, por si acaso. Tengo miedo a las complicaciones de último minuto, no todos los días un avión explota en la pista de aterrizaje y eso es exactamente lo que ha pasado ayer, cuando hacía las maletas. Show must go on. He facturado en línea y no tengo que hacer cola, es mi primera vez en Ryanair y mis tíos están acojonados porque esta aerolínea tiene mala fama y días antes canceló todos los billetes que se habían reservado a través de agencias de viaje, nosotros no tenemos problemas (los tranquilizo mientras me acomodo la bolsa de viaje, preciosa, que Sol me ha regalado) hemos hecho la reseva a través de su propia web. Están deseosos de llegar, ella ha estudiado inglés durante meses y él hace bromas sobre si veremos a McCartney o a la Drag Queen, en Buckingham Palace.

Todo son risas, hasta que el idiota del mostrador de facturación ve la maleta de mano de mamá y hace un gesto como de vaserquenoseñora, le pregunto si hay un problema y dice no sé si le van a dejar subir con eso al avión. La maleta tiene el tamaño justo especificado, pero mamá la ha llenado tanto que no sé como no ha reventado ya. Esta hinchada por los cuatro costados (la maleta) y nos preguntamos si no sería buena idea facturarla en lugar de la maleta de mi tía, que sólo lleva cuatro cremas y un shampoo. No le hagas caso a ese idiota, digo, y pasamos el control de seguridad sin problemas. Tras unos minutos de deambular por el duty free llegamos a la puerta de embarque y comprobamos que el idiota del mostrador es el mismo que recibe a la gente. En nuestras narices le dice a una pareja que su maleta es muy grande y que no los dejará subir al avión. Me acerco y le pregunto si podemos todavía facturar la maleta, dice que sí, que un compañero suyo está todavía en el mostrador. Mamá y yo corremos, pero sólo ella puede pasar el control y yo me quedo hablando con la mujer policía, que, no sé por qué, pide refuerzos. Mamá vuelve minutos después, sudando, y con su maleta, no había nadie dice casi sin respiración. Cojo su maleta y con cara de toro rabioso, llego hasta el idiota que vería la muerte en mi rostro y nos deja pasar. Sin más.

Los aviones de Ryanair son lo más parecido que hay a un bus tercermundista. Nos sentamos en los asientos que quedaban libres y pusimos las maletas donde pudimos. Mi asiento todavía tenía sudor visible del pasajero anterior y, como el resto del pasaje, no tenía la opción de reclinarme para soñar rumbo a Liverpool. Me puse los tapones para los oídos, pero aún así pude escuchar en dos idiomas, a las azafatas presentarse y señalar las salidas de emergencia. Intenté dormir.
Diez minutos después, los altavoces del avión soltaban la voz del piloto que se presentaba, tarde, y cuando ya había logrado conciliar algo el sueño, a pesar de la mala postura y los dolores que empezaban a asomar en mi cuello. Me importa una mierda como te llames, mamón, pensé, y me puse una máscara para dormir, convencido ya de que aunque era un vuelo a las seis de la mañana, los señores Ryanair no se dignarían a atenuar, aunque sea un poquito, las luces. Más por cansancio que por comodidad, me dormí.

Treinta minutos más tarde, una voz asquerosa anunciaba la venta de loterías, despertando a medio mundo con la promesa de ganar euros, un coche y viajes en esta maravillosa compañía. Qué cutre, dios, dije, pero ella no se inmutó y siguió con la cantaleta de que podíamos ser millonarios. Cuando pasó por mi asiento, rasca rasca en mano, la fulminé con la mirada pero no se le borró la sonrisa Black Hole Sun de la cara. Hija de puta, pensé, ahora sí que no voy a poder dormir. Me quité la máscara de los ojos, y vi a Sol roncar en su posición avión: de lado y con la cabeza apoyada en la mano izquierda. La envidié mucho y la maldije un poquito. Caminé hacia el baño y vi a las azafatas hablar despreocupadamente. ¿Tenéis coca cola? Pregunté, con la mejor de mis sonrisas trasnochadas. La de la derecha dijo espere en su asiento, y la de la izquierda hizo si, ajá, exactamente, con la cabeza. Sin saber qué era lo que había pasado volví sobre mis pasos y me encontré con mis tíos, que me devolvieron mi chaqueta del Bershka, que había tirado al salir corriendo con mamá. Ya en mi sitio, abrí un libro en inglés que había sacado de la biblioteca. Era la historia de una chica midclass que vive en Brooklyn y que tras estudiar becada en un colegio de niñas ricas trabaja en lo que sea, sin saber que eso llevaría su vida por senderos…plop. Me dormí otra vez, con el libro abierto, la boca abierta y juraría que hasta roncaba. Hasta que la voz chillona, que ahora reconocía como de la azafata de la derecha, dijo señores pasajeros no olviden que en nuestro bar disponemos de un amplio surtido de bebidas, frias y calientes, licores y bocadillos. Despertó entonces lo más vil de mi ser y deseé que ella hubiera estado en el avión estrellado el día anterior. Cuando llegó a mi sitio me dijo, ahora si te puedo dar la coca cola, y yo le susurré en inglés al oído, métetela por el culo, pero no me entendió.

Llegamos al aeropuerto John Lennon con veinte minutos de antelación. En los controles había un niño con síndrome de down que hacía pataletas y retrasaba la salida de todos los demás, yo incluido. Le conté a mi tía que ahora se hacían análisis al feto para saber si tendría esa deficiencia, y le confesé sin pudor que si me dicen algo así, le bajo el pulgar al futuro hijo que sólo sería una carga para mí y para la sociedad. Totally agree, me dice, aunque siempre pueden trabajar en Ryanair. Salimos a buscar un autobús que nos lleve al hotel, en el que nadie nos recibe y ni siquiera teníamos las habitaciones preparadas. Esto promete, digo, y todos sabemos que necesitamos, ya, una taza de café.