Los hikikomori (en japonés ひきこもり o 引き篭り) son adolescentes y adultos jóvenes que se ven abrumados por la sociedad japonesa y se sienten incapaces de cumplir los roles sociales que se esperan de ellos, reaccionando con un aislamiento social. Los hikikomori a menudo rehúsan abandonar la casa de sus padres y puede que se encierren en una habitación durante meses o incluso años. Según algunas estimaciones, puede que haya un millón de hikikomoris en Japón (uno de cada diez jóvenes). La mayoría de ellos son varones, y muchos son también primogénitos. Esto me lo copié de la wikipedia.
Y si me preguntan ¿qué hice en semana santa?, hice de hikikomori. Tirado en la cama viendo westerns: la versión remasterizada de Django, comprada en ebay; El Topo, capo lavoro, de Jodorowsky; Once upon a Time in the West, con Henry Fonda de malote (y el único que cepilla a Claudia Cardinale). Desayunaba magdalenas y zumo de naranja recién exprimido, casi no cocinaba y cuando me entraban ganas de comer algo consistente, un poco de pasta y sanseacabó. Volvía a la cama y ponía mis capítulos de Speed Racer, recién bajaditos y en inglés sin subtítulos. Esto último me provocó una pequeña crisis de ansiedad al ver que todos los malos que persiguían a Speed (Meteoro pa’ los amigos) volaban por los aires y caían de precipicios eternos, pero al llegar al suelo sólo sufrían roturas en sus ropas de piloto y algunas estrellitas les rodeaban la cabeza. Me curé de la crisis viendo a las chicas Gilmore, ¿con cuál me quedo, con la madre o con la hija?
Ya cuando llegaba la tarde, los tambores y trompetas de las procesiones me despertaron de mi siesta de recogimiento, busqué mis tapones para los oidos y me volví a sumergir en el sueño mientras pensaba en la forma de conseguir (by the face) la primera temporada de Mision Imposible, que ya vendían en las tiendas al módico precio de 48 euros. Al despertar, tenía sed casi siempre y volvía a beber del vino tinto que le regalé a mi hermano hace meses y que aún no ha probado. La próxima le daré un barril autoenfriable de cerveza y seguro que me nombra hermano del año, o algo así. Con la garganta mojadita, mojadita, le eché una ojeada al libro que me había regalado mi hermana (de casualidad: se lo habían regalado a ella, pero como del cosmopolitan no pasa…) sobre la misión al Nilo que envió Nerón en sus tiempos de emperador piromaníaco. Estaba en algodón, leí dos capítulos y puse un disco de Luis Miguel, que me volvió a dormir.
Tiempo santo, tiempo santo. Jesús había muerto ya y podíamos hacer lo que quisiéramos: sexo, drogas y rock & roll (diosito no nos ve, pues). Yo, en cambio, tuve que ir a casa de mi mamá (quiero quaker) porque ya la había rechazado dos veces en una semana y esta vez me amenazó con que si no iba venía ella, así que junté toooodas mis fuerzas y recorrí los 15 metros que separan su casa de la mía.
Me escapé en cuanto pude y quise ver la Pasión de Cristo, pero no la tenía en DVD así que me conformé con Raging Bull, y vi a de Niro engordar como un desgraciado, en esa especie de Rocky para inteligentes. Llegó la noche y había futbol, puse la tele y me dormí otra vez. Al día siguiente ya se acababan mis vacaciones y salí a dar una vuelta, esquivé las procesiones y me metí a un café irlandés a leer, tranquilamente, el periódico, en plan bo-bo (bohemian borghuese) con el último disco de Norah Jones de fondo. volví a casa y vi Annie Hall, haciendo tiempo para recoger a Solenne que llegaba en el vuelo de las 6 y media, qué buena película y los diálogos son geniales, para muestra un botón:
Loquero de Alvy: How often do you sleep together?
Loquero de Annie: Do you have sex often?
Alvy: Hardly ever! Maybe three times a week.
Annie: Constantly! I'd say three times a week.
Loquero de Annie: Do you have sex often?
Alvy: Hardly ever! Maybe three times a week.
Annie: Constantly! I'd say three times a week.
Solenne llegó puntual, y de camino a casa me preguntó que qué hice esta semana santa. respondí que nada pero la respuesta real hubiera sido ando, ando, hikikomoriando.
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