Al él le gustaba ella, y a ella, él. Ella ya había desarrollado algunas formas interesantes, mientras que él podía pasar por una botella de vino, fácil: sin hombros con el cuello largo y el culo de felpudini. Ella era nueva en el barrio, él también porque aunque vivía allí hace ya más de dos años, nadie le hablaba. Era raro, decían, va a todos lados con audífonos, no fuma ni se emborracha, y encima no le hace caso a las rucas del callejón.
Ella (en adelante, la Tetas) jugaba a hacerse la interesante, pero como él (en adelante, el Mongo) vivía en semi-autismo no se da ni cuenta (que cuando lo miro, por no delatarme me guardo un suspiro) que se lo comía con los ojos. Una noche, cuando el Mongo escuchaba un disco de Nirvana con los audífonos pegados a la oreja, la Tetas se acercó por detrás, le tocó el hombro con un dedo y apenas lo vió girar la cabeza, simple y llanamente se lo chapó. El Mongo no le dio importancia al asunto, y le pidió repeticuá, sin más preámbulos. La Tetas, que había tomado la delantera, se quedó esa noche un par de horas, y volvió durante dos semanas. Casi no hablaron.
Y así por mes y medio, hasta que el Mongo, apenas vio la oportunidad, le dijo a la Tetas que eso de darse besitos en su puerta ya estaba pasado de moda, y ella si, sí tienes razón; y él, además siempre la vecina mira por la ventana, y los chibolos desde la esquina; y ella, y mi hermano te quiere romper el pescuezo; y él, qué tal si alquilamos una habitación, si quieres hablamos no más, pero así nadie molesta; y ella sonriendo, ok, pero para hablar nomás, ah; y él, sí, sí para hablar.
La esperó en una esquina, frente a una tienda de electrodomésticos y mientras llegaba le echó ojo a un walkman. Ella llegó diez minutos tarde, bañadita y perfumada y más Tetas que nunca. Se fueron a un hotel, hablaron, y ella le dijo que no la esperaban hasta el día siguiente, había dicho que se quedaría con unas amigas. El Mongo prendió la tele pa’ calmarse y vio las noticias, un presidente disolvía el congreso, y eso, quién sabe por qué, lo puso en fa. Ella, que ya sabía bastante del tema, se hizo la difícil, pero después se unió a los juegos de su amiguito y hasta que las fuerzas los abandonaron se dejaron llevar.
La esperó en una esquina, frente a una tienda de electrodomésticos y mientras llegaba le echó ojo a un walkman. Ella llegó diez minutos tarde, bañadita y perfumada y más Tetas que nunca. Se fueron a un hotel, hablaron, y ella le dijo que no la esperaban hasta el día siguiente, había dicho que se quedaría con unas amigas. El Mongo prendió la tele pa’ calmarse y vio las noticias, un presidente disolvía el congreso, y eso, quién sabe por qué, lo puso en fa. Ella, que ya sabía bastante del tema, se hizo la difícil, pero después se unió a los juegos de su amiguito y hasta que las fuerzas los abandonaron se dejaron llevar.
Al día siguiente, apenas amaneció, aquí se rompió una taza y calabaza, calabaza cada uno pa’ su casa. La Tetas cambió la táctica y ya no lo buscaba por las noches, el Mongo sabía que volvería y no hizo nada por averiguar que le pasaba a su entregada amiga. Pasaron los días, y se vieron alguna vez, mientras regateaban a la tía de los condimentos, ya pues casera écheme más rocoto que ayer por cincuentita me dio más; pero ni se saludaron. Ya volverá, pensó el Mongo, se muere por mí, pensó la Tetas. Y así, pasó un mes.
Una tarde, mientras el Mongo leía en la biblioteca, vio que una niña se le acercaba y le pedía compartir su mesa para estudiar, es que todas están llenas, no haré bulla, prometió. Él levantó los hombros, aceptando la compañía, hasta que horas después la niña le soltó tu vives por mi casa, a veces te veo pasar, así, sin más. El Mongo, sonrió, y le dijo porque no nos vamos a otro lado, a conversar nomás, que aquí no se puede hacer ruido.
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