miércoles, enero 20, 2010

¡Aleeeti!


Quiero ir esta noche al Vicente Calderón.
Hace exactamente una semana (he dejado pasar ese tiempo para recapitular y contar correctamente lo pasado) asistí a uno de los eventos más emocionantes de mis últimos tiempos. El Atlético de Madrid llevaba una racha de malos partidos que, a los románticos del fútbol, nos tenía preocupados. Y es que el Aleti no es un equipo de grandes estrellas, no es el Madrid o el Barça, es un equipo de barrio cuya mayor gesta data de hace ya más de 10 años, cuando ganó la Liga y la Copa del Rey. De ese equipo tuvo que huir Fernando Torres para poder convertirse en el jugador que es hoy, y cuando llegué a España lo encontré en segunda división. Y hacia allí apuntaban hace unas semanas.

El Aleti había perdido 3-0 en Huelva, contra el Recreativo y tenía que meter 4 goles sin recibir ninguno para pasar a la siguiente fase de la Copa del Rey. Nadie creía en ellos, pero yo tuve un feeling y compré dos entradas para el partido. Era miércoles por la mañana y llamé a Sol para decirle que no quedara con nadie esa noche, que nos íbamos a ver al Aleti, offro io, tú sólo preocupate de ver cómo llegar al estadio desde casa.
Llegamos en metro hasta Pirámides y al bajar del vagón me extrañó que no hubiera nadie más con ganas de fútbol. Nuestros únicos compañeros eran una viejecita dormida y dos dependientas de Zara que hablaban de qué tan monos eran los zapatos de la nueva colección.

- ¿Para ir al Calderón? - pregunté en la taquilla del metro. Y la amable mujer que estaba al otro lado del cristal me señaló con la mano derecha que debía salir y caminar buscando el río Manzanares.

Tampoco había nadie en la calle. En los bares, veían el partido del Barça contra el Sevilla que acababa de empezar y que terminaría con los catalanes eliminados. Sol y yo llegamos hasta el estadio con el temor en el cuerpo y sólo para comprobar la humillación de que yo, romántico del fútbol me había equivocado de día y la puerta 32 por la que deberíamos haber entrado estaba cerrada hasta el jueves, día real del partido.

- Me siento gilipollas - dije, subiendo hacia el metro.
- Espero que la mujer de la taquilla no se burle de nosotros - respondió Sol.

Al día siguiente cambiamos el recorrido y subimos en Renfe. Ahora sí que había más gente Alética, con bufandas, gorros y camisetas. Una rubia enfundada con la número 7 me recordaba a Forlán, pero con tetas. Dos paradas de tren después, nos unimos a la masa y entramos en el estadio con el mayor de los nerviosismos.

- Tienen que hacer cuatro goles. Con que caiga el primero en los primeros cinco minutos, se encarrila la cosa.

Nos sentamos al lado de una pareja de hinchas en la que ella llevaba la voz cantante: échale huevos, Aleti échale hhuevos, éeeechale hueeevos, Aleti éeeechale hueeevos. Unos okupas llegaron de la nada y se sentaron en las escaleras con una barra de pan duro y jamón en bolsa, aplaudiendo cuando el equipo salió a la cancha. No, pensé, definitivamente éste no es el Santiago Bernabeu.

A poco de comenzar el partido el Aleti ya iba 2-0 arriba y mientras yo gritaba ¡Vamos Diego, con huevos! y me quedaba maravillado con la forma de cubrir la pelota que tiene el Kun Agüero, algunas chicas mandaban besos a Forlán. El primer tiempo terminó con un claro 3-0 que se transformó en un 4-0 apenas comenzó el segundo tiempo. Todo era felicidad, no me importó pagar 2 euros y medio por una lata de cerveza de indigente (Laiker) y Sol y yo nos sentíamos parte de una remontada histórica.
Hasta que Asunçao la cagó.
Primero se sintió Baresi y terminó como Perea. Gol del Recre, el Aleti estaba eliminado. Minutos después recibe la segunda tarjeta amarilla y deja a su equipo con 10. Yo (y 30,000 personas más) ya pensaba cómo encontrarlo al final del partido para romperle las dos piernas. Fueron veinte minutos de angustia total, en que (no, eso no pasa en el Bernabeu) todos animamos al equipo cantando, saltando y moviendo bufandas y banderas. Me sentí en Matute, y Alianza Lima buscaba desesperadamente el gol.

Cuando faltaban menos de diez minutos y ya muchos estábamos resignados a volver a casa con la derrota en los labios, el árbitro cortó una jugada de gol del Kun señalando un tiro libre. Simao colocó la pelota y todo el estadio apretó los esfínteres hasta el infinito y más allá. Muy a la derecha, pensé cuando salió el disparo. Por suerte, me equivoqué y un segundo después estaba gritando el gol con todas mis fuerzas.

- ¿Eres del Aleti? . me preguntó mi jefe al día siguiente en el ascensor.
- No, sólo soy un romántico del fútbol - respondí.

La sonrisa de satisfacción me duró un par de días más.

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