Lucía cumplía un año y no quise que se notara que, yo, quiero más a Fabián.
Salí buscando una foto bonita que enmarcar, de la family, para que la pequeña Lucía tuviera como recuerdo. Emulando a la foto que mamá subió al facebook en la que salimos los cuatro hermanos tirados en el sofá, con Fabián (enano muerto de risa, por las cosquillas) estirado sobre nuestros regazos. Pero, ni tenía una foto buena ni me gustaban los marcos de Ikea. La idea, quedó desechada y, después de perderme media hora entre los pasillos del mundo del muebles de mala calidad salí, asfixiado y pensando en un plan B.
El plan B era fácil: meterme a Benetton y buscar algo de esa ropita que siempre me quedo viendo cada vez que voy a comprar algo para mi. Había conseguido ya un par de pantaloncitos y el juego bufanda+gorro, pero recordé que, cuando nació, ya le había regalado algo de Benneton. Mierda, me dije, no me gusta repetir regalo. Me metí a Kiddy's Class buscando el cardigan que vi, en un escaparate de Segovia, una noche de caminatas justificadas y alegres. Obviamente, no lo encontré, pues el público objetivo de la tienda (niños mega-fashion) se había actualizado y lo que se llevaba ahora era los grises, los azules y los dibujitos esdrújulos. Nada de ese rojo borgoña que me encantó con puños en azul marino y copitos de nieve difuminados. Salí de la tienda pensando en dos cosas: en descartar el regalo-ropa y en el grupo de facebook que se llama "pijos que antes se reían de Carlton y ahora se visten como él".
El plan C era más difícil. Subí al Mercedes que me acababa de comprar (después de venderle mi Kia al Kun) y salí rumbo a la tienda Nike más cercana. Por inercia, busqué mis Nike Cortez (sí, las mismas que usaba Forrest Gump) pero, como siempre, no las tenían. Recordé a Laura, la encantadora esposa de mi amigo Dario que me dijo, con toda la razón del mundo: tendrás que ir a New York a comprártelas. Se me acercó una chica con ropa de hacer footing y me preguntó si me podía ayudar en algo. Se me ocurrieron 69 formas de decirle que sí, pero respondí que buscaba una camiseta del Atlético del Madrid para una niña de un año. ¡Ay, qué mono! exclamó, y diez segundos después me dijo que no, que de eso no había. Plan C descartado. Vi en el reloj que ya eran las 6.
Subí a Alcalá, con las manos vacías, y de camino paré en una gasolinera a lavar el coche. Metí una moneda de un euro en la máquina, y se la tragó. Llamé a la cajera y le dije que me había tragado la moneda y respondió, con toda la pachorra del mundo: ya, suele pasar. Regresé a la máquina y le di una patada, de las que suenan como un trueno. Se puso a andar y salió agua de la manguera, como para apagar un incendio. Mis mocasines quedaron inservibles, pero durante los 2:45 que duró el chorro me dediqué a limpiar toda la mierda que el pobre Clase A llevaba encima. Ya bañados, subimos por la carretera y cogí el desvío de las putas, para evitar la super rotonda en obras de la entrada al pueblo. Vi una negra, tres rumanas, una que parecía peruana y un transexual. Llegué a casa de mi hermano con los pies empapados, en short y camiseta, y los demás estaban vestidos como para un bautizo o, mejor dicho, una barbacoa en El Escorial. Todos menos mi hermana, que, como siempre, iba de bailarina de Daddy Yankee.
La fiesta siguió su curso y cuando ya la gente iba empezando a desaparecer me acerqué a mi hermano y le susurré "te debo el regalo, era una camiseta del Aleti". Él me miró sonriendo, con Lucía en brazos y me respondió: menos mal que no la conseguiste, mi hija, es del Madrid.
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