Me he perdido los tres últimos puentes de Madrid. O sea, esos findes largos en los que la gente aprovecha para salir volando de la ciudad y buscar algún destino, lejos de las torres de Chamartín. En el primero del año, mis amigos se fueron a Francia, Murcia, Cáceres y Sevilla. Yo me quedé en casa planeando mi viaje a New York (física y económicamente) y pensando con la boca echa agua en todas las tiendas que visitaría, las fiestas a las que iría y en Magaly y las cosas que con ella haría. Mis amigos volvieron del puente con menos dinero y cero regalos para mí que, nada vengativo, les traje algunas camisetas de "I love NY" para regalar a los tres primeros en llegar a mi casa cuando celebramos mi cumpleaños. Mientras ellos olvidaban su primer puente del año en cero coma, yo paseaba por el East Village y me metía en una librería de viejo durante horas, decidiendo si comprar un ejemplar más de El Conde de Montecristo o una de esas biblias ilustradas con grabados que tanto me gustaban de niño y leía como lo que son: una de las mejores historias jamás inventada.
Luego vino otro puente, el de Semana Santa, que tampoco aproveché. Y no lo hago desde que, en mi primer año en España, vi cómo todo el mundo buscaba desesperadamente un plan para esos días grises y me contagié como gilipollas. Busqué, entonces, un sitio al que viajar entre los chorrocientos mil que aún me quedaban por descubrir. La India y Egipto quedaban a años luz de mi bolsillo y terminé subido (solo, con un bocata de chorizo como equipaje de mano) en un autobús de la Avenida de América con rumbo a Barcelona. Caminé por Paseo de Gracia y me enamoré del Parc Güell, pero también me aburrí a muerte cuando descubrí que la Semana Santa, sin importar si cae a primeros, a mediados, o a finales de abril; es siempre un periodo pasado por agua en el que la gente te mira mal si pides un buen filetaco en cualquier restaurante. Así que este último puente, mientras Marie-Flore huía a Lille y Julio a New York, yo me quedé tumbado en el único punto del planeta en el que el sol pegaba con dulzura: El Retiro. Leí el libro de Kundera que compré en Brooklyn y no eché de menos nada. Hice siestas eternas que sólo interrumpían las ardillas e imaginé con cierta malicia a los pobre padres primerizos que en ese momento pelearían con su hijo de tres años en algún lugar de la costa, porque el nene quería ir a la playa aunque estuviese cayendo un chaparrón de tres pares de cojones. Os jodéis.
Ahora, que empieza el tercer puente, de Mayo, que no si es por el día de la Madre o por el del Trabajo (que yo creo que son sinónimos, pero esa es otra rayada de la que escribiré un día de estos), pienso quedarme en casa también, y, como mucho aprovechar one more time de la ciudad en la que vivo que en días como estos mola más. Porque:
- No haces cola para entrar en los garitos .
- No tienes que abrirte paso a codazos para llegar a la barra a pedirte un whisky, entre niñatos que beben lo más barato del lugar, con aires de agente secreto.
- El metro no está petado, la gente no huele mal ahí abajo, porque pocos curran esos días.
- Puedes pasear por la ciudad sin verte arrastrado por alguien que camina como si fuera a perder el Last Train to London.
- Los museos no están llenos de señoras que están ahí sólo para aprovechar el aire acondicionado.
- Hay menos posibilidades de que algún cani se equivoque de sesión en el cine, se siente a tu lado y se pase criticando tu película de Haneke porque no entiende una mierda. En los puentes, ese cani se ha ido a su pueblo a fardar de las cosas guays que hace "en Madrí".
- Haces la compra con tu paz. Y las cajeras no sonríen (nunca lo hacen) pero al menos no pasan por el escaner los huevos que acabas de comprar con una velocidad endiablada, como si fueran un explosivo radioactivo a punto de estallar. (De hecho, cuando no es puente, alguna vez estallan, le dan a un botón rojo y viene una cajera que por su gesto parece llevar muchos años en esto del "cabreamiento cajerístico" limpia todo con una bayeta que huele a pies y te dice que tienes que ir tú, el cliente, a buscar otro paquete de huevos porque ellas "ya lo pasaron por el escaner". Acojonado, porque ella tiene una bayeta apestosa y tú no, vas a por los huevos y si eso de paso pillas un paquete de salsa de tomate de marca, para calmarla).
- Aparcas de putamadre.
- No hay atascos.
- Hay descuentos en el Teatro Español, y ya no me tengo que sentar en el último asiento de la fila de al lado del techo. Que sí, se ve bien, pero mola más abajo, y ver así bien a Aitana Sánchez-Gijón.
Esta noche antes de salir de copas con las francesas compraré provisiones para estos tres días. Prepararé mis aposentos y como decía Michael voy a relax my mind, lay down and groove. A los que se vayan al pueblo y eso, mil gracias, por dejarme la ciudad.
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