jueves, noviembre 16, 2006

Superman Forever


Siempre me han gustado los superhéroes con traumas. Cuando daban los superamigos era feliz: Batman, un terrestre normal que traumado por la muerte de sus padres se hace luchador contra el crimen; Aquaman, único humano capaz de respirar bajo el agua, pero que quería vivir en la tierra; La mujer maravilla que tenía la fuerza de 20 hombres, corría más rápido que las balas y todo eso, pero trabajaba de secretaria; y claro, Supermán, extraterrestre cuchuflai que al llegar a la tierra se hace poderoso gracias al sol, pero que quiere ser un hombre normal, con perrito normal, y novia normal (mucho pedir).

Me lo imagino (que pa’ pensar huevadas nadie me gana) llegando a casa un día de noviembre, en que salió de casa de noche para ir trabajar y vuelve de noche, y, aunque sean las siete, no le apetece más que sentarse en el súper-sofá, abrir una súper-cerveza y rascarse los súper-huevos. Pero, como el hueveras escogió vivir una vida normal, esa paz no podría durar mucho. Minutos después de que el súper-sofá adoptara la forma de su súper-culo kryptoniano, llegará la súper-esposa le diría lo súper cansada que está, lo súper pesadas que son sus amigas, y lo súper difícil que fue su mañana. Superman trataría de ignorarla, pero su súper-oido escucha hasta los pensamientos de su pareja y, así, no hay quién viva. Eso te pasa por no haber aprovechado tus poderes, le diría, ¿por qué no aprovechaste tus rayos x para ver a todas las tías en pelotas? ¿por qué no viste el final del mundial de fútbol, y al saber el ganador, por qué no volaste alrededor de la tierra, retrocediendo el tiempo para poder apostar a ganador ? Es que esas cosas sólo se nos ocurren a los simples mortales.

Alguien me dijo que los comics surgieron en USA como una expresión representativa de la inmigración, por eso los héroes eran gente marginada, que venían de realidades distintas, capaces de renunciar a todo con tal de encajar. No me lo trago. No me imagino que todas las veces que un africano es puteado en Europa, diera siquiera para medio súperheroe, como mucho, para una de las miles de películas malas que hace Samuel L. Jackson al año (la última, con Elsa Pataki, putón español de moda). Ni siquiera los héroes modernos me hacen gracia. Robert Langdon, que según Dan Brown era un atractivo cuarentón, especialista en lenguajes extraños y en saltar por las calles de París, se convirtió gracias a Ritchie Cunningham en Tom Hanks: un cincuentón con papada que difícilmente sabía combinar los colores y que no conquistaría a Audrey Tautou ni aunque ésta se quedara bruta, ciega y sordomuda.

Por eso, cuando Brandon Routh (modelo publicitario) se convirtió en el nuevo Superman gracias a que medía 1.90 y se parecía un huevo (palabras de la Warner Bros.) a Christopher Reeve, fui corriendo al cine, secuestré a mi hermana (mi novia no quiso ir ni auqnue ofrecí pagar su entrada) para que me acompañara y, la verdad, me lo pasé bastante bien. La misma música, casi el mismo protagonista, y Lois Lane, por fin, estaba buena que te cagas (aunque con más tetas hubiera sido mejor, como la de la serie Smallville, pero sin arrugas en la cara). Ahora, este finde intentaré comprar el pack de todas las películas, extras, entrevistas, librito, foto tridimensional, cajita de metal y pedazo de kryptonita que venden a 60 euros por medio Madrid. Así me sentiré un poco superhéroe, gastando súper-dinero en una súper-tontería, que me hará feliz un súper-momento. Pero valdrá la pena.

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