La noche en que se casó la Tigresa, yo tenía que estar en Pucusana, emborrachándome frente a una hoguera y preocupándome sólo de cuantos condones tenía en la cartera. Pero la cosa no fue bien y después de ver, horrorizado, como la Kika se metía desnudo a la playa y los demás lo perseguían, me fui sin disimulo.
Decían que la Tigresa había alquilado un local de marineros en San Miguel, y que sólo se podía entrar con invitación y sin tener demasiada cara de cholo. Lo primero era un problema, porque la noche anterior, cuando la hoguera se apagaba, todos sacamos los papeles inservibles de nuestras carteras, y fue allí cuando la invitación se convirtió en cenizas, sobreviviendo sólo el nombre de la novia de la Tigresa, que ahora no recuerdo, pero dicen que estaba buena. Fiel a mi costumbre, me presenté en la fiesta sin más. El guachimán no me quería dejar entrar, está chévere tu corbata, flaco, pero sin invitación no entras aunque seas Kenji Fujimori. Llamé a Rolyn, que seguro que estaba dentro, borracho ya, y a los dos minutos media fiesta estaba en la puerta, diciéndole su vida al guachi y llevándome en volandas, que bueno que viniste Maguill, ¿no estabas en Pucusana, Maguill?, hay buenas hembritas, si no fueras maricón fijo que te hacías alguna, Maguill.
El salón me parecía sospechosamente familiar. La Tigresa se había portado como los hombres por una vez y había dejado 2 cajas de cerveza por grupo, y con eso se había ganado el respeto del respetable, y ya nadie miraba el super escote de su novia, cuyo nombre no recuerdo por más que me esfuerzo. Me metí en el grupo de los Pezuña, que al fin y al cabo era el mio, y descubrí sin sorpresa que todos habían llegado sin invitación. A mitad de la noche, llegó Lisa, quemada como un camarón, y huyendo como yo de una aburrida noche de playa sin sexo. Bailamos un poco, hablamos, y casi de inmediato volví con mis amigos, que ya planeaban como colarse también en la casa de la Tigresa, porque el local está alquilado sólo hasta las 2 de la mañana.
La casa estaba un poco lejos así que me colé en el carro de Lisa, junto a diez personas más. Ya no tenía ganas de fiesta, y parece que ella tampoco, porque cuando dejamos a todos en la fiesta me propuso ir a dar una vuelta por La Punta, a lo que accedí más por flojera de bajarme que por ganas. Se estacionó en una especie de parking desolado, y comenzó a soltarme todo el rollo de que ella no estaba enamorada de Miguel, que había estado pero ya no, que ahora buscaba algo serio, un chico con mejor corazón y que la quisiera tal y como es. Yo la miraba intentando decidir si se parecía más a un muppet o a Ricardo Belmont. ¿Por qué no te parecías, aunque sea un poquito, a Shemi?
Le dije que ya era tarde, que mejor hablábamos el lunes en la universidad, que no se preocupara porque era linda y ya encontraría a alguien que la valorara. Sonrió y me dejó en el cruce de Faucett con Venezuela, le hice chau con la mano y me subí a la primera combi que pasó. A mi lado había un borracho al que el cobrador le estaba robando el reloj, bajé en la siguiente cuadra y chapé un taxi, me tocó el chofer hablador.
- ¿que tal noche, chino? Tienes cara de cansao’ habrás mojado me imagino.
- Déjeme frente al aeropuerto, por favor.
- Chévere maestro, no hablemos más.
- Déjeme frente al aeropuerto, por favor.
- Chévere maestro, no hablemos más.
El lunes siguiente, la Tigresa no apareció por la universidad. Rolyn era la estrella contando cómo huyó de seis rateros en la avenida La Marina, y Lisa le había dicho a medio mundo que yo le había declarado mi amor bajo la noche chalaca de luna majestuosa. Sabiendo bien que en Lima es imposible combatir un chisme me di media vuelta y desaparecí de la universidad una semana, tiempo que aproveché para terminar de leer Cien Años de Soledad. Al volver, el tema de moda era que Alcántara se había tirado a su secretaria en la oficina, y que su mujer lo había botado de la casa y ahora vivía en su Station Wagon del 91; ya nadie hablaba de mi y los Pezuña me invitaron a una pollada que organizaba la chica más fea de la facultad. Me apunté, total, ¿qué podía pasar?
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