Carlos es guitarrero. No lo supe hasta mucho después de conocerlo, y en principio pensé que su talento era como el de la Kika, o sea, que sólo sabía sacar de la guitarra las notas de “cumpleaños feliz”. Las chicas de la editorial en que trabajábamos le tenían un especial aprecio, y decían de él que era un caballero y que siempre estaba dispuesto a ayudarlas. Obviamente yo estaba en el polo opuesto: era un pendenciero y siempre estaba dispuesto a levantármelas (a todas menos a la gorda secretaria de la señora Chela, o a su hija, fea como un callo). Nos hicimos amigos con facilidad, sobretodo porque a ambos nos gustaba la música y también porque los dos creíamos que Tomy era un personaje de Cartoon Network que había traspasado los rayos catódicos para convertirse en un ser casi real.
Una tarde me invitó a un concierto de su grupo. Era en el parque de Miraflores, por la noche y hacía un frio del carajo. Se supone que iba a ir media empresa, pero al final estuve solo, allí, sentado en esa especie de reducto que compartian músicos amateurs y cómicos ambulantes. La gente se quedaba a escucharlos a medida que las canciones iban tomando fuerza, y yo comprobé que Carlos superaba por mucho a la Kika en cuestiones guitarreras. El grupo se llama Danza Rota y esa noche me los presentó. La Chata tocaba la guitarra acústica, Carlos la eléctrica y los hermanos Bastante se encargaban de la batería y la voz. Según creo recordar Dick, el cantante, era novio de la Chata (de la que nunca supe su nombre). Volvimos juntos a San Miguel, en donde vivían, escuchamos un par de canciones de Pink Floyd y allí los dejé, soñando con la fama, que ya les había sonreído un poquito, pues tenían un par de entrevistas publicadas en los diarios y anunciaban sus actuaciones radios locales.
Una tarde me invitó a un concierto de su grupo. Era en el parque de Miraflores, por la noche y hacía un frio del carajo. Se supone que iba a ir media empresa, pero al final estuve solo, allí, sentado en esa especie de reducto que compartian músicos amateurs y cómicos ambulantes. La gente se quedaba a escucharlos a medida que las canciones iban tomando fuerza, y yo comprobé que Carlos superaba por mucho a la Kika en cuestiones guitarreras. El grupo se llama Danza Rota y esa noche me los presentó. La Chata tocaba la guitarra acústica, Carlos la eléctrica y los hermanos Bastante se encargaban de la batería y la voz. Según creo recordar Dick, el cantante, era novio de la Chata (de la que nunca supe su nombre). Volvimos juntos a San Miguel, en donde vivían, escuchamos un par de canciones de Pink Floyd y allí los dejé, soñando con la fama, que ya les había sonreído un poquito, pues tenían un par de entrevistas publicadas en los diarios y anunciaban sus actuaciones radios locales.
Dias antes de escapar de Lima, me di una vuelta por la feria del libro que había en el jiron Quilca (frente a la calle de las putas). Quería comprar unos cuantos libros piratas para regalar a mis tíos al llegar a Madrid. Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que vi a Danza Rota reunido, justamente en un local del centro de Lima, llamado el Averno. En la feria había un par de puestos de música alternativa, que es como llamamos los peruanos a todo aquello que no suena en el transporte público (combis, buses y taxicholos), y para mi sorpresa estaba el CD de mis amigos de San Miguel. No lo compré, pues tenía la avara esperanza de que Carlos me regalara uno firmado por los cuatro integrantes, pero no fue así y volé a Europa sin escuchar nunca una grabación suya. Le escribí un par de años después, cuando me dio un ataque de nostalgia, y le pedí un CD, asi sin más. Me contestó que esa primera edición se había agotado (no sé si eso es bueno o malo) y que estaban grabando un segundo disco, me dijo también que él y la chata eran pareja ahora, y que Dick, no sabía porqué, había dejado el grupo y tenían un nuevo cantante.
Me dio la dirección de su página de MySpace y comprobé que Carlos seguía siendo un buen guitarrista que admiraba demasiado a The Edge y a los primeros discos de Soda Stereo (que eran una mala copia de U2), y también que la voz del nuevo cantante no me transmitía mucho ni me ponía los pelos de punta, como hacía Dick al cantar (sin mariconadas). Sigo esperando el CD firmado para ponerlo en casa de vez en cuando, porque creo que merecen sonar más allá de la estación de Barranco o los parques de Miraflores.
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