La ultima vez que la vi, creo que fue en la universidad, una noche de esas en que el frio de Lima hacía que mis manos se pusieran de color morado. Arturo siempre se burlaba de eso. Yo llegaba tarde, como de costumbre, a mis cursos de propedéutico, que eran una especie de repaso general (bastante caro) de todo lo que había estudiado en la universidad; si al final de ese curso mis notas eran satisfactorias obtendría el título profesional, tan idolatrado por mis paisanos de clase obrera. Me pregunto, ¿no habría sido mejor estudiar sólo, y nada más que el propedéutico? Asi me hubiera evitado el mal rato de aguantar a tanto inutil en labor docente que inundaban (y temo que lo siguen haciendo) las aulas de la universidad del Callao.
Pues eso, que llegaba tarde y ella estaba sentada en una de las heladas bancas de concreto armado con que estaba adornada la facultad, la vi de lejos y le hice chau con la mano. Ella me lanzó un beso y se rió. Entré al aula y la profesora, que era inexplicablemente parecida a una de mis mejores amigas, se mataba intentando explicarnos la improtancia del Just in Time en la gestión de la cadena de suministros.
- El ERP es el futuro, alumno, sin él la gestión de los activos, las entradas y salidas de un almacén, etc. No podrán ser gestionadas como debe ser, pues.
- Eso significaría reducción de personal, ¿no magister?
- De ninguna manera, alumno, el personal debe ser capacitado adecuadamente para aprovechar al máximo las nuevas tecnologías. Y no me diga magister, por favor, soy ingeniera como será usted en pocos días.
Yo seguía la clase con atención, pero eso no me impedía seguir recordando, pendejamente, a mi amiga besucona. La gente decía que estaba loca, pero yo sabía que eso no era verdad. Como mucho un poco rayada, pero ¿quién es normal en el Perú? Nadie, es difícil lograr la normalidad si has vivido en un barrio humilde, sin agua ni luz, con terrorismo y uno que otro gobierno aprista. Así que la loca era un producto más de nuestra sociedad, y sabía ser tierna cuando quería.
Lo nuestro (si se puede llamar así) comenzó una tarde-noche en que, para variar, nuestro ilustre profesor había llamado a la facultad para decir que no habría clase, pues estaba inmerso en un proyecto importantísimo y no lograba decifrar aún porqué Oracle no le hacía las preguntas precisas a SQL. Se me acercó sin disimular, nos saludamos, y luego de algunas risas me invitó a ir al cine.
Lo nuestro (si se puede llamar así) comenzó una tarde-noche en que, para variar, nuestro ilustre profesor había llamado a la facultad para decir que no habría clase, pues estaba inmerso en un proyecto importantísimo y no lograba decifrar aún porqué Oracle no le hacía las preguntas precisas a SQL. Se me acercó sin disimular, nos saludamos, y luego de algunas risas me invitó a ir al cine.
- ¿Qué película vas a ver?
- La que sea huevón, ¿te animas?
- Si me lo pides así, románticamente, ¿cómo podría negarme?
Fuimos a un cine mediopelín de San Miguel, y vimos “Antz”. No le metí la mano ni nada por el estilo, me limité a ver la película y cuando me entraban los picores me imaginaba que estaba sentado con uno de mis amigos, y se me bajaban todos los humos.
Después caminamos un poco, no me acuerdo bien por dónde, y me contó que a veces la gente la miraba raro, sobretodo después de que confesó que era adicta al sexo. En ese momento, me pasé mi Halls y estuve a punto de morir asfixiado. Ella lo notó y se cagó de risa.
Salimos un par de veces, (si acompañarla a la escuela infantil, donde trabajaba, se puede llamar “salir”) pero cuando ya la cosa se ponía demasaido seria para mi gusto, decidí dejar de verla. No respondía a sus llamadas, y la evitaba en la universidad, teníamos amigos comunes a los que también dejé de ver, e incluso comenzaron mis periplos por la facultad de Química, donde Shemi me conquistó para siempre (ella la llamaba “la calabacita”, en honor a la hija de Al Bundy). Una tarde, mi teléfono sonó, en ese tiempo no tenía display para ver el número del emisor.
Salimos un par de veces, (si acompañarla a la escuela infantil, donde trabajaba, se puede llamar “salir”) pero cuando ya la cosa se ponía demasaido seria para mi gusto, decidí dejar de verla. No respondía a sus llamadas, y la evitaba en la universidad, teníamos amigos comunes a los que también dejé de ver, e incluso comenzaron mis periplos por la facultad de Química, donde Shemi me conquistó para siempre (ella la llamaba “la calabacita”, en honor a la hija de Al Bundy). Una tarde, mi teléfono sonó, en ese tiempo no tenía display para ver el número del emisor.
- Hola, soy yo – dijo, asumiendo que reconocería su voz.
- ¿Quién yo? – dije, perezoso.
- Yo, pues, huevas, no te hagas.
- Ah, ya sé quien eres. ¿qué pasa?
- Ven al centro de Lima, quiero verte.
- No sé flaca, no tengo ganas. Y estoy seguro de que tengo que estudiar algo, pero no sé qué.
- ¿Y si te digo que nos vamos a acostar?
- …
- ¿Quién yo? – dije, perezoso.
- Yo, pues, huevas, no te hagas.
- Ah, ya sé quien eres. ¿qué pasa?
- Ven al centro de Lima, quiero verte.
- No sé flaca, no tengo ganas. Y estoy seguro de que tengo que estudiar algo, pero no sé qué.
- ¿Y si te digo que nos vamos a acostar?
- …
Fue la última vez que salimos. Semanas después, y tras descartar un embarazo psicológico, dejamos de salir para siempre. A veces nos veíamos por los pasillos, como esa tarde del propedéutico. Pero nada más. Arturo dice que se ha casado y tiene hijos, que ya se ha retirado del baile profesional y ahora es una señora hecha y derecha.
- Le mandaré saludos de tu parte, porque me imagino que te acuerdas de ella – me escribe mi amigo en el Gtalk.
- La recuerdo, desnudamente – respondo, y usamos algunos smileys para reírnos.
- Le mandaré saludos de tu parte, porque me imagino que te acuerdas de ella – me escribe mi amigo en el Gtalk.
- La recuerdo, desnudamente – respondo, y usamos algunos smileys para reírnos.
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