lunes, julio 28, 2008

Súbete a mi moto


¿Besabas como nadie se lo imagina?, y además olías a gasolina, igual que la mar de Ventanilla en calma, igual que un golpe de mar. La moto era de tu tío el policía, pero te dejaba usarla, contradiciendo todos los consejos, habidos y por haber, de las señoronas del mercado: que se va a quemar las piernas, que esa no es forma de ir por las calles, que la niña se va a perjudicar por ir con las piernas tan abiertas a esa velocidad. Yo, te soñaba en silencio desde mi rincón de la tienda del chino, comiendo canchitas dulces o bebiendo chicha morada. Te veía pasar a mil por hora, y los dos años que me llevabas de ventaja se me hacían un muro infranqueable, mucho más que mi innata cobardía y/o tu grandiosa desfachatez. Usabas la moto hasta para ir al cine de barrio, ese antro pulgoso frente a la comisaría donde veíamos películas que llegaban con meses de retraso, porque si querías estrenos tenías que bajar a Saenz Peña, a los grandes cines del Callao, y hasta allí, mis viejos no me dejaban ir a menos que fuera llevado de la mano de un adulto responsable. Y yo ya tenía doce años. Mientras mis amigos se emborrachaban y fumaban Hamilton, yo me quedaba en casa leyendo a Esopo. ¿Y tú?

Una tarde te encontré en el parque, quitando no se qué (me imaginé que era una ardilla) del tubo de escape de la Suzuki blanca esa que hacía juego con lo que te pusieras. Ya no podía ver a nadie sobre ella, y cuando la usaba tu tío la imagen se me antojaba obscena, descolocada y hasta blasfema. Me acerqué hasta ti, y creo que a tus ojos yo era como esos pajaritos que piden pan. Me sonreíste y dijiste algo así como a ver si no se vuelve a ahogar esta chatarra, que estoy recontra apurada. La cabalgaste y para mí eras She-Ra, cuando de un pisotón la hiciste rugir me quedé sordo para toda la tarde y te vi desaparecer en las calles cochambrosas de nuestro barrio olvidado de dios. Tus cabellos al viento doblaron la esquina diez segundos después que tú.

Mis amigos decían que eras un marimacho, pero yo sabía que sólo era ardor interno por no haber recibido jamás ni siquiera una de tus miradas. Mis tíos, los malotes, robaron una vez tu moto, pero tu tío el policía la recuperó y hasta hizo que ellos le consiguieran neumáticos nuevos, que desgastaste rápidamente en un par de curvas. Yo solía ir en triciclo, y a modo de pasajero llevaba una bombona de gas. Pedaleaba como un poseso y los perros caminaban a mi alrededor, imagino que divertidos por la pintoresca visión. Cuando escuchaba el rugir de tu moto, me bajaba del triciclo y caminaba a su lado, disimulando no sé para qué, porque pasabas como una avispa reina y yo ni por casualidad entraba en tu campo de visión. Cuando cumplí trece y tú ibas a llegar a los quince, convencí a Pepito de que le pidiera a su viejo que nos enseñara a usar la moto. Costó trabajo pero después de prometerle (ambos) que no romperíamos las lunas del barrio en dos meses, y que además dejaríamos de matar palomas, Pepe mayor aceptó ser nuestro profe. Su afán docente murió cuando el Nero, contradiciendo todas las leyes de la física, quiso hacer un caballito y fue arrastrado veinte metros por la moto, dejando por el camino trozos de pantalón y retazos de su pierna. Asqueroso.

Cuando cumplí los quince, y tú tenías diecisiete, te encontré por casualidad mientras iba a pagar unas facturas que papá me había encargado. Llevaba las manos en los bolsillos para asegurarme de que el dinero siempre estaba allí, y tenía los cinco sentidos alertas, por si algún ladronzuelo salía de detrás de un poste de teléfono. Aún así, no escuché llegar tu nueva vespa, que paraste a mi lado para decir te llevo, chino, que voy de camino. Me subí y me así de tu cintura. Al principio te cogía como si fueras un gato de porcelana, pero después de la primera curva te abracé como se abraza a una tabla en un naufragio. Era como “Vacaciones en Roma” pero tú eras más Gregory Peck y yo Audrey Hepburn. Me dejaste en la puerta del banco y desde allí vi como Willy, el guapito del barrio, te metía la lengua hasta la garganta y te llevaba en su Datsun con rumbo más que conocido. Tu vespa se quedó encadenada al parque, y mi única satisfacción fue no perder el dinero con el que pagué las facturas de luz, agua, teléfono y una multa por no poner la bandera nacional en 28 de Julio.

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