viernes, febrero 27, 2009

La boda de mi mejor ¿amiga?


Cuando el Mongo supo que Mariana se casaba sintió un escozor en los huevos inexplicable. Era la misma sensación que tuvo cuando vio a Christopher Reeve en un video de Pimpinela, el mismo sentimiento de desazón que vivió cuando supo que las tetas de Pamela Lee eran falsas, la misma herida en el costado que lo hizo recapacitar al descubrir que la música de Erasure sólo le gustaba a los maricones. Se sintió un huevón al cubo.

¿Porqué no me lo diría? se preguntó.

O sea, hace mucho que ya no eran novios, ni nada, y ella había dejado clara su posición cuando una tarde, después del cine, el Mongo le dijo que quería estar con ella, que sí, que ambos tenían nuevas relaciones, pero qué mierda Mariana, vivamos el hoy. Ella lo miraba, intentando poner el máximo espacio de por medio en el pequeño habitáculo de su Peugeot, jugaba con su llave: la quitaba, la ponía, la movía, jugaba con el volante, no puedo Monguito, no me lo perdonaría. Esa tarde, el Mongo soltó mucho cordel y la lubina se sintió libre, con metros y metros de ventaja. Ok, dijo el huevas, respeto tu decisión, pero comprende que tenía que decirte lo que sentía; y se bajó del coche francés para volver a casa. Caminando pensaba, equivocadamente, ojalá rectifiques, lo vamos a pasar en grande juntos tú y yo, no sé porqué lo sé, pero lo sé. Iluso.

Pero Mariana, sabia, optó por el camino fácil y siguió regalándole sonrisitas al Mongo, y hasta algún besito en plan ay que mono eres, que él equivocadamente interpretaba como ya voy, espérame en el cielo, papito. Hasta que una tarde Charo, perruna, aprovechó que el Mongo estaba con la moral baja y le soltó eso de no me han invitado al matri de Mariana, ¿y a ti? El Mongo, sin cambiar el gesto y prestando, como antes, más atención a su helado que a Charo, dejó pasar unos cuantos segundos, deletreó en su mente la palabra paralelepípedo como hacía siempre en situaciones extremas y, ya cool, contestó: no, ni siquiera sabía que se iba a casar.
Charo, carroñera, le preguntó que cómo era posible, si eran tan amigos, no puede ser, yo juraría que tú ibas a estar en primera fila en la ceremonia. El Mongo, limpiándose la boca con una servilleta siguió viendo el ir y venir del tráfico de Lima y dijo de corazón, a lo mejor no somos tan amigos como parecía. Miró la hora en el Patek Philippe que heredó de su abuelo y dijo tengo que irme volando, ¿compartimos el taxi? Pero Charo, que ya lo conocía, leyó el asco en sus ojos y respondió que no, que ella se iba a quedar un ratito más.

- No entiendo - le dijo al taxista - no sé porqué lo ocultaría. No tiene sentido.
- Así son las mujeres, hermano, no siquiera el Froin ese las supo entender.
- Freud.
-¿Quién?
- Freud, me imagino que te refieres a Freud.
- Sí ese que dijo: "La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?"- el Mongo estaba anonadado- fue ése Froig ¿no? Contesta pues hermano.

Ya en casa, el Mongo se dio una ducha de dos minutos. Fría. Subió a su cuarto y tirado en la cama con la vista clavada en el póster de Los Tres Chiflados se imaginó la boda de su lubina. Cogió lápiz y papel y, como cuando iba al mercado, hizo una lista de preguntas y respuestas.

- ¿Cuántas veces la he llamado? - Muchas.
- ¿Cuántas veces me ha llamado?- Un par, y siempre devolviendo llamadas.
- ¿Cuántas veces le he escrito? -Muchas.
- ¿Cuántas veces me ha escrito?- Un par, y siempre cuando pensaba que ya no le iba a escribir.
- ¿Cuántas veces te ha pedido una cita? - Nunca.
- ¿Cuántas veces te ha hecho sentir querido? - Nunca.
- ¿Cuántas veces? - Nunca.
- ¿Cuántas veces? - Ni una.
- ¿Cuántas veces?- No preguntes más, por tu bien.

Y entonces comprendió que Mariana no era su mejor amiga. Tiró el papel arrugado por la ventana y buscó algo entre las hojas de su libro de Nietzsche. Despechado, le echó una última mirada a los ojos preciosos de Mariana, qué buena estás hija de puta. Bajó a la cocina y tiró la foto a la basura. Cayó entre los restos del spaghetti, que por ironías del destino, fue lo que ella y el Mongo comieron en su primera cita. Su perro lo mira moviendo la cola y el Mongo le da un poco de esas bolitas que tanto le gustan, mojadas en Heineken, perro borracho, le dice, como tu dueño, cojudo.

Suena el teléfono y son sus amigos de la universidad; el Mongo dice que sí, que se anima, que va a la fiesta, y antes de colgar le dice a quien está al otro lado de la línea. ¿Sabías que Mariana se casa? Y la muy cabrona ni siquiera me llamó para contármelo. Al otro lado de la línea tenían puesto el manos libres y se oyen varias voces gritando qué chucha, vente y con un par de rucas te olvidas de esa huevada.
Minutos después cuelga, feliz de tener amigos más asquerosos que él, y sale a comprar una camisa en Gap; de camino borra el número de Mariana del móvil y apuesta consigo mismo que pasarán años, sino toda la vida, sin volver a saber nada de ella. El chico que le ha vendido la camisa le pregunta si la va a usar en una ocasión especial, no, contesta, es para celebrar que me he quitado un peso de encima.

- ¿Cosas del corazón? - pregunta, indiscreto y maricón Erasure.
- No, cosas del pie - firma el ticket de la tarjeta Visa y añade: - es que hoy me he quitado un uñero, y era de los bravos. Por eso soy feliz.

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