jueves, febrero 05, 2009

¿Qué quieres que te traiga, hijito?


Mamá y papá se han largado de vacaciones a Lima. Admito que cuando supe que lo harían entré en un estado catatónico, de shock, o sea, ¿pa' qué?
Decidieron en una de esas charlas amables que dicen tener (y que yo nunca he visto) que ya que había tanto tiempo libre con esto de la crisis, qué mejor manera de pasar el rato que bajar a Lima y ver a los amigos, y, ya de paso, asistir a la boda de la hija de una sus mejores amigas. Mamá buscó en la web de la compañía aérea información sobre el equipaje, usos y costumbres de las azafatas, menú del día y tiempo estimado de vuelo. Papá caminaba nervioso por Alcalá de Henares, me imagino que pensando lo mismo que pensaba yo antes de mi viaje a Perú, allá por el 2002: ¿cómo estará mi casa? ¿mis amigos estarán vivos? ¿o presos? ¿cuántos soles hay en un euro?

Una semana antes de su vuelo intergaláctico me encontré con mamá en el chat de gmail. Después de hacerle unas cuantas preguntas para comprobar su identidad y enterarme de que en su curso de informática le habían enseñado a usar el chat (¿?) le pregunté por cómo iban los preparativos. Me contó que se había comprado un vestido elegante para asistir a la boda, porque los vestidos del mercado central son para cholas, y que papá también había renovado en algo su armario. Me preguntó si quería algo y le dije que sí, pero que era difícil y no lo conseguiría, te vas a perder, le dije, quiero algo de una tienda que está por Cailloma, por la calle de las putas. Grande fue mi sorpresa, y mayor mi alegría cuando ella, conocedora de su marido, me soltó eso de ¿por las putas? dime nomás, chato, si voy con tu papá, él conoce, fijo.
Le pedí entonces una chaqueta (di casaca en Lima, sino no te entienden) Adidas, de las que usaba la selección de fútbol cuando ganaba partidos, y algunos pósters de cine originales (los vende una tía en el jirón Quilca).

Me prometió intentarlo. O sea, que no lo haría.

- Me voy a Abancay y allí seguro que tienen algo.
- No, mamá, no. Allí venden ropa horrible para gordos sin cuello y con culo de chofer.

Pasaron los días y mis viejos se largaron un jueves a medianoche. No sin antes recibir una llamada urgentísima e importantísima de mi hermana que, emocionada al máximo apuró hasta el último minuto de tolerancia en el avión y antes de que la azafata les hiciera apagar los teléfonos les comunicó quién había ganado la última edición de Gran Hermano.

Esa misma noche soñé que entraba en la tienda Adidas de la calle Fuencarral y sólo vendían la chaqueta, modelo Firebird, que tanto anhelaba. Me desperté entusiasmado y se lo conté a Oscar, mi compañero de pupitre en el curso de MCSA, que, coincidencias de la vida, era también un apasionado fan de esa prenda tan cool. Tengo tres, confesó, pero esa de Perú no la conocía. Pasamos el resto de la clase buscándola por internet y encontramos a un pavo que la vendía, en España, a 60 euros.
Le escribí con la intención de pedir rebaja, total, hay crisis. Me contestó pidiendo 80 euros más gastos de envío, y, obviamente, le dije que se peinara y que ya seguiría buscando alguien con un poco más de piedad y menos concha. No obtuve respuesta.
Se me ocurrió fabricarla y busqué en ebay "firebird+ adidas+ white+ red", pensando en comprarla y luego pegarle el escudo de la federación de fútbol. Un inglés ofrecía algo parecido a 10 euros, vintage, pero cuando le pregunté por mi modelito famoso me dijo que no sabía que existía, pero que si él no lo tenía, ya estaba descatalogado. Otro vendedor más despistado me preguntó si Perú pertenecía a Filipinas.

Si Jamiroquai la tiene, yo también puedo tenerla, me digo cada noche al dormir. Y esperanzado creo que mis viejos serán los reyes y me traerán el regalo prometido. Pero en el fondo sé que los milagros no existen y como mucho me darán un frasco de rocoto, un choclo y un sublime recalentado. De parte de tu madrina, hijito, que te quiere mucho.

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