Desde la zona VIP del Mr. Chopp se ve la vida igual de aburrida que desde cualquier otro punto del planeta Perú. Apoyado en la barra, juego a seguir las trayectoria de las trencitas de colores que forman la pulsera que llevo en la muñeca. Intento recordar quién me regaló tremendo adefesio, pero no lo consigo. Si al menos hubiera sido una pulserita de cuero, pienso, o un Citizen falso de la avenida Abancay; pero no, tenían que regalarle una pulserita de 50 céntimos de mierda. Me rasco la cabeza y sigo el recorrido de los cables que rodean toda la discoteca. Uno se pierde detrás de una bola de espejos, y otro justo detrás de la azafata de Heineken. La imagino electrocutada, pero es por que una hora antes me negó una tercera chela gratis, ya te he dado dos flaco, me dijo, no seas conchán.
Tomy baila como siempre, como si el mundo fuera a acabarse. se ha puesto la camiseta que compró en el mercado de segunda mano. Yo también llevo una camisa celeste, que compré para que mi amigo obtuviera un descuento: ya pe tía, le dijo, dos por seis lucas. He lavado la camisa mil veces, pero no consigo quitarle ese olor a muerto que lleva. Antes de llegar a la discoteca me he metido al Metro de la Marina y me he bañado de Old Spice, pero ni con esas se me va el olor a jubilado de encima. Mi amigo me hace señas. Sus dedos índice y medio se señalan los ojos, y su cabeza se mueve, en series de cinco repeticiones, a la derecha. Eso significa que alguien, desde esa ubicación, me está mirando.
Sigo la línea imaginaria que Tomy ha trazado y, con disimulo, logro ver a un grupo de chicas, no muy feas, que me ven desde abajo, preguntándose seguramente ¿quién será ese huevón que mira a todos con la mano en la barbilla?
Dejo mi posición César Vallejo y bajo, total, no hay nada que perder. Miro a la azafata de Heineken al pasar, y antes que le pregunte, me hace no con la cabeza. Pienso: tiene buenas tetas la chola ésta. Veo de lejos a Tomy le hago salud con mi copa y el responde levantando el índice como si hubiera metido un gol, no conozco a la enana que baila con él. Paso al lado del grupo de chicas y escojo rápidamente a una; ¿bailas? pregunto, y ella levanta los hombros, como diciendo ya pe' qué mierda.
- ¿Qué hacías arriba? - pregunta, acomodándose el pelo.
- Tratar de conquistar el mundo, Pinky.
- ¿Ah?- dice, pero sigue bailando al son de Carlos Vives - ya pues, dime, ¿qué hacías?
- No sé, me aburría, mayormente - "como ahora", pienso, pero no lo digo.
- ¿No ha venido tu flaca, te han plantado?
- No tengo - miento - ¿y tú?
- ¿Ves alguno? - contesta a mi pregunta con otra pregunta, cosa que odio, pero no digo nada porque se le ha abierto un botón de la blusa y el escote es tentador.
Tomy me guiña un ojo desde lejos, dando su innecesaria aprobación a mis actos. Las canciones van sonando una tras otra, sin pausas, veo el reloj y me digo que ya está bien de idioteces por un día. Le pido el teléfono a la bailarina, me lo da, y le digo que ahora vengo, que voy al baño, y me largo.
Después de una semana de universidad, novia, exámenes y fútbol, llamo a la tía de la disco cuando encuentro su número borroso en un papel lavado dentro de mis Levi's. Hola, soy el del Mr. Chopp; Ah, si, ¿qué te cuentas?; Nada especial, oye, ¿qué tal si nos vemos? no sé, este jueves; ¿Este Jueves? mejor el viernes, a eso de las seis; Ok, frente al cine del Marina Park.
Esperé unos diez minutos, y cuando ya me largaba me cerraron el paso dos chicas que parecían sacadas de la publicidad de Benneton: una china y una negra. La china me dijo que su amiga no podía venir, que estaba enferma. La negra dijo enferma, sí enferma. La china me preguntó que qué pensaba hacer, y yo le respondí que tomar un helado. La negra dijo, maldito, vamos a tomar un helado. Nos metimos a una heladería del centro comercial y yo pedí una cocacola, la china pidió helado de vainilla y la negra de chocolate. Era como verlas comiéndose a sí mismas. Les dije que no me iba a quedar mucho tiempo, que ya que su amiga no venía, me iba a estudiar. La china preguntó qué estudias, y la negra le hizo eco. Les dije que Física Nuclear, pero creo que si les hubiera dicho el abecedario hubieran puesto la misma cara de perdidas.
Cuando los helados se acabaron, me levanté y dejé dos soles sobre la mesa, y dije bueno chicas, un placer, pero ya me quito. La negra dijo ¿no nos pagas los helados? y la china preguntó lo mismo con los ojos. Dije ni cagando y salí de la heladería. Doscientos metros más adelante la china y la negra me alcanzaron y me dijeron que su amiga no estaba enferma, sino que las había mandando para que vieran si yo era un buen chico, alguien de confianza con quien ella pudiera salir sola. No lo podía creer. Seguí caminando y ellas gritaron si no nos pagas los helados le decimos a nuestra amiga que no salga nunca contigo, tacaño. Volví hasta donde estaban ellas y le dije, con la mejor de mis sonrisas, anda y dile a tu amiga que la cache un burro ciego, de mi parte.
Salí a la avenida La Marina, subí a una combi y dos segundos después el cobrador me pidió que le pagara. Pasaje, chino, pasaje, dijo. Le di un sol, y aguante que un hierro del asiento se me clavara en la espalda hasta que llegué a mi destino. Al entrar en casa sonaba el teléfono. Descolgué y eran mis viejos que llamaban desde Madrid. ¿Qué tal hijo? preguntaron, y yo, sólo pude contestar: Me tengo que largar de esta mierda, pero ya.
Tomy baila como siempre, como si el mundo fuera a acabarse. se ha puesto la camiseta que compró en el mercado de segunda mano. Yo también llevo una camisa celeste, que compré para que mi amigo obtuviera un descuento: ya pe tía, le dijo, dos por seis lucas. He lavado la camisa mil veces, pero no consigo quitarle ese olor a muerto que lleva. Antes de llegar a la discoteca me he metido al Metro de la Marina y me he bañado de Old Spice, pero ni con esas se me va el olor a jubilado de encima. Mi amigo me hace señas. Sus dedos índice y medio se señalan los ojos, y su cabeza se mueve, en series de cinco repeticiones, a la derecha. Eso significa que alguien, desde esa ubicación, me está mirando.
Sigo la línea imaginaria que Tomy ha trazado y, con disimulo, logro ver a un grupo de chicas, no muy feas, que me ven desde abajo, preguntándose seguramente ¿quién será ese huevón que mira a todos con la mano en la barbilla?
Dejo mi posición César Vallejo y bajo, total, no hay nada que perder. Miro a la azafata de Heineken al pasar, y antes que le pregunte, me hace no con la cabeza. Pienso: tiene buenas tetas la chola ésta. Veo de lejos a Tomy le hago salud con mi copa y el responde levantando el índice como si hubiera metido un gol, no conozco a la enana que baila con él. Paso al lado del grupo de chicas y escojo rápidamente a una; ¿bailas? pregunto, y ella levanta los hombros, como diciendo ya pe' qué mierda.
- ¿Qué hacías arriba? - pregunta, acomodándose el pelo.
- Tratar de conquistar el mundo, Pinky.
- ¿Ah?- dice, pero sigue bailando al son de Carlos Vives - ya pues, dime, ¿qué hacías?
- No sé, me aburría, mayormente - "como ahora", pienso, pero no lo digo.
- ¿No ha venido tu flaca, te han plantado?
- No tengo - miento - ¿y tú?
- ¿Ves alguno? - contesta a mi pregunta con otra pregunta, cosa que odio, pero no digo nada porque se le ha abierto un botón de la blusa y el escote es tentador.
Tomy me guiña un ojo desde lejos, dando su innecesaria aprobación a mis actos. Las canciones van sonando una tras otra, sin pausas, veo el reloj y me digo que ya está bien de idioteces por un día. Le pido el teléfono a la bailarina, me lo da, y le digo que ahora vengo, que voy al baño, y me largo.
Después de una semana de universidad, novia, exámenes y fútbol, llamo a la tía de la disco cuando encuentro su número borroso en un papel lavado dentro de mis Levi's. Hola, soy el del Mr. Chopp; Ah, si, ¿qué te cuentas?; Nada especial, oye, ¿qué tal si nos vemos? no sé, este jueves; ¿Este Jueves? mejor el viernes, a eso de las seis; Ok, frente al cine del Marina Park.
Esperé unos diez minutos, y cuando ya me largaba me cerraron el paso dos chicas que parecían sacadas de la publicidad de Benneton: una china y una negra. La china me dijo que su amiga no podía venir, que estaba enferma. La negra dijo enferma, sí enferma. La china me preguntó que qué pensaba hacer, y yo le respondí que tomar un helado. La negra dijo, maldito, vamos a tomar un helado. Nos metimos a una heladería del centro comercial y yo pedí una cocacola, la china pidió helado de vainilla y la negra de chocolate. Era como verlas comiéndose a sí mismas. Les dije que no me iba a quedar mucho tiempo, que ya que su amiga no venía, me iba a estudiar. La china preguntó qué estudias, y la negra le hizo eco. Les dije que Física Nuclear, pero creo que si les hubiera dicho el abecedario hubieran puesto la misma cara de perdidas.
Cuando los helados se acabaron, me levanté y dejé dos soles sobre la mesa, y dije bueno chicas, un placer, pero ya me quito. La negra dijo ¿no nos pagas los helados? y la china preguntó lo mismo con los ojos. Dije ni cagando y salí de la heladería. Doscientos metros más adelante la china y la negra me alcanzaron y me dijeron que su amiga no estaba enferma, sino que las había mandando para que vieran si yo era un buen chico, alguien de confianza con quien ella pudiera salir sola. No lo podía creer. Seguí caminando y ellas gritaron si no nos pagas los helados le decimos a nuestra amiga que no salga nunca contigo, tacaño. Volví hasta donde estaban ellas y le dije, con la mejor de mis sonrisas, anda y dile a tu amiga que la cache un burro ciego, de mi parte.
Salí a la avenida La Marina, subí a una combi y dos segundos después el cobrador me pidió que le pagara. Pasaje, chino, pasaje, dijo. Le di un sol, y aguante que un hierro del asiento se me clavara en la espalda hasta que llegué a mi destino. Al entrar en casa sonaba el teléfono. Descolgué y eran mis viejos que llamaban desde Madrid. ¿Qué tal hijo? preguntaron, y yo, sólo pude contestar: Me tengo que largar de esta mierda, pero ya.
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