Estoy sentado en Atocha, escuchando a Gianmarco y leyendo a Christian Jacq en francés. Dario, mi nuevo compañero, me ha recomendado a su nutricionista para que me ayude a recibir el verano en mejor forma. No creo mucho en esta gente, pienso que se aprovechan de los gordos para engordar su cuenta corriente.
- Me ha ayudado mucho - dijo - con sólo verme supo que mi cuerpo estaba 45% por encima de su nivel normal de grasas y 60% con más líquido de lo normal. ¡Es un genio!
- No sé, tío - contesté, sin soltar mi cerveza - voy a ir para que dejes de dar por culo, pero nada más.
La oficina de la nutricionista no era tal, en su lugar había una tienda herbolario/naturista que, además, formaba parte de una franquicia. Decepcionado, y a punto de salir corriendo, pregunté por la nutiricionista a una gorda que devoraba una barrita de muesli.
- Soy yo - bramó el cetáceo -, ¿eres el amigo de Dario?
Pasamos a su "despacho" que no era otra cosa que una mesita llena de manchas de mermelada. Me senté frente a ella en una silla pegajosa. No estoy gordo, le dije, como tú, pensé. Ella me dijo que me veía un 30% por encima de mi nivel de grasa y 55% con líquidos retenidos. Levanté una ceja, concediéndole al menos el mérito de haber cambiado las cifras aleatorias de diagnóstico.
- No me vas sacar sangre ¿o algo?
- No, no - abrió un cajón - vas a seguir esta dieta, baja en grasas y además tienes que tomar estas pastillas con cada comida - la hoja tenía algunas migajas pegadas.
- Y esas pastillas las venden...
- Aquí mismo, en mi tienda.
La cosa iba tomando forma. Y mientras yo pensaba en huir como Jonás, de la ballena, la gorda me hizo one moment con un dedo, y sacó de su cajón de las dietas un sandwich descomunal al que le dio un bocado que me dejó aterrorizado.
- Entonces - pregunté - con estas pastillitas perderé esos siete kilos que tengo de más.
- Y con la dieta, no olvides la dieta.
- Ah claro, la dieta es vital - dije-, ¿por qué no la haces tú, pedazo de cerda? - pensé.
La gorda me hizo another moment, después de chuparse un dedo y me dejó sentado en la sillita pegajosa. Leí rápidamente la dieta y vi que me prohibía los quesos, los flanes, la papa, el arroz, el pan, las frutas por la noche, los huevos fritos y los embutidos. Podía comer carne o pollo, pero sin sal y sin aceite. Me imaginé, entonces, alimentándome sólo de lechugas y zanahorias como los conejos de mi abuela (que además eran gordos, según recuerdo) y estuve a punto de llorar.
La tía Tolete volvió de las tinieblas de la trastienda con una cocacola en la mano y se sentó de golpe. Su silla gritó de dolor.
- Creo que voy a pasar - dije, diplomático a más no poder - no estoy tan gordo y no quiero alimentarme a base de pastillas y gelatinas.
- Pero, estar delgado es saludable - argumentó, sin soltar su cocacola - ¿no lo ves como una inversión?
Preferí no responder, gracias por tu tiempo, gordita dije y me levanté de la silla pegajosa. La gorda no pareció sorprenderse, y cuando estuve fuera vi a través del cristal que empezaba a zamparse un chocolate XL.
A la semana siguiente Dario me preguntó que cómo iba mi dieta, y yo le dije que había perdido tres kilos. Feliz, me dijo que su nutricionista era la mejor, y no pude evitar confesarle que no había sido ella, sino un artículo de Men's Health quien me había ayudado. Además de muchas horas de gimnasio. Su decepción fue muy notoria, y sólo atinó a decir pues a mí si me ha valido, tío, y yo me encogí de hombros. La camarera del restaurante llegó a nuestra mesa y preguntó si sabíamos ya lo que queríamos comer.
- Buffet de ensalada y una pechuga de pollo a la plancha - pidió Dario.
- Yo quiero paella de primero y aguacate relleno- dije, disfrutando el momento.
- ¿Para beber? - preguntó la camarera.
- Agua - dijo él.
- Cerveza - pedí yo.
Cuando llegaron los platos el pobre Dario se relamía como un perro vagabundo.Estuve a punto de tirarle un hueso.
- Soy yo - bramó el cetáceo -, ¿eres el amigo de Dario?
Pasamos a su "despacho" que no era otra cosa que una mesita llena de manchas de mermelada. Me senté frente a ella en una silla pegajosa. No estoy gordo, le dije, como tú, pensé. Ella me dijo que me veía un 30% por encima de mi nivel de grasa y 55% con líquidos retenidos. Levanté una ceja, concediéndole al menos el mérito de haber cambiado las cifras aleatorias de diagnóstico.
- No me vas sacar sangre ¿o algo?
- No, no - abrió un cajón - vas a seguir esta dieta, baja en grasas y además tienes que tomar estas pastillas con cada comida - la hoja tenía algunas migajas pegadas.
- Y esas pastillas las venden...
- Aquí mismo, en mi tienda.
La cosa iba tomando forma. Y mientras yo pensaba en huir como Jonás, de la ballena, la gorda me hizo one moment con un dedo, y sacó de su cajón de las dietas un sandwich descomunal al que le dio un bocado que me dejó aterrorizado.
- Entonces - pregunté - con estas pastillitas perderé esos siete kilos que tengo de más.
- Y con la dieta, no olvides la dieta.
- Ah claro, la dieta es vital - dije-, ¿por qué no la haces tú, pedazo de cerda? - pensé.
La gorda me hizo another moment, después de chuparse un dedo y me dejó sentado en la sillita pegajosa. Leí rápidamente la dieta y vi que me prohibía los quesos, los flanes, la papa, el arroz, el pan, las frutas por la noche, los huevos fritos y los embutidos. Podía comer carne o pollo, pero sin sal y sin aceite. Me imaginé, entonces, alimentándome sólo de lechugas y zanahorias como los conejos de mi abuela (que además eran gordos, según recuerdo) y estuve a punto de llorar.
La tía Tolete volvió de las tinieblas de la trastienda con una cocacola en la mano y se sentó de golpe. Su silla gritó de dolor.
- Creo que voy a pasar - dije, diplomático a más no poder - no estoy tan gordo y no quiero alimentarme a base de pastillas y gelatinas.
- Pero, estar delgado es saludable - argumentó, sin soltar su cocacola - ¿no lo ves como una inversión?
Preferí no responder, gracias por tu tiempo, gordita dije y me levanté de la silla pegajosa. La gorda no pareció sorprenderse, y cuando estuve fuera vi a través del cristal que empezaba a zamparse un chocolate XL.
A la semana siguiente Dario me preguntó que cómo iba mi dieta, y yo le dije que había perdido tres kilos. Feliz, me dijo que su nutricionista era la mejor, y no pude evitar confesarle que no había sido ella, sino un artículo de Men's Health quien me había ayudado. Además de muchas horas de gimnasio. Su decepción fue muy notoria, y sólo atinó a decir pues a mí si me ha valido, tío, y yo me encogí de hombros. La camarera del restaurante llegó a nuestra mesa y preguntó si sabíamos ya lo que queríamos comer.
- Buffet de ensalada y una pechuga de pollo a la plancha - pidió Dario.
- Yo quiero paella de primero y aguacate relleno- dije, disfrutando el momento.
- ¿Para beber? - preguntó la camarera.
- Agua - dijo él.
- Cerveza - pedí yo.
Cuando llegaron los platos el pobre Dario se relamía como un perro vagabundo.Estuve a punto de tirarle un hueso.
Thanks, Perich
1 comentario:
Ironías y conchudeces de la vida!! Felizmente mi nutri es delgada y eso que está embarazada...
Me entretuvo leer tu historia...
Saludos!
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