La conocí de casualidad, y la primera frase que salió de mi boca no fue, digamoslo así, el ejemplo de la amabilidad. Tampoco es que me considere el más grande diplomático del mundo, pero lo cierto es que de un tiempo a esta parte he logrado convertir mi antiguo despotismo en un simpático pasotismo estrella. A lovely twat, o, como me llamaba Laura (cuando me quería): asquerosamente majo. Esa primera noche le confesé que odiaba escuchar más de tres canciones de salsa seguidas, ella correspondió confesando también que sólo bailaba cuando superaba la tasa de alcoholemia, por muy mucho. Qué angelito más simpático, pensé mientras el taxista me llevaba a casa.
Pasó algún tiempo y nos hicimos amigos virtuales. Chateaba con ella más de lo que chateo con gente a la que conozco desde hace muchos años. A veces desde el móvil, a veces en el curro, a veces en casa, y una vez desde una biblioteca. Me habló un poco de su familia, y de su gato gordo, vi fotos de sus medias corridas e imagino que ella vio alguna mía en la que una vaquilla tuberculosa me pasa por encima. Inspiró algo de lo que escribo y comentó alguna de las canciones que publico en mi perfil de facebook. Una tarde, cuando Cristina me gritó en medio de la oficina "si quieres salir con mi amiga, llámala tú, no tienes que invitarme también" entendí dos cosas: que Cris y yo yo éramos ya tan amigos como para haber compartido un mal día en todo el sentido de la palabra, y que era el momento de una gran demostración de cariño. Me levanté de mi sitio y fui hacia Cris, la abracé y le di un beso en la mejilla susurrándole "no te utilizo, terremoto, eres mi amiga y sabes que te quiero". Mi amiga sonrió y volví a mi sitio intentando no pensar en el trasfondo de sus palabras.
Volvimos a vernos meses después de nuestro primer encuentro y me senté a posta a su lado, ya seguro de pasar un buen rato. Nos burlamos de una cubana que parecía un travesti, de Carlos que babeaba por Bea, de lo caros que eran los cocktails, de lo cutre que era el sitio, de la camiseta de un pobre desgraciado. Huimos en mi coche hacia otro lado, con Carlos de copiloto, y terminamos en un antro de medio pelo que hedía a garrafón. Jugué con su cinturón de Moschino, ella se burló de mis movimientos Chayannescos, y lo mejor llegó cuando, sin dejar de bailar dijimos al unísono que queríamos bailar "Memories" de David Guetta. Ve a pedirla, No ve tú, No ve tú, que estás más buena que yo. No hizo falta, el DJ la puso y nos miramos flipando. Le dije que la llamaría para quedar otro día, los dos. Dijo que sí, que la llamase. La vi irse en un taxi.
Llegaron las fiestas: navidad, cenas, año nuevo, cenas y juerga, los reyes magos, más cenas y el asqueroso roscón. Definimos un día, más por definir, una tarde de chat en que ambos coincidimos en que sería guay vernos y beber un par de copas de vino. Sugerí un bar que me encanta, por Recoletos. Dijo que sí. Pero al final, como casi siempre pasa, no pudimos ninguno de los dos. Ella estaba cansada y yo odiaba al mundo por haber roto el Mercedes Benz en una rotonda de Alcobendas. El mecánico dijo que el coche no había pasado un mantenimiento en su vida. Días después me invitó a un concierto de rock, al lado de mi casa. No me apetecía mucho, la verdad, y le dejé claro que si iba, era sólo por ella. Recuerdo que dijo "Que sí, que sí. Cuando llegues me llamas, ¿vale?" La encontré acompañando a Cris, mientras ésta fumaba. Cris, fumadora acostumbrada a la intemperie, había salido del bar con abrigo, ella, tiritaba como un pollito mojado. Me quité la chaqueta de los conciertos (una del Bershka que aguanta los chorros de cerveza, y que adorné con un parche de los Beatles que compré en Liverpool) y la puse sobre sus hombros. El concierto fue una mierda y mientras yo bebía ignorando la guitarra desafinada, ella me dijo "o sea, que eres adicto a mis guiños". A lo que respondí, "es totalmente cierto, true story" sin dejar de mirarla. Cris y su grupo propusieron subir hasta el centro de Madrid. Ella se fue con ellos, yo, volví a casa.
De vacaciones, volví a mi vida. Algunas noches salí con Iván o Julio, por separado, y en ambos casos regresé a casa hecho mierda y sin recordar absolutamente nada de las chicas con las que había estado. Resacoso y vago, me volqué en escribir, leer y dormir. Terminé todas las temporadas de Skins, Misfits, Mad Men, How I Met Your Mother, The Big Bang Theory, y Romanzo Criminale. Imaginé entonces que estaba llevando la misma vida que Yulia decía que llevaba su gato gordo, y recordé (tirado en la cama, con los pies apoyados sobre el muro) una de nuestras conversaciones en las que me recomendaba una serie llamada "Californication", te va a encantar el personaje, me dijo. Corrí a descargarla de internet. He visto cuatro capítulos, y me gusta mucho. Va de un tío que es adicto a las mujeres, que escribe, pero cree que lo que escribe es una mierda, a pesar de que todo el que lo lee dice lo contrario. Hank Moody (¡qué apellido más conveniente!) es un entrañable cabrón que vive la vida como le viene (ni siquiera se preocupa en lavar o cambiar la luz rota de su Porsche, como si esperase a que el coche un día lo deje tirado, ¿en alguna rotonda?), ama a su familia con todas sus fuerzas y se esfuerza en construir algo nuevo, cuando ha comprendido al fin que lo rompió años atrás, no tiene arreglo. No sé por qué, pero me encanta la serie, Yulia. Has dado en el clavo con el personaje que me engancharía. поздравления.
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