Hace unos días, me declaré en bancarrota moral y pedí un préstamo.
Mi primera opción fue perseguir en plan acreedor a mis deudores pero, soy tan pero tan toli, que no recuerdo a quien le dejé pasta ni porqué. Mandé un par de mails y parecía que había mandado una cadena. Quise intentarlo por teléfono pero esto de cobrar se me da muy mal y cada vez que levantaba el teléfono para cobrarle a alguien, resultaba que ese alguien no me debía nada y yo terminaba colgando sin saber si me habían dicho la verdad o es que yo era idiota. Opté por creer siempre lo segundo y dejé de llamar.
Entonces, comencé a odiar a los gordos. Porque cuando abres tu nevera y ves que sólo queda un limón reseco, un cachito de leche (que nunca tiras, no se sabe porqué) y dos trozos de apio, sientes que los gordos se han comido toda la comida del mundo, que si su demanda no fuera tan brutal la oferta no sería tan cara y los demás podríamos comer gastando menos. Les ves ahí pagando dos euros por una bolsita de risketos en la máquina de la empresa y cuatro euros por un desayuno especial de milanesa de pollo con mayonesa y panceta con patatas refritas, mientras la gente normal tiene que pagar dos pavos por un té con hielo. Quebrado, me puso un polo Abercrombie & Fitch Muscle, no apto para gordos, y me senté en su mesa a desayunar, light.
Comuniqué mi quiebra por Whatsup a mis hermanos, en el grupo "Mongos" que había creado mi hermana, con gran tino a la hora de nombrarlo, todo hay que decirlo. Uno me propuso que vendiera de una puta vez mi libro, pero cuando les conté que lo había enviado a un par de periodistas para su pre-lectura y no había recibido respuesta alguna desde la primavera pasada, abortamos ese plan. Otra opción propuesta fue que cantase en el metro, cosa que descarté más por pereza que por vergüenza, no me veo arrastrando un altavoz con un mp3 pegado con chicle y cantar en la línea 6 del metro. La opción que salió mejor parada fue vender el piso que tengo en Alcalá de Henares.
Lo malo de ese plan, es que en el piso vive mi hermano, quien paga la hipoteca desde hace años, y como que irse así, de zopetón, para que yo tuviese pasta, no le venía bien. Volví a mi puesto de trabajo cabizbajo y resignado a comer con quien sea esa tarde (cosa que para mi es casi como que Yoda se vaya de cañas con Darth Vader) sin poner pegas a su nivel del mongolismo. Sentado, con el tupper obligatorio del ahorro, escuché como uno hablaba sobre los préstamos que la empresa da a los empleados de más de dos años al 0% de interés. Clic. Subí corriendo y hablé con Marie-Flore, me explicó lo que tenía que hacer y horas después mi cuenta volvió a tener numeritos diferentes del cero.
Ahora puedo buscar curro con tranquilidad, he comprado ropa y pienso en regalos para mis hermanos que cumplen años. Llevé a mi sobrino al cine a ver Los Pitufos y pienso en salir a cenar con alguna amiga, de las de conversación amena. Mamá no se enteró jamás de mi debacle financiera y ahora (hasta que cambie de trabajo) puedo decir que vivo como un verdadero español: por encima de mis posibilidades.
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