viernes, julio 03, 2015

Leaving Green Sleeves

A Lina

- Sal, ¿qué haces aquí? - dijo mamá.
- No sé - respondí, doblado en el sofá como una zarigüeya no nacida -, si estos siempre dicen de salir y al final no va nadie.
- Yo me quedo aqui - amenazó -, si no hay problema. Que mañana como con tus tías y subir a Alcalá pa volver es tontería, Tú vete y diviertéte, mongo.
- Enga, me ducho.

Salí de casa pensando en tomarme dos y volver, y eso mismo iba pensando al entrar en la boca de metro: De refilón ví como una señora que antes cojeaba había recuperado de golpe la elasticidad en las piernas para saltar los tornos y colarse. Corre, salta, me mira, me ignora, se larga, la imito, me engancho, casi me caigo, recupero la cordura, me acomodo el pelo de Menudo y pico en los tornos como el asalariado responsable que quiero ser.

Próximo tren: 5 minutos. Bien.

Reviso twitter, nada. Mails: 2, uno de linkedin y otro de mi taller, que no me han conseguido la puerta del coche y toca esperar una semana más. Llega el tren. Hay un músico que debe ser de mi pueblo, terminando de destrozar una canción de Los Panchos a ¿ritmo? de zampoña, dos rumanas en leggins de colores que tienen pinta de haber sido comprados en el Primark y una guiri mega-arreglada que seguramente bajará en Atocha. Carne del Kapital. Me siento al fin. El asiento está caliente.

Nota mental: no sentarse nunca justo después de un gordo. Todo huele a cheetos.

Luca me espera desde hace un par de minutos ya, ha vuelto a ganar en esa competencia amistosa que tenemos por quién es más puntual. Pagas la primera ronda, me dice, y yo asiento mientras los dos miramos a una pelirroja que cruza la calle Barceló como si estuviera rodando un anuncio de Aqua di Giò. Bajamos por Divino Pastor sin rumbo fijo y empezamos a arreglar el mundo. Le hablo de mi última ruptura, me pregunta si estoy afectado, me descojono, y dice Lo tomaré como un no. Me habla de su despedida de soltero en Italia, pregunto que cuándo será, y me mira extrañado, sabiendo que me estoy haciendo el loco porque asume que estaré en Venezia cuando a él le toque vagar por la calles borracho y vestido de azafata.

- ¿La primera aquí? - señala un bar mierder de Dos de Mayo, petado de modernos.
- Venga, sí, - respondo - pero rápido tío, que aquí estos pijoflautas te arman igual una manifa en cero coma. Sin dejar de hacer fotos con sus Iphone6.

Cerveza. Vaso. Barra. Camarera borde. Cerveza. Cinco Euros. Aire.

Bajamos por La Palma sin rumbo y llegamos a una plaza que yo no conocía, con el encanto del Madrid bohemio, pero sin la carga de erasmus borrachas ni pueblerinos que quieren molar. Hay torres antiguas y un colegio, hay palomas tardías y una rata seca en una esquina, hay chicas guapas y chicas feas, hay negritos vendiendo pelis, hay gitanas vendiendo flores, lo que no hay son mesas libres. Conozco un mexicano que está guay, dice mi amigo, y yo apruebo con un microscópico levantamiento de mis hombros que todos los que me conocen bien saben que quiere decir whatever, tío. Se nos acerca la camarera.

Cuaderno viejo y manchado de guacamole. Lista de espera de 40 minutos. Huele a margarita. A nombre de Luca.

Nos metemos al primer bar cercano, a esperar, bebiendo la segunda de la noche. Botellín de Mahou. Brindis. Offro io, si rilassi. y empiezo a sacar información a mi amigo sobre sus vacaciones de verano; no sabe que no iremos con el Venezia, pero que sus amigos madrileños planeamos una realidad paralela y esta reunión nocturna es vital para nuestros planes. Entre confirmación y confirmación de fechas, Luca vuelve a preguntar por Mèlanie y le cuento que no llegó a nada porque no tenía sentido, nos habíamos conocido en mi cumple y, a pesar de salir a cenar sin stress un par de veces más, era obvio que no teníamos nada que hacer juntos. Pero le propusiste irte de finde a la playa, me pregunta, y respondo que sí, porque me gustaba su compañía y estaba seguro que sería divertido estar juntos en el bungalow de Santa Pola, y que, a pesar de que esa invitación la hizo sentir vértigos justificados y huyó como Speedy González, sigo creyendo que es buena chica y le deseo lo mejor. Sabes que soy un romántico tío, follar con chicas guapas me enamora.

Tiburón con vestido. Pasa directa hacia el baño, como el que mató a Tony Soprano.

Quise seguir hablando sin quitarmela de la cabeza, ni a ella ni a su vestido, y claro, perdí el hilo de lo que estaba diciendo. Metí in extremis en mi post-it mental algo de que no podíamos irnos la primera semana de Agosto y por suerte Luca interrumpió mis pensamientos diciendo voy a saludar, que está allí mi ex inquilina. Asentí y cogí una revista mientras escudriñaba el bar en el que habíamos caído: paredes de colores y barra mal llevada, mesita con libros, dos ventanas y una única puerta de escape en caso de incendio o terremoto o ataque de Godzilla, una hoja de firmas al lado de la revista con una petición de la Asamblea de Radical Chics de Malasaña al Ayuntamiento para que los perros pudieran hacer yoga canino en la Plaza del Dos de Mayo los segundos jueves de cada mes; firmé  - me pareció una petición razonable - y seguí con mi birra.
Mandé un whatsapp al grupo secreto: Maricas, la despedida tiene que ser la segunda semana de Julio (emoticono de flamenca, emoticono de billetes volando). Luca me llama.

- Te presento a mi ex inquilina.
- Perdona por quitarte la diversión - me dice ella, sonriente.

Dos besos. Huele a aloe vera, incienso y chill-out.

- Que va - respondo - si ya nos estábamos quedando sin conversación.
- Esta es mi amiga - nos dice, señalando a la que me quitó el hilo de la conversación. Y quiero ser Tony Soprano, pero soy Chrissy Moltisanti - hemos salido a dar una vuelta.

Dos besos. Pecas. Un olor a tabaco y Chanel, una mezcla de miel y café.

- Tenemos mesa ahora en el mexican. Si os queréis acoplar, sois bienvenidas - ofrezco.
- Sí - me ayuda Luca - veniros.
- No sé, nos apetece dar un paseo blablablablabla - veo tus pecas y muero - no teníamos intención de cenar, blablabla, así nos da el fresco blablablabla.


De lejos vemos que la chica que huele a guacamole y margaritas nos hace una seña. Te vas. Tenemos mesa. Luca quiere saber más de la tarde en que rompí con Mèlanie (¿o rompió ella conmigo?) y le cuento que me dijo que por culpa de los 42 tíos como yo con los que se había acostado los últimos 3 años, sin protección, ella tenía el virus del papiloma. Le digo, con detalles, cómo esa misma tarde volé a la clínica Ruber para hacerme todos los exámenes que incluía el pack cheap fucker, y cómo me compré un par de Reebok blancas para celebrar que, por dentro, seguía limpio e inmaculado de infecciones sexuales. Están volviendo tío, me interrumpe Luca, pero estoy distraído viendo a las paredes rojo intenso del mexicano, pensando que igual ese es un color más acorde a un restaurante chileno. Nos acoplamos, dice la ex inquilina, y yo sonrío, al ver tus pecas one more time.

Que cosas bonitas, que con los ojos no vemos.

Llegan los nachos, la jarra de margaritas, una cosa que parecen fajitas pero no son fajitas y saben a kebab. Hablamos de viajes, de amigos, de meditación, de drogas, de ayahuasca - y se me ponen los ojos como platos -, de yoga, de Italia, de España, de Colombia y de Perú. De los bailes, de las modas, de mi pelo y de la sed, del calor, de los turistas, de Carmena y de los perroflautas, de las manifestaciones, de las calles, de los bares y otra jarra de margarita por favor, del baño del local, del camarero que ha resultado ser vecino mío del Callao, de Jairo Varela y de irnos de copas, que ya nos están echando de este mexican de medio pelo.

Te dejo ir por delante. Ese vestido te queda pintado. Guiño codazo guiño.

Nos llevaste a un bar, y por el camino perdimos a tu amiga, que desapareció cansada entre la riada de modernos en bermudas y chanclas que yo sólo uso cuando estoy en la piscina de casa. Dentro del garito la música era bastante aceptable y el primer trago de mezcal que nos invitaste me entró con la suavidad de un sorbo de agua tras el desierto de Sechura. Probé a echarte la sal sobre el cuello, para saborearlo mejor, pero, sabiamente, rechazaste mi oferta. Luca me miró sonriendo y en cuanto te descuidaste preguntó ¿me piro, tío? ¿cómo lo ves? Le respondí que qué va, que estábamos divirtiéndonos, que no pensaba mover ficha esta noche. Vengo en son de paz, me mentí en voz alta.

Vuelves. Segundo shot de alcohol. Bum. I sang my songs, I told my lies.

Pasan las horas entre risas, pies pegados en ese bar que, según se va yendo la gente, se desnuda como un antro sin limpiar. Nos hacemos unas fotos con Luca que es fan de los selfies y cuando salimos y te comes un durum te ruego que me lleves contigo. No he venido a ligar, me dices, y te miento que da igual, que lo que quiero es huir de esa noche que ya es muy larga. Te dan un durum, pagas y le metes un bocado tiburonesco. Mi amigo está fuera hablando con unos borrachos y yo aprovecho para escapar. El sol empieza a salir tímidamente por Malasaña, y lo mejor es que has aceptado, no sé en qué momento, huir conmigo.

Calle Fuencarral. Durum en el escote. Te ayudo. Besazo. 

- Vamos a tu casa. En la mía está mi hermana - digo, per pienso: ¿hermana? ¿qué hermana?
- No puedo, tengo visitas también.
- Ya, bueno, mi hermana está en el sofá - digo, pero pienso: he dicho hermana otra vez, cuando quería decir mamá ¿qué cojones me pasa? -  así que si no hacemos ruido, todo bien.
. Venga sí, vamos. Además, no tenemos que follar.
- Claro, claro - digo, nos metemos al metro y pienso: ¿hermana? what the fuck!

Llegamos a casa de día y robas lavanda de una esquina. Mamá sigue durmiendo en el sofá, y no ha leído el whatsapp que le he mandado diciendo voy con una amiga, si oyes ruidos huye a por un café. Entramos a mi habitación y junto a tu vestido, caen también tus bragas a plomo. Nos hace gracia todo y disfrutamos como se tiene que disfrutar de estas cosas, porque una aventura es más bonita cuando olvidamos que hace mucho pero mucho rato amaneció. Sonríes, hablamos, me pides que apague la luz para intentar dormir. Lo hago y noto que se cuela ya el sol por las rendijas y que Drácula nos mira después mi poster de cine. Cierras los ojos y yo también, empiezo a roncar como una bestia, parpadeo y han pasado 3 horas.

Then I saw you naked, in the early dawn.

Al despertar, pocas horas después, te pregunto si ronqué mucho y me dices que al principio pero luego no molestaba. Me dices que te gusta como huele mi cama, y como huelo yo, te digo que me gustas y que quiero verte one more time, y digo tu nombre compuesto, suave, susurrando dentro de tu boca, que así mola más. Sonríes, nos vestimos y vamos a buscar un café decente porque confieso entonces que el que tengo en casa es lamentable. Salimos y mamá ya no está, se ha ido a la comida que tenía con sus hermanas, imagino. Y sigo preguntándome en silencio ¿por qué cojones dije "hermana" cuando tenía que haber dicho "mamá"?

Sol potente en la calle. No hay gafas, Café, zumo de naranja y miradas perdidas. Cara escombro la mía, tú guapísima.

Desde la mesa de la cafetería ves llegar un autobús y me dices que ese es el tuyo. No pregunto si es verdad, y te acompaño como el gentleman que me han enseñado a ser. Llegamos a tiempo y antes de subir te cuelgas de mi cuello y susurras un chau, gracias por todo que suena a despedida en el muelle del Titanic, pero no soy Jack Dawson, soy Daniel San. Hablamos luego, y vemos cuando quedamos respondo tímidamente, pero sé que ya no me escuchas. Cruzo la calle y veo como el autobús te lleva dentro. Huelo mis manos para recordar tu olor y desando mis pasos para robar lavanda del mismo punto en que horas antes la robaste tú. Pero soy torpe y sólo consigo que vuelen hojas y despierto a una avispa que me persigue entusiasta varios metros hasta que, premonitoriamente, pasa de mí por ponerse a jugar con un charco de agua. Vibra mi bolsillo. Iphone. Mensaje de mi hermano.

- Mamá nos ha enseñado tu wasap de esta mañana. Que cague de risa hermano (emoticono de risa con lágrimas, emoticono de pulgar levantado, emoticono gato sacando la lengua).

Busco tu autobús, pero ya se lo ha tragado la calle que arde al sol del poniente. Vuelvo a casa y duermo dos meses. Al despertar, Drácula seguía alli.

viernes, abril 10, 2015

Calle, calle nomás

No sé por qué mierda siempre digo que soy de puerto, si nado menos que un pollo. Y es que cuando la gente me pregunta que si soy de Lima, digo que sí, pero del Callao. Como si eso significara más para ellos que lo que me dijo una chica cuando afirmó que era madrileña, pero no, no. Era de Coslada. Y Coslada no es Madrid, es Coslada, eso lo sabe todo el mundo.

En ese Callao del que me vanaglorio como de un lunar en el párpado, la tele Westinghouse en blanco y negro de mis viejos era como una ventana a un mundo que molaba más que el mío. Del que siempre me quería ir. Yo sentado en el suelo fresquito y sin alfombras veía Transformers cools, Gobots retardeds, a Maradona, a Tiffany-Amber Thiessen (de joven), a la novia rubia del gordo Jamie Lawson y a Michael Knight con su pelazo y sus polos azules marcaombligo. No tenía Ipad, ni youtube así que tocaba ver lo que echaban en cuatro canales de mierda a los que, como a los parientes cansinos, les acababas cogiendo cariño.

Mamá, indestructible, nos dejaba ser mientras ella era y sabiendo que no había nada malo en la pantalla esa que nos pudiera hacer ser cómo no quería que fueramos. Mi hermano y yo salíamos entonces a la calle, cuando ya nos dolían los ojos de imaginarnos los colores que diferenciaban a Superman de Batman y habíamos terminado la tarea miserable que algún profesor mal pagado (pero bien intencionado) nos había puesto para esa tarde.
En la calle siempre estaban los mismos: El negro, el cholo, el engreído, la niña mona que ya apuntaba maneras, su hermana mayor que confirmaba las maneras y las mañas que todos intuían en la menor, un retrasado y un perro que era de todos.

Nadie tenía Iphone, había que hablar y contarse cosas.

El negro contaba entonces, sentado en cuclillas como una momia Paracas, que su abuelo se estaba tirando a una vieja desmuelada, borracaha y a la que sus hijos habían abandonado; una mujer misteriosa y a la que nunca vi, pero que siempre supe que era mencionada en cada tertulia como La Chilindrina. La Chilindrina es una mierda, decía, Le ha robado el marido a mi abuela, conhesumare.

El cholo nunca se sentaba, nos miraba a todos como desde lo alto de Sacsayhuaman y de vez en cuando se limitía a reirse de las mierdas que contábamos. Su risa era como de hiena, aunque en la sierra de Perú creo que no hay hienas, pero igual se reía como eso. Era cholo, se podía reír como le diera la gana. A veces lo acompañaba su hermana enanita, pero desaparecía minutos después sin que nos diéramos cuenta.

El engreído era hijo de policía y siempre traía algo nuevo cada tarde. Obviamente, se lo robábamos y lo tirábamos al techo más cercano. Hasta que un día, hasta las pelotas, bajó con el revólver de su viejo y nadie tuvo huevos de quitárselo. Nadie, excepto yo, que de niño ya mostraba mis dotes de máximo imbécil del universo. El engreído forcejeó como pudo, y fue una lucha intensa. Cuando estaba yo ya a punto de apoderarme del revólver y matar a todos mis amigos por accidente, su viejo policía apareció, se acercó, nos rechuchó, le metió una bofetada a su hijo que le hizo bizquear y se fue a casa blandiendo el revólver como si hubiese ganado él solito la Batalla de Ayacucho.

La niña mona se llamaba Mila y luego fue más puta que las gallinas. Pero era mi amiga. Todos estábamos enamorados de ella, olía bien, siempre iba limpia, pedía las cosas por favor; un peligro de mujer. Eso sí, nunca la dejamos jugar al fútbol con nosotros, porque no, Mila, eso no es para chicas, a eso sólo pueden jugar mis primas, que tienen en las piernas más pelos que yo.

Su hermana mayor era de la selva, por alguna razón misteriosa, porque si viejo nunca había estado en la selva pero su mamá sí, y a esa no la mirábamos nosotros, si no nuestros padres. La llamaban la Charapa y cuando pregunté porqué me dijeron que era una tortuga de río que siempre estaba cachando. No entendí hasta que llegué a la universidad y conocí a muchas chicas de ls selva, ya de mi misma edad. Entonces volví al barrio y busque a la hermana mayor de Mila, que ya tenía dos hijos de diferente color y el pelo reseco.

El retrasado era mi mejor amigo. Nunca he tenido un amigo más sincero que ese, ni creo que lo vuelva a tener. A veces lo dejaba fuera de mi equipo y él esperaba ahí, sentado, hasta que acababa el partido. Yo jugaba y lo veía de reojo y seguía sonriendo, sin odiarme. Yo estaría enfadado hasta hoy si me hubiesen hecho lo mismo, pero él jamás me reclamó ni eso ni nada.

Por eso, ahora que me preguntan que de dónde soy, digo siempre que soy del Callao. Porque allí se quedó mi amigo el retrasado, la Charapa, el negro, el cholo, su hermana invisible y el perro, del que no he dicho nada porque ese perro es todos los perros.

martes, enero 28, 2014

Au revoir les pirañas

Cuando Ely me dijo que no podía follar conmigo, no quise insistir.

Había sido todo idea suya, desde el principio, pero yo me había dejado arrastrar como un niño flaco al que llevan al McDonalds. Días antes de llegar a Lima me dijo que mejor no, que vivía con su novio, que él la quería mucho, que no lo veía justo. Yo leía esos whatsapps en la bici estática del gym, cagado de risa. Respondí que no pasaba nada, que no iba a insistir, que luchara por esa relación, que merecía ser feliz.

La verdad es que ya había quedado con una que estaba más buena que ella.

Mi cita (la tía buena, no Ely) me llevó a un restaurante a la orilla del mar, con pianista con frac, mesa al lado de la ventana tan cerca al mar que casi podia lavrme las manos en él y con menú acorde. Yo, para no faltar a mis costumbres gañanas adquiridas en Madrid, llegué 30 minutos tarde. No por mi culpa, es verdad, pero tarde al fin. Me senté disculpándome y llamé con una seña sutil al camarero. Pedí una jarra de sangría para ir bebiendo mientras mirábamos la carta. Ella me hablaba y yo pensaba en eso de se había desarrollado más de lo que pensé, hola que tal cómo te va? que lindo cuerpo tienes vamos a pasear, aproveché para mandar un SMS (no desde mi Iphone, dejado a buen recaudo en casa) a mis padres confirmándoles que el taxista no me había robado todo mi dinero en un cajero automático, ni me había tirado al Rímac completamente desnudo.
Esa noche todo salió tan bien que creía que de verdad el Perú había cambiado en los 300 años que estuve fuera. Grande fue mi sorpresa cuando al día siguiente fui de compras al centro.

La ropa era igual de horrible, las calles estaban igual de sucias y la gente era igual de maleducada. Subí a un taxi creyendo que estaba en Europa y cuando el taxista me dijo que no iba hasta mi casa porque su licencia era falsa no sabía si reir, llorar, gritar o llamar al policía que estaba comiéndose un sanguche de pollo en una carretilla ambulante. Al final un pirata aceptó llevarnos pero apenas subimos mi viejo le pidió que quitase a Camilo Sesto (Perú es el único lugar del mundo donde suena Camilo Sesto), que ya estaba hasta las pelotas de él. El taxista pirata, sin dejar de sacarse los mocos y como mejor respuesta ofdegüorld le dió a un botón de su asqueroso salpicadero. Vimos entonces iluminarse la pantallita de lo que parecía ser un GPS roto para mostrar a nuestros atónitos ojos un programa en vivo de alguna televisión regional. Con música andina y chola bailando a juego. Mamá pensó en voz alta: "¿eso es legal? lo de la tele en el coche digo, la chola seguro que sí", mi viejo echó de menos a Camilo Sesto mientras trataba (inútilmente) de subir el cristal de la ventanilla trasera, y yo pregunté qué cómo cojones cojía la señal la mierda de tele esa. El tipo respondió "satelital", sin siquiera mirarme y siguió saltándose los semáforos.

Al día siguiente decidí no arriesgar más y no salí de casa nada más que para cenar con mis amigos de la facultad. En Miraflores of course, mirando al mar, of course, todos súper cool, of course. Llegué tarde, of course; otra vez por culpa de los taxistas. Comprobé con una mirada que todos aquellos que se inscribieron por facebook, al final, esa noche tenían algo mejor que hacer. No pasa nada, me dije, y me senté a la mesa con los que buenamente podian haber venido, bebimos, picamos una cosa rara llamada tequeños o algo así, pagamos y nos largamos al piso que una amiga se había comprado en pleno centro de Miraflores. "Señor, usted no ha visto nada" le dijo al portero nada más entrar y terminamos así la noche: bebiendo en un sitio tranquilo hasta que me entró sueño, me levanté del sofá de piel repujada y me fui.

Al llegar a casa vi que Ely me había mandado un mensaje diciéndome, que ahora, tras verme, se lo había pensado mejor y que lo de su novio no era tan serio. Me cagué de risa one more time y me dormí, pasando de contestarle. Al día siguiente me escribió, pero ya había entendido la indirecta y sólo me dijo que los que no habían podido venir se morían por darme un abrazo, que por favor, que no me vaya de Lima sin verlos, que ella también se apuntaba.. No me hice de rogar, total, a eso había venido, además de al bautizo de mi sobrina. Quedamos en comer al día siguiente: todos a la 1 de la tarde, en la puerta de la facultad. 

Como era de esperar sólo estaba mi amigo Arturo, los demás, ni rastro. Le sugerí a Arturo subir a un taxi y que les den por culo a los otros. Le dió pena y llamó a uno, que dijo que sí, que ya venía, que había tenido un "percance" y llegaría en una hora. Recordé que antes de irme odiaba eso de Lima, la gente impuntual, pero me dije que ya daba igual, sugerí a mi amigo rabiar en silencio y esperar tajándonos con Pilsen Callao. 5 soles cada una. Antes paseamos un poco por la facultad y vi: mi pupitre viejo, una pizarra nueva (pero sucia), una placa de graduados sin mi nombre, el mismo césped de hace 20 años, el sitio de las fotocopias con quien parecía ser la hija de la chica anterior de las fotocopias, a la nueva tía buena de la facultad que no estaba tan buena, a un gordo que me saludó efusivamente me hizo una foto y me dijo hasta la próxima y no reconocí, la entrada al baño con la señora que cobraba 10 céntimos por mear 50 por cagar, un cajero automático inútil porque los estudiantes son tan miserables como era yo entonces, dos cáscaras de plátano en una papelera y otra vez la placa de graduados sin mi nombre. Cuando llegó mi otro amigo, se me olvidó toda la bronca, nos reimos, nos abrazamos y fuimos a La Punta en su 4x4 nuevo, a comer porque nos estábamos cagando de hambre.

Sentados frente a un cebiche igual de bueno que el que como en Vallecas de vez en cuando, recordamos tiempos pasados, que no mejores, y nos reimos juntos de esa vida que ahora parecía lejanísima. Algunos sacaron fotos de sus hijos, otros que llegaron luego se declararon Testigos de Jehová, y uno me regaló una camiseta conmemorativa del último evento de hackers que él mismo había organizado en Lima. Volví a casa un par de horas después, en un taxi sin aire acondicionado, feliz y viendo pasar las calles sucias de Faucett llenas de más caos que hace 300 años.
Al llegar a casa me conecté al Wi-Fi y recibí un whatsapp de la chica que me acompañó en esa primera cena al lado del mar. Me preguntó que qué tal con mis amigos y le dije, sin mentir, que esas cosas son las que hacen que valga la pena haberse sumergido voluntariamente en el caos horrible que es Lima. 

Y que lo volvería a hacer. Con dos cojones.

jueves, enero 02, 2014

Capodanno Mierder

Cuando a las 12:30 del 31 recibí una llamada con número oculto y al contestar descubrí al otro lado una voz que me hablaba italiano con acento de Napoli, debí sospechar.

Fabry me pedía que llevase vino a la cena de fin de año "per noi", le pregunté si quería que fuese blanco o tinto, me dijo que blanco, que la comida era a base de pescado y mariscos. Sentí un temblor helado subiendo por mi espina dorsal (temblor justificado, Fabry ya nos había intoxicado una vez en mi casa, con mi cocina) y prometí que sí, que llevaría el vino; "Quindi non pago la cena", prometí medio en broma, medio en serio. Imaginé que me haría un descuento sobre los 15 euros pre acordados via whatsapp.
Bajé al Opencor, pillé un botella buena de Bach la metí a mi bolsa y me fui a casa a hacer la siesta.

Desperté diez minutos después de tumbarme, gracias a un adorable niño y los petardos que le había comprado la meretriz de su progenitora.

Me vi 6 capítulos de una serie, me duché, me cambié (camisa y corbata, of course, es nochevieja) y salí para llegar exactamente a la hora acordada. Encontré a Fabry currando detrás de la barra, vestido como un día cualquiera, y, sobre un barril de vino reciclado dos copas de plasticorro con uvas de distintos colores y tamaños, le di el vino. Asumí que ese era mi sitio (los demás estaban ya ocupados), arrimé a mi lado un taburete, me senté, se rompió, me levanté, Fabry me dijo que estaba roto y era para los abrigos, puse allí mi abrigo, cojí otro taburete, me senté, suspiré, un pibón se acercó hacia mi, inspiré, verificó que no había robado nada de su abrigo que colgaba del perchero a diez centimetros de mi, se fue, espiré. Llego la novia de Fabry. Pedi el vino de vuelta, "así, como esté, no lo enfríes más".

Serví 4 copas y la de la novia se secó en un segundo. Se sirvió otra más, cogió mi botella carísima y dijo "esto no es uva". No me afectó el insulto, total, es vino blanco, ya de por sí una aberración de la naturaleza, así que le pregunté (sin verla, metiendo mi nariz en la copa, en plan catador riojano) que a qué olía, según ella. Dijo que no estaba segura, pero giró la botella, leyó que ponía "NarizIntenso / complejo / aromas frutales / aromas florales / manzanilla / miel / madera / toffee" y soltó: "a manzana, huele a manzana y a frutas". Ahogué mi carcajada con un megasorbo de vino. 

Llegaron los platos, comí apoyado en mi barril, como el Chavo del Ocho. Dije que todo estaba perfecto, me limpié con una servilleta de papel y cambié de posición. Casualmente, más cerca de los pibones de la mesa guay. El género estaba repartido así: 

- Pelirroja, vestido de lana, con vestido de algodón debajo, botas, pelo al viento, cejas delineadas y tatuaje en la nuca (o ha estado en la cárcel o sabe que su juventud se acaba y quiere molar).

- Morenaza, ojos lila, vestido de algodón con líneas horizontales que la hacen ver un poco rellena. Cosa que no es verdad, que esos vestidos engañan. Cañón, objetivo namberwan.

- Perroflautica, morena, ojos negros piel de mármol, medias de calaveras y un collar de esos de piedras turquesas que odio como el morir. Encima va y me sonríe. Nada, usar sólo en caso de emergencia.

- Pelirroja Nº2, versión garrafón de la Pelirroja Nº1, ha venido ya dos veces a pedirme servilletas y/o un tenedor sobrante de mi mesa/barril/esquina de apestosos. Puo darsi.

- Las demás.

Informo a Jacopo de la situación, dice que viene, me siento aliviado por dos segundos, segundos que son los que tardo en recordar que Jacopo tiene un bar lleno de pibas, ¿para qué cojones se va a mover? Luca sé que ni hará el intento de venir. Massy está en Talavera y Dario en Roma. Amos, que voy jodido. Pido un gin-tonic y controlo de dónde sale el líquido: Bombay Blue, bueno - me digo - ya total…

Cuatro negritos empiezan a aporrear instrumentos, en plan Jam Session y, como no quiero parecer la de "el vino no tiene uva", me callo, asiento, y pongo cara de Rey ante un desfile militar. Mi cuerpo ignorante no puede ante lo que yo considero un ataque del trompetista a la memoria de Al Hirt y busco una silla para desvanecerme. Casualidades de la vida, me toca al lado de la pelirroja Nº 2, que me sonríe, le sonrío, me habla de la música, le dijo que "ajá, que sí, que mola", me dice que le gusta mi corbata, sonrío y bebo un trago de gin tonic sin dejar de mirarla, y cuando voy a decir algo alguien grita su nombre, ella se levanta como un resorte y, acompañada por la orquesta de Don Gato y su pandilla, recita algo "de su inspiración". El poema era tan bueno, que me escondí en el baño.

Dejé que pasaran unos minutos eternos de cortesía y pedí a Fabry la cuenta, ya con la tarjeta preparada. Me dijo que no aceptaba tarjetas, y yo, ya sin disimulo, miré la pegatina de dos por dos con el logo de VISA que adorna la puerta del restaurante, se hizo el loco y le dije "sólo tengo 10 pavos en efectivo". Napolitano sabio, los aceptó. 

Bajé por la calle Atocha y me subí al primer taxi. Le di el nombre de mi calle y, al llegar vi que me estaba cobrando 7 pavos más de lo habitual. Le pregunté que qué cojones pasaba y me dijo (señalando la pegatina de la ventanilla del pasajero) que era el suplemento de nochevieja. Pagué, me bajé y los pocos pasos que me separaban de casa los pasé pensando si no era ya tiempo de pasar de esta mierda de las fiestas de fin de año. 


sábado, diciembre 28, 2013

Que por qué me quedo

Salir con Rubén sería un suicidio. El pobre es un buen amigo,eso no está en duda, pero hace tiempo descubrí que es un amigo de cafés. Salir con él de noche es algo que jamás volveré a hacer. Entre su pánico a las mujeres y sus temas de conversación monótonos puede dinamitar cualquier velada que apunte maneras. Hace poco conoció a una tía en el gimnasio, ella le entró a saco, le pidió salir y cuando él al fin accedió la chica movió ficha en un parque de Madrid. Todo en vano, Rubén le dijo que él no tenía nada que ofrecerle, que no se acostaba con tías sólo por sexo, que tenía que haber amor y, que si lo que buscaba era una aventura, que mejor a él ni lo mirara. La pobre chica quedó perpleja, anonadada, culitiesa y ojiplática. Recogió sus bártulos (una botella de tinto de verano del Supersol y unas magdalenas) y volvió por donde vino segura de que Rubén la bloquearía en whatsapp apenas la perdiera de vista. Cosa que, efectivamente, pasó, pues mi amigo me contó todo esto de paporreta una noche de copas, como respuesta a mi "vamos a hablar con esas dos" que le solté en un bar de la calle Barcelona. Me dio tal bajón, que me entró hambre, salimos del bar, bajamos por Espoz y Mina y terminamos en un kebab de mierda junto a una familia de franceses ratas que no querían pagar por comida de verdad. 

Salir con Silvia estaría de putamadre. Nos queremos con terquedad desde que dejamos de currar juntos, y me gusta creer que fui uno de sus pilares base en la toma de una decisión que le cambió la vida: ponerse tetas.
Antes de eso Silvia era, como le dije una vez jugando al billar, como uno de esos perritos que llevan las pijas en el bolso y que te ladran al pasar. Con un ladrido que parece un quejido de patito de hule del Tiger, notas su presencia, sí, pero sabes que lo hace sólo para cumplir con sí mismo y con su saber estar de perrito de mierda. Silvia hacía eso, te vacilaba, jugaba con los dobles sentido y tal, pero siempre tímida, avergonzada por lo que acababa de decir. Desde que pasó a tener su nuevo par de melones te suelta cada burrada que te hace pensar si esas bolsas de silicona no tienen también algo de saliva de camionero de Getafe. 
Lo malo es que hoy Silvia tenía plan, así que nada. No podemos irnos por ahí.

Salir con mis amigos del curro tiene su aquél. A pesar de tener la misma edad de mis antiguos compañeros de trabajo, piensan diferente. Quizás tiene que ver el hecho de que viven solos, no tienen a papi o mami al lado porque vienen de provincia, Francia, Marruecos o Tomelloso y además hablan tres idiomas. O también puede ser porque fuman como Bob Marley. Son mi plan C, siempre, porque tampoco me gusta dejarlos tirados a eso de las 3:00 (porque yo, pase lo que pase, solo o acompañado, a las 3:00 tengo que estar en mi casa) y no quiero que mis bombas de humo sean algo que resalte más que mis camisas. Pero hoy están cada uno en sus pueblos, celebrando las navidades con sus familias y engordando como monjas preñadas. 

Por eso, cuando una amiga me llama y me pregunta que qué hago y que por qué me quedo en casa,  le cuento todo esto. Se descojona conmigo y me dice que me deja, que su novio vuelve ya de traerle el cubata, que están en un crucero (y yo pienso: "¿crucero?, ¿qué tenemos, 65 años?") y que tiene que hacer acto de presencia; pero antes de soltarme un muack que estoy seguro que le ha quitado años de vida a mi oído, me aconseja que escriba toda esto que le acabo de contar. Porque dice que mola, y tal.

Y le hago caso, porque yo quiero mucho a mis amigas.

miércoles, noviembre 27, 2013

Suave Dandy

El cielo de Lima sólo sonríe en enero y febrero, el resto del año se tiñe de gris tristeza, pintado sólo de vez en cuando con trazos de gallinazos tardíos. Amos que es una mierda. 

Pero bajo ese cielo pueden pasar cosas tan simples como que un niño triste aprenda a escribir, a cantar o a ser tan odiosamente cobarde jugando al fútbol que eso le impida descubrir, hasta que ya es muy tarde, que es realmente bueno haciendolo.

Bajo el cielo triste también surjen historias de niñas lejanas que declaran amores por carta, una vez que todo ha acabado ya. Con la misma esperanza con la que se compra lotería navideña en España: sabes que no te tocará una mierda, pero ¿y si sí?

Hay barrios que son enormes e infinitamente interesantes cuando tienes 10 años, para convertirse en maquetas con gente cuando vuelves pasados los 30. Entonces te vuelves un desconocido entre desconocidos y caminas por ese barrio aprovechando tu invisibilidad, riendo en silencio, para volver por donde viniste. 

Bajo el cielo de Lima a veces venden cosas, cosas que nadie necesita y que todos compran. Regalos tan raros como muñecos que fuman o pulseras de semillas. Se ven también postres ambulantes capaces de convertir en diabéticas a toda su población de moscas. Y te los comes, porque estás en Lima, como te comes la pizza asquerosa que flota en cada esquina de Roma.

Cuando el cielo sonríe, los del puerto aprovechamos para mirar hacia el mar. Más hablador que el río. Nos sentamos a sentir la brisa con olor a pescado y, si hay suerte, pasamos el brazo por encima de quien nos acompañe antes de soltar "Vaya ciudad de mierda, pero es la mía. Es lo que hay".

Todo esto, a ser posible, pasa antes de que alguien te asalte.

viernes, octubre 25, 2013

Momento Lionel Richie

Comiendo con mis padres, siempre descubro que soy un ser normal y excesivamente sobrevalorado.  Lo raro es que haya tardado tanto en darme cuenta de lo constante de sus veredictos. Veredictos que, a su vez, se extienden siempre hacia el resto de los humanos por los que ellos sientan el mismo (o incluso un poco menos) cariño que por mí.

- Cuando llueve escribo mejor, o con más ganas - suelto, mientras esperamos a que llegue el café - Una tarde de ridícula lluvia le escribí a Gisela que la quería. Era mentira, claro, pero ella se lo creyó y estuvimos juntos casi un año. Me acompañaba, la fascinaba, así que todos felices. Pero en Lima llueve poco y mi escritura se secó.

Mamá siempre cree que lo yo piense es lo correcto, casi nunca me contradice y, en el peor de los casos, al ver que mi argumento es completamente ilógico y tiradísimo de los pelos (porque sospecho que eso alguna vez pasa por su cariñosa cabeza) la pobre se limita a ponerse triste. Eso me raya. Papá no, él siempre tiene la razón, y basa sus argumentos en un artículo que ha leído en El País, algo que vió en El Intermedio o, ya perdido, en una historia que algún amigo jubilado le ha contado.

- Una noche de musical lluvia, le escribí a Sol que seguiríamos juntos -sigo, ya con mi ristretto en la mano - Pero fue una promesa vaga, insincera casi como el sol de Octubre en Madrid, que era el sol de Liverpool en ese agosto. La canción terminó y cada uno se llevó el Let It Be por su lado.

- Estas tortitas están cojonudas - dice papá.

- En New York, creo que les llamaban pancakes - dice mamá.

- Una tarde lluviosa conocí a Noelia - yo, a mi bola -, y nos escribimos mil wasaps de esos que te partes el pecho. Su risa era más real que sus ganas y las mías eran de domingo por la tarde. Ella se fue a Valencia y yo me quedé en Madrid. Ahora creo recordar que tiene un perro.

- Ah, hijo, eso me recuerda que me tienes que reinstalar el Windows 7.

La mesa de la lado se llena con otra familia de españoles en chándal y yo los miro con cierto recelo. No me fío de la gente que va en chándal por la vida sin practicar deporte alguno. El camarero tampoco se fía y se acerca inmediatamente a preguntarles que en qué les puede servir. Yo, sin venir a cuento, recuerdo que un abril lluvioso le mandé a América el borrador de mi novela para que lo leyese. Imagino que era tan malo que no le produjo el más mínimo levantamiento de ceja, porque solo obtuve una copia de su libro firmado. Con un pez globo dibujado a modo de dedicatoria. Me hundo durante dos segundo, tiempo más que merecido para tamaña tragedia y cambio de tema en voz alta. Por ejemplo: la mujer de un amigo de mi madre, presa por intentar llevar droga en la maleta.

- Yo digo que ella sabía perfectamente lo que traía - suelto, mientras me como la galletita mierder que venía con el café - el hecho de que le metieran droga en la maleta, así, como quien te da publicidad de Kebab al salir del metro, no me cuadra má, ¿qué quieres que te diga?

- Ay, no, papi - responde, amorosísima - lo que pasa es que su hermano es el que tenía la courier y le preparó la maleta. ¿Cómo se va a meter en eso ella, si tiene dos hijos?

- La gente que tiene hijos también trafica con drogas, mamá. Tengo que dejarte mis DVD's de los Soprano.

- Estoy de acuerdo- suelta papá, mientras lucha con el churrasco argentino - no sé yo, ah. Esa se metió con tu amigo porque tenía chalet con piscina y una empresa. ¿Pero dónde la conoció? En una fiesta de peruanos, ahí no va buena gente. El otro día leí en el ABC que en Vallecas muere por lo menos un sudamericano al día por ajuste de cuentas.

- El ABC es caca, pero sí, hay mucha gentuza en ese barrio.

- Eso no tiene nada que ver con el bario- me corta mamá. Con dulzura eso sí - te recuerdo que venimos de un barrio humilde. Es más, tu papá hasta hace poco se vestía así como un pandillero jubilado.

- Joder, ¿por qué siempre me tienes que meter a mí?

Miro por la ventana del café y veo a unos niños chapotear en los charcos formados por la lluvia. Uno es rubito como el hijo de Vero, a la que una mañana de lluvia tímida le escribí en un folio, y sobre un mail, mis más sinceros deseos. Me pareció un buen detalle, y gané dos besos (uno por mejilla) pero volví en autobús a casa viéndola escoger su vida, a mi aventura.

Pido la cuenta, pago y, como siempre, dejo sujeto el ticket con dos monedas de cobre como propina. Arrugo la servilleta y pienso en todas la chorradas que escribiré en la mil tardes de lluvia que me quedan. ¿Alguna servirá para algo? Me pregunto en silencio, porque sé que si lo digo en voz alta mi madre dirá que sí, que ganaría el Nobel, y mi padre diría que escribir más de tres líneas seguidas, es de locos. O de vagos.

jueves, septiembre 05, 2013

Olivia en el Sandwich Shop

La primera vez que escuché a Olivia, yo estaba en un VIPS escaqueándome del curro, viendo libros de esos muy gordos y con muchas fotos. Creo que llevaba semana y media o menos en mi nuevo puesto, y, como es normal, no tenía amigos ni nada que se le parezca (seis meses después, la situación tampoco es que haya cambiado mucho, la verdad). Así que mi jornada laboral se reducía a bajarme podcasts de Radio3 y meterlos al móvil para fundirme la batería escuchando a Cifu o Santiago Alcanda.

Y fue éste último el que un día largó en uno de sus programas de nombres cuquis ("Baladas en el Coffee Shop" creo que se llamaba) una canción que la misma Olivia habría, según Alcanda, calificado de "material no radiable". Hablaba de Marilyn y más cosas y me quedé ahí tó quieto escuchándola, como cuando mi tía Nila cantaba en casa y yo, un mocoso de pocos años, la miraba embelesado. La putada fue que me quedé impávido justamente frente al libro "The Big Book of Boobs" y una señora que pillaba el ABC me miró con el mismo asco con el que imagino que mirará a los mendigos cada domingo, antes de soltarles 1 euro al entrar a misa de doce. Porque sí, oh señor mi señor, doy un euro porque eso de dar menos es de socialistas. 

No compré una mierda en el VIPs y volví a mi curro a seguir haciendo el paripé. Me convertí en follower de Alcanda y de Olivia con la grandísima e inútil certeza de que él era un ser musical inquieto y ella una señora negra muy cabreada, como la dueña del gato "Tomás" de Tom y Jerry. (nota mental: buscar un fotograma de la señora y hacerme una camiseta para cuando quede con mis amigos peterpanescos de casi 40 tacos y tripa horrorosa, que siguen saliendo a la calle con camisetas de "Heynena" o Mazinger Z).

Mi vida siguió su curso: corría por el Retiro, estuve a punto de tener perro (pero me eché atrás al imaginarlo flotando sobre el váter, como mi última mascota), un amigo más anunció que se casaba, otro confirmó que había dejado su adicción a la marihuana y que en su lugar había abrazado la afición de apuntarse como invitado a cuanta boda se realizase a su alrededor, cambié de peinado, entendí la canción "Me Voy a Quitar de Enmedio" de Vicente Fernández y "Mother" de Pink Floyd; y me compré una sudadera del Atlético de Madrid (la original, no esa mierda para canis que regala el diario As).
Una tarde de esas en que utópicamente me empeño en que la gente de twitter tiene cosas guays que decir, me metí a leer y grande fue mi sorpresa cuando vi que Olivia, esa señora negra cabreada, no había escrito una mierda en su TimeLine (please, pronúnciese "Taimlain"). Obviamente, mención incluida, lancé un tweet de queja.

No sólo me respondió, si no que además, la pobre estaría tan cansada de escribir canciones, que se convirtió en uno de los 4 followers que tengo, que no son spam. Empezamos a escribirnos y descubrí dos cosas: que al parecer había en twitter alguien que puede odiar al mundo y molar un poco más que yo, y que además no era una señora negra con medias caídas que perseguía a su gato por debajo de los sofás, si no una chica de Cáceres de mirada más sincera que la producción de sus discos.
Confieso que nunca la he visto en persona, pero tengo en casa una crema del mercadona que me pidió una tarde y ella una navaja de Albacete con una misteriosa inscripción grabada; ambos regalos se intercambiarán en algún bar de viejos madrileños cuando llegue el frío y nuestros pocos amigos tengan menos ganas de vernos. Entonces, quedaremos en cualquier sitio con cabezas de gamba por el suelo y le diré, hola, mucho gusto, soy la hormiga nihilista a la que alguna noche le has regalado una sonrisa antes de dormir. Seguramente me dará un guitarrazo, me hará una foto y subirá mi cara ensangrentada a su cuenta de Instagram.

lunes, agosto 26, 2013

Are Made Of This

Y cuando me despierte esta noche, tras mi pesadilla de turno, pensaré en ti. Lo sé porque siempre es igual. Tanto, que ya mis pesadillas me asustan menos que el momento ese en que veo, deslumbrado, el reloj del móvil, y pienso que a ver cuanto tardo en volver a dormirme mientras me acuerdo de lo mucho que te jodía ayudarme a dormir.

Normalmente me decías que mis miedos raros eran eso, raros, y por eso infundados. Que me metía mucho peso en los hombros y por eso ya ni siquiera podía disfrutar, por decir algo, de esos terrores nocturnos que hicieron ricos a los productores de las pelis de Freddy. Me reía entonces y, mientras jugabas con mi pelo, me dormía igual de acojonado. No por volver a soñar algo malo, sino por despertarme y ver que la realidad era peor. Porque ya sabes que no hay mamífero más pesimista que un limeño. Y si, como yo, es del puerto, pues peor.

Recuerdo con especial cariño los sueños en los que me pierdo en una ciudad que conozco. Entonced me paso media noche preguntando a los transeúntes qué autobus, metro o escalera tomar para llegar a mi destino. Destino que normalmente tiene una hora de ingreso y un castigo por no cumplirla: llámase universidad, trabajo, o cita con alguien importante. Entonces mi pequeña odisea me lleva siempre por el camino incorrecto, por calles o pasajes que se repiten hasta llevarme a un sensación de angustia tal que termina por despertarme a las 4 de la mañana.

Pero ahora el pelo se queda desacariciado.

No sé si existe esa palabra, ni me importa. Lo que busco en verdad es una forma de poder despertar tranquilo. Porque últimamente lo hago cabreado. Sí, sé que me dirías que es de tontos del culo buscarse preocupaciones gratis, cuando hay gente, como tú por ejemplo, que no tiene mi suerte y no cuenta con un trabajo fijo que le asegura, al menos por ahora, poder pagar las facturas a fin de mes. Me dirías que soy un egoísta por no preocuparme por tus problemas reales y darle demasiada atención a mis temores imaginarios. Que soy un ansia viva por creer que mis jefes me odian por ser un impostor en todo. Entonces, bebería agua, y te seguiría escuchando ya sin verte.

Me darías, también tú, la espalda, y pensaría yo que para estar así, mejor estar solo. Que una relación en que ninguno puede ayudar al otro, no es una relación, sino una pesadilla eterna. Y me dormiría one more time sólo para soñar que te ibas y que yo te buscaba como un loco porque te echaba de menos, y en el sueño veía que pasaban días y noches y yo no dormía porque eras tú Morfeo y la única que adormecía mis miedos. Y en la búsqueda inútil, en un anochecer de los muchos, un indigente me regalaría una radio y sobre su cabeza aparecería un bocadillo en plan comic con el mensaje "a mi me sirve escuchar a otros, para dormir".

Y despierto, y mis miedos siguen allí. Alguien me llama no sé desde donde. Mi pelo está revuelto y los dos son mis lados de la cama. La radio se enciende y bebo agua. Son las 4 y me busco porque ya no vas a estar, y me aburro también de mis chorradas, las escribo en un cartón y como sé que mañana tampoco habrá salida cierro los ojos para prepararme a entrar en ese laberinto de cada noche y volver a subirse al bus incorrecto, la escalera equivocada.

¿El pelo? Mola un montón, y ya llegará alguien que lo quiera acariciar, tú por eso, no pierdas el sueño.

lunes, agosto 05, 2013

Dr. Robert

Pepe iba a 100 por hora en una calle de 70. Tomy a su lado gritaba speedico que sí, huevón, que son nuestras, huevón, que síguelas, que han doblado a la derecha en la esquina de Guisse. Yo, tirado en el asiento trasero del toyota coupé blanco, me aburría como una ostra. Y sí, me había metido por la nariz lo mismo que ellos, en Lima, de noche, al lado del puerto; pero ni con esas conseguía sentir todas esas cosas que mis amigos decían sentir. Te sientes como Superman decían, invencible, juraban, pero yo seguía hasta los cojones de tanta estupidez y lo único que me motivaba era que estábamos yendo a la fiesta a la que nos acaban de invitar las hijas del alcalde. A las que por cierto, habíamos perdido mucho antes del cruce con Guisse.
Esa noche, terminamos los tres comiendo sandwichs de pollo en un puesto ambulante, repleto de borrachos.

En la facultad, era casi imposible estudiar para todos los examenes. Algunos, como yo, usaban la técnica del endoscopio: estudio para uno y en dos, copio. Pero no siempre resultaba. Había días en que amanecías más cagon que de costumbre y ese papelito que te habías metido en los huevos se quedaba ahí hasta el final del día. A veces más, porque no fue raro el momento en que semanas después de haberlos lavado, mis calzoncillos dejaban caer de esa rendija inútil que tienen los boxers, las respuestas del examen pasado. Por eso, cuando la chica de Química me dijo que esas pastillas de cafeína me mantendrían despierto para estudiar sin cansarme y que al día siguiente, el del examen, estaría fresquísimo como una lechuga (quien haya inventado esa frase no ha visto la lechuga que tengo en la nevera, by the way). Mentira. Me las tomé, estudié, aprendí y me dormí en mi mesa hasta las seis de la tarde del día siguiente. Derrotado, me fui a ver el Planeta de Los Simios de Tim Burton y me tiré a una amiga de mi hermano, que se empeñó en acompañarme. Llamadme romántico.

Hablando de eso, cuando María, mil años después y ya en Madrid. Moratalaz, para ser exactos, propuso que fumásemos marihuana antes de follar, a mi ya como que me daba mala espina. No me hacen efecto las drogas, le advertí, pero ella dijo que sí, que su camello era de Algeciras y eso era como el Silicon Valley de la mierda buena. Gentleman, donde los haya, y porque pasaba de volverme a casa con el calentón, accedí. Ella bailaba con los ojos cerrados y todo, en el salón de su casa, y yo, ya satisfecho sólo pensaba en pirarme a la mía. Me preguntó si había sentido y algo y le dije que no, que nada. Insistió diciendo que sí, que los cuerpos se sentían super conectados y con la yerba eso aumentaba al mil por cien, pero yo asentía y de refilón miraba mi móvil y mis llaves de casa. Lo notó, paró de golpe y, como ya os he contado anteriormente, me echó de su casa acusándome de haberla grabado por bluetooth (sic).

Por eso, creo firmemente eso que dicen que las drogas son malas. O al menos, todas las que han llegado a mis manos, lo han sido.

martes, julio 30, 2013

El Do de mi clarinete

Olivia me preguntó un día sin lluvia si yo sabía tocar algún instrumento, y claro, el clima seco no me dejó inventar y de mi boca sólo salió la verdad. Le conté, ya animado, parte de mi estéril carrera musical, ahorrándome, más por pereza que por pudor, la parte en que unas colegialas me encerraron en el aula de un colegio público, cual rock star de pueblo joven.

No sé si le dije que mi primer intento fue con un xilófono de plástico. De esos que tienen palitos que parecen super alfileres para hacerlos sonar. Al principio creí que se trataba de un juguete inofensivo, pero la ansiedad en los ojos de mi madre y el desangramiento interno evidente de mi padre me hizo sospechar que la cosa esa que había caído en mis manos no era más que uno más de los intentos de mamá por sensibilizarme (amariconarme, que diría papá) para que así olvidase mi afan por saltar contra las paredes, jugando cada día a dejar la marca de barro más alta en el verde pastel que adornaba todo.

Cuando mamá descubrió que el xilófono había mutado en un increíblemente cool refugio para soldados aliados e indios amigos suyos, se resignó por unos meses. Papá, feliz, me regaló una pelota de fútbol durísima que casi me deja cojo.


Mi segundo intento fue con mi tio el wannabe, que tenía un grupo de rock de medio pelo, al que nunca contrataba nadie y con cero sex appeal entre las chicas del barrio. Obviamente, moría por ser uno de ellos. Me esforcé a aprender a tocar la guitarra pero mis manos pequeñas me impedían lograr medio acorde en ese armatoste de madera que, Jorgito (bajista, bohemio, enano) manejaba con inaudita soltura diablesca. Agarrala así, decía, apreta acá, abundaba, déjalo correr y más sueltos los dedos, desesperaba. Un día, hasta la polla, le dije a Jorgito que pasaba de la guitarra, que lo mio era cantar. Me hicieron una prueba, dijeron que la había pasado con honores y nunca más me llamaron.


Ya en el cole, con adolescentes sudorosos y delincuentes en potencia, no se me ocurrió mejor idea para disimular mi aún no aceptada poca empatía con el populorum que apuntarme a la banda de música. Esos tíos eran los apestados, brother. El director de la banda, como Olivia, me preguntó que qué tocaba; le dije que nada, dijo que qué me gustaba y,señalando lo primero que vieron mis ojos, apunté a una trompeta. El primer día de ensayo me enseñaron cuatro notas, el segundo día las restantes, el tercero me dieron una partitura que no entendí, el cuarto me equivoqué de boquilla y cogí la del negro Zapata (enfermo de halitosis canina) y nada más tocar con mis labios el instrumento sentí como inmediatamente me salía una calentura en la boca del tamaño de un puño y vomité ahí mismo, en el cuarto de instrumentos.

Al quinto día ensayé con la banda, con una tarola de juguete. Instrumento con el que meses después desfilé por el barrio causándo la risa insolidaria de mis tios.

Mi último.intento fue en la Facultad, ya bien peinado y molón. La Kika llegó con su guitarra mal afinada y todos la tocábamos mal y nos la íbamos pasando para ensayar canciones que oíamos por la radio. Yo era el peor de todos, y, para colmo, descubrí que las cuerdas me hacían daño en los dedos. La Kika dijo que eso era normal, hasta que desarrollara callo y tal, cosa que en mi mente era inconcebible, así que un día, así sin más dije eso de "yo mejor canto, nomás". Y así obtuve mi primer aplauso individual. Mis amigos, público exigente donde lo haya, y obviando (por favor) el hecho de que estaban hasta el culo de vino barato, me felicitaron efusivamente tras cantar una canción megafácil como es "More Than Words" de Extreme. Yo, incrédulo, quise pedir el comodín del público y busqué al único especímen del sexo femenino que a esas horas aún pululaba por allí: la chica de las fotocopias. La arrastré y la metí al aula, donde mis amigos trataban de exprimir sin éxito la botella de vino. Siéntate porfa, le pedí, y ella alzó los hombros, me escuchó cantar, se levantó y antes de salir por la puerta se giró y me dijo "cantas bien, flaco". La Kika esto último no lo cree, pero es que estaba ya dormido sobre una mesa.

Cuando le dije a papá que había cantado en la universidad me dijo que sí, que bien, pero que si no aprobaba Estadística mejor que me fuera buscando un trabajo.

Ahora Olivia dice que le gusta lo que escribo, y hasta sugirió que haría una canción con mis párrafos. Si eso llega a pasar, puede que resulte que al final sí que tenía razón Jorgito, para que las notas salieran había que "apretar acá y dejarlo correr con los dedos más sueltos".


miércoles, julio 24, 2013

La humildad del derrotado

Yo, como todo peruano, tuve 15 minutos de mi vida en que fui rico. Y esa riqueza fue tan efímera que si se hubiera desarrollado en mis tiempos actuales seguramente habría durado menos que cualquiera de mis novias. El primer culpable de esa riqueza fue mi abuelo, un hombre suburbano de esos de antes, que al ver que su padre no lo había inscrito correctamente en el Registro Civil, no encontró mejor manera de expresar su venganza ante tamaña ofensa que ir él mismo y cambiarse el apellido por el más ridículo que encontró. Que sí, que con eso jodió al bisabuelo que se revuelca ahora en la tumba porque su legado murió de forma nocturna, pero también a nosotros que no sabemos cuál es nuestro apellido original y estamos condenados a llevar por siempre uno que, en nuestro país provoca la risa indisimulada.

Pero claro, al abuelo, eso le dió suerte.

Su genio con las manos lo convirtió en un mecánico de fama expansiva, y esas mismas manos le agenciaron también una serie de amigas a las que mi madre llamaba "el cardúmen". Yo conocí a algunas, pero eso fue hace mucho y no lo recuerdo. Me quedan olores más que imágenes, olores a cuero y gasolina, a señoras bien, a lavanda y juguetes de jebe nuevo. Lo malo, es que papá había desarrollado, de forma paralela a la riqueza del abuelo, un orgullo inútil que me impedía aprovechar cada una de las ventajas de tener un abuelo dadivoso. Que me regalaban coches de carrera, devuélvelos que ya te compraré yo unos, que me compraban un libro en reemplazo del que había perdido, castigado por perderlo y por recibir regalos, que el abuelo estaba hasta la polla y me daba pasta directamente, pues castigo triple con tirabuzón invertido y el dinero que volaba desde las manos de papá hasta la cara del abuelo que ni siquiera se molestaba en recogerlo y se limitaba a ver cómo su perro lo olisqueaba con curiosidad gatuna.

Como decía mamá, el orgullo de papá no era gratis. Costaba horas de trabajo que luego se convertían en lavadoras, teles, ropa y zapatos a medida para nosotros y neveras siempre llenas. Yo creía entonces que eso era normal y por eso cuando en el cole veía un niño con pantalones más largos de lo normal o zapatos viejos, creía simple o llanamente que eran niños a los que nadie quería. Corría yo por los parques seguro de que esa mariposa tenía que posarse sobre mi mano, que ese risueñor cantaba para mi familia y que esas manzanas bañadas en caramelo siempre estaban allí esperando a que a mi me dieran la gana de pedirle a mamá que me las comprara. Mis hermanos y yo íbamos a las fiestas como si todos los cumples fueran nuestros y, aunque yo prefería sentarme a leer a ponerme a bailar, sabía que si lo hacía la rompería. Porque, claro, había estudiado los pasos de Parchis en mi tele Westinghouse.

Hasta que un día, nos fuimos a la mierda. Sin darnos cuenta, como España.

Papá perdió el curro porque la fábrica quebró. En un principio creyó que se salvaría por ser accionista, hasta que descubrió con poca sorpresa que sus acciones habían perdido más valor que las tetas de la abuela. El abuelo, cansado de tantos desplantes, en un principio no quiso ayudarnos, pero luego, el pobre, ya no pudo. Se habían esfumado sus Packard, sus millones (gastados en alcohol y mujeres) y su talento. Pasamos de ser guays a normalitos, de personajes principales de Shakespeare a secundarios de Torcuato Luca de Tena.

Lo bueno de todo eso es que mamá (la más lista de todas, y pitonisa secreta) nos enseñó desde el día uno que nunca había que ir fardando. Por eso, cuando nos explotó la pobreza en la cara, nuestros amigos de siempre seguían allí sin apenas notar el cambio.

Pero claro, yo lo sé, aunque ellos no. Sé que, como todo peruano, tuve mis quince minutos en que fui rico y a veces, sentado con los míos en la piscina de mi casa y con un cerveza en la mano, recuerdo esa época con nostalgia. Y, of course, con mucha humildad.


martes, julio 09, 2013

Pourquoi Tu Fumes?

- Fumo cuando me lo estoy pasando bien.
- Como ahora, dices.

"Sí" respondo, mientras la veo curiosar entre mis libros. Conecta su Iphone a mi cadena de música y los altavoces escupen a The Cure, que ella baila con los ojos cerrados. Calada larga, ceño fruncido y humo fuera. Ella sigue bailando rico mientras el gordo cantante habla de enamorarse un viernes. Su pelo largo le cae sobre los hombros y se limpia un mechón de la cara antes de ponerse un pitillo entre los labios y volver a bombardearme a preguntas.

- ¿Desde cuando entonces?
- No sé si cuenta, pero mis padres nunca fumaban en casa. Yo veía fotos suyas de más jóvenes y, al menos allí papá siempre estaba fumando - calada suave, hablo expulsando un poco de humo, toso-, mamá decía que lo hacía por parecerse a Robert Redford. Y no sé si fue porque me lo repitió mil veces, pero al final terminé por ver a mi padre idéntico al actor ese en cada una de sus fotos.
- Flipao.
- Ya. Mi madre, que está pa allá. Le mola inventarse historias. El caso es que en casa nunca fumaban, predicaban con el ejemplo y siempre me decían que fumar era malo. Casi un pecado. Un día me encontré un cigarro en la  calle y jugué al Clint Eastwood con él en los labios, más o menos como lo tienes tu ahora, pero sin tetas.
- Payaso - clic de mechero, mirada killer bajo el mechón dorado, llama exacta para encender el vicio - et alors?
- Na. Que mamá me encontró en la calle con el cigarro en la boca y me lo voló de un bofetón que en algunos países provocaría la excomulgación. Si me hubiera encontrado papá, habría sido diferente. Él me habría soltado un sermón mirándome a los ojos con esa mirada de serpiente que de sólo recordarla me acojono entero.
Recuerdo que lo seguía - le susurro, mientras la recibo a mi lado rodeandola con mi brazo- al local en el que se reunía con los otros jugadores del club de fútbol de mi abuelo..
- ¿Qué club?
- Uno que fundó mi abuelo, pero esa es otra historia. El caso es que papá siempre estaba allí, jugando al billar o a las cartas, con un Ducal en la boca y un vaso de cerveza siempre lleno. Entrar allí era como ser indestructible. Todos sabían quién era yo y me daban chocolates, dinero y a veces hasta me dejaban ver la baraja de mujeres desnudas. Las sillas de cuero olían a sudor y a tabaco, a alcohol.

Me mira mientras deja su cigarro casi muerto en el cenicero mierder que alguien olvidó en casa. Estira sus piernas infinitas sobre el cristal de la mesa y pregunta que entonces, si me gusta tanto el olor a humo, cómo es ue nunca dejo fumar a nadie en casa.

- Eso no es verdad - respondo- tú estás fumando, rubia. Y no te he mandado a la cocina.
- Ya, pero es porque tengo tetas. Apuesto a que nadie que no use un 95 de copa de mínimo puede siquiera tocar este mechero.
- Lo tengo para el incienso del baño.
- Arrête, 'tit con. Sabes a qué me refiero - me suelta, y me clava un beso lleno de humo.  Su Ipod salta de The Cure a Alanis y yo, ya con los ojos rojísimos, sigo dándole la chapa.


- Mis abuelos tampoco fumaban, cuando estaba yo quiero decir. Los imagino sentados un día en una de sus reuniones con el alcalde, bebiendo pisco del caro y decidiendo que por el bien del nietogénito era mejor dejar los puros para esas noches de farra. Muy bien compadre, sea pues. Apretón de manos de los de antes, de los que valían y  Lima, 1976, Regístrese Comuníquese y Archívese.
- Putain! Estás fumadísimo!
- Que va! Esta mierda sólo me tiñe los ojos de alegría falsa ma chèrie,  por dentro no siento nada. Soy peruano ¿recuerdas? Nacemos con anticuerpos para los alucinógenos. Siglos de antepasados masticando coca como si fuera trident hierbabuena.

Su Ipod de mierda se queda sin batería y aprovecho para poner algo de mi música y recuperar un poco de poder territorial en la que, si no recuerdo mal, aún es mi casa. En un principio no me decido entre Queen y Red Hot Chilli Peppers. Pero entonces recuerdo que no tengo nada de los californianos y dejo que Freddie cante. Genio.

- En mi casa en cambio, fumaban todos. Hasta el perro creo.
- Mi abuelo hizo fumar a su perro un dïa, cuando yo ya tenía diez años. Entonces dejaron de fingir y ya no jugaban al abuelo engreidor. Uno se reveló como un mujeriego empedernido y el otro, también. Eran como dice Kundera que debe ser un mujeriego, uno enamorándose de muchas y el otro siempre de la misma.
- Comment?
- Sí, todas sus amantes eran parecidad entre ellas. Yo a veces me confundía y llamaba a una por el nombre de la anterior. Mi abuelo se partía el culo.
- ¿Cómo me llamo?
- Nadia.
- Bien - dijo, y se levantó del sofá. Se quitó la camiseta que llevaba con la cara de Jonny Depp y me la tiró a la cara- ¿qué disco usas para follar? - me soltó, sonriendo.
- El que quieras. Dije, y me alegré en silencio cuando escogió uno de The Who.

Se me acercó leonina, me quitó el poco cigarro que me quedaba en la boca me soltó una bocanada de humo entre los labios y me susurró un "arrete de fumer" que me dibujó para siempre una baraja entera dentro de los párpados.

miércoles, mayo 30, 2012

Son of a Gun



Me complace informaros que mi recuperación va viento en popa. Las medidas de seguridad y de contingencia adoptadas a mi proceso de inmolación personal florecen sin pausa. Y sin prisa. Hace dos semanas estuve de barbacoa en Toledo con amigos de mi hermano que me acogieron de buena gana. Me enseñaron su casa, me dieron de comer, de beber buen vino, luego fuimos a un festival de baile y aplaudimos las intervenciones buenas y pifiamos las malas. En ningún momento de este primer contacto social, me preguntaron cuánto ganaba o en qué universidad había estudiado. Sentado al sol y agradeciendo a belzebú no haberme hecho alérgico comía morcilla casera mientras una amiga de mi hermano se columpiaba en una mecedora atada a un árbol. 
Volvimos a Madrid cansados pero contentos, casi a medianoche del domingo y al despertar tenía un par de solicitudes de amistad nuevas en facebook. Todas de tías cuyo culo es más bonito que vuestras caras, fijo.

Al día siguiente, reventado aún, escribí a Cris para saber cómo le había ido con lo del nuevo piso. Chateamos un rato por whatsapp y quedamos en vernos esa tarde. Sentado en una terraza al lado de la estación de Atocha le conté a mi amiga los cambios que había hecho recientemente in my life y ella, Brugal en mano, asentía de forma aprobatoria. No creas que no siento nostalgia, confesé, pero es la que sientes por comer chicle. Nos despollamos ensemble y hablamos de su parking, del mío, de su piscina en Pozuelo y de la mía en casa, de su novio, de mis amigas, de comprar una bici y dar vueltas por los parques. Llegó Bea con bolsas del Zara. Le dije que la camiseta que había comprado era de señora y me pegó suavecito, como hace siempre. Volví a casa en metro, nadie me llamó cutre por hacerlo.

Como odio los martes, busqué algo que hacer y ese algo fue ir a renovar mi pack mensual de libros a la biblioteca. Yulia me había recomendado a Michel Houellebecq, en especial su libro "El mapa y el territorio". Yulia es una amiga virtual a la que le tengo una fé especial y lo que ella me recomienda va a misa, normalmente. Encontré toda la bibliografía del francés, menos ese libro, así que pillé "Ampliación del campo de batalla" que hablaba de un informático que estaba cansado de su trabajo y de la gente que trabajaba con él. No sé porqué. Además de un libro de Lobo Antunes y otro de Philip Roth. Se lo conté a Yulia por whatsapp y después de googlear el libro me dio su aprobación. Me puse un disco de Olivia Ruiz y me leí los dos primeros capítulos. Silvia me llamó para quedar al día siguiente. Le dije que no podía, porque tenía que comprar un regalo para Noelia. Era verdad, quedamos para vernos el viernes.

Noelia es muy arriesgada. Y lo es porque no importa lo que lleve encima, es una de esas personas a las que todo les sienta bien. Incluso si va con tacones, leggings y un blazer azul marino con gorro marinero a juego. Entonces, necesitaba tiempo para buscar el regalo. Ella quería unas Vans negras, pero yo terminé en una feria de artesanía buscando algo más original. Me compré una pulsera de huayruros contra el mal de ojo, una de calaveras turquesas para atraer el mal de ojo, unas Persol Steve McQueen en una óptica cercana y a Noelia le pillé un collar de piedra luna que el feriante, amabilísimo, metió en una cajita muy chic. Volví a casa con mis gafas de sol nuevas, seguro de haberme distanciado de todos esos que llevan Ray-Ban, sólo por llevarlas.

El jueves me toqué las pelotas y me tragué casi toda la temporada 2 de Sons of Anarchy. Ahora me quiero comprar una Harley.

El viernes Silvia y yo quedamos en una terraza en el barrio. Ninguno de los dos piensa que es cutre hacerlo, no necesitamos estar siempre en Boggo o en el Lateral de Velázquez (que podemos, sí, sin problemas) para sentirnos gente. Pedimos dos tintos de verano cada uno, una ración buena de mejillones al vapor, tablas de quesos y chorizo al vino. No gastamos más de 20 pavos. Nos burlamos de sus ex compañeros de trabajo, todavía míos, y recordamos que habían quedado esa tarde para despedir a alguien. Pues mira que bien, dijimos. Ella es feliz en su nuevo curro, yo sigo buscando salir sin prisa pero sin pausa. Brindamos, y pensamos ambos en Susana que no se había podido unir a nosotros pero que pidió expresamente que la llamásemos la próxima vez. Hazlo tú, rogué, la última vez que la llamé yo me sugirió que me buscase una novia. Silvia prometió hacerlo.

Al día siguiente fue el cumple de Noelia. Pero eso, eso ya es otra historia.

lunes, abril 16, 2012

Sudamerican Psycho


Una mañana me levanté y decidí ser idiota. Me parecía la solución a todos mis problemas: con ello dejaría de pensar mucho, de evaluar situaciones, pros y contras y sopesar lo sopesable. Andaría por la viña del señor como los demás, sin preocuparme por las cosas y dejándome llevar por el torrente de catastróficas desdichas sin siquiera notarlas, como los caramelos que flotaban en el río de chocolate de Willy Wonka, o mejor, como el salmón noruego que nada feliz hacia la boca del oso. Atrás quedarían esas tardes filosofales con Miles Davis como soundtrack, en las que me revolvía en mi sofá de piel envejecida intentando reorganizar mi vida tras la hecatombe (que yo mismo provoqué, one more time, por pensar mucho) que supuso mi divorcio sin papeles. Recuerdo como si fuera ayer cuando, decidido a reorientar mi vida, con una taza de té inglés en la mano (of course) me planteé la salida de la auto-lobotomía.

Entonces, como aún no me curaba de mi dolencia, hice una lista de cosas que me podrían conducir al encefalograma plano y por consiguiente,a tener más amigos, salir más, conocer gente y ser tan feliz como ellos parecían ser. En el top de la lista apareció el Síndrome de Peter Pan, cuyo exponente más cercano era uno de mis amigos divorciados recientemente. Tenía cuarentaymuchos y se había hecho un perfil de Tuenti, estaba inscrito en bailes de salón nocturnos y salía de fiesta jueves, viernes y sábado a donde le invitaran. Sin filtros. Follaba siempre (o eso decía) y hasta había quedado con una piba en New York para ponerla mirando al Hudson. Que sí, que luego la piba esa era horrible,  pero al menos eso sólo lo sabíamos sus amigos más cercanos; a ojos de los demás, el pibe era un winner transoceánico. Y eso es lo que importa ¿no?

Como a ese ya lo tenía muy visto, apunté a otro ejemplar al que pegarme buscando la simbiosis. El paso uno de mi plan fue mimetizarme al máximo con ese individuo y dejé de leer libros escogidos al azar en la biblioteca (no vaya a ser que en mis charlas frente a un whisky barato se me escapara alguna cita de Wilde, y mi nuevo coetáneo me hiciera el vacío por ir de culto) y me instalé en el Iphone la app de MTV para ponerme siempre realitys tipo Jersey Shore. Empecé a desarrollar jaquecas, sí, pero mi nuevo amigo se sentía cómodo en mi presencia. El plan iba viento en popa y cada vez más mis salidas sin sentido fueron siendo más frecuentes. Me invitaban a todo y yo decía que sí. Que hay una fiesta en casa de un tío al que no conozco: yo iba y hablaba de Gran Hermano, fútbol y la música de Pitbull con la seguridad de un tertuliano. Que había una despedida de una bataclana en ciernes a la que yo ya había descartado de mi álbum de cromos, iba, tras terminar de cenar con mis amigos y pasando de frases tipo "Italia está gobernada por tecnócratas, como Cibertron por los Decepticons" a "Vaya temazoooo uuuuuuu". (Acepto que en ese momento reculé, al ver a un becario quedarse dormido en el jardín de la clínica Ruber, cuando ni siquiera era medianoche, pero mi plan era uno y ya no me podía echar para atrás. Acojonado, volví a entrar en el Doblón y aún con la certeza del daño posterior, me pedí un Johnnie Walker con coca cola, como quien dice en un restaurante mexicano de mala muerte: "sí, échame chile, que yo controlo".)

Las resacas de garrafón eran tremendas y me hicieron descubrir algo que jamás había experimentado (ni siquiera al beber una botella completa de whisky de 12 años, junto a mi hermano y mi tío, el ingeniero): la depresión post-party. Tirado en mi cama y temblando de miedo pensaba en las cosas que había dejado atrás, todas esas caminatas fructificantes en el Retiro, esos cafés con buena conversación, esas películas en el Instituto Francés, las tardes en el Thyssen. En fin, mi vida anterior ya no existía, pero tampoco la soledad del ente exclusivo. Ahora yo era muchos y todos mis nuevos amigos decían que eso era normal. Que de eso se trataba la vida, que había que beber sin desenfreno y pagando precios exorbitados por esa felicidad sociable. Mi cara era un poema los viernes por la mañana y mi cuenta corriente mostraba los signos de delgadez del buen soltero derrochador. Mi nevera pasó de tener verduras frescas a Aquarius y comencé a cenar arroz con atún de lo cansado que estaba a diario. Mis noches de cenas con amigos tipo suplemento dominical de El País ya eran historia. Eso no era guay, era de viejos. Lo "In" es quedar fuera y gastarse el dinero que no tienes en restaurantes con lucecitas violetas para luego beberte algo en un bar a juego. ¡Oh, qué feliz era!

Y digo "era" porque mi dicha se ha acabado. La careta se me cayó y mis antiguos amigos me han descubierto. No sé si fue porque alguno encontró este blog de escritos espasmódicos, o si en alguna noche de juerga en Huertas mi complejo de listillo quedó al descubierto en medio de esa sencillez suya que yo tanto añoraba. Nunca lo sabré, pero la cronología fue más o menos así:
  • Dejé de ir a una cena, porque echaban una película genial en el canal Plus (dije que "había quedado", total, a Iván siempre le funcionaba esa excusa), al viernes siguiente hubo otra y la que suele organizarlas pasó de invitarme. Meses después me enteré que la cena era para presentarnos a su nuevo novio, del cual estaba orgullosa hasta el paroxismo. Aunque ella no supiese lo que significaba esa palabra.
  • Volví a leer libros de Chesterton y a ver películas de Lars Von Trier.
  • Asistí a un cumpleaños y me fui a los 20 minutos. Prometí a uno de los asistentes indicarle mi posición para que se me uniera, pero la cobertura era mala y mi mensaje le llegó dos horas después. Esa noche bebí un whisky bueno, en un sitio bueno, pero cuando vi que la compañía era mejorable en gran medida por la idea de volver a casa me despedí de todos como un gentleman y me fui (sospecho que aquí se gestó de verdad mi muerte, tenía que haberme largado como un patán, que eso está mucho mejor visto).
  • Desempolvé mis discos de jazz. Recordé la diferencia entre Ella Fitzgerald y Nina Simone y lo que es peor: lo comentaba.
  • Asistí a un brunch, propuesto por una amiga. Y a petición suya, invité a un tercero. La conversación pasó de fútil a agresiva cuando el tercero empezó a atacarme más de la cuenta. Mi gesto cambió y sentí vergüenza ajena sobretodo por cómo le miraban los de la mesa de al lado, que incómodos ante la sarta de palabrotas por segundo, dejaron su brunch a medio terminar y se llevaron a sus niños a un lugar mejor. 
Entonces, me hundí. Volví a casa en metro comentando con mi amiga el incidente. Usando palabras adultas y sin grado de alcohol en la sangre. Me tumbé en mi sillón y, pensé que ese tipo de amistad no me gustaba. Eché de menos a Susana, agradecí haber conocido a Dario y valoré, como nunca a Arturo y a Sol. Como un autómata, abrí un libro de Sartre y leí " Exister, c'est être , simplement". Sonreí, me serví una copa de vino y bloqueé en el Whatsapp a aquellos que ya no me servían. Llamé un amigo de verdad, le conté todo y me espetó una verdad como un puño: "no puedes cambiar lo que eres, si vas de tonto, tarde o temprano te descubrirás". Ese hijo de la grandísima puta (perdón por el exhabrupto, son rezagos de mis compañías pasadas) tenía razón, y di entonces el experimento por terminado. Podéis contar conmigo para la próxima Noche en Blanco.

miércoles, enero 18, 2012

Sexy Back MF


¿Hasta cuánto puede durar el hastalapollismo?¿No te lo has preguntado? Apuesto a que no. Sigues con tu vida de siempre y el momento ese en que dijiste para tus adentros "estoy hasta la polla" ya es un recuerdo borroso. Como la tía con la que te enrollaste en La Latina y te trajiste a casa y al día siguiente la hacía eterna para largarse. O sea, vete. Le diste un último meneo y un zumo de naranjas recién exprimidas y le dijiste sí, te llamaré, pero cuando se metió al metro como un topo cogiste el Iphone y Contactos, últimos en agregar, eliminar. Verde. Vuelta a casa y sigo durmiendo a pierna suelta ahora que esta pesada ya no existe más. Qué fácil es eliminar gente. Casi tanto como en el facebook. Bye, darling.

Pero nunca te das cuenta de que eres un zombie. Bajas las escaleras del metro por la izquierda porque todos lo hacen. Prueba un día a bajar por la derecha, cogido del pasamanos, y verás que al llegar al andén están allí aquellos que pasaron cagando leches a tu lado. Perdona, perdona, y al final están allí, mirando como tú el letrerito rojo que pone "4 minutos" y también sienten el calor de los túneles. Al subir al vagón, no creas que no, mequetrefe, ellos también sienten ascazo de que tú les roces con tu codo. Porque todos creemos que los reposa brazos de los asientos son para uno mismo. Todos. Tú. La gorda que lee a Danielle Steel. El tío que lee el Marca. El trendy que tiene un i-book y va pasando con su dedito guay que arrastra como decía en el manual las páginas virtuales de ese PDF que se ha bajado de Internet. Tú, que vas de culto, lees a Sartre y no entiendes una mierda de la escena en que se tira a la casera, ni cuando acusan al Autodidacta en plena biblioteca de estar allí sólo para acosar jovencitos. No. No entiendes nada, pero queda guay dejar un libro de Sartre en tu mesa de trabajo, para que lo vean las Chonis del Call Center que han puesto cerca de ti. Loser. A ellas eso las impresiona igual que a un perro un cuadro de Van Gogh. Pero eso, tú no lo sabes, y sigues bebiendo tu té en tu taza del Starbuck, que, ya que estamos en plan sincero, es robada. Feel like a Sir, look like a Douchebag.

Y tu hastalapollismo sexy te ignora también, Modafucker, cuando llegas a casa. Con tu pisito cool con sofás de piel y sillones de piel, y guantes de piel, y chaquetas de piel, y en la cama no tienes ahora quién te erice la piel. Entonces, mientras cueces tu pasta italiana y te aplicas una mascarilla anti-age llamas a la tía que te gusta, pero que tú no sabes que te gusta y fuiste tan idiota de dejar que se fuese sola la noche del concierto porque tú, imbécil, al día siguiente tenías partido con tus amigotes. Sí, la llamas, pero no te lo coje y entonces le mandas un wasap. Que eso mola más, es como decir: tengo pasta para tener internet en el teléfono; pero en realidad dice: soy un cutre y no quiero gastar en SMS. Gilipollez level @M. 40 euros al mes más IVA. La vida son esos segundos que tarda en aparecer la segunda rayita verde del wasap. Sí, lo ha leído, pero no contesta. Piensas que pasa de ti, pero en realidad igual está, como tú, cagando y piensa que no es el momento. Entonces, para distraerte, te metes a tus feeds de Google, esos donde salen fotos de ropa que nunca tendrás, coches que no podrás comprarte, casas en las que jamás vivirás y tías que no te follarás a menos que te reencarnes en Ryan Gosling. Y cuando estás en lo mejor de tu inconmensurable lectura, ella responde tu wasap. Una hora más tarde de charla inútil pasa de salir contigo one more time, y entonces empiezas a entender un poco a Sartre. Y a Carver. Y a Pahlaniuk. Añoras los días en que sólo leías a Vargas Llosa. Te inventas que vas a ver una peli y cortas la conversación. Te quitas la mascarilla anti-age, te tumbas en tu cama anti-sex y te duermes para soñar cosas anti-reality.

Y al despertar ya no estás hastalapolla. No, ahora te unes a la cadena de producción con la sonrisa Black Hole Sun, sin dudar. Te pones música de David Guetta en el Ipod y les dices a los idiotas del trabajo que sí, que vas al tablao flamenco con ellos. Ignoras a tu ángel del hombro derecho que te dice que no vayas, que son retardeds y que esa gente sabe de flamenco lo que tú sabes de ballet. Te repites que quieres ser un animal social, que ya estuvo bien de ser águila y que igual mola más ser borrego. Comes con gente y hablas de fútbol, de ropa y de los rollos en horario laboral. Te inventas que te has follado a tres ex becarias y, misteriosamente, te creen. Dices que vuelas una vez al mes a New York y se lo tragan. Sueltas que coleccionas las fotos de las tías en pelotas que sale en la última página del As y aplauden. Miras a tu único amigo real de la mesa y cuando los demás están distraídos le susurras "copas en mi casa, este finde" y él asiente como si estuvieseis planeando huir de Alcatraz. Recoges tu bandeja, la dejas en el carrito que hay para eso, sales por la puerta, los fumetas dicen que salen al frío de pelotas a fumar, preguntan si vienes. Obviamente dices que sí, porque ya dominas tu hastalapollismo. Uno te pregunta si tu camisa es de Zara, pero a tanto no llegas en tu liar level, y dices que no, que es de Gant.