Cuando mi doctora me confirmó que ella tampoco podía hacer nada, y que, además, se iba de puente (la muy zorra) llamé a mi tía. En veinte minutos estaba en su casa, sentado en su terraza y recibiendo de su mano unas gotas de veterinario que debía ponerme una sola vez al día. No sé, le dije, esto está mu chungo, creo que voy a usarlas, por lo menos mañana, tarde y noche. Me dijo que yo mismo con mi mecanismo, pero que, eso sí, llegara a casa y descansara los ojos al máximo, que los cerrara todo el tiempo posible y si me dormía...pues que me durmiese. Volví esuchando a Technotronic, y fue lo único que hizo que no me matara en la A-3, ciego de legañas como iba.
Ya en casa bajé todas las persianas. Me quedé en calzoncillos y en un segundo mi vida pasó a ser una escena de Drácula. Me tiré en la cama y puse música en Internet, usando un playlist que había preparado antes. Random On. La primera canción, de golpe, me hizo recordar a ti, a esos paseos eternos, a las peleas estúpidas, a nuestra despedida que no fue despedida hasta que dejamos de vernos sin querer, a lo simple que se vuelve un recuerdo cuando ya no duele. Luis Miguel cantaba y antes de dormirme, subí la canción al facebook, sin dedicatorias. Porque luego te pones a llorar, y no es plan.
Al despertar, eran ya las once de la noche. Me eche dos gotas de caballo en cada ojo y sentí como si me hubiese echado LSD. Las pupilas se dilataron al máximo y fuera, en la calle, el ruido de la gente parecía multiplicado al escucharlo sin asociarlo a imagen alguna. A tientas, cogí un disco de Nirvana y recordé que meses atrás me había comprado unos Sennheiser por los que pagué alrededor de 100 pavos y que sólo había usado en mi viaje a Sevilla. Me tiré en el sofá y las guitarras de Kurt me cabrearon con el mundo, las enfermedades, el polen y su puta madre. Puse en el facebook, I feel stupid, and contagious, y me dormí feliz.
Al día siguiente, vi que las gotas de caballo habían empezado a funcionar, ahora el progreso de la hinchazón en mis ojos era parejo y tenía los dos como si hubiese llorado durante una semana. Parecía un chino malo de película de Bruce Lee y después de desayunar e intentar (en vano) ver algo de tele sin cansarme, volví a cerrar los ojos y enchufarme a los Sennheiser, que empezaban a valer lo que costaron. Momento Sanz, pensé, y puse el Tren de los Momentos sólo para recordar a Vero y a la canción que le grabé una tarde que su jefa le dio por culo más de lo normal. Ven que no voy a cambiarte... Qué tiempos.
Las horas pasan más rápido cuando no haces nada, me dije, y seguí con mi rutina musical y evocadora. Busqué el soundtrack de Once, una película que Susana me había prestado sin que yo se lo pidiese y que me encantó desde el minuto uno. La gente nunca acierta con los regalos que me hace, pero esta tía me caló desde el primer instante y eso me ha sorprendido gratamente. Con los ojos cerrados y escuchando la voz de la cantante, recuerdo la escena del piano, a media luz, y me enternezco de nuevo viendo llorar a la chica checa por un amor lejano. que cree que no va a volver. Escucho el disco completo, dos veces.
La progresión lenta de mi curación no hacía mucha gracia a mi jefe, que me llamaba cada vez que podía para que conteste mails a Francia. No sé si lo hace para comprobar que no estoy en Valencia, con un mojito en la mano, frente al mar mediterraneo de mierda que no tiene olas ni nada y siempre está caliente, como si alguien se hubiese meado dentro, o por que simple y llanamente, es gilipollas y no sabe lo que significa "estar de baja". Salgo a la farmacia escondido tras mis gafas oscuras, y me acompaña Enrique Iglesias. Como es de esperar, mi jefe llama, le digo "estoy en el hospital" y le cuelgo. No vuelve a intentarlo. De vuelta en casa llamo a Laura para calmarme. Siempre funciona, es como un antídoto contra la mala leche en un botella de 10 ml. Le canto "Hero" en un arranque de estupidez, y lo más raro es que le gusta.
La última mañana de rojura, me entusiasma ver que mis ojos empiezan a dejar de sentir vergüenza de si mismos. Feliz, veo que, durante El Corpus Christi, mi corpus ha perdido masa muscular y me digo que no, no, que eso no puede ser. Pongo un disco de Bunbury y me dejo caer hacia adelante para hacer 100 flexiones mientras el maño canta "El Club de los Imposibles". Pienso, mientras decido hacer también abdominales, que quizá no es buena idea ir a New York, que ¿pa' qué? Que sí, que allí viven todos mis amigos de la infancia, pero que igual al ver el capullo en que me he convertido me meten en una bolsa de Gap y me tiran al Hudson en alguna orilla de New Jersey. Tirado sobre mi suelo de parquet, cansado, susurro, 'Wow, moriría como un personaje de Los Soprano".
Mamá llama. También Julio, Laura y Susana. Marie-Flore me dice por el chat que sorry, que tuvo mucho trabajo y por eso no llamó, que vuelva pronto y deje de hacer el grosse feignasse. Mis amigos italianos me dejan mensajes en el facebook deseando pronta recuperación, y otro me pide que, en cuanto me cure, lo llame para tomarnos unas cañas. Llega la última noche de conjuntivitis severa, y agradeciendo a quien sea por las gotas de mi tía, pongo un disco de Ricky Martin. Canto varias canciones, con fuerza y rabia, pues hablan de amores rotos y malagradecidos. Pero, casi al final, suena una canción que me hace pensar que, aunque he pasado días oscuros y en reclusión, aunque soy un capullo integral que asustó para siempre a las únicas dos mujeres que me han querido de verdad, aún existe gente en el mundo que (incomprensiblemente) piensa en mi. Y eso, es de agradecer.
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