miércoles, junio 02, 2010

Scrubs


Estoy hasta los cojones de estar enfermo. Todo iba bien, e incluso el viernes cené con Vero (y planté a Marie-Flore) a la que no veía hace más de dos años. Nos la pasamos genial, hablando de nuestras cosas, miedos, alegrías, tristezas, como si el tiempo no hubiese pasado y aquella taberna de Huertas fuese el buffet chino en el que solíamos comer tiempo atrás antes que las vaquillas de la vida nos pasasen por encima. Cuando nos despedimos, y la vi subir a su Peugeot, sentí una picazón extraña en el ojo izquierdo, que, por miedo, preferí ignorar. ¿Vas bien? me preguntó, guapísima y tierna, sí, sí, contesté y bajé la calle Atocha a pie.

Al día siguiente, la conjuntivitis había vuelto. Me cagué en todo y, furioso, me senté en calzoncillos en mi sofá, dispuesto a no comer nada e ignorar al mundo y su karma que parecían haberse ensañado conmigo. Así pasé el fin de semana: viendo pelis, me cansaba, leyendo, me cansaba, gotas, me dormía, me despertaba, más gotas, una serie, me cansaba, internet, gotas, Vettel que se sale de la carrera one more time. Gotas, siesta, ya llegará el lunes.
Cuando me vio mi doctora, empezó a rascarse el ojo, creo que por instinto. Me recetó otras gotas, más fuertes que las que venía usando y me mandó al hospital a que me viese un oftalmólogo.

Entonces, se me pusieron los huevos de corbata.

El Gregorio Marañon es un hospital universitario y no supe lo que eso significaba hasta que, en la puerta una jovencísima pelirroja me dijo que urgencias era entrando por la calle Ibiza, mientras apuraba un Marlboro. Seguí sus indicaciones y en admisión una mujer (que debería ser, con 40 años la más vieja del edificio) me pidió mi nombre, mi DNI, mi teléfono, mi dirección, mi código postal, mis alergias, mi signo del zodiaco y mi sabor de helado favorito. Le dije que no me gustaba el helado, y, por si acaso, tampoco el yogurt.

- Sientese por allí, ya le llaman - ordenó desde detrás de su cristal.

Quise abrir mi libro, pero la luz tenue, unida a mis ray-ban no ayudaban con la lectura. Una voz femenina gritó mi nombre y la seguí como Alicia seguía al conejo. Venía de detrás de una puerta y era de una quinceañera de bata verde que me preguntó que qué me pasaba. Me bajé un poco las gafas y aceptó barco. Otro para ojos, dijo, mientras me ponía en la muñeca una pulserita con mi nombre y pegaba una etiqueta verde a mi historial. Pensé, mientras la etiqueta no vaya atada al dedo gordo de mi pie, vamos bien, y me imaginé a Laura tocándose la cabeza como hace cada vez que hablo de la muerte.

- Sígueme por favor - dijo otra voz, y casi me caigo de espaldas.

Una morena me cogió del brazo y su cara era extrañamente familiar. Segundos después quise preguntarle "¿no estarías, tú, en la capea de Iván?" pero achaqué la asociación de imágenes a mi nerviosismo y me callé hasta que me sentó en una sala de espera acristalada con una puerta por cada lado. Un chica de ojos rojos me vio llegar con las ray-ban puestas y se puso sus gafas de mercadillo también, ante la reticencia de su madre que le susurró "¡que te las quites!, que si te las dejas puestas aquí dentro pareces Belén Esteban". La chica, como es normal, la ignoró por completo.

- Maria Pérez de Almodóvar - llamó alguien desde el lateral derecho, y no le respondió ni dios.

Me acomodé en la silla y descubrí, gracias a un panel que publiqué al instante en facebook, que la etiqueta verde de mi expediente significaba que yo, ojo rojo, era un paciente no prioritario. Seguí escuchando a Ramazzotti. Como compañeros de espera tenía a una señora mayor con vestido de flores, una pareja de jubilados, uno que parecía sacado de la serie Física o Química y la chica de las gafas de mercadillo. Intenté imaginar, en mi aburrimiento, por qué estarían ellos aquí. La pareja de jubilados venía por problemas de disfunción eréctil, la mujer del vestido de flores quería una receta mágica contra el estreñimiento, el chulito de la serie quería una baja para escaquearse del trabajo, y la de las gafas, obvio, venía por lo mismo que yo. Una rubia espectacular me sacó de mis cavilaciones.

- ¿Adolfo Pánfilo de todos los Santos? - preguntó, y su melena rubia se movía en cámara lenta.
- Soy yo - dijo el chulito, y escuchó, seguro, como cada movimiento de la doctora rubia iba acompañado de "Can't fight this feeling" - es que me caí de la bici y me duele la muñeca.
- Ok -dijo la rubia, y yo pensé: ¿cómo te puede quedar bien una bata verde? - paso su expediente a Traumatología, entonces. Espere aquí, por favor.
- Maria Pérez de Almodóvar - llamó la misma voz, esta vez desde el lateral izquierdo, con el mismo resultado - ¿no está? pues nada.

Varios minutos después, al fin alguien pronunció mi nombre. Seguí la voz one more time, y descubrí a una chica con uno de esos vestiditos veraniegos y una camiseta escotada que me esperaba en la puerta de un consultorio. Quise caminar a lo James Bond hasta llegar a ella, pero me tropecé con un tío que caminaba conectado a una sonda y casi nos caemos los dos al suelo.

- Tenga cuidado, por favor - me increpó la doctora y supe que la había perdido para siempre.

Dentro del consultorio, otro doctor que parecía menor que mi hermanito bailarín, revisaba con una máquina los ojos de otra paciente. La doctora me pidió que me sentase en la máquina de al lado.

- Ponga allí la barbilla y mire hacia la luz.
- Si, si...esto...no sé por qué me ha salido esto, si soy muy limpio.
- Ajá, mire hacia arriba ahora.
- Y además, me echo gotas siempre, desde lo de la operación láser ¿sabes? me costó dos mil euros...
- Ajá, mire hacia abajo ahora
- Y ya me había curado y...
- No hable por favor.
- Ok, miro hacia abajo - ¡Toma escote!, pensé.
- Vuelva a mirar hacia arriba.
- No quiero.
- ¿Cómo dice?
- Que sí, perdón, que miro pa' arriba.

Me echó unas cosas que hicieron que por unos segundos viese todo color violeta y después me pidió que quitara la cara de la máquina y la acompañase a su mesita llena de papeles de médico. Mientras escribía el reporte no pude evitar hablar.

- Sois todos muy jóvenes aquí.
- ¿Perdone?
- Sí, si. Que sois todos muy jóvenes. Parece un capítulo de "Scrubs". ¿Dónde está el negrito Scrubs?
- Ah - sonrisa, perfecta - pues nada. Seremos Scrubs, entonces.
- No, no, es bueno eso. Estoy harto de los doctores viejos...y feos.
- Qué majo.
- Asquerosamente.
- Bueno, ejem...es una conjuntivitis normal..blablabla...se irá sola...blablabla...no puede trabajar...

Salí de Scrubs sabiendo que no se me iba a caer el ojo y preguntándome cómo reaccionaría mi jefe al saber que no pasaría, al menos en una semana, por la oficina. Sonó el teléfono y vi en la pantalla que quien llamaba era mamá. Le dije que todo bien, que sí que iría a comer con ella, que sí, que iría con cuidado, que no, que cantaría canciones de Enrique Iglesias durante el trayecto, que si, que le llevaría a papá el libro de Roberto Saviano sobre la mafia napolitana. Cuando colgué y subí al autobús me pregunté dos cosas que hasta hoy no he podido responderme: ¿Cuándo se me quitará esta conjuntivitis de mierda? y ¿Volveré a ver el escote, color violeta, de la doctora Scrubs?


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