Nunca he ganado un campeonato. Ni de fútbol, ni de vóley, ni de canicas. Soy un perdedor nato por el simple hecho de que me aburre competir si la recompensa no es más que un trofeo. En cambio, dicen que gozo humillando al que alguna vez trató de burlarse de mi. Es que soy raro de cojones.
Nunca me he encontrado dinero. O sí, pero mamá me hizo devolverlo por más que le juraba que no conocía al dueño. Me deshice de ese fajo de billetes dándoselo a un sorprendido transeúnte que salió corriendo apenas lo tuvo en su poder, mientras mi vieja nos espiaba complacida. Fui millonario por dos horas.
Nunca creí en dios. Siempre pensé que si había alguien allí arriba que vigilaba nuestros actos, se había echado una siesta eterna o, simplemente, se había aburrido de nosotros como me aburría yo de mis mascotas veraniegas. Un día dije "dios no existe y si existiera, ya me habría destruído con un rayo. El cura me echó de la iglesia, pero antes me pidió que dejase la limosna.
Nunca me gustó estudiar. Cuando descubrí que con medio esfuerzo superaba a todos mis amiguitos del cole, dejé de leer los libros de texto y me sumergí en la literatura fantástica de García Márquez, Borges y Vargas Llosa. Aún así terminé el colegio como segundo de mi clase.
Nunca quise vivir en Perú. A veces soñaba con ser argentino, otras venezolano o gringo. Mis novias imaginarias eran Sabrina (bonaerense), Indira (de Caracas, pero padres iranís) o Shirley (no me importaba de donde, pero rubia y de ojos azules). Mis padres huyeron del país cuando pudieron y yo los seguí años después. Ahora, pienso en comprar un billete de vuelta para el verano.
Nunca he leído el Quijote. Ni el Ulises de Joyce. Ni Hamlet, completo. Pero he leído la Biblia y creo que los que la escribieron, hoy, no serían contratados ni siquiera como guionistas de un talk show. Su ficción hace aguas por todos lados, creer en dios tras leer la Biblia es como creer en Superman tras leer un cómic.
Nunca me he dormido cuando debía hacerlo. Me ha derrotado el sueño en autobuses, parques, misas, trenes y cagando. Pero jamás he conciliado el sueño en vuelos transoceánicos o tras despertar a las 5 de la mañana, después de una pesadilla. Jode que te cagas.
Nunca me he acostado con una pelirroja. Ni con una embarazada (que yo sepa). Ni con la hermana de mi novia. Ni con las novias de mis hermanos. Soy un tipo bastante soso para esas cosas y mi audacia se reduce a tirarme a la jefa de mi jefe, como una forma de vendetta personal. "Tú me das por culo, ella te da por culo a ti...y yo a ella", le dije en mi último día en la empresa. Fuck yeah!
Nunca he ido de putas. Mis amigos limeños eran asiduos visitantes de las chicas de la noche. Una vez me llevaron a traición y yo terminé hablando con una chica que me contó entre lágrimas que había llegado a la capital a estudiar enfermería, "no a chupar pingas". Me enterneció tanto que le regalé un chicle. La boca le olía a condón.
Nunca he esquiado. Por dos razones de peso: en Lima no hay nieve y soy un cobarde declarado. El hecho de ir bajando a gran velocidad armado sólo de dos esquis y unos palitos de mierda me produce la misma emoción que unas ardillas rabiosas mordiéndome las bolas. Eso sí, cada vez que voy al Decathlon me pruebo cascos, gafas botas y guantes. Y hago el imbécil por toda la sección nieve.
Nunca me han dicho que no más de tres veces a la misma pregunta. Pero es porque nunca pregunto más de dos.
Nunca me ha gustado beber del vaso de otro. Ni comer con su cuchara. Ni ponerme su ropa. Ni dormir en su cama. Ni ponerme sus cascos. Ni beber de su botella. Ni sentarme en su silla, segundos después. Entonces, ¿por qué mierda crees que me enrollaría con tu ex?
Nunca me enamoro por más de dos meses. La excepción que confirmó la regla desapareció y ahora vaga por Italia bajo el sol de la Toscana. En realidad hay otra excepción, pero es que yo soy raro de cojones.
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