viernes, octubre 25, 2013

Momento Lionel Richie

Comiendo con mis padres, siempre descubro que soy un ser normal y excesivamente sobrevalorado.  Lo raro es que haya tardado tanto en darme cuenta de lo constante de sus veredictos. Veredictos que, a su vez, se extienden siempre hacia el resto de los humanos por los que ellos sientan el mismo (o incluso un poco menos) cariño que por mí.

- Cuando llueve escribo mejor, o con más ganas - suelto, mientras esperamos a que llegue el café - Una tarde de ridícula lluvia le escribí a Gisela que la quería. Era mentira, claro, pero ella se lo creyó y estuvimos juntos casi un año. Me acompañaba, la fascinaba, así que todos felices. Pero en Lima llueve poco y mi escritura se secó.

Mamá siempre cree que lo yo piense es lo correcto, casi nunca me contradice y, en el peor de los casos, al ver que mi argumento es completamente ilógico y tiradísimo de los pelos (porque sospecho que eso alguna vez pasa por su cariñosa cabeza) la pobre se limita a ponerse triste. Eso me raya. Papá no, él siempre tiene la razón, y basa sus argumentos en un artículo que ha leído en El País, algo que vió en El Intermedio o, ya perdido, en una historia que algún amigo jubilado le ha contado.

- Una noche de musical lluvia, le escribí a Sol que seguiríamos juntos -sigo, ya con mi ristretto en la mano - Pero fue una promesa vaga, insincera casi como el sol de Octubre en Madrid, que era el sol de Liverpool en ese agosto. La canción terminó y cada uno se llevó el Let It Be por su lado.

- Estas tortitas están cojonudas - dice papá.

- En New York, creo que les llamaban pancakes - dice mamá.

- Una tarde lluviosa conocí a Noelia - yo, a mi bola -, y nos escribimos mil wasaps de esos que te partes el pecho. Su risa era más real que sus ganas y las mías eran de domingo por la tarde. Ella se fue a Valencia y yo me quedé en Madrid. Ahora creo recordar que tiene un perro.

- Ah, hijo, eso me recuerda que me tienes que reinstalar el Windows 7.

La mesa de la lado se llena con otra familia de españoles en chándal y yo los miro con cierto recelo. No me fío de la gente que va en chándal por la vida sin practicar deporte alguno. El camarero tampoco se fía y se acerca inmediatamente a preguntarles que en qué les puede servir. Yo, sin venir a cuento, recuerdo que un abril lluvioso le mandé a América el borrador de mi novela para que lo leyese. Imagino que era tan malo que no le produjo el más mínimo levantamiento de ceja, porque solo obtuve una copia de su libro firmado. Con un pez globo dibujado a modo de dedicatoria. Me hundo durante dos segundo, tiempo más que merecido para tamaña tragedia y cambio de tema en voz alta. Por ejemplo: la mujer de un amigo de mi madre, presa por intentar llevar droga en la maleta.

- Yo digo que ella sabía perfectamente lo que traía - suelto, mientras me como la galletita mierder que venía con el café - el hecho de que le metieran droga en la maleta, así, como quien te da publicidad de Kebab al salir del metro, no me cuadra má, ¿qué quieres que te diga?

- Ay, no, papi - responde, amorosísima - lo que pasa es que su hermano es el que tenía la courier y le preparó la maleta. ¿Cómo se va a meter en eso ella, si tiene dos hijos?

- La gente que tiene hijos también trafica con drogas, mamá. Tengo que dejarte mis DVD's de los Soprano.

- Estoy de acuerdo- suelta papá, mientras lucha con el churrasco argentino - no sé yo, ah. Esa se metió con tu amigo porque tenía chalet con piscina y una empresa. ¿Pero dónde la conoció? En una fiesta de peruanos, ahí no va buena gente. El otro día leí en el ABC que en Vallecas muere por lo menos un sudamericano al día por ajuste de cuentas.

- El ABC es caca, pero sí, hay mucha gentuza en ese barrio.

- Eso no tiene nada que ver con el bario- me corta mamá. Con dulzura eso sí - te recuerdo que venimos de un barrio humilde. Es más, tu papá hasta hace poco se vestía así como un pandillero jubilado.

- Joder, ¿por qué siempre me tienes que meter a mí?

Miro por la ventana del café y veo a unos niños chapotear en los charcos formados por la lluvia. Uno es rubito como el hijo de Vero, a la que una mañana de lluvia tímida le escribí en un folio, y sobre un mail, mis más sinceros deseos. Me pareció un buen detalle, y gané dos besos (uno por mejilla) pero volví en autobús a casa viéndola escoger su vida, a mi aventura.

Pido la cuenta, pago y, como siempre, dejo sujeto el ticket con dos monedas de cobre como propina. Arrugo la servilleta y pienso en todas la chorradas que escribiré en la mil tardes de lluvia que me quedan. ¿Alguna servirá para algo? Me pregunto en silencio, porque sé que si lo digo en voz alta mi madre dirá que sí, que ganaría el Nobel, y mi padre diría que escribir más de tres líneas seguidas, es de locos. O de vagos.

jueves, septiembre 05, 2013

Olivia en el Sandwich Shop

La primera vez que escuché a Olivia, yo estaba en un VIPS escaqueándome del curro, viendo libros de esos muy gordos y con muchas fotos. Creo que llevaba semana y media o menos en mi nuevo puesto, y, como es normal, no tenía amigos ni nada que se le parezca (seis meses después, la situación tampoco es que haya cambiado mucho, la verdad). Así que mi jornada laboral se reducía a bajarme podcasts de Radio3 y meterlos al móvil para fundirme la batería escuchando a Cifu o Santiago Alcanda.

Y fue éste último el que un día largó en uno de sus programas de nombres cuquis ("Baladas en el Coffee Shop" creo que se llamaba) una canción que la misma Olivia habría, según Alcanda, calificado de "material no radiable". Hablaba de Marilyn y más cosas y me quedé ahí tó quieto escuchándola, como cuando mi tía Nila cantaba en casa y yo, un mocoso de pocos años, la miraba embelesado. La putada fue que me quedé impávido justamente frente al libro "The Big Book of Boobs" y una señora que pillaba el ABC me miró con el mismo asco con el que imagino que mirará a los mendigos cada domingo, antes de soltarles 1 euro al entrar a misa de doce. Porque sí, oh señor mi señor, doy un euro porque eso de dar menos es de socialistas. 

No compré una mierda en el VIPs y volví a mi curro a seguir haciendo el paripé. Me convertí en follower de Alcanda y de Olivia con la grandísima e inútil certeza de que él era un ser musical inquieto y ella una señora negra muy cabreada, como la dueña del gato "Tomás" de Tom y Jerry. (nota mental: buscar un fotograma de la señora y hacerme una camiseta para cuando quede con mis amigos peterpanescos de casi 40 tacos y tripa horrorosa, que siguen saliendo a la calle con camisetas de "Heynena" o Mazinger Z).

Mi vida siguió su curso: corría por el Retiro, estuve a punto de tener perro (pero me eché atrás al imaginarlo flotando sobre el váter, como mi última mascota), un amigo más anunció que se casaba, otro confirmó que había dejado su adicción a la marihuana y que en su lugar había abrazado la afición de apuntarse como invitado a cuanta boda se realizase a su alrededor, cambié de peinado, entendí la canción "Me Voy a Quitar de Enmedio" de Vicente Fernández y "Mother" de Pink Floyd; y me compré una sudadera del Atlético de Madrid (la original, no esa mierda para canis que regala el diario As).
Una tarde de esas en que utópicamente me empeño en que la gente de twitter tiene cosas guays que decir, me metí a leer y grande fue mi sorpresa cuando vi que Olivia, esa señora negra cabreada, no había escrito una mierda en su TimeLine (please, pronúnciese "Taimlain"). Obviamente, mención incluida, lancé un tweet de queja.

No sólo me respondió, si no que además, la pobre estaría tan cansada de escribir canciones, que se convirtió en uno de los 4 followers que tengo, que no son spam. Empezamos a escribirnos y descubrí dos cosas: que al parecer había en twitter alguien que puede odiar al mundo y molar un poco más que yo, y que además no era una señora negra con medias caídas que perseguía a su gato por debajo de los sofás, si no una chica de Cáceres de mirada más sincera que la producción de sus discos.
Confieso que nunca la he visto en persona, pero tengo en casa una crema del mercadona que me pidió una tarde y ella una navaja de Albacete con una misteriosa inscripción grabada; ambos regalos se intercambiarán en algún bar de viejos madrileños cuando llegue el frío y nuestros pocos amigos tengan menos ganas de vernos. Entonces, quedaremos en cualquier sitio con cabezas de gamba por el suelo y le diré, hola, mucho gusto, soy la hormiga nihilista a la que alguna noche le has regalado una sonrisa antes de dormir. Seguramente me dará un guitarrazo, me hará una foto y subirá mi cara ensangrentada a su cuenta de Instagram.

lunes, agosto 26, 2013

Are Made Of This

Y cuando me despierte esta noche, tras mi pesadilla de turno, pensaré en ti. Lo sé porque siempre es igual. Tanto, que ya mis pesadillas me asustan menos que el momento ese en que veo, deslumbrado, el reloj del móvil, y pienso que a ver cuanto tardo en volver a dormirme mientras me acuerdo de lo mucho que te jodía ayudarme a dormir.

Normalmente me decías que mis miedos raros eran eso, raros, y por eso infundados. Que me metía mucho peso en los hombros y por eso ya ni siquiera podía disfrutar, por decir algo, de esos terrores nocturnos que hicieron ricos a los productores de las pelis de Freddy. Me reía entonces y, mientras jugabas con mi pelo, me dormía igual de acojonado. No por volver a soñar algo malo, sino por despertarme y ver que la realidad era peor. Porque ya sabes que no hay mamífero más pesimista que un limeño. Y si, como yo, es del puerto, pues peor.

Recuerdo con especial cariño los sueños en los que me pierdo en una ciudad que conozco. Entonced me paso media noche preguntando a los transeúntes qué autobus, metro o escalera tomar para llegar a mi destino. Destino que normalmente tiene una hora de ingreso y un castigo por no cumplirla: llámase universidad, trabajo, o cita con alguien importante. Entonces mi pequeña odisea me lleva siempre por el camino incorrecto, por calles o pasajes que se repiten hasta llevarme a un sensación de angustia tal que termina por despertarme a las 4 de la mañana.

Pero ahora el pelo se queda desacariciado.

No sé si existe esa palabra, ni me importa. Lo que busco en verdad es una forma de poder despertar tranquilo. Porque últimamente lo hago cabreado. Sí, sé que me dirías que es de tontos del culo buscarse preocupaciones gratis, cuando hay gente, como tú por ejemplo, que no tiene mi suerte y no cuenta con un trabajo fijo que le asegura, al menos por ahora, poder pagar las facturas a fin de mes. Me dirías que soy un egoísta por no preocuparme por tus problemas reales y darle demasiada atención a mis temores imaginarios. Que soy un ansia viva por creer que mis jefes me odian por ser un impostor en todo. Entonces, bebería agua, y te seguiría escuchando ya sin verte.

Me darías, también tú, la espalda, y pensaría yo que para estar así, mejor estar solo. Que una relación en que ninguno puede ayudar al otro, no es una relación, sino una pesadilla eterna. Y me dormiría one more time sólo para soñar que te ibas y que yo te buscaba como un loco porque te echaba de menos, y en el sueño veía que pasaban días y noches y yo no dormía porque eras tú Morfeo y la única que adormecía mis miedos. Y en la búsqueda inútil, en un anochecer de los muchos, un indigente me regalaría una radio y sobre su cabeza aparecería un bocadillo en plan comic con el mensaje "a mi me sirve escuchar a otros, para dormir".

Y despierto, y mis miedos siguen allí. Alguien me llama no sé desde donde. Mi pelo está revuelto y los dos son mis lados de la cama. La radio se enciende y bebo agua. Son las 4 y me busco porque ya no vas a estar, y me aburro también de mis chorradas, las escribo en un cartón y como sé que mañana tampoco habrá salida cierro los ojos para prepararme a entrar en ese laberinto de cada noche y volver a subirse al bus incorrecto, la escalera equivocada.

¿El pelo? Mola un montón, y ya llegará alguien que lo quiera acariciar, tú por eso, no pierdas el sueño.

lunes, agosto 05, 2013

Dr. Robert

Pepe iba a 100 por hora en una calle de 70. Tomy a su lado gritaba speedico que sí, huevón, que son nuestras, huevón, que síguelas, que han doblado a la derecha en la esquina de Guisse. Yo, tirado en el asiento trasero del toyota coupé blanco, me aburría como una ostra. Y sí, me había metido por la nariz lo mismo que ellos, en Lima, de noche, al lado del puerto; pero ni con esas conseguía sentir todas esas cosas que mis amigos decían sentir. Te sientes como Superman decían, invencible, juraban, pero yo seguía hasta los cojones de tanta estupidez y lo único que me motivaba era que estábamos yendo a la fiesta a la que nos acaban de invitar las hijas del alcalde. A las que por cierto, habíamos perdido mucho antes del cruce con Guisse.
Esa noche, terminamos los tres comiendo sandwichs de pollo en un puesto ambulante, repleto de borrachos.

En la facultad, era casi imposible estudiar para todos los examenes. Algunos, como yo, usaban la técnica del endoscopio: estudio para uno y en dos, copio. Pero no siempre resultaba. Había días en que amanecías más cagon que de costumbre y ese papelito que te habías metido en los huevos se quedaba ahí hasta el final del día. A veces más, porque no fue raro el momento en que semanas después de haberlos lavado, mis calzoncillos dejaban caer de esa rendija inútil que tienen los boxers, las respuestas del examen pasado. Por eso, cuando la chica de Química me dijo que esas pastillas de cafeína me mantendrían despierto para estudiar sin cansarme y que al día siguiente, el del examen, estaría fresquísimo como una lechuga (quien haya inventado esa frase no ha visto la lechuga que tengo en la nevera, by the way). Mentira. Me las tomé, estudié, aprendí y me dormí en mi mesa hasta las seis de la tarde del día siguiente. Derrotado, me fui a ver el Planeta de Los Simios de Tim Burton y me tiré a una amiga de mi hermano, que se empeñó en acompañarme. Llamadme romántico.

Hablando de eso, cuando María, mil años después y ya en Madrid. Moratalaz, para ser exactos, propuso que fumásemos marihuana antes de follar, a mi ya como que me daba mala espina. No me hacen efecto las drogas, le advertí, pero ella dijo que sí, que su camello era de Algeciras y eso era como el Silicon Valley de la mierda buena. Gentleman, donde los haya, y porque pasaba de volverme a casa con el calentón, accedí. Ella bailaba con los ojos cerrados y todo, en el salón de su casa, y yo, ya satisfecho sólo pensaba en pirarme a la mía. Me preguntó si había sentido y algo y le dije que no, que nada. Insistió diciendo que sí, que los cuerpos se sentían super conectados y con la yerba eso aumentaba al mil por cien, pero yo asentía y de refilón miraba mi móvil y mis llaves de casa. Lo notó, paró de golpe y, como ya os he contado anteriormente, me echó de su casa acusándome de haberla grabado por bluetooth (sic).

Por eso, creo firmemente eso que dicen que las drogas son malas. O al menos, todas las que han llegado a mis manos, lo han sido.

martes, julio 30, 2013

El Do de mi clarinete

Olivia me preguntó un día sin lluvia si yo sabía tocar algún instrumento, y claro, el clima seco no me dejó inventar y de mi boca sólo salió la verdad. Le conté, ya animado, parte de mi estéril carrera musical, ahorrándome, más por pereza que por pudor, la parte en que unas colegialas me encerraron en el aula de un colegio público, cual rock star de pueblo joven.

No sé si le dije que mi primer intento fue con un xilófono de plástico. De esos que tienen palitos que parecen super alfileres para hacerlos sonar. Al principio creí que se trataba de un juguete inofensivo, pero la ansiedad en los ojos de mi madre y el desangramiento interno evidente de mi padre me hizo sospechar que la cosa esa que había caído en mis manos no era más que uno más de los intentos de mamá por sensibilizarme (amariconarme, que diría papá) para que así olvidase mi afan por saltar contra las paredes, jugando cada día a dejar la marca de barro más alta en el verde pastel que adornaba todo.

Cuando mamá descubrió que el xilófono había mutado en un increíblemente cool refugio para soldados aliados e indios amigos suyos, se resignó por unos meses. Papá, feliz, me regaló una pelota de fútbol durísima que casi me deja cojo.


Mi segundo intento fue con mi tio el wannabe, que tenía un grupo de rock de medio pelo, al que nunca contrataba nadie y con cero sex appeal entre las chicas del barrio. Obviamente, moría por ser uno de ellos. Me esforcé a aprender a tocar la guitarra pero mis manos pequeñas me impedían lograr medio acorde en ese armatoste de madera que, Jorgito (bajista, bohemio, enano) manejaba con inaudita soltura diablesca. Agarrala así, decía, apreta acá, abundaba, déjalo correr y más sueltos los dedos, desesperaba. Un día, hasta la polla, le dije a Jorgito que pasaba de la guitarra, que lo mio era cantar. Me hicieron una prueba, dijeron que la había pasado con honores y nunca más me llamaron.


Ya en el cole, con adolescentes sudorosos y delincuentes en potencia, no se me ocurrió mejor idea para disimular mi aún no aceptada poca empatía con el populorum que apuntarme a la banda de música. Esos tíos eran los apestados, brother. El director de la banda, como Olivia, me preguntó que qué tocaba; le dije que nada, dijo que qué me gustaba y,señalando lo primero que vieron mis ojos, apunté a una trompeta. El primer día de ensayo me enseñaron cuatro notas, el segundo día las restantes, el tercero me dieron una partitura que no entendí, el cuarto me equivoqué de boquilla y cogí la del negro Zapata (enfermo de halitosis canina) y nada más tocar con mis labios el instrumento sentí como inmediatamente me salía una calentura en la boca del tamaño de un puño y vomité ahí mismo, en el cuarto de instrumentos.

Al quinto día ensayé con la banda, con una tarola de juguete. Instrumento con el que meses después desfilé por el barrio causándo la risa insolidaria de mis tios.

Mi último.intento fue en la Facultad, ya bien peinado y molón. La Kika llegó con su guitarra mal afinada y todos la tocábamos mal y nos la íbamos pasando para ensayar canciones que oíamos por la radio. Yo era el peor de todos, y, para colmo, descubrí que las cuerdas me hacían daño en los dedos. La Kika dijo que eso era normal, hasta que desarrollara callo y tal, cosa que en mi mente era inconcebible, así que un día, así sin más dije eso de "yo mejor canto, nomás". Y así obtuve mi primer aplauso individual. Mis amigos, público exigente donde lo haya, y obviando (por favor) el hecho de que estaban hasta el culo de vino barato, me felicitaron efusivamente tras cantar una canción megafácil como es "More Than Words" de Extreme. Yo, incrédulo, quise pedir el comodín del público y busqué al único especímen del sexo femenino que a esas horas aún pululaba por allí: la chica de las fotocopias. La arrastré y la metí al aula, donde mis amigos trataban de exprimir sin éxito la botella de vino. Siéntate porfa, le pedí, y ella alzó los hombros, me escuchó cantar, se levantó y antes de salir por la puerta se giró y me dijo "cantas bien, flaco". La Kika esto último no lo cree, pero es que estaba ya dormido sobre una mesa.

Cuando le dije a papá que había cantado en la universidad me dijo que sí, que bien, pero que si no aprobaba Estadística mejor que me fuera buscando un trabajo.

Ahora Olivia dice que le gusta lo que escribo, y hasta sugirió que haría una canción con mis párrafos. Si eso llega a pasar, puede que resulte que al final sí que tenía razón Jorgito, para que las notas salieran había que "apretar acá y dejarlo correr con los dedos más sueltos".


miércoles, julio 24, 2013

La humildad del derrotado

Yo, como todo peruano, tuve 15 minutos de mi vida en que fui rico. Y esa riqueza fue tan efímera que si se hubiera desarrollado en mis tiempos actuales seguramente habría durado menos que cualquiera de mis novias. El primer culpable de esa riqueza fue mi abuelo, un hombre suburbano de esos de antes, que al ver que su padre no lo había inscrito correctamente en el Registro Civil, no encontró mejor manera de expresar su venganza ante tamaña ofensa que ir él mismo y cambiarse el apellido por el más ridículo que encontró. Que sí, que con eso jodió al bisabuelo que se revuelca ahora en la tumba porque su legado murió de forma nocturna, pero también a nosotros que no sabemos cuál es nuestro apellido original y estamos condenados a llevar por siempre uno que, en nuestro país provoca la risa indisimulada.

Pero claro, al abuelo, eso le dió suerte.

Su genio con las manos lo convirtió en un mecánico de fama expansiva, y esas mismas manos le agenciaron también una serie de amigas a las que mi madre llamaba "el cardúmen". Yo conocí a algunas, pero eso fue hace mucho y no lo recuerdo. Me quedan olores más que imágenes, olores a cuero y gasolina, a señoras bien, a lavanda y juguetes de jebe nuevo. Lo malo, es que papá había desarrollado, de forma paralela a la riqueza del abuelo, un orgullo inútil que me impedía aprovechar cada una de las ventajas de tener un abuelo dadivoso. Que me regalaban coches de carrera, devuélvelos que ya te compraré yo unos, que me compraban un libro en reemplazo del que había perdido, castigado por perderlo y por recibir regalos, que el abuelo estaba hasta la polla y me daba pasta directamente, pues castigo triple con tirabuzón invertido y el dinero que volaba desde las manos de papá hasta la cara del abuelo que ni siquiera se molestaba en recogerlo y se limitaba a ver cómo su perro lo olisqueaba con curiosidad gatuna.

Como decía mamá, el orgullo de papá no era gratis. Costaba horas de trabajo que luego se convertían en lavadoras, teles, ropa y zapatos a medida para nosotros y neveras siempre llenas. Yo creía entonces que eso era normal y por eso cuando en el cole veía un niño con pantalones más largos de lo normal o zapatos viejos, creía simple o llanamente que eran niños a los que nadie quería. Corría yo por los parques seguro de que esa mariposa tenía que posarse sobre mi mano, que ese risueñor cantaba para mi familia y que esas manzanas bañadas en caramelo siempre estaban allí esperando a que a mi me dieran la gana de pedirle a mamá que me las comprara. Mis hermanos y yo íbamos a las fiestas como si todos los cumples fueran nuestros y, aunque yo prefería sentarme a leer a ponerme a bailar, sabía que si lo hacía la rompería. Porque, claro, había estudiado los pasos de Parchis en mi tele Westinghouse.

Hasta que un día, nos fuimos a la mierda. Sin darnos cuenta, como España.

Papá perdió el curro porque la fábrica quebró. En un principio creyó que se salvaría por ser accionista, hasta que descubrió con poca sorpresa que sus acciones habían perdido más valor que las tetas de la abuela. El abuelo, cansado de tantos desplantes, en un principio no quiso ayudarnos, pero luego, el pobre, ya no pudo. Se habían esfumado sus Packard, sus millones (gastados en alcohol y mujeres) y su talento. Pasamos de ser guays a normalitos, de personajes principales de Shakespeare a secundarios de Torcuato Luca de Tena.

Lo bueno de todo eso es que mamá (la más lista de todas, y pitonisa secreta) nos enseñó desde el día uno que nunca había que ir fardando. Por eso, cuando nos explotó la pobreza en la cara, nuestros amigos de siempre seguían allí sin apenas notar el cambio.

Pero claro, yo lo sé, aunque ellos no. Sé que, como todo peruano, tuve mis quince minutos en que fui rico y a veces, sentado con los míos en la piscina de mi casa y con un cerveza en la mano, recuerdo esa época con nostalgia. Y, of course, con mucha humildad.


martes, julio 09, 2013

Pourquoi Tu Fumes?

- Fumo cuando me lo estoy pasando bien.
- Como ahora, dices.

"Sí" respondo, mientras la veo curiosar entre mis libros. Conecta su Iphone a mi cadena de música y los altavoces escupen a The Cure, que ella baila con los ojos cerrados. Calada larga, ceño fruncido y humo fuera. Ella sigue bailando rico mientras el gordo cantante habla de enamorarse un viernes. Su pelo largo le cae sobre los hombros y se limpia un mechón de la cara antes de ponerse un pitillo entre los labios y volver a bombardearme a preguntas.

- ¿Desde cuando entonces?
- No sé si cuenta, pero mis padres nunca fumaban en casa. Yo veía fotos suyas de más jóvenes y, al menos allí papá siempre estaba fumando - calada suave, hablo expulsando un poco de humo, toso-, mamá decía que lo hacía por parecerse a Robert Redford. Y no sé si fue porque me lo repitió mil veces, pero al final terminé por ver a mi padre idéntico al actor ese en cada una de sus fotos.
- Flipao.
- Ya. Mi madre, que está pa allá. Le mola inventarse historias. El caso es que en casa nunca fumaban, predicaban con el ejemplo y siempre me decían que fumar era malo. Casi un pecado. Un día me encontré un cigarro en la  calle y jugué al Clint Eastwood con él en los labios, más o menos como lo tienes tu ahora, pero sin tetas.
- Payaso - clic de mechero, mirada killer bajo el mechón dorado, llama exacta para encender el vicio - et alors?
- Na. Que mamá me encontró en la calle con el cigarro en la boca y me lo voló de un bofetón que en algunos países provocaría la excomulgación. Si me hubiera encontrado papá, habría sido diferente. Él me habría soltado un sermón mirándome a los ojos con esa mirada de serpiente que de sólo recordarla me acojono entero.
Recuerdo que lo seguía - le susurro, mientras la recibo a mi lado rodeandola con mi brazo- al local en el que se reunía con los otros jugadores del club de fútbol de mi abuelo..
- ¿Qué club?
- Uno que fundó mi abuelo, pero esa es otra historia. El caso es que papá siempre estaba allí, jugando al billar o a las cartas, con un Ducal en la boca y un vaso de cerveza siempre lleno. Entrar allí era como ser indestructible. Todos sabían quién era yo y me daban chocolates, dinero y a veces hasta me dejaban ver la baraja de mujeres desnudas. Las sillas de cuero olían a sudor y a tabaco, a alcohol.

Me mira mientras deja su cigarro casi muerto en el cenicero mierder que alguien olvidó en casa. Estira sus piernas infinitas sobre el cristal de la mesa y pregunta que entonces, si me gusta tanto el olor a humo, cómo es ue nunca dejo fumar a nadie en casa.

- Eso no es verdad - respondo- tú estás fumando, rubia. Y no te he mandado a la cocina.
- Ya, pero es porque tengo tetas. Apuesto a que nadie que no use un 95 de copa de mínimo puede siquiera tocar este mechero.
- Lo tengo para el incienso del baño.
- Arrête, 'tit con. Sabes a qué me refiero - me suelta, y me clava un beso lleno de humo.  Su Ipod salta de The Cure a Alanis y yo, ya con los ojos rojísimos, sigo dándole la chapa.


- Mis abuelos tampoco fumaban, cuando estaba yo quiero decir. Los imagino sentados un día en una de sus reuniones con el alcalde, bebiendo pisco del caro y decidiendo que por el bien del nietogénito era mejor dejar los puros para esas noches de farra. Muy bien compadre, sea pues. Apretón de manos de los de antes, de los que valían y  Lima, 1976, Regístrese Comuníquese y Archívese.
- Putain! Estás fumadísimo!
- Que va! Esta mierda sólo me tiñe los ojos de alegría falsa ma chèrie,  por dentro no siento nada. Soy peruano ¿recuerdas? Nacemos con anticuerpos para los alucinógenos. Siglos de antepasados masticando coca como si fuera trident hierbabuena.

Su Ipod de mierda se queda sin batería y aprovecho para poner algo de mi música y recuperar un poco de poder territorial en la que, si no recuerdo mal, aún es mi casa. En un principio no me decido entre Queen y Red Hot Chilli Peppers. Pero entonces recuerdo que no tengo nada de los californianos y dejo que Freddie cante. Genio.

- En mi casa en cambio, fumaban todos. Hasta el perro creo.
- Mi abuelo hizo fumar a su perro un dïa, cuando yo ya tenía diez años. Entonces dejaron de fingir y ya no jugaban al abuelo engreidor. Uno se reveló como un mujeriego empedernido y el otro, también. Eran como dice Kundera que debe ser un mujeriego, uno enamorándose de muchas y el otro siempre de la misma.
- Comment?
- Sí, todas sus amantes eran parecidad entre ellas. Yo a veces me confundía y llamaba a una por el nombre de la anterior. Mi abuelo se partía el culo.
- ¿Cómo me llamo?
- Nadia.
- Bien - dijo, y se levantó del sofá. Se quitó la camiseta que llevaba con la cara de Jonny Depp y me la tiró a la cara- ¿qué disco usas para follar? - me soltó, sonriendo.
- El que quieras. Dije, y me alegré en silencio cuando escogió uno de The Who.

Se me acercó leonina, me quitó el poco cigarro que me quedaba en la boca me soltó una bocanada de humo entre los labios y me susurró un "arrete de fumer" que me dibujó para siempre una baraja entera dentro de los párpados.

miércoles, mayo 30, 2012

Son of a Gun



Me complace informaros que mi recuperación va viento en popa. Las medidas de seguridad y de contingencia adoptadas a mi proceso de inmolación personal florecen sin pausa. Y sin prisa. Hace dos semanas estuve de barbacoa en Toledo con amigos de mi hermano que me acogieron de buena gana. Me enseñaron su casa, me dieron de comer, de beber buen vino, luego fuimos a un festival de baile y aplaudimos las intervenciones buenas y pifiamos las malas. En ningún momento de este primer contacto social, me preguntaron cuánto ganaba o en qué universidad había estudiado. Sentado al sol y agradeciendo a belzebú no haberme hecho alérgico comía morcilla casera mientras una amiga de mi hermano se columpiaba en una mecedora atada a un árbol. 
Volvimos a Madrid cansados pero contentos, casi a medianoche del domingo y al despertar tenía un par de solicitudes de amistad nuevas en facebook. Todas de tías cuyo culo es más bonito que vuestras caras, fijo.

Al día siguiente, reventado aún, escribí a Cris para saber cómo le había ido con lo del nuevo piso. Chateamos un rato por whatsapp y quedamos en vernos esa tarde. Sentado en una terraza al lado de la estación de Atocha le conté a mi amiga los cambios que había hecho recientemente in my life y ella, Brugal en mano, asentía de forma aprobatoria. No creas que no siento nostalgia, confesé, pero es la que sientes por comer chicle. Nos despollamos ensemble y hablamos de su parking, del mío, de su piscina en Pozuelo y de la mía en casa, de su novio, de mis amigas, de comprar una bici y dar vueltas por los parques. Llegó Bea con bolsas del Zara. Le dije que la camiseta que había comprado era de señora y me pegó suavecito, como hace siempre. Volví a casa en metro, nadie me llamó cutre por hacerlo.

Como odio los martes, busqué algo que hacer y ese algo fue ir a renovar mi pack mensual de libros a la biblioteca. Yulia me había recomendado a Michel Houellebecq, en especial su libro "El mapa y el territorio". Yulia es una amiga virtual a la que le tengo una fé especial y lo que ella me recomienda va a misa, normalmente. Encontré toda la bibliografía del francés, menos ese libro, así que pillé "Ampliación del campo de batalla" que hablaba de un informático que estaba cansado de su trabajo y de la gente que trabajaba con él. No sé porqué. Además de un libro de Lobo Antunes y otro de Philip Roth. Se lo conté a Yulia por whatsapp y después de googlear el libro me dio su aprobación. Me puse un disco de Olivia Ruiz y me leí los dos primeros capítulos. Silvia me llamó para quedar al día siguiente. Le dije que no podía, porque tenía que comprar un regalo para Noelia. Era verdad, quedamos para vernos el viernes.

Noelia es muy arriesgada. Y lo es porque no importa lo que lleve encima, es una de esas personas a las que todo les sienta bien. Incluso si va con tacones, leggings y un blazer azul marino con gorro marinero a juego. Entonces, necesitaba tiempo para buscar el regalo. Ella quería unas Vans negras, pero yo terminé en una feria de artesanía buscando algo más original. Me compré una pulsera de huayruros contra el mal de ojo, una de calaveras turquesas para atraer el mal de ojo, unas Persol Steve McQueen en una óptica cercana y a Noelia le pillé un collar de piedra luna que el feriante, amabilísimo, metió en una cajita muy chic. Volví a casa con mis gafas de sol nuevas, seguro de haberme distanciado de todos esos que llevan Ray-Ban, sólo por llevarlas.

El jueves me toqué las pelotas y me tragué casi toda la temporada 2 de Sons of Anarchy. Ahora me quiero comprar una Harley.

El viernes Silvia y yo quedamos en una terraza en el barrio. Ninguno de los dos piensa que es cutre hacerlo, no necesitamos estar siempre en Boggo o en el Lateral de Velázquez (que podemos, sí, sin problemas) para sentirnos gente. Pedimos dos tintos de verano cada uno, una ración buena de mejillones al vapor, tablas de quesos y chorizo al vino. No gastamos más de 20 pavos. Nos burlamos de sus ex compañeros de trabajo, todavía míos, y recordamos que habían quedado esa tarde para despedir a alguien. Pues mira que bien, dijimos. Ella es feliz en su nuevo curro, yo sigo buscando salir sin prisa pero sin pausa. Brindamos, y pensamos ambos en Susana que no se había podido unir a nosotros pero que pidió expresamente que la llamásemos la próxima vez. Hazlo tú, rogué, la última vez que la llamé yo me sugirió que me buscase una novia. Silvia prometió hacerlo.

Al día siguiente fue el cumple de Noelia. Pero eso, eso ya es otra historia.

lunes, abril 16, 2012

Sudamerican Psycho


Una mañana me levanté y decidí ser idiota. Me parecía la solución a todos mis problemas: con ello dejaría de pensar mucho, de evaluar situaciones, pros y contras y sopesar lo sopesable. Andaría por la viña del señor como los demás, sin preocuparme por las cosas y dejándome llevar por el torrente de catastróficas desdichas sin siquiera notarlas, como los caramelos que flotaban en el río de chocolate de Willy Wonka, o mejor, como el salmón noruego que nada feliz hacia la boca del oso. Atrás quedarían esas tardes filosofales con Miles Davis como soundtrack, en las que me revolvía en mi sofá de piel envejecida intentando reorganizar mi vida tras la hecatombe (que yo mismo provoqué, one more time, por pensar mucho) que supuso mi divorcio sin papeles. Recuerdo como si fuera ayer cuando, decidido a reorientar mi vida, con una taza de té inglés en la mano (of course) me planteé la salida de la auto-lobotomía.

Entonces, como aún no me curaba de mi dolencia, hice una lista de cosas que me podrían conducir al encefalograma plano y por consiguiente,a tener más amigos, salir más, conocer gente y ser tan feliz como ellos parecían ser. En el top de la lista apareció el Síndrome de Peter Pan, cuyo exponente más cercano era uno de mis amigos divorciados recientemente. Tenía cuarentaymuchos y se había hecho un perfil de Tuenti, estaba inscrito en bailes de salón nocturnos y salía de fiesta jueves, viernes y sábado a donde le invitaran. Sin filtros. Follaba siempre (o eso decía) y hasta había quedado con una piba en New York para ponerla mirando al Hudson. Que sí, que luego la piba esa era horrible,  pero al menos eso sólo lo sabíamos sus amigos más cercanos; a ojos de los demás, el pibe era un winner transoceánico. Y eso es lo que importa ¿no?

Como a ese ya lo tenía muy visto, apunté a otro ejemplar al que pegarme buscando la simbiosis. El paso uno de mi plan fue mimetizarme al máximo con ese individuo y dejé de leer libros escogidos al azar en la biblioteca (no vaya a ser que en mis charlas frente a un whisky barato se me escapara alguna cita de Wilde, y mi nuevo coetáneo me hiciera el vacío por ir de culto) y me instalé en el Iphone la app de MTV para ponerme siempre realitys tipo Jersey Shore. Empecé a desarrollar jaquecas, sí, pero mi nuevo amigo se sentía cómodo en mi presencia. El plan iba viento en popa y cada vez más mis salidas sin sentido fueron siendo más frecuentes. Me invitaban a todo y yo decía que sí. Que hay una fiesta en casa de un tío al que no conozco: yo iba y hablaba de Gran Hermano, fútbol y la música de Pitbull con la seguridad de un tertuliano. Que había una despedida de una bataclana en ciernes a la que yo ya había descartado de mi álbum de cromos, iba, tras terminar de cenar con mis amigos y pasando de frases tipo "Italia está gobernada por tecnócratas, como Cibertron por los Decepticons" a "Vaya temazoooo uuuuuuu". (Acepto que en ese momento reculé, al ver a un becario quedarse dormido en el jardín de la clínica Ruber, cuando ni siquiera era medianoche, pero mi plan era uno y ya no me podía echar para atrás. Acojonado, volví a entrar en el Doblón y aún con la certeza del daño posterior, me pedí un Johnnie Walker con coca cola, como quien dice en un restaurante mexicano de mala muerte: "sí, échame chile, que yo controlo".)

Las resacas de garrafón eran tremendas y me hicieron descubrir algo que jamás había experimentado (ni siquiera al beber una botella completa de whisky de 12 años, junto a mi hermano y mi tío, el ingeniero): la depresión post-party. Tirado en mi cama y temblando de miedo pensaba en las cosas que había dejado atrás, todas esas caminatas fructificantes en el Retiro, esos cafés con buena conversación, esas películas en el Instituto Francés, las tardes en el Thyssen. En fin, mi vida anterior ya no existía, pero tampoco la soledad del ente exclusivo. Ahora yo era muchos y todos mis nuevos amigos decían que eso era normal. Que de eso se trataba la vida, que había que beber sin desenfreno y pagando precios exorbitados por esa felicidad sociable. Mi cara era un poema los viernes por la mañana y mi cuenta corriente mostraba los signos de delgadez del buen soltero derrochador. Mi nevera pasó de tener verduras frescas a Aquarius y comencé a cenar arroz con atún de lo cansado que estaba a diario. Mis noches de cenas con amigos tipo suplemento dominical de El País ya eran historia. Eso no era guay, era de viejos. Lo "In" es quedar fuera y gastarse el dinero que no tienes en restaurantes con lucecitas violetas para luego beberte algo en un bar a juego. ¡Oh, qué feliz era!

Y digo "era" porque mi dicha se ha acabado. La careta se me cayó y mis antiguos amigos me han descubierto. No sé si fue porque alguno encontró este blog de escritos espasmódicos, o si en alguna noche de juerga en Huertas mi complejo de listillo quedó al descubierto en medio de esa sencillez suya que yo tanto añoraba. Nunca lo sabré, pero la cronología fue más o menos así:
  • Dejé de ir a una cena, porque echaban una película genial en el canal Plus (dije que "había quedado", total, a Iván siempre le funcionaba esa excusa), al viernes siguiente hubo otra y la que suele organizarlas pasó de invitarme. Meses después me enteré que la cena era para presentarnos a su nuevo novio, del cual estaba orgullosa hasta el paroxismo. Aunque ella no supiese lo que significaba esa palabra.
  • Volví a leer libros de Chesterton y a ver películas de Lars Von Trier.
  • Asistí a un cumpleaños y me fui a los 20 minutos. Prometí a uno de los asistentes indicarle mi posición para que se me uniera, pero la cobertura era mala y mi mensaje le llegó dos horas después. Esa noche bebí un whisky bueno, en un sitio bueno, pero cuando vi que la compañía era mejorable en gran medida por la idea de volver a casa me despedí de todos como un gentleman y me fui (sospecho que aquí se gestó de verdad mi muerte, tenía que haberme largado como un patán, que eso está mucho mejor visto).
  • Desempolvé mis discos de jazz. Recordé la diferencia entre Ella Fitzgerald y Nina Simone y lo que es peor: lo comentaba.
  • Asistí a un brunch, propuesto por una amiga. Y a petición suya, invité a un tercero. La conversación pasó de fútil a agresiva cuando el tercero empezó a atacarme más de la cuenta. Mi gesto cambió y sentí vergüenza ajena sobretodo por cómo le miraban los de la mesa de al lado, que incómodos ante la sarta de palabrotas por segundo, dejaron su brunch a medio terminar y se llevaron a sus niños a un lugar mejor. 
Entonces, me hundí. Volví a casa en metro comentando con mi amiga el incidente. Usando palabras adultas y sin grado de alcohol en la sangre. Me tumbé en mi sillón y, pensé que ese tipo de amistad no me gustaba. Eché de menos a Susana, agradecí haber conocido a Dario y valoré, como nunca a Arturo y a Sol. Como un autómata, abrí un libro de Sartre y leí " Exister, c'est être , simplement". Sonreí, me serví una copa de vino y bloqueé en el Whatsapp a aquellos que ya no me servían. Llamé un amigo de verdad, le conté todo y me espetó una verdad como un puño: "no puedes cambiar lo que eres, si vas de tonto, tarde o temprano te descubrirás". Ese hijo de la grandísima puta (perdón por el exhabrupto, son rezagos de mis compañías pasadas) tenía razón, y di entonces el experimento por terminado. Podéis contar conmigo para la próxima Noche en Blanco.

miércoles, enero 18, 2012

Sexy Back MF


¿Hasta cuánto puede durar el hastalapollismo?¿No te lo has preguntado? Apuesto a que no. Sigues con tu vida de siempre y el momento ese en que dijiste para tus adentros "estoy hasta la polla" ya es un recuerdo borroso. Como la tía con la que te enrollaste en La Latina y te trajiste a casa y al día siguiente la hacía eterna para largarse. O sea, vete. Le diste un último meneo y un zumo de naranjas recién exprimidas y le dijiste sí, te llamaré, pero cuando se metió al metro como un topo cogiste el Iphone y Contactos, últimos en agregar, eliminar. Verde. Vuelta a casa y sigo durmiendo a pierna suelta ahora que esta pesada ya no existe más. Qué fácil es eliminar gente. Casi tanto como en el facebook. Bye, darling.

Pero nunca te das cuenta de que eres un zombie. Bajas las escaleras del metro por la izquierda porque todos lo hacen. Prueba un día a bajar por la derecha, cogido del pasamanos, y verás que al llegar al andén están allí aquellos que pasaron cagando leches a tu lado. Perdona, perdona, y al final están allí, mirando como tú el letrerito rojo que pone "4 minutos" y también sienten el calor de los túneles. Al subir al vagón, no creas que no, mequetrefe, ellos también sienten ascazo de que tú les roces con tu codo. Porque todos creemos que los reposa brazos de los asientos son para uno mismo. Todos. Tú. La gorda que lee a Danielle Steel. El tío que lee el Marca. El trendy que tiene un i-book y va pasando con su dedito guay que arrastra como decía en el manual las páginas virtuales de ese PDF que se ha bajado de Internet. Tú, que vas de culto, lees a Sartre y no entiendes una mierda de la escena en que se tira a la casera, ni cuando acusan al Autodidacta en plena biblioteca de estar allí sólo para acosar jovencitos. No. No entiendes nada, pero queda guay dejar un libro de Sartre en tu mesa de trabajo, para que lo vean las Chonis del Call Center que han puesto cerca de ti. Loser. A ellas eso las impresiona igual que a un perro un cuadro de Van Gogh. Pero eso, tú no lo sabes, y sigues bebiendo tu té en tu taza del Starbuck, que, ya que estamos en plan sincero, es robada. Feel like a Sir, look like a Douchebag.

Y tu hastalapollismo sexy te ignora también, Modafucker, cuando llegas a casa. Con tu pisito cool con sofás de piel y sillones de piel, y guantes de piel, y chaquetas de piel, y en la cama no tienes ahora quién te erice la piel. Entonces, mientras cueces tu pasta italiana y te aplicas una mascarilla anti-age llamas a la tía que te gusta, pero que tú no sabes que te gusta y fuiste tan idiota de dejar que se fuese sola la noche del concierto porque tú, imbécil, al día siguiente tenías partido con tus amigotes. Sí, la llamas, pero no te lo coje y entonces le mandas un wasap. Que eso mola más, es como decir: tengo pasta para tener internet en el teléfono; pero en realidad dice: soy un cutre y no quiero gastar en SMS. Gilipollez level @M. 40 euros al mes más IVA. La vida son esos segundos que tarda en aparecer la segunda rayita verde del wasap. Sí, lo ha leído, pero no contesta. Piensas que pasa de ti, pero en realidad igual está, como tú, cagando y piensa que no es el momento. Entonces, para distraerte, te metes a tus feeds de Google, esos donde salen fotos de ropa que nunca tendrás, coches que no podrás comprarte, casas en las que jamás vivirás y tías que no te follarás a menos que te reencarnes en Ryan Gosling. Y cuando estás en lo mejor de tu inconmensurable lectura, ella responde tu wasap. Una hora más tarde de charla inútil pasa de salir contigo one more time, y entonces empiezas a entender un poco a Sartre. Y a Carver. Y a Pahlaniuk. Añoras los días en que sólo leías a Vargas Llosa. Te inventas que vas a ver una peli y cortas la conversación. Te quitas la mascarilla anti-age, te tumbas en tu cama anti-sex y te duermes para soñar cosas anti-reality.

Y al despertar ya no estás hastalapolla. No, ahora te unes a la cadena de producción con la sonrisa Black Hole Sun, sin dudar. Te pones música de David Guetta en el Ipod y les dices a los idiotas del trabajo que sí, que vas al tablao flamenco con ellos. Ignoras a tu ángel del hombro derecho que te dice que no vayas, que son retardeds y que esa gente sabe de flamenco lo que tú sabes de ballet. Te repites que quieres ser un animal social, que ya estuvo bien de ser águila y que igual mola más ser borrego. Comes con gente y hablas de fútbol, de ropa y de los rollos en horario laboral. Te inventas que te has follado a tres ex becarias y, misteriosamente, te creen. Dices que vuelas una vez al mes a New York y se lo tragan. Sueltas que coleccionas las fotos de las tías en pelotas que sale en la última página del As y aplauden. Miras a tu único amigo real de la mesa y cuando los demás están distraídos le susurras "copas en mi casa, este finde" y él asiente como si estuvieseis planeando huir de Alcatraz. Recoges tu bandeja, la dejas en el carrito que hay para eso, sales por la puerta, los fumetas dicen que salen al frío de pelotas a fumar, preguntan si vienes. Obviamente dices que sí, porque ya dominas tu hastalapollismo. Uno te pregunta si tu camisa es de Zara, pero a tanto no llegas en tu liar level, y dices que no, que es de Gant.

sábado, enero 07, 2012

Hakuna Matata


Antes de entrar al cine, pensaba en cómo había celebrado estas fiestas tan entrañables: sin regalos, con la familia, y exactamente en el mismo lugar en que estaba el año pasado. A pesar de esforzarme como una perra para ganar más pasta y poder respirar aliviado cada fin de mes, el resultado siempre fue el mismo y nadie me contrató a pesar de que en mi currículum pone que soy lo más de lo más. Me cansé y hace meses dejé de intentarlo, pensando que la vida, igual, es así. Mientras, mi sobrino interpretaba su personaje de niño serio (cosa que hace a la perfección cuando mi hermano lo vigila con demasía constante) y distraído, yo me preguntaba porque si mi abuelo tuvo dos Packard y un Jaguar yo tenía que resignarme a ir a currar en metro, y dejar el Mercedes para los fines de semana o para cuando voy a cenar con alguna amiga guapa. Por qué (pensaba, avanzando de a pocos en la fila del cine) se jodió económicamente nuestra familia, cuando éramos los más guapos, buenos y brillantes del barrio. O al menos, eso es lo que cuenta mi viejo. Yo, no tengo tanta memoria.

Recuerdo, sí, que mamá se esforzó los primeros años por que mantuviésemos el ritmo: nos hacían trajes a medida, zapatos y nos mandaban al colegio (con 6 años) con un maletín de piel como el de James Bond, cuando el resto de los niños iba con una mochila rota de Parchis. Porque, señores lectores, mi barrio era más pobre que una rata. Ese esfuerzo duró pocos años, y mis pobres hermanos menores no lo llegaron a disfrutar. Y así lo recordamos estas navidades, mientras comíamos langostinos. Papá y yo nos esforzábamos sádicamente por traer a la mente el nombre de aquél chico que vivía en la esquina de nuestra cuadra y que murió una noche de un balazo en la frente, una noche de juerga en que jugaba a la ruleta rusa con su amigo el Coyote. Tras la segunda ronda de comida y bebida navideña, no llegó su nombre, sino su apodo: Torombolo. Y tras eso recordamos, con poca nostalgia a todos aquellos malandros a los que yo veía cada nochevieja, desde mi traje a medida talla 8, y mis botines de piel de becerro. Cenamos contentos entonces, de ya no vivir allí.

- La fila avanza, tío - me despierta Fabián- dile que ya tenemos gafas 3D.

En nochevieja, en cambio, estuvimos bastante menos nostálgicos y comimos todos en casa de mi tia, que nos agasajó con tanta comida y bebida que me daba miedo dar positivo en un test de alegrolemia, si eso existiese. La tarde de Reyes, resacoso, la pasé en casa de mi hermano, comiendo como una bestia y riéndome de mi pobre madre que se vio obligada a estrenar in situ la cafetera Nespresso que le habíamos regalado. Es fan de guardar sus regalos hasta que éstos han pasado de moda, cosa que nunca entenderé pues yo soy justamente al contrario: comí el roscón con mis guantes especiales para Iphone que me trajo la negra Baltasar. Allí, tumbado en el sofá como un muñeco de trapo, propuse con las pocas fuerzas que me quedaban ir a ver el Rey León en 3D. Todos quedamos para vernos la tarde siguiente. A nadie le importaban ya una mierda los coches perdidos del abuelo playboy.

- Ayúdame con las palomitas, no mejor con la cocacola, que está muy fría, tío.

Simba ya ha crecido y vive con Timón y Pumba, lejos de sus responsabilidades y dejándose llevar por el Hakuna Matata, que le ha ayudado a olvidar las penas y culpas del pasado. Pero las circunstancias le obligan a enfrentarse a lo que es. Mi sobrino ríe con los bailes del mandril brujo, yo entiendo mejor la película que en los noventas y me termino una bolsa de marshmallows con una sonrisa en la cara que no se me borrará en horas. Acompaño a mi hermano a su coche y quedamos en vernos al día siguiente, para el primer partido del año. Los veo irse y les hago adiós con la mano, Fabián, desde su silla para niños que creo que ya no le hace falta, me hace el símbolo de la victoria, el mismo que hace Timón al final de la película y yo, muerto de la risa decido que ya está bien de hacer el idiota en mi Hakuna Matata personal. Que Timón y Pumba vengan conmigo o si no se pueden ir a tomar por culo. Este año, seguiré intentándolo, con más fuerza que el anterior. Alguien me creerá, imagino, que soy el más guapo y el más cool, como pone en mi currículum.

lunes, noviembre 14, 2011

Answers 4 Omnibus


¿Por qué no escribo más?
Básicamente porque el tiempo que he pasado de vacaciones me ha servido para convencerme, entre otras cosas, de que soy un vago radical y que nunca podría terminar una novela a menos que me vuelva millonario o consiga quién me abanique y me atienda durante mi tiempo de escritura. Ambas cosas son altamente improbables y por eso aquello se ve reducido a mi goteo de voluntad, que es bastante poco. He escrito algunos cuentos mierder que cada vez que leo me quitan el sueño y la novela corta que le envié a América, hace un año ya, reposa el sueño de los justos. Ella, monísima, jamás me dijo lo malo que era mi borrador, y yo le estaré eternamente agradecido.

¿Por qué no salgo más?
Por pereza. Así de simple. Ya no me divierte hacer el gilipollas bebiendo como si hubiese tomorrow. Más garrafón pa'vosotros, niñatos.

¿Por qué paso de la gente?
Eso es una calumnia mayúscula. Si no hablo con más gente del curro es porque me aburren de manera soberana al tener yo la desgracia de no tener nada en común con ellos: no veo Aída, no veo Telecinco, no escucho los 40 principales, y no me gusta beber en bares cutres. Si no hablo en las peluquerías es porque las señoras (a las que temo en secreto) que suelen esperar a mi lado manejan información que no poseo: ellas conocen a toda la gente que sale en el Hola! Si voy sólo a los museos es porque nadie quiere ir conmigo. Es normal, tengo cara de enterado y nadie sabe que no diferencio un Rubens de un Botticelli.

¿Por qué odio a las gordas?
No las odio. Pero me molesta, sí, cuando no paran de hablar de sus dietas y luego las ves comiendo dulces a todas horas, eso sí...con coca light. El colmo ya es cuando, casi rodando por los pasillos, hablan mal de las niñas flacas y las miran con envidia. O sea, gorda, si no te zampases todo lo que te ponen por delante, believe me, tendrías menos que envidiarle a la que tiene vaqueros de talla normal. ¡Aflojá con los postres!

¿Por qué he cambiado de grupo de amigos?
No lo he hecho. Mis amigas han desaparecido del radar desde que se enamoraron y las estoy dejando ser, aunque les mando un whatsapp de vez en cuando. Los demás, que no eran amigos ni nada, se han ido difuminando cuando yo intentaba, por ejemplo, quedar con ellos y, o me cancelaban con excusas estúpidas (y luego los veía en facebook dándolo todo), o simplemente decían que no, que si eso, pa'l próximo eclipse. No hard feelings. ¿No decís que paso de la gente? Pues os dejo que paséis de mi. No esperéis que os llame, ni espero que me llaméis.

¿Por qué estoy cabreado?
Porque he comprado un reloj por internet y me ha llegado roto. Me costará más el collar que el perro, y además, hoy, he ido a una entrevista y después de veinte minutos de mierda el pibe va y me dice eso de "pues podríamos haber hecho esto por teléfono". Pues sí, quise decir, pero solté "c'est pas grave". Porque estábamos hablando en francés. Al salir, mojé en un charco mis mocasines, subí a mi coche, volví fácil bordeando el Retiro y en la última rotonda, donde siempre dejo a Carlos cuando va pedísimo, casi choco con un tarado. Miro por la ventanilla para cagarme en sus muertos y descubro que es uno de mi curro. Sonrió asintiendo al verme con corbata y demás, y ahora sé que me chantajeará cuando me vea por la oficina. Supongo que tendré que pagarle un café para comprar su silencio.

Sí, escupiré en el vaso.

miércoles, septiembre 21, 2011

Crisis? qué crisis?


Hace unos días, me declaré en bancarrota moral y pedí un préstamo.
Mi primera opción fue perseguir en plan acreedor a mis deudores pero, soy tan pero tan toli, que no recuerdo a quien le dejé pasta ni porqué. Mandé un par de mails y parecía que había mandado una cadena. Quise intentarlo por teléfono pero esto de cobrar se me da muy mal y cada vez que levantaba el teléfono para cobrarle a alguien, resultaba que ese alguien no me debía nada y yo terminaba colgando sin saber si me habían dicho la verdad o es que yo era idiota. Opté por creer siempre lo segundo y dejé de llamar.
Entonces, comencé a odiar a los gordos. Porque cuando abres tu nevera y ves que sólo queda un limón reseco, un cachito de leche (que nunca tiras, no se sabe porqué) y dos trozos de apio, sientes que los gordos se han comido toda la comida del mundo, que si su demanda no fuera tan brutal la oferta no sería tan cara y los demás podríamos comer gastando menos. Les ves ahí pagando dos euros por una bolsita de risketos en la máquina de la empresa y cuatro euros por un desayuno especial de milanesa de pollo con mayonesa y panceta con patatas refritas, mientras la gente normal tiene que pagar dos pavos por un té con hielo. Quebrado, me puso un polo Abercrombie & Fitch Muscle, no apto para gordos, y me senté en su mesa a desayunar, light.

Comuniqué mi quiebra por Whatsup a mis hermanos, en el grupo "Mongos" que había creado mi hermana, con gran tino a la hora de nombrarlo, todo hay que decirlo. Uno me propuso que vendiera de una puta vez mi libro, pero cuando les conté que lo había enviado a un par de periodistas para su pre-lectura y no había recibido respuesta alguna desde la primavera pasada, abortamos ese plan. Otra opción propuesta fue que cantase en el metro, cosa que descarté más por pereza que por vergüenza, no me veo arrastrando un altavoz con un mp3 pegado con chicle y cantar en la línea 6 del metro. La opción que salió mejor parada fue vender el piso que tengo en Alcalá de Henares.

Lo malo de ese plan, es que en el piso vive mi hermano, quien paga la hipoteca desde hace años, y como que irse así, de zopetón, para que yo tuviese pasta, no le venía bien. Volví a mi puesto de trabajo cabizbajo y resignado a comer con quien sea esa tarde (cosa que para mi es casi como que Yoda se vaya de cañas con Darth Vader) sin poner pegas a su nivel del mongolismo. Sentado, con el tupper obligatorio del ahorro, escuché como uno hablaba sobre los préstamos que la empresa da a los empleados de más de dos años al 0% de interés. Clic. Subí corriendo y hablé con Marie-Flore, me explicó lo que tenía que hacer y horas después mi cuenta volvió a tener numeritos diferentes del cero.

Ahora puedo buscar curro con tranquilidad, he comprado ropa y pienso en regalos para mis hermanos que cumplen años. Llevé a mi sobrino al cine a ver Los Pitufos y pienso en salir a cenar con alguna amiga, de las de conversación amena. Mamá no se enteró jamás de mi debacle financiera y ahora (hasta que cambie de trabajo) puedo decir que vivo como un verdadero español: por encima de mis posibilidades.

martes, agosto 16, 2011

Disaster Movie


Soy un desastre humano.
No sé si es de nacimiento o es que ya nací así. Porque cuando era niño estaba enamorado como un gilipollas de Milagritos, con su cara redonda de manzana y su sonrisa perfecta, herencia de su madre selvática. Pero era tan tímido que nunca se lo dije, se la zumbó medio barrio y hoy, por el chat del facebook me ha llamado creído porque la hice sufrir de niña ya que, al parecer, me amaba en silencio, como en la telenovela.

También soy un desastre porque hace más de un mes que quiero quedar con Almudena, no sé, me da buena espina y quiero conocer a esta chica que parece más friki que yo. Además de guapa, que en eso también me saca considerable ventaja, es interesante. Pero las 3 veces que lo he intentado he fracasado como un peruano. La primera me lié en la FNAC y terminé llamando a Patri que sí podía verme a las 7:30 de la tarde (Almu sale de trabajar a las 6:30). La segunda me convencí a mi mismo de que podía echarme la siesta antes de ir y me dormí hasta el día siguiente. La tercera, me equivoqué de pizzeria y terminé saliendo del local ayudado por una puta dominicana de la calle Montera. True Story.

Además, si eso no les vale para comprobar mi desastrosidad (palabra que creo que acabo de inventar), diré que las bombillas de mi habitación llevan explotando misteriosamente desde hace mas de un mes.
El domingo, cansado ya de la situación, me subí a una escalera y revisé el socket, los cables y los empalmes. Todo como si se tratara de una bomba a desactivar. Me sobraron piezas, enrosqué la quinta bombilla, subí la palanca de la luz y se iluminó mi habitación. Feliz y sudoroso como si hubiese trabajado en la mina, me duché. Al volver a mi habitación comprobé que mi trabajo era una mierda, como papá siempre decía, ya que la quinta bombilla también se había quemado.

Escribo esto tumbado en mi cama, desde el Iphone. Porque había encendido el PC para escribir y terminé viendo mis feeds de google, la peli "Primos", lo caro que es un viaje a Barcelona y lo gilipollas que fui por no meterle mano a Milagritos cuando ambos teníamos quince años. Con el PC apagado me tiro a escribir y veo que no sólo soy un desastre por escribir desde un teléfono, que es ya de por sí una mierda, ni por dudar en ponerme o no camiseta para dormir (porque luego me resfrío, aunque sea verano), ni por alumbrarme con la mesilla de noche porque la bombilla de los cojones no sé porque coño no enciende. No. Soy un desastre porque me acabo de golpear el codo al cerrar la ventana. El mismo codo que me lesioné al caerme como un idiota en la ducha de un hotel de Alicante y que ahora hace que escriba desde mi teléfono, con el dedo meñique completamente adormecido.

Si es que soy un desastre.

Enviado desde mi iPhone

viernes, agosto 05, 2011

Dudas, dudas everywhere


¿La debo llamar o no? Si la llamo pasando un día, es que estoy desesperado; si la llamo dejando tres días, creo que está bien; si la llamo a la semana soy un chulo calculador; si la llamo al mes, soy un pasota; si no la llamo, ¿me vuelvo interesante?. A tomar por culo, le pongo un mensaje en el muro del facebook. Total, ella dijo que se lo había pasado bien, eso significa "vuélveme a llamar" o "da señales de vida" o "You're the One That I Want (oh oh oh....HONEY)" ¿o no? ¿Cenamos? - Ay, no, mi amiga está enferma. ¿Cine? Esto, no puedo tengo un trabajo que terminar. ¿Copa afterwork? - Ha muerto el licenciado Vidriera en mi telenovela, pero sí quiero quedar contigo, lo dejamos para otro día, ¿vale? Nothing to do here.

Si me lavo las manos, me da frío, entonces, me entran ganas de mear. Así que, después de eso ¿debo lavarme las manos, one more time? No sé. Si no lo hago, y alguien me ve, puedo parecer un guarro, pero considerando que en el edificio en el que trabajo hay gente capaz de hacerse pajas en el baño, creo que no debería ser importante. Si nadie me ve, EPIC WIN, pero corro el riesgo de que minutos más tarde me coma las uñas, recuerde dónde estuvo mi mano antes y me entren ganas de vomitar. A tomar por culo, me las lavo y fuera. Y si me vuelve a dar frío, me aguanto las ganas. Like a Sir.

¿El GPS de mi teléfono es más rápido que mi cerebro? O sea, ¿calcula bien las distancias considerando la velocidad a la que voy? Si la respuesta a estas preguntas es "sí" entonces, ¿porqué coño dice que gire a la derecha a 600 metros cuando me faltan sólo 100 para llegar a la calle que busco. Maldita sea, me he perdido tantas veces por seguir sus instrucciones que podría hacer un mapa de Madrid for dummies. Hace poco salí de Bravo Murillo intentando buscar Castellana y se lió, cuando sólo había que subir un poco y girar a la izquierda me mandó a tomar por culo y terminé en Ventas, donde mi amiga/copiloto, compadecida dijo "si eso déjame aquí ya, que vivo cerca y aprovecho para hacer footing en el Parque de la Avenidas". Forever Alone.

¿Soy 30, 31 o 32? En New York, los levi's 31 me van como un guante. Pero si compro la misma talla en Madrid, parece que soy el cantante de los Scissors Sisters y tengo que regalar los pantalones a la primera que pase, o venderlos (como hice) por ebay a un árabe loco por las marcas. Si cambio de marca, el problema aumenta porque en Gant, soy 32, si son pantalones de lino, si compro vaqueros, paso a ser 30 si son azules y 31 si son negros. No me preguntes por qué, es así. Al final termino comprando unos Hilfiger o Pepe Jeans que, como dice Cris, "me marcan el culete...fuegote" y me dejo de problemas. Fuck yeah!

¿Debo usar mi invisibilidad para hacer el bien o para el mal? Lo digo porque sólo en el trabajo las chicas me dicen lo guapo que soy, lo majo que me he vuelto y lo bien que visto. Pero en cuanto me meto a un bar me convierto en parte del mobiliario. Fui con Dario al Loui Loui y las dos tías que estaban frente a nosotros, bebían sus mojitos lamiendo sus pajitas, pero mirándolo a él. Fui con Marta a un bar de lesbianas y ella se pasó la noche besando a una morena mientras yo me colgaba de mi trago muerto del aburrimiento. Fui con Julio a un bar gay y a él le regalaron cigarros, un gordo le pidió bailar y otro le contó su rutina de bodypump mientras que yo bailaba con unas francesas de Montepellier que, en cuanto fui al baño, desaparecieron. Siempre huyo dignamente de estas situaciones, dignísimo. Haters gonna hate.

¿Algún día estaré bien con mi viejo? Mamá ha vuelto de Lima y yo he vuelto a su casa, a la que no me acerqué en estos tres meses que ella estuvo fuera. Papá me llamó mil veces, algunas veces me encontró en casa, pero yo, como Charlie Harper, veía el número en la pantallita y pasaba de contestar. Un día me dijo medio en broma medio en serio que yo sólo iba cuando estaba mi mamá, que a él nunca lo visitaba. No pude mentir y dije que sí, que tenía razón. Aún por teléfono noté que le había roto el corazón. Quise llamarlo y disculparme pero se me pasó. Cuando al fin lo vi el día de la vuelta de mamá ni siquiera me saludó, o sea, casi no nos habíamos visto en tres meses y sólo dijo "hola" a todos los que estábamos en el salón. En ese momento pensé que no me había equivocado al decir la verdad, que se joda, él se lo gana a pulso. Fuck the police.

¿Por qué tengo tantas camisas azules? Soy un pitufo no nato.

miércoles, julio 20, 2011

Carta abierta a la chica de las pizzas


No te conozco pero sé que tu pizza hawaiana no me gustará. Lo sé porque la combinación de piña, jalapeños, cebolla y masa me la hicieron comer mis primas cuando tenía 10 años y vomité más que Reagan en el exorcista, mamá llegó muy tarde y no pudo salvarme, pero me aconsejó que volviera a mi skate, bajara por las calles de piedra para olvidar el dolor de estómago y esperara unos años para vengarme de mis primas rompiéndoles el corazón. Entonces descubrí la fuerza centrífuga y que las farolas están hechas de un hierro bastante duro. No te he hablado de mi, es verdad, pero leyendo esto habrás deducido que soy tiquismiquis al comer, que mi madre me dejó a mi bola cuando niño, que era skater, que mis primas son unas harpías y que tengo una cicatriz en la ceja. Si no lo habías pillado, lo siento por ti, y te aconsejo no seguir leyendo.

Hace unas noches pasé por tu local, había cenado cerca con unos amigos y bajaba semicongelado por la Gran Vía cuando desde lejos descubrí una feria de artesanías. Me lancé buscando dos cosas: cobijo para el frío y una bolsa messenger como las de Burberry pero que costasen como las de H&M. Salí con un pañuelo verde que una china me vendió a dos pavos; convencido de tener un look gay, y de haber hecho bien al no pagar los 48 euros que me pedían por la bolsa. Tu local no estaba cerrado pero desde fuera comprobé que ya no estabas, normal, me dijiste que te ibas sobre las seis de la tarde y que volabas a tu urbanización pija a piscinear en tu casa. Yo también lo hago cuando me toca la semana corta y salgo a las cinco, pero me siento raro tirado en mi piscina sin césped, sin vecinas y con un socorrista que o está estudiando para su tesis o es un brujo, porque siempre lee un libro más grande y gordo que una guía telefónica, forrado en piel y con ribetes dorados. A veces, mientras nado, imagino que gritará "ANAPNEO" para salvarme de morir ahogado.

Baje entonces por la calle Montera, hacia Sol, esquivando a señoras que cobran por caricias y que huelen todas como a jabón chiquito de los hoteles de Alicante. Les dije que no, gracias, que iba bien y cuando pasé frente al Springfield ya me sentí seguro de que nadie me atacaría. Error. Desde donde antes estaba el Oso y el Madroño vino un señor mayor que se parecía al de las noticias de Tele5 y me preguntó que si quería compañía. Con mi educación universitaria y mis años de consultoría reunidos en una sola frase le dije "VESTE A LA MIERDAAA" parafraseando a mis amigos catódicos de La Hora Chanante y decidí en ese momento que pasaba de meterme al metro en Sol, que caminaría hasta Tirso de Molina y aprovecharía que allí no hay seguratas, para colarme (¿problem?). Antes de cruzar la plaza unos negritos me ofrecieron gafas Ray-Ban, cinturones Tommy Hilfiger, carteras Louis Vuitton para mamá, películas de estreno y un abanico. Todo más falso que mi ex de Barcelona.

Subiendo por Carretas vi un local igual al tuyo y desconfié de mi mente, que ya me ha jugado malas pasadas como cuando me hizo ir al Vicente Calderón un día antes de los cuartos de final de la Copa del Rey. Entonces me metí a buscarte pero solo encontré a un paisano mío que, eufórico al verme entrar, vaticinó que Perú ganaría la Copa América. Le sonreí de lado y sólo se me ocurrió responder "sorry, creía que esto era el Pull&Bear" y salí escopetado. En el puesto de la Plaza Benavente me compré una botella de agua con el euro que pensaba ahorrarme del metro y vi que la gente salía del cine al que suelo ir a ver las pelis en versión original. Acababan de echar "Hangover 2" y no entendí como alguien podía pagar 8 pavos por verla en inglés, cuando en los Verdi cobran lo mismo por la reposición de "Once Upon A Time In América" de Leone. Pasé por debajo de Casa Granada y una lata de Mahou pasó rozándome el hombro, antes ese sitio molaba, ahora está lleno de perroflautas que juegan a ser modernos, los modernos en cambio ahora son tan modernos que van a sitios que ya no son de modernos, porque no eso no es moderno, y buscan sitios underground para que su feeling no se vea reflejado en el look sino deep inside, saes?

Tirso de Molina, no hay seguratas. Me cuelo as usual y ya en el andén recojo de la papelera una revista de esas que regalan con el periódico. Hay artículos para chicas sobre cómo vestir, como maquillarse, como caminar, como hablar con el sexo opuesto, como ser más interesante y cómo ser "tú misma". Me sirve para matar los cinco minutos de espera que anuncian los paneles informativos, antes de tirarla, veo que lleva un cupón de regalo para el Pizza Hut que pone "Pizza Hawaiana, no has probado nada igual". Me río, la devuelvo a la papelera, me subo al tren que al fin llega y me prometo que la próxima vez llegaré a tu local antes de que te pires para decirte "Hola, no sabes lo que me pasó la última vez que vine a buscarte".