martes, mayo 20, 2008

Singin' in the classes, music for your masses


Ví a mi jefe en el metro, pero disimulé al máximo sumergiéndome en mi lectura del Calígula de Camus. Las estaciones pasaban y mientras se desarrollaba el primer acto de la trama, llegamos a la Avenida de América, donde solemos coger el mismo autobús. Me vió él, y se sentó a mi lado, muy buenas, dije con la mejor de mis sonrisas falsas y no llegué a entender qué me contestó, pero también sonreía, me imagino que con la misma fiabilidad que yo. Hablamos de House (la serie, que increíblemente Erika no sabía que existía), de la oferta de comida francesa en el Lidl, de próximos conciertos ochenteros (B-52, Christopher Cross, The Police) y demás, mientras leíamos el 20 minutos que le habían regalado en el metro.

Al llegar a nuestra siguiente parada de autobús, donde cada día hacemos un pequeño transbordo para llegar al trabajo, encontramos a una sudamericana que, sentada y escondida bajo su descuidado cabello, escuchaba una especie de bachata postmoderna en su teléfono, y sonaba horrible. ¿No sabes para qué sirven los headphones, darling? Pensé, pero dije, Oye Roberto, creo que te llaman, porque está sonando un móvil. Ella ni se inmutó, pero si levantó la mirada y eso me permitió comprobar que no llevaba las cejas depiladas, como dice Verónica que hacen las sudamericanas. No sé cómo la miraría, o quizá fuera porque Roberto y yo nos reíamos disimuladamente cuando sonó la siguiente canción y yo dije, sin disimulo, anda, esa sí que la conozco, ¿bailamos?

Entonces se levantó, y comenzó a hablar con el teléfono, oye chata, habla juerte que no tescucho, decía, con risitas nerviosas, y yo sospechaba que hablaba con alguien imaginario, pero agradecía que el ruido se hubiera terminado. Llegó el autobús y Roberto subió antes que yo, y buscó ansiosamente un asiento en el bus que venía a medio llenar, mientras yo, callado como una puta, comprobaba que la chica musical se sentaba a su lado. Lo miré de lejos y no pude evitar reirme, esta vez sin fingir, mientras el super bachatazo seguía su curso al lado de mi nunca bien ponderado jefe. Una mujer me cedió el asiento, no sé porqué, y retomé mi libro de Camus, concentrándome en comprender al máximo el francés, y además la historia.

Llegamos a nuestro destino, y al bajar, le pregunté, ¿qué tal el concierto?, y él, divertido, dijo me he quedado a la mitad de la última canción, nunca sabré si los amantes vuelven a verse, o ella se queda con su marido. Entramos a la oficina, y yo me quedé pensando que a la chica esta no le vendría mal una depilación del entrecejo, y un tratamiento capilar, o a lo mejor volver a nacer.

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