El Aeropuerto Saint-Exùpery no es tan grande, pero en sus metros cuadrados encontré algo que jamás encontraré en la inmensidad de la T4: una tumbona para esperar la hora de tu vuelo, mientras recibes el sol. Allí sentado recordé mis últimos días en Lyon, la lluvia asquerosa que nos recibió y que hizo que preguntara a Eric si es que el bleu ciel existía en Francia. Rió y dijo que sí, que ya mañana lo vería. Su casa estaba en el centro de la ciudad a pocos pasos de la Place de Bellecour, dicen que es la más grande de Europa, matizaba el guía, y Sol y yo comentamos que como le diga eso a un español éste le respondería: ni de coña, la de mi pueblo es más grande que esta mierda de plaza. Ya no llovía y caminamos por las calles pequeñas, y cada cierto tiempo veíamos esculturas de leones y osos pintarrajeados de mil colores, es por la Bienal que hacemos conjuntamente con Quebec, el León es nuestro símbolo y el oso polar el suyo. Alucinante, a mí me encantó el león que estaba frente al Palacio de Justicia, con una cara asustada saliéndole del culo, todo un arranque de simbolismo, pensé mientras le hacía fotos. Frente al Palacio estaba el Rhône, un río tan navegable como el Seine y que siempre estaba lleno de patos, como en París, me pregunté, no sé por qué, cuánta gente habría en el fondo, cuántos suicidas por un amor despechado habrían llenado de agua sus pulmones, cuántos teléfonos y carteras se habrían hundido allí para siempre. No estaba acostumbrado a tanta caminata, y cuando hubo que subir a una colina para llegar a Fourvière, pedí encarecidamente que usáramos el funiculaire. Lo primero que vimos fue un anfiteatro romano reconstruído, se notaba que era falso pero se agradecía el esfuerzo. Además gracias a él, supe por qué no se había reconstruído el Colosseo di Roma, se notaría a la legua y le quitaría su encanto. Luego llegamos a Notre Dame de Fourvière una basílica oscura, tanto, que mis ojos lloraban del esfuerzo que sólo vi recompensado al ver un gran mosaico con la historia de Santiago de Compostela. Bajamos caminando y volvimos a casa, a ver el partido Liverpool-Chelsea. Eric fue feliz con la victoria del Chelsea, y yo lo odié un poquito.
En mi tumbona verde se me ocurre que es extraño que siendo la ciudad natal del escritor no hubiera encontrado ningún Petit Prince decente, Alcalá de Henares está llena de quijotes y los encuentras hasta en las tiendas de los chinos. No en Lyon donde lo máximo que vi fue un muñequito del tamaño de la palma de mi mano, por 6 euros.
Al día siguiente alquilamos unas bicicletas. El ayuntamiento de Lyon ha puesto en puntos estratégicos de la ciudad bicis que los ciudadanos pueden llevarse, previo pago de un euro la hora, los primeros 30 minutos son gratuitos. Recorrimos los mismos sitios que el día anterior, haciendo una escala en una tienda de discos, donde compré LP’s de “Plastic Ono Band” y la BSO de “Le Proffessionel” con música de Morricone y Bach. Luego seguimos por la ribera del Rhône, donde la gente tomaba el sol sin ningún stress ni preocupación, había señores en traje y abuelas con sus nietos, pero lo que más llamó mi atención fueron las Lyonesas que hacían topless en pleno centro de la ciudad, vive la France. Llegamos hasta el Parc de la Tête d’or y dimos vueltas alrededor de su lago y del pequeño zoo que hay en el centro. Vi un tigre de bengala, un león, un cocodrilo y dos pelícanos, vi tres jirafas, un mono capuchino, dos hienas y cuatro tortugas, vi a dos vallecanos que pedían en español una trina y una caña, rapidito que es pa’ hoy. Bajamos por las líneas del tranvia y llegamos hasta el Stade del Olympique de Lyon, ya había comprado una camiseta y sólo nos detuvimos para hacerme una foto y ver si allí las tazas eran más baratas. Volvimos a casa y cuando aparcamos las bicicletas sentí que mi culo se había quedado en alguna parte de la ribera del rio. Ya por la noche, después de dar una última vuelta por librerías y tiendas de DVD’s de ocasión, invitamos a Eric a cenar para agradecerle la cortesía de alojarnos en su casa. Decidí llevarlo a un restaurante peruano, el mejor de Lyon, para que conociera la cocina de mi país. Le encantó la idea.
Ah, qué bien se está en esta tumbona verde, viendo los aviones pasar.
Había que subir otra vez hasta Fourvière, el metro sólo nos llevaba hasta el Theatre remodelado por Jean Nouvell. En una calle perdida, estaba el restaurante asqueroso del que ni siquiera recuerdo el nombre, el encargado hablaba en español con su cocinero y cuando llegamos le pedí que me trajera un poco de agua, oui oui, monsieur, contestó, dejandome desconcertado. La comida estaba asquerosa, y sentí vergüenza ajena, pero Eric, amablemente no se quejó. Al día siguiente a primera hora nos llevó al aeropuerto y Sol se fue en un vuelo distinto al mío. Por eso ahora, relajado en esta tumbona, tengo tiempo para pensar en lo que disfruté de este puente, lo bello que es Lyon y de lo poco que me importa ya si algún día me despiden del mundo TEC.
No hay comentarios:
Publicar un comentario