martes, junio 17, 2008

Apadrina un chándal (salva una vida)


La Casa Verde es la única librería de Lima que puede tener ese libro sobre el Interiorismo de Vermeer, y Mariana lo sabe. Por eso ha esperado lo que a ellos les ha dado la gana, a pesar de que el Mongo, cibernáutico, le ha ofrecido comprarlo por Amazon con la tarjeta que le robó a Joao. Mariana se niega, no quiero nada de ese fumón imbécil, dice, y el Mongo le corrije, no es fumón, es coquero.
Mariana hojea el libro y descubre una vez más a "La Lechera", y desea estar en Amsterdam, contempla "El arte de la Pintura", y quiere volar a Viena, pero con quien más se identifica es con la "Chica leyendo una carta con la ventana abierta", esas cortinas, esas sombras, esa soledad, le recuerdan a su propia niñez en Cieneguilla, cuando papá decía en sus cartas que volvería de Londres, y ella, entonces, le creía.
Paga el libro, unas 80 lucas, y sale feliz con su bolsita de papel en los brazos imaginándose que camina por New York y no por la asquerosa Lima. Doblando una esquina se encuentra a Graciela, embarazadísima y chatísima, le hace hola con la mano y cambia de acera a la vez, luego te llamo y tomamos un tecito o algo, chola, le grita, pero piensa: las mujeres tan chatas no deberían tener hijos, se ve que sufren horrores llevando la panza, deberían ser como mi chihuahua que tuvo una cría y se jubiló.

Suena su motorola que el Gitano le regaló cuando la cortejaba y ella dice ¿alo?, con su vocecita de locutora nocturna. Es el Gato. Se verán en el Jirón de la Unión, a las 7 o 7 y media, y te invito un churro mientras lateamos hasta la plaza San Martín. Ella, asqueada, acepta y una vez más se pregunta por qué. ¿Por qué no salir mejor con el Mongo?, que sabe quién es Vermeer y entiende mis chistes copiados de libros de Wilde, ¿por qué no salir con el Gitano?, que se caga en plata, y me regaló este teléfono, rosadito y todo ¿por qué no salir con Joao?. No con Joao no, que es un fumón, ay no, no, un coquero.

Ella llega puntual a la cita. Lleva puestas unas Vans blancas, un jean Fiorucci y una camiseta que compró en un casino de Atlantic City ¿o fue en Chinatown? El gato aparece, y a primera vista no se le distingue de los pirañas y carteristas del centro de Lima. Tiene unas Dunlop, que ha usado en algún momento (¿quién sabe si unas horas antes?) para jugar al fútbol, un polo de Alianza Lima, chándal, una gorra Nike falsa y un colgante con la forma de una hoja de marihuana (porque me gusta Bob Marley, flaca).
¿Qué le ves a ese huachafo? Le ha preguntado Charo mil veces ya, y Mariana nunca ha sabido qué responder. Será una fase, se dice, mientras buscan un vendedor ambulante de churros que esté dispuesto a rebajar unos céntimos del precio final. Yo pago, no quiero caminar más, dice Mariana, y el Gato, ofendido, replica que ni cagando, que ella es su hembrita y él tiene que pagar, que para eso ha llenado techo todo el fin de semana. Mariana se rinde. Una vez logró convencerlo y llegaron hasta Larcomar después de una tarde de compras por las tiendas de Shell y Larco, él miraba a todos lados y sentía que todos los lados miraban hacia él; cuando quisieron entrar al Hard Rock el vigilante le dijo a Mariana bienvenida señorita, pase, su muchacho la puede esperar en el jardín. El Gato tiró las bolsas al suelo y se largó sin decir ni mú. Mariana recogió sus cosas, entró al bar y pidió un Sex on the Beach, que bebió con toda la pachorra del mundo mundial. Su muchacho no la volvió a llamar (desde una cabina) durante una semana.

Mientras llegaban las salchipapas, el Gato amenizaba el encuentro contando sus últimas hazañas futbolísticas; Mariana seguía preguntándose cuando había sido la última vez que alguien limpió la mesa en que estaban y sin dejar de sonreir distinguió a lo lejos a Diego que, gracias a dios, no la había visto. Te cambio de sitio, Gato, que aquí me da mucho el sol. Se levantan, pero con tan mala suerte que el frasco de ketchup resbala y cae sobre las Dunlop del piraña, que grita desesperado, putamare’ asi no es flaca, me han costado 15 lucas, éstas no son de las baratas, ahora me compras otras, cojuda, ahora me compras otras. Mariana teme lo peor, y eso se confirma cuando Diego, por culpa del alboroto, la ha visto roja como un tomate, casi tan roja como la zapatilla zarrapastrosa que se acaba de manchar. Se acerca a la mesa, pregunta si pasa algo y ella, qué tal Dieguito, no pasa nada, cholo, un accidente laboral nada más. El gato no entiende nada, y Mariana le dice perdón amigo, aquí te dejo 20 soles por las molestias creo que con eso se cubre lo de las zapatillas (y toda tu ropa, de paso: piensa). Diego le dice, mala suerte chochera, y le da una palmadita en la gorra Nika falsa, que despide una nube de polvo al recibir el impacto. ¿Qué haces por acá, Dieguito? Pregunta ella, y él le dice que buscaba un libro viejo, una primera edición de "Los Heraldos Negros", que no he conseguido donde un librero viejo de la avenida Abancay. Ella pregunta si ha venido en su carro y si la puede acercar al barrio, que encontrar un taxi limpio es muy difícil por acá, el dice que sí, que cómo no, y de paso vemos a la China que está enferma en casa.

- ¿Qué tiene? – pregunta ella, forzando el interés.
- Nada flaca – dice él señalando la calle por donde está el parking – sólo que se emborrachó con los chicos, y tiene una resaca del carajo.

El Gato los ve alejarse y mientras moja una servilleta con saliva para limpiar las zapatillas, se mete en el bolsillo el billete de 20 soles, según él, sin que nadie lo vea. Horroroso.

No hay comentarios: