miércoles, junio 18, 2008

La señora del escote y el de la cartera gorda


Ella llegó una mañana de esas en que no sabíamos si ver el correo, leer los periódicos on-line o reorganizar lo organizado en una empresa dedicada a mover cajas. Yo le calculé unos 38 años, aunque por su forma de vestir y de andar ella gritaba al mundo que le hubiera gustado quedarse en los 25. Su pelo rizado saltaba sobre su pecho con cada paso que daba y el graciosito de la oficina fue el primero en pegarse a su falda, Hola morena, cómo te va, y dónde trabajabas antes, y te fuiste o te fueron, y ese anillo es de casada o de moda. Ella respondía a cada pregunta con una sonrisa, ellos siempre le veían el escote y nunca a los ojos como sí lo hacía yo, que noté que un ojo miraba a Madrid y otro a Toledo cuando se ponía nerviosa.
¿Tu no eres de aquí, verdad? Me preguntó ese mismo día y yo admiré su gran perspicacia, no, no soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir, le dije y seguí con lo mío, que era poco, pero más interesante.

A la hora de la comida, los comentarios sobre la nueva no se hicieron esperar: peazo de orejas, a mi me parece un poco cutre, yo creo que esta sabe más que los ratones coloraos. Ella, mientras, chateaba desde su sitio y cambiaba su fondo de pantalla por fotos suyas: una en la playa, ahora en un pueblito, otra con amigos, aquí con bikini. El informático de la empresa quedó prendado desde el primer momento, ¿juegas al pádel? le preguntó cruzando los dedos, y gracias al cielo ella dijo que sí, porque de lo contrario ya veíamos al pobre callado como siempre y sin tema de conversación, recurriendo a contarle cómo había configurado el servidor de correo, o maldiciendo a la jefa de recursos humanos y asuntos varios que es una hija de puta de mucho cuidado, y mastica la comida con la boca abierta y bufando como las vacas. Yo voy con una amiga que juega que te cagas, ¿tú tienes pareja de pádel?, preguntó ella, y el informático al verse perdido invitó al jefe de ventas, que es un bocas, a ser su pareja de pádel. Estás metiendo al zorro en tu gallinero, le dijeron, pero él prefirió el riesgo a tener que volver a configurar el windows en la soledad de su cubículo.

Un mes después, ella ya no jugaba al pádel y cada vez que el informático lo proponía algo la señora del escote le daba largas, hasta que el pobre, acostumbrado, me imagino, se rindió y se convirtió en un amigo fiel al cual ella le contaba sus penas laborales, que éste me ha chuleado la comisión, que me ha dicho la enana de recursos humanos que no puedo usar shorts porque no es corporativo, imagínate tío, como los niños pequeños. Pero cuando el jefe de ventas le proponía algo, sus ojos (el toledano y el madrileño) brillaban y ella decía que sí. A todo. Las lenguas vivaraces de la empresa mueve cajas se activaron como los poderes de Hulk, basándose en un mal sentimiento, y la pobre señora del escote tuvo que fingir desconocer los rumores que llovieron sobre su rectísima espalda. Comían juntos, jugaban al pádel juntos, y cuando ella no estaba en la oficina, él salía pronto a ver unos clientes.

Yo lo vi, hasta en los hospitales / escapándose al motel los cirujanos/¡Tan complicados los simples mortales/y tan fácil saber que se traen entre manos!

Cada vez que ella se acercaba a la mesa del elegido, yo le susurraba a mi compañero si éste no se la está follando, es pa’ darle, ‘amos, y él, conversador convulso allá donde los haya, aprobaba el dictamen con un simple, pero nunca bien ponderado o se la mete él o se la meto yo, que ésta viene con las bragas en la boca. Alguno afirmó haberlos visto caminando de la mano, cosa que me es muy difícil imaginar sin cagarme de risa. Otro dijo que la noche de la cena de navidad, cuando todos volvíamos a casa, vieron un VW Passat azul en un semáforo, cuyo conductor, al reconocer a los que iban en el coche de al lado, se saltó la luz roja como alma que lleva el diablo motivando un comentario que tuvo mucha cola: ¿viste quiénes iban en ese coche? eran el éste con la otra.

Las risitas, secretitos y llamadas a voz baja se acabaron cuando una mañana fria la señora del escote le dijo a su jefe eso de oye que mañana no vengo, ni pasado, que me piro. En su lugar pusieron a un imbécil que el primer día se presentó a sí mismo como Sales Manager, hasta que alguien le respondió ¿sales, qué? Ah, que eres comercial, bajándole los humos per sempre y encerrándole en el mundillo de los vendedores de puerta en puerta. El jefe de ventas perdió un ascenso, algunos dicen que porque al jefazo, íntimo amigo suyo, le dan alergia las relaciones entre empleados y esa fue su manera de castigarlo. A veces su teléfono suena y él al reconocer al interlocutor cambia el tono de voz, entonces sabemos que está hablando con ella y que después de comer saldrá antes y dirá estoy el móvil, chicos, para cualquier emergencia, que significa en realidad, al primero que me llame me lo follo.

Clara, evidente, manda la libido/la fidelidad, brumosa palabra/con su antigua lista de gestos prohibidos/muerde siempre menos de lo que ladra.

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