miércoles, abril 28, 2010

Eri come l'oro, ora sei come loro


Magaly me dice que sí, que puedo volver más tarde y, entonces, me dará un beso. Me paso horas pensando en las cosas que haremos juntos y en las noches en las que (si mi viejo me da permiso) pasaré junto a ella, sentados frente al rio riendo y hablando como hasta ahora lo hemos hecho. Cuando llego a su casa varias horas después me abre la puerta su prima, que dice que Maggie no puede salir, que vuelva en una hora. Regreso, con menos bríos, pero el mismo ánimo, sólo para ver desde la esquina como Magaly y el chato John están agarraditos de la mano, mirándose con ojitos de cordero degollado, each other.

- , ¿puedo matar a mi prima?
- No papi, ya te lo dijo el cura: no se mata.
- ¿Pero...puedo pegarle? ¿O empujarla de su triciclo nuevo?
- Sí. Pero que parezca que se ha caído ella solita

Percy me pide que le lleve una carta a Mily, mi gran amiga. Porfa, me dice, sólo si la llevas tú la aceptará. Somos buenos amigos, los mejores, y por eso espero a Mily a la salida de su colegio privado, un viernes por la tarde. Cuando me ve llegar corre a abrazarme y me dice que chévere que has venido, flaco, ven que te presento a mis amigas. Le digo que mejor no, que tengo algo importante que decirle. Ella me mira inquieta, se muerde el labio como siempre que está nerviosa y con un gesto de la mano hace que sus amigas uniformadas desaparezcan para siempre. Bajamos por la calle principal y entonces le doy la carta de Percy (que he escrito yo, porque él no sabe) en la que le declara amor eterno e inolvidable. Mily la rompe furiosa, me grita que soy un imbécil y baja la calle corriendo, dejándome allí parado. Percy viene a mi casa por la tarde y cuando le cuento el resultado me dice que ni se me ocurra volver a hablarle. Al día siguiente, le cuenta a todo el colegio una historia en la que yo, Christian de Neuvillete, he perdido al amor de mi vida.

- Mamá, Mili no me habla. No sé por qué.
- Nunca me gustó esa chica, papi. Su mamá es muy gorda.
- Ya, pero ella no.
- Creeme hijo: todas seremos como nuestras madres.

Martín me presenta a Helen, en un concierto de rock. Hablamos, bailamos y al día siguiente estoy en su puerta contándole que acabo de entrar en la universidad y algún día seré un ingeniero que habla inglés, francés e italiano. Ella me dice que le gustan mis ojos, que tienen algo especial y me da el mejor beso de 1994. Vuelvo a casa en una nube y cantando una canción de Luis Miguel. Al despertar papá me cuenta que el negrito futbolista le ha dicho que se tiró a la rubita de la esquina, Helen creo que se llama. Hago oídos sordos y sigo comiendo intentando que no se me note el calambre estomacal que me acaba de enredar el píloro con el duodeno. Papá me remata preguntando ¿No era esa con la que estabas bailando en el concierto de la semana pasada? Dejo el plato y mando a mi viejo a la mierda con los ojos, no entiendo por qué disfruta tanto tocándome los cojones. Salgo a respirar y me encuentro a Manuel, mi mejor amigo de 1994, con cara de haber matado a su viejo en la esquina. Me he tirado a Helen me confiesa, así, sin más, y agrega: me ha dicho que le gustaban mis ojos, que tenían algo especial.

- Mami, ¿está mal tirarme a una tía, sólo por venganza?
- Depende. ¿es de la familia?
- No.
- Es la hija de alguna de mis amigas. ¡No será la Jackie! Que he visto cómo la mirabas en el cumpleaños de Sara. Ay dios...
- No, mami no. No la conoces. Es la hermana de Manuel.
- ¿Esa? Ay, hijo. Ni siquiera tengo que decirte que la dejes, te vas aburrir de ella antes que de los patines o de la trompeta que te compramos.

Me entero que Sol tiene una entrevista en la ONU por el facebook. No sé si tendría que haberme llamado para contármelo pero sí sé que me habría gustado compartir su alegría. Sólo atino a dejar un comentario en Internet: "me alegro mucho, de verdad". Pero no me contesta y su única respuesta es para una tal Lucía, que no sé quién es, ni me importa, pero ojalá y se la folle un pez.

- Hola, mamá, soy yo. Te he estado llamando todo el día. Dame un toque cuando esté libre ¿ok? Tengo que contarte cosas. Besos.

Michelle me mira con sus ojos verdes, esos que me sonríen por si solos, para decirme que no se tomará una copa conmigo porque cree que le sentaría mal a su novio. No entiendo nada. Yo creía que me había explicado bien cuando le dije que sólo quería ser su amigo, que no tenía ninguna intención y que me encantaba estar con ella justamente porque sabía que no había ningún peligro de daños colaterales. Me pide que la entienda. Yo no le miento, y le digo que no lo entiendo pero que comprendo su decisión. Una vez más compruebo que no sirve de nada ir con la verdad por delante y no me como el hígado de cerdo, encebollado, porque me siento un poco caníbal, encebollado. Alguien canta de fondo el cumpleaños feliz y yo pienso: ¿porque no se mueren todos? Michelle me pide que todo siga como antes, y que siga tratándola bien, le digo que no se preocupe, que la trataré bien, como hago con todo el mundo.

- ¿Papi?
- Uf, hola . Vaya día, he tenido. No te lo imaginas.
- ¿Mujeres otra vez?
- Cómo me conoces. Algo así. Creo que al final Ricky Martin no estaba tan equivocado.
- Ya sabes que no puedes ser maricón, ya lo dijiste un día para joder a tu padre y al final te tiraste a tu tía segunda.
-Habíamos quedado en no volver a hablar de eso.
- Es verdad. Bueno, ¿qué ha pasado?
- Todo. Estoy hasta los cojones del mundo. El caso es que ni siquiera cambiando de ciudad las cosas han mejorado.
- La gente es igual en todos lados hijos. Sólo cambia el color de piel y, a veces, el idioma.
- Y el olor.
- Jajajaja, sí, y el olor.
- Da igual, mami. Mañana será otro día. A ver si hoy gana el Barça y me alegra la noche.
- Uy sí, papi. Ojalá. Ya verás como mañana la película vuelve a empezar.
- Ya. ¿Y con el mismo final al adelantar el DVD?
- Puede ser. O puede que esta vez no.

Cuelgo. Después de mandarle dos besos a mamá. Pongo el partido en la televisión y abro una Carlsberg. Mientras suena el himno de la Champions League me pregunto cuando llegará el día de mi suerte.

No hay comentarios: