Era martes y llegué a la oficina con la sensación de que mis brazos estaban hechos de concreto armado, y mis tendones de acero. Aunque parezca mentira, no es una sensación nada agradable, y era mayor el dolor que la sensación de saber que, al fin, formaba parte del homo erectus clan, gracias a que mi columna tenía algún músculo sobre el que fijar una buena postura. Y todo gracias a las dominadas, que es uno de los ejercicios más difíciles de realizar, si, como yo, no se tiene práctica. Simplemente (¿?) hay que colgarse de una barra con una abertura mayor a la de nuestra espalda y levantar, sin ayuda todo el peso de nuestro cuerpo. Siempre escapé cuando, en el colegio, tenía que hacerlo; mi cobardía llegó a tal punto que me inscribí en la escolta al enterarme de que ellos no estaban obligados a entrenar como todos los demás (militarmente) porque necesitaban ese tiempo para ensayar pasos para los distintos desfiles que había durante el año. Era un poco humillante llevar por calles y plazas la bandera del colegio, desfilando marcialmente, pero al menos no tenía que hacer dominadas ni correr 6 kilómetros una vez por semana, como el resto de los alumnos.
Pues ahora, más de diez años después, no he podido escapar. Esta vez me había prometido hacer todos los ejercicios que mandara el instructor del gimnasio, especialmente después de que mi hermano hiciera una correcta observación sobre mi progreso muscular, en Lima en un mes estabas como Vegeta, dijo, y es verdad, pero en Lima no tenía que trabajar, ni cocinar mi comida para el día siguiente, ni preocuparme de estar siempre atento a lo que quiere decir mi novia (que es distinto, casi siempre, de lo que dice), y esas cosas, amigo mío, desgastan. Así que cuando Alex (el instructor) me dijo que me colgara de la barra, lo hice, y dieciséis repeticiones más tarde, sentía que mis manos llegaban al suelo.
Estoy como Rambo, cuando lo capturó el Vietcong y lo colgó dos días de los brazos, en una ciénaga con sanguijuelas, le dije a mi compañero de trabajo, pero como siempre, me miró extrañado y preguntó, ¿no puedes decir sólo que te duelen los brazos? Esa noche, el dolor, o la tensión, me despertaba cada dos horas, pero siempre conseguía volver a dormir, susurrándome: no pasa nada, ya verás como en una semana te ríes de esto. Los días siguientes entrené con normalidad, soportando el dolor que era cada vez menos intenso, y ayer, cuando volví a ver desde a bajo a esa barra no me acobardé. Llamé a uno de los musculosos del gimnasio y le pedí que me ayudara a hacer las dominadas, y él contestó, si no haces más de diez no te ayudo, hice diez, exactas, y dejé las demás para mejor ocasión. Lo bueno es que ya le perdí el miedo al ejercicio, muchos años después, y espero que eso ayude a que mi hermano vuelva a verme como Vegeta, aunque él se peine como Trunks.
Pues ahora, más de diez años después, no he podido escapar. Esta vez me había prometido hacer todos los ejercicios que mandara el instructor del gimnasio, especialmente después de que mi hermano hiciera una correcta observación sobre mi progreso muscular, en Lima en un mes estabas como Vegeta, dijo, y es verdad, pero en Lima no tenía que trabajar, ni cocinar mi comida para el día siguiente, ni preocuparme de estar siempre atento a lo que quiere decir mi novia (que es distinto, casi siempre, de lo que dice), y esas cosas, amigo mío, desgastan. Así que cuando Alex (el instructor) me dijo que me colgara de la barra, lo hice, y dieciséis repeticiones más tarde, sentía que mis manos llegaban al suelo.
Estoy como Rambo, cuando lo capturó el Vietcong y lo colgó dos días de los brazos, en una ciénaga con sanguijuelas, le dije a mi compañero de trabajo, pero como siempre, me miró extrañado y preguntó, ¿no puedes decir sólo que te duelen los brazos? Esa noche, el dolor, o la tensión, me despertaba cada dos horas, pero siempre conseguía volver a dormir, susurrándome: no pasa nada, ya verás como en una semana te ríes de esto. Los días siguientes entrené con normalidad, soportando el dolor que era cada vez menos intenso, y ayer, cuando volví a ver desde a bajo a esa barra no me acobardé. Llamé a uno de los musculosos del gimnasio y le pedí que me ayudara a hacer las dominadas, y él contestó, si no haces más de diez no te ayudo, hice diez, exactas, y dejé las demás para mejor ocasión. Lo bueno es que ya le perdí el miedo al ejercicio, muchos años después, y espero que eso ayude a que mi hermano vuelva a verme como Vegeta, aunque él se peine como Trunks.
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