Collique es un barrio del cono norte de Lima. Está rodeado de cerros, y se caracteriza por ser una zona bastante inhóspita con todo aquél que vaya limpio y/o arreglado. Pero eso al Mongo no lo asustaba, porque ya era visitante oficial, sobretodo desde que sus primos lejanos habían empezado a hacer fiestas un mes sí y el otro también. Solían avisar semanas antes, y lo ideal era llegar el mismo día, como sea, pero dispuesto a emborracharse y vivir aventuras. Mientras los grandes discutían sobre si el hijo de tal era ladrón, o si el primo pascual se había metido a escondidas (cada tarde, mi alma vibra, mi cuerpo arde) a la cama de la prima puta, el Mongo y sus primos jugaban a lo que sea. Una de esas noches, en que el aburrimiento podía más que todo, Chacho (delincuente juvenil en potencia) propuso una excursión a un cerro vecino, en el que no pasa nada, pero a veces bajan gallinazos. El Mongo y su primo Pechón no querían ir, pero su prima (la Mocos) los obligó amenazándolos con pegarles los labios, otra vez, con UHU. Tenía un gran poder de convencimiento, y ellos muy poca fuerza de voluntad, así que a la mañana siguiente, después de desayunar pan con camote, partieron rumbo al cerro de los gallinazos.
El primer obstáculo era un muro de dos metros, que saltaron usando como escalera un par de ladrillos sueltos. Pechón cayó sobre blandito (unas bolsas de basura) y se sintió envalentonado por su suerte para el resto del día. El cerro era asqueroso, como casi todo en Collique, rodeado de basura hedionda y sin nada que ofrecer. ¿Para qué vamos a subir?, preguntó el Mongo, y propuso volver y jugar un partido de fulbito. Chacho no se inmutó y siguió subiendo, el ahora valiente Pechón también, y al Mongo no le quedó más opción que seguirlos. Treinta metros más arriba encontraron una pequeña explanada, que aunque tenía una inclinación ligera, les supo como si hubieran conquistado la cima del Everest. El Mongo comenzó, entonces, a entender a Chacho; el pobre estaba rodeado de gente estúpida en casa: primas feas, tías adúlteras y tíos mantenidos, y tenía que refugiarse en este tipo de cosas para no deprimirse a morir. Él vivía en una situación similar, pero hasta ahora no se había planteado una vía de escape.
Sobre un montón de tierra, encontraron un cerdo acribillado a balazos.
Pechón se persignó tres veces, Chacho le tiró un par de piedras, pá ver si racciona, y el Mongo se tapaba la nariz con asco, pensando en que el olor le recordaba a la tienda de embutidos del mercado. Se acercaron un poco, y los gusanos empezaban ya a salir por los orificios de la cabeza del animal. ¿Quién lo habrá matado? Preguntó Pechón, pero todos le dijeron “que huevón eres” con los ojos, y se calló por un par de minutos, recordando con nostalgia el cobarde que siempre había sido.
Dejaron el cerdo atrás y siguieron caminando, esta vez por una pendiente más pronunciada. Veían los techos de los vecinos llenos de troncos, basura y pelotas viejas.
El Mongo sintió que ya esto de la excursión se estaba poniendo aburrido, y que ya estaba bien de tanto cerrito y ropa tendida de los vecinos de Collique, el chancho, gritó, que viene el chancho. Pechón ni siquiera quiso comprobarlo, echó a correr como un loco y la gravedad se encargó de atraerlo hacia abajo. Lo vieron rodar como una bola de nieve, hasta que se detuvo al chocar contra una roca del tamaño de un Volkswagen. No se movía. Chacho se disfrazó de prima llorona, y dijo algo así como le voy a decir a mi tía China que me obligaron a venir, y desapareció tras una nube de polvo. El Mongo ayudó a Pechón a levantarse y mientras bajaban el cerro juraron no decir nada de la aventura o la caída (juramento que no sirvió para nada porque la sangre en la cabeza de Pechón los delataba), al llegar a casa, el inocente Pechón miró al Mongo con ternura y le preguntó, sin dejar de limpiarse la sangre de los nudillos, ¿oye de verdad venía el chancho? A lo que el Mongo, reprimiendo un sopapo, respondió, si huevón, de verdad venía, pero pasó de largo.
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