martes, marzo 11, 2008

El viejo y el Dart


Nadie sabía su nombre, casi nunca iba a pie y su Dodge Dart del 65 estaba siempre reluciente, con un disco de Rolando Laserie a todo volumen. Solía dar vueltas por los parques, por donde jugaban al fútbol los adolescentes, y hacía de motorizado espectador. El Mongo ya lo había visto un par de veces, acompañado de los más malotes del barrio, poniendo el Dodge con rumbo desconocido. Se decía que si subías a dar una vuelta, volvías a casa con dinero, ropa o zapatillas nuevas. Y eso en un barrio como el del Mongo, se notaba mucho, por lo que si alguien estrenaba alguna prenda todos los ojos inquisidores caían sobre el pobre afortunado.

El Mongo, curioso al máximo, preguntó a uno de los amigos de su padre si era verdad eso del viejo maricón, que te regala zapatillas por subirte a su chatarra; el tipo, sin soltar su cigarro ni quitarse las ray-ban que usaba siempre (aunque ya no estuvieran en 1975) le dijo, como se entere tu viejo que preguntas esas huevadas te mata, mocoso. Pero no se rindió, el Mongo, buscó entonces, otra fuente de información: los malotes.

Solían reunirse en una casa abandonada al lado del rio, allí escuchaban casettes en una radio vieja, casi siempre de Police o Genesis, que era la misma música que escuchaban los tíos del Mongo. Eso lo animó, y entró a la guarida. El jefe, al que llamaban Laberinto, se adelantó, y le lanzó un trozo de plátano, pero no consiguió asustarlo, peores cosas le habían caído encima al pobre Mongo, en su colegio pseudo-militar. Sólo voy a estar un rato, dijo, quería saber algo del viejo del Dodge. Al ver las risas ahogadas del grupito, y sus zapatillas relucientes, supo que estaba en el lugar correcto. Le contaron que el viejo se llevaba a los chiquillos al malecón, sin disimular, lo sabe todo el barrio; que una vez allí te miraba a los ojos y te preguntaba ¿zapatillas o plata? Si dices zapatillas, te la chupa, si dices plata te hace una paja. Los ojos del Mongo cada vez se abrían más, de fondo sonaba la voz de Sting cantando DE-DO-DO-DO DE-DA-DA-DA.


- ¿Y si no quieres nada? – se animó a preguntar.
- Eso no se puede, si subes al carro tienes que escoger, o plata o zapatillas. No hay otra.

El Mongo agradeció la información y se fue sabiendo que si no fuera porque sus tíos eran también de los malotes, no habría salido de allí con tanta facilidad. Quizo contar la historia a sus amigos, al fin sabía algo que ellos no, los esperó en una esquina, y allí fue donde el Dodge rojo lo encontró.
El viejo lo miró de arriba abajo, sonriendo y con un brillo asqueroso en los ojos. ¿Vienes o no? Preguntó, y el Mongo escapó lo más rápido que pudo.

Años después el viejo cayó enfermo. En el barrio decían que tenía SIDA, y ese rumor hizo que todos los malotes lloraran como niñas en la sala de espera del hospital, esperando el resultado de sus pruebas. El Mongo nunca tuvo zapatillas gratis, y al morir el viejo su inseparable Dodge se quedó para siempre abandonado en una calle, al lado de la guarida de los malotes. Deberían haberlos enterrado juntos, incluyendo un par de Nike Air, un disco de Rolando La Serie y un fajo de billetes de veinte.

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