Era la noche inaugural, así que no había opción a que sirvieran sobrantes. Sol y yo habíamos visto el cartel anunciando la apertura del nuevo buffet unas noches antes.
- ¿Venimos el viernes? Propuse con cierto desgano.
- Sí, a ver qué tal está esta vez.
Ella se refería a que, en ese mismo sitio, estaba antes el Complutum, que a nuestro entender era el mejor restaurante de Alcalá de Henares, con mesas, sillas y decoración medieval, y una carta bastante apetitosa (y cara). Sólo cenamos allí una vez, y éramos los únicos comensales. Meses después, el sitio cambio de dueño y se convirtió en un megabar de viejos, en el que servían cañas, vermut de grifo y raciones de morcilla, patatas bravas y alitas de pollo. Entonces tuvo más éxito, al parecer porque el nicho de mercado respondía mejor ante esta propuesta, pero nosotros dos añorábamos el antiguo restaurante en el que cenamos sintiéndonos parte de la Corte del Rey Arturo.
- ¿Cómo serán los camareros? – pensaba ella en voz alta - ¿chinos?
- Seguro, y con un poco de suerte hasta hacen un espectáculo de karate, o algo así.
En secreto deseé que este buffet fuera tan bueno como el del Plenilunio, en el que la comida no es espectacular, pero al menos he pasado momentos inolvidables. Y con esa esperanza entré por la puerta decorada en plan chinolandia, flanqueado por dos chinitas vestidas de negro que cuando pedimos una mesa para dos, preguntaron ¿fumadol o no fumadol?.
Nos sentamos detrás de una pareja, él comía las alitas con los pies y ella parecía una mezcla de Belén Esteban y Karmele. Me serví un poco de arroz, carne con pimientos, pasta y algo que parecía pollo. Sol, pilló rollitos de primavera, un poco de pasta y una cosa que parecía sopa. La cerveza, por apertura, era gratis hasta Abril. Hablamos de todo un poco, le conté que las momias de la cultura Paracas eran embalsamadas en cuclillas, y las envolvían en mantos con bordados espectaculares, que en Nazca habían dibujos en la arena que se supone que forman parte de un gigantesco almanaque y tienen equivalentes, aquí al lado en Glastonbury, donde hay un inmenso caballo blanco dibujado en medio del campo y que se puede ver sólo desde una altura determinada. Ella me habló del libro que está traduciendo, que conoció al autor en un congreso en Francia, que trata sobre el comunismo y las sociedades capitalistas, que es muy pesado traducir, pero que al fin ha podido enviar el prólogo a la ONG para la que trabaja. Seguíamos cogiendo comida, yo alitas y verduras, ella sushi, y algo que parecía salmón. Y venga más cerveza.
- ¿Telminado?- preguntó la china a la que en mi imaginación había bautizado como Chun-Li.
- Sí, ¿puedo pedir un té? – contesté, pero ella no sabía español y huyó como un conejo.
- ¿Sabes si “té” significa algo en chino? – pregunté a Sol, y en eso un chino se acercó a nuestra mesa.
- ¿El té no incluído menú, sólo celveza? – dijo.
Salimos y me sentía pesado. Propuse tímidamente ir a bailar salsa, pa’ bajar la comida, pero ella no estaba muy animada y decidimos volver a ver alguna peli en casa. Preparó un par de manzanillas, y tras beberlas, entré en coma. Me habré levantado cuatro veces durante la noche, y ni siquiera disfruté las pesadillas como solía hacerlo (sólo me dan miedo esas en las que mato a mi padre, y digo eso de “¿Quién es éste y qué me tiene que comunicar?) al día siguiente era un autómata y esa noche la pasé con sudores frios y amanecí con una calentura en la boca que arruina un poco mi belleza natural.
Le he pedido a Sol que, como muchas cosas más, me recuerde no ir nunca a un buffet por la noche, soy como un Gremlin, le dije, no me puedes dar de cenar tanto, o seguiré mutando. Ella rió y se quedó en la T2, esperando el avión que la llevaría a pasar la semana santa con sus padres. Yo volví a casa y esperé una llamada que nunca llegó.
- ¿Venimos el viernes? Propuse con cierto desgano.
- Sí, a ver qué tal está esta vez.
Ella se refería a que, en ese mismo sitio, estaba antes el Complutum, que a nuestro entender era el mejor restaurante de Alcalá de Henares, con mesas, sillas y decoración medieval, y una carta bastante apetitosa (y cara). Sólo cenamos allí una vez, y éramos los únicos comensales. Meses después, el sitio cambio de dueño y se convirtió en un megabar de viejos, en el que servían cañas, vermut de grifo y raciones de morcilla, patatas bravas y alitas de pollo. Entonces tuvo más éxito, al parecer porque el nicho de mercado respondía mejor ante esta propuesta, pero nosotros dos añorábamos el antiguo restaurante en el que cenamos sintiéndonos parte de la Corte del Rey Arturo.
- ¿Cómo serán los camareros? – pensaba ella en voz alta - ¿chinos?
- Seguro, y con un poco de suerte hasta hacen un espectáculo de karate, o algo así.
En secreto deseé que este buffet fuera tan bueno como el del Plenilunio, en el que la comida no es espectacular, pero al menos he pasado momentos inolvidables. Y con esa esperanza entré por la puerta decorada en plan chinolandia, flanqueado por dos chinitas vestidas de negro que cuando pedimos una mesa para dos, preguntaron ¿fumadol o no fumadol?.
Nos sentamos detrás de una pareja, él comía las alitas con los pies y ella parecía una mezcla de Belén Esteban y Karmele. Me serví un poco de arroz, carne con pimientos, pasta y algo que parecía pollo. Sol, pilló rollitos de primavera, un poco de pasta y una cosa que parecía sopa. La cerveza, por apertura, era gratis hasta Abril. Hablamos de todo un poco, le conté que las momias de la cultura Paracas eran embalsamadas en cuclillas, y las envolvían en mantos con bordados espectaculares, que en Nazca habían dibujos en la arena que se supone que forman parte de un gigantesco almanaque y tienen equivalentes, aquí al lado en Glastonbury, donde hay un inmenso caballo blanco dibujado en medio del campo y que se puede ver sólo desde una altura determinada. Ella me habló del libro que está traduciendo, que conoció al autor en un congreso en Francia, que trata sobre el comunismo y las sociedades capitalistas, que es muy pesado traducir, pero que al fin ha podido enviar el prólogo a la ONG para la que trabaja. Seguíamos cogiendo comida, yo alitas y verduras, ella sushi, y algo que parecía salmón. Y venga más cerveza.
- ¿Telminado?- preguntó la china a la que en mi imaginación había bautizado como Chun-Li.
- Sí, ¿puedo pedir un té? – contesté, pero ella no sabía español y huyó como un conejo.
- ¿Sabes si “té” significa algo en chino? – pregunté a Sol, y en eso un chino se acercó a nuestra mesa.
- ¿El té no incluído menú, sólo celveza? – dijo.
Salimos y me sentía pesado. Propuse tímidamente ir a bailar salsa, pa’ bajar la comida, pero ella no estaba muy animada y decidimos volver a ver alguna peli en casa. Preparó un par de manzanillas, y tras beberlas, entré en coma. Me habré levantado cuatro veces durante la noche, y ni siquiera disfruté las pesadillas como solía hacerlo (sólo me dan miedo esas en las que mato a mi padre, y digo eso de “¿Quién es éste y qué me tiene que comunicar?) al día siguiente era un autómata y esa noche la pasé con sudores frios y amanecí con una calentura en la boca que arruina un poco mi belleza natural.
Le he pedido a Sol que, como muchas cosas más, me recuerde no ir nunca a un buffet por la noche, soy como un Gremlin, le dije, no me puedes dar de cenar tanto, o seguiré mutando. Ella rió y se quedó en la T2, esperando el avión que la llevaría a pasar la semana santa con sus padres. Yo volví a casa y esperé una llamada que nunca llegó.
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