martes, mayo 12, 2009

Driving me (crazy)


Nadine y yo esperamos con el autobús que nos acercará al metro. Sino logramos subir tendremos que caminar 700 metros cuesta arriba combatiendo las nubes de polen que nos rodean, perezosas y voladoras.

- Entonces - pregunto - este autobús es de la empresa y está sólo para esto.
- Oui -contesta, suizamente aunque vuelve al español segundos después - tiene horarios establecidos y es gratuite.

Una chatarra verde dobla la esquina y me imagino que este armatoste debió sobrevivir el viaje transoceanico al que todos los autobuses europeos están condenados para terminar, cual cementerio de elefantes, usados como transporte público en algún país sudamericano. Como el mío. Las chicas del call center - arregladas ellas, como para una fiesta - suben en graciosa manada y Nadine y yo vamos detrás. Veo que el conductor es peruano.

- En mi país decimos chofer - le cuento- no chófer, como se dice aquí.
- Suena más francés -me dice ella, mientras yo asiento - como si pronunciases chauffeur.
- O fercho - remato, pero ella ya no me entiende.

Una mano me sujeta el brazo impidiéndome el acceso. El fercho me dice algo que no entiendo, le pido que lo repita, por favor, y me espeta "tú no puedes subir, no tienes la tarjeta". Miro a Nadine y ella me hace un gesto, avergonzada, pidiéndome que ignore la broma. ¿Es broma? pregunto con los ojos, y ella me hace que sí, con la cabeza. Me río, entonces, y hago el amago de seguir mi camino pero el chofer insiste y enseñándome una tarjeta verde llena de mierda remata su faena con un yo no me estoy riendo, compadre.

Descolocado, mato al idiota con la mirada y me siento al lado de Nadine que, sudando de la vergüenza, me dice, en francés, que ignore el hecho. No sé si está de broma, o quiere que le cruze la cara, respondo, confundiéndola aún más.
La pobre bajó intentando no verme con parte de la manada en el metro La Granja y yo seguí hasta Valdelasfuentes.
Cuando llegamos, el chofer no abrió la puerta trasera, como es debido, sino que nos obligó a bajar por la parte delantera. Yo ya iba por la segunda canción del "Presence" de Led Zeppellin pero con rabillo del ojo vi que, una vez más, intentaba cogerme el brazo (¿quién sabe?) quizá para disculparse. Mi orgullo hizo que lo rechazara como a un leproso y bajé sin siquiera dignarme a mirarlo. En el tren camino a casa, planeé mi venganza.

Al día siguiente me encontré en la cafetería con la Facility Manager, a quien había conocido un par de días antes, y, entre cafés y porras, le conté mi culebrón venezolano. Ella prometió, sin dejar de ver mi flequillo y jugar con su cabello, que tomaría cartas en el asunto, porque este individuo ya tiene varias quejas encima. Ese pata se pasa de confianzudo,dijo alguien que resultó ser uno de los vigilantes del edificio, es peruano como yo, y cree que todos son sus colegas, has hecho bien pararle los pies flaco. Lo dibujé en mi mente entonces, con su polo mugroso, su sonrisa rococó de dientes de oro, y sus gafas de sol de plasticorro. Sentí piedad, y un poco de culpabilidad porque quizás por mi queja encantadora perdería su trabajo; pero al compartir el ascensor con una rubia de esas que paran el tiempo, lo olvidé para siempre. Tuve dos razones de peso para hacerlo.

Hoy, después de un día de altibajos en el que el Director General me dijo que no se me ocurriera desconfigurarle su conexión a Internet nunca más, subí destrozado al autobús rogando que llegara pronto a la estación de tren. Ringo cantaba "I wanna be your lover, baby, I wanna be your man" pero una incómoda voz me devolvió a la tierra. Bajé el volumen de la canción y, recordando su existencia, le pedi al fercho que me repitiera lo que acababa de decir. ¿Valdelasfuentes, no, caballero? preguntó, temblando como una hoja. Vestía una camisa replanchada, estaba peinado y ya no olía mal. Sí, por favor, contesté y me senté victorioso, ansioso por llegar a casa y brindar conmigo mismo, cerveza en mano, por este pequeño triunfo.

viernes, mayo 08, 2009

Bienvenue chez les Ch'tis


Mi nuevo trabajo es particular, cuando llueve se moja y todo lo demás. Es una empresa que no es una empresa porque es parte de otra empresa con accionariado en una empresa que no deja que la nueva empresa se desligue de la empresa original. Mi misión, ya que he decidido aceptarla, definir la estructura técnica de la nueva empresa, antes del verano, y entonces asumir las funciones de IT Manager. O como diría Rosa: "o sea, jefazo, amos".

No creo que sea para tanto, pero el puesto tiene bastante distancia con el anterior, en donde mi máxima preocupación era parecer preocupado para que así todos creyeran que tenía mucho que hacer y en qué pensar.
Los jefes son de Lille, y han contratado un profesor de francés para pulir mis voules-vouz y, sobretodo para que deje de presentarme como Christianne, cada vez que alguien me dice enchanteé.

Las oficinas están a tomar por saco de mi casa, y aunque en un principio decidí ir con mi Kia sufridor, abandoné esta idea después de pasarme treinta minutos buscando un sitio donde dejar a mi chatarra verde esperando hasta que mi día acabara. El polígono industrial estaba a reventar, y cuando se lo comenté a mi nuevo compañero (que para colmo se llama igual que el anterior, así que ya lo odio), me dijo que por eso se compró la moto, porque venir en coche es de gilipollas.

Entonces, viajo en metro. Lo que no está mal si descontamos la mujer que se cuelga de tu hombro, el asqueroso que ya huele mal a las 8 de la mañana, el idiota que tiene la música a todo volúmen como si el móvil fuese un radiocasette, o la vieja que dice que sufre achaques pero corre a hiper-velocidad cuando ve un asiento libre. Cuando bajo del metro, subo al tren (en Chamartín) y miro los paneles informativos para saber en qué anden pararme a esperar. la putada llega cuando la información cambia de golpe y todos, la vieja hiper veloz incluida, salimos corriendo como el ganado que somos para lograr subir al tren que, al vernos llegar, hace buuuuuuuffff y sale disparado.

Ya sentado, abro mi libro. El autor dice que el socialismo no es tratar a todos por igual, sino a los desiguales como si fueran iguales. Me parece interesante, pero cuando quiero seguir leyendo se sienta frente a mí un mariconazo que habla con otro maricón (me imagino) sobre la fiesta de nosequién a la que fueron los nosecuantos. Gritando de vez en cuando. Cierro el libro como queriendo atrapar un tábano, pero él ni se inmuta, sigue hablando a voz en cuello, y sí tío es superfuerte, oooaooo, es que eres una guarra, colega. Subo al máximo el volumen de "Wish you were here" pero David Gilmour parece cansarse también de la locaza que tengo como compañero de viaje y se queda mudo poco a poco. Me largo, y me siento frente a una morena que se ha quedado dormida y babea.

El trayecto de vuelta es el mismo, pero en él voy recordando a mis compañeros franceses y sus historias: uno ha trabajado en Portugal y España, otro en Italia y Francia, y alguno en Suiza y Alemania. Me preguntan de vez en cuando si me gusta viajar y yo digo que oui oui, y a los diez minutos me entregan una reserva de vuelo para la quincena de Mayo porque tengo dos días de reuniones en Lisboa. La cagada.

En casa Sol me espera alegre y yo llego reventado, le digo que todo tres bien, pero que no me gusta el horario, aunque es mejor que estar en casa viendo porno todo el día. Ella asiente y pregunta si quiero ver algo, le contesto que lo que quiera y pone un capítulo de Bones. A los diez minutos me duermo y estoy tan cansado que ni siquiera tengo fuerzas para soñar con Angelina Jolie.

sábado, abril 25, 2009

El Diario de Patricio


Me encanta estar en pelotas. He vuelto del gimnasio, no hay nadie en casa y puedo hacer lo que me dé la gana (y, no sé por qué, lo primero que he hecho es poner un disco de Natalie Imbruglia). Estoy contento porque ayer hice mi buena acción mensual: ayudar a una amiga en horas bajas, porque sí, queridos cuatro gatos, yo también puedo tener amigas sin follármelas. No es mi estilo, pero la excepción confirma la regla.

Teresa estaba de baja por depresión en casa y la llamé para hablarle un poco, contarle cosas y hacerla reír. El plan funcionó y después de hora y media de telefonazo lo que empezó con sollozos contenidos terminó con carcajadas sonoras que me hicieron pensar que los antidepresivos son una gran invención. Espero que demande a su jefa por mobbing, pero creo que no se atreverá e incluso la perdonará porque no sabe lo que hace. Yo les hubiera puesto una denuncia.

Sol se ha ido a pasear en bicicleta con sus amigos por los prados de Aranjuez. Yo decliné amargamente acompañarla, eso no es pa' mí , dije, a mí invítame cuando sea una barbacoa con chelas y rio pa' dormir la siesta. Aún así tuve que salir de la cama para ayudarla a preparar la bicicleta, que estaba tirada en el trastero, con las llantas desmontadas, sin aire, y la cadena anudada en el timón. Después de usar la máquina compresora del taller de motos vecino, colocar la cadena que parecía uno de esos juegos de ingenio en donde hay dos clavos doblados que tienes que separar, y desajustar los frenos (no para que se desbarranque, sino para que dejara de frenara por nada), le di las llaves de mi coche con el tanque lleno y nos despedimos en el parking de casa. Una hora después la llamé para ver cómo había ido todo y me dijo que estaba volviendo a casa porque las cámaras de la bici habían explotado con un estruendo a los diez metros de la partida. Obviamente, me reí.

Antonio me ha invitado a ir a una barbacoa, mañana, en su chalet con piscina. Veremos, de paso, como el Madrid dice adiós a la Liga en el campo del Sevilla. Avisa a los demás, me pide, porque no he pagado mi móvil y me han cortado la línea. Que traigan algo para compartir, yo pongo la casa, la tele, el jardín y la carne. Dejo de hacer los abdominales que hacía y mando un mensaje grupal pidiendo que confirmen con el anfitrión antes de que cierren el mercado. Dos horas después llamo a uno de los invitados para ver si ha llamado a Antonio, pero su mujer me dice, amablemente, que no inquiete a su marido.

Vuelvo a poner el disco de Natalie Imbruglia y me tiro en el sofá. Sol entra y dice que hay que cambiar las dos cámaras, revisar los cambios, y los frenos. Pienso en la cabrona de María que me vendió la bici y ruego que la cague una paloma enferma. En la boca.

miércoles, abril 15, 2009

La Haine


Desde la zona VIP del Mr. Chopp se ve la vida igual de aburrida que desde cualquier otro punto del planeta Perú. Apoyado en la barra, juego a seguir las trayectoria de las trencitas de colores que forman la pulsera que llevo en la muñeca. Intento recordar quién me regaló tremendo adefesio, pero no lo consigo. Si al menos hubiera sido una pulserita de cuero, pienso, o un Citizen falso de la avenida Abancay; pero no, tenían que regalarle una pulserita de 50 céntimos de mierda. Me rasco la cabeza y sigo el recorrido de los cables que rodean toda la discoteca. Uno se pierde detrás de una bola de espejos, y otro justo detrás de la azafata de Heineken. La imagino electrocutada, pero es por que una hora antes me negó una tercera chela gratis, ya te he dado dos flaco, me dijo, no seas conchán.

Tomy baila como siempre, como si el mundo fuera a acabarse. se ha puesto la camiseta que compró en el mercado de segunda mano. Yo también llevo una camisa celeste, que compré para que mi amigo obtuviera un descuento: ya pe tía, le dijo, dos por seis lucas. He lavado la camisa mil veces, pero no consigo quitarle ese olor a muerto que lleva. Antes de llegar a la discoteca me he metido al Metro de la Marina y me he bañado de Old Spice, pero ni con esas se me va el olor a jubilado de encima. Mi amigo me hace señas. Sus dedos índice y medio se señalan los ojos, y su cabeza se mueve, en series de cinco repeticiones, a la derecha. Eso significa que alguien, desde esa ubicación, me está mirando.
Sigo la línea imaginaria que Tomy ha trazado y, con disimulo, logro ver a un grupo de chicas, no muy feas, que me ven desde abajo, preguntándose seguramente ¿quién será ese huevón que mira a todos con la mano en la barbilla?

Dejo mi posición César Vallejo y bajo, total, no hay nada que perder. Miro a la azafata de Heineken al pasar, y antes que le pregunte, me hace no con la cabeza. Pienso: tiene buenas tetas la chola ésta. Veo de lejos a Tomy le hago salud con mi copa y el responde levantando el índice como si hubiera metido un gol, no conozco a la enana que baila con él. Paso al lado del grupo de chicas y escojo rápidamente a una; ¿bailas? pregunto, y ella levanta los hombros, como diciendo ya pe' qué mierda.

- ¿Qué hacías arriba? - pregunta, acomodándose el pelo.
- Tratar de conquistar el mundo, Pinky.
- ¿Ah?- dice, pero sigue bailando al son de Carlos Vives - ya pues, dime, ¿qué hacías?
- No sé, me aburría, mayormente - "como ahora", pienso, pero no lo digo.
- ¿No ha venido tu flaca, te han plantado?
- No tengo - miento - ¿y tú?
- ¿Ves alguno? - contesta a mi pregunta con otra pregunta, cosa que odio, pero no digo nada porque se le ha abierto un botón de la blusa y el escote es tentador.

Tomy me guiña un ojo desde lejos, dando su innecesaria aprobación a mis actos. Las canciones van sonando una tras otra, sin pausas, veo el reloj y me digo que ya está bien de idioteces por un día. Le pido el teléfono a la bailarina, me lo da, y le digo que ahora vengo, que voy al baño, y me largo.

Después de una semana de universidad, novia, exámenes y fútbol, llamo a la tía de la disco cuando encuentro su número borroso en un papel lavado dentro de mis Levi's. Hola, soy el del Mr. Chopp; Ah, si, ¿qué te cuentas?; Nada especial, oye, ¿qué tal si nos vemos? no sé, este jueves; ¿Este Jueves? mejor el viernes, a eso de las seis; Ok, frente al cine del Marina Park.

Esperé unos diez minutos, y cuando ya me largaba me cerraron el paso dos chicas que parecían sacadas de la publicidad de Benneton: una china y una negra. La china me dijo que su amiga no podía venir, que estaba enferma. La negra dijo enferma, sí enferma. La china me preguntó que qué pensaba hacer, y yo le respondí que tomar un helado. La negra dijo, maldito, vamos a tomar un helado. Nos metimos a una heladería del centro comercial y yo pedí una cocacola, la china pidió helado de vainilla y la negra de chocolate. Era como verlas comiéndose a sí mismas. Les dije que no me iba a quedar mucho tiempo, que ya que su amiga no venía, me iba a estudiar. La china preguntó qué estudias, y la negra le hizo eco. Les dije que Física Nuclear, pero creo que si les hubiera dicho el abecedario hubieran puesto la misma cara de perdidas.

Cuando los helados se acabaron, me levanté y dejé dos soles sobre la mesa, y dije bueno chicas, un placer, pero ya me quito. La negra dijo ¿no nos pagas los helados? y la china preguntó lo mismo con los ojos. Dije ni cagando y salí de la heladería. Doscientos metros más adelante la china y la negra me alcanzaron y me dijeron que su amiga no estaba enferma, sino que las había mandando para que vieran si yo era un buen chico, alguien de confianza con quien ella pudiera salir sola. No lo podía creer. Seguí caminando y ellas gritaron si no nos pagas los helados le decimos a nuestra amiga que no salga nunca contigo, tacaño. Volví hasta donde estaban ellas y le dije, con la mejor de mis sonrisas, anda y dile a tu amiga que la cache un burro ciego, de mi parte.

Salí a la avenida La Marina, subí a una combi y dos segundos después el cobrador me pidió que le pagara. Pasaje, chino, pasaje, dijo. Le di un sol, y aguante que un hierro del asiento se me clavara en la espalda hasta que llegué a mi destino. Al entrar en casa sonaba el teléfono. Descolgué y eran mis viejos que llamaban desde Madrid. ¿Qué tal hijo? preguntaron, y yo, sólo pude contestar: Me tengo que largar de esta mierda, pero ya.

martes, abril 07, 2009

Calor que penetra, calor que alivia


Tenía cita a las 6 y media. Tengo un vale regalo, dije, es un por un masaje terapéutico de 30 minutos. La recepcionista, sonriente, me pidió que esperara un momento mientras llamaba a la masajista. Le hice caso y mientras leía una revista de decoración con titulares como "hazlo tú misma", "sorprende a tus amigas con tus habilidades" o " dale más luz a ese rincón", pensaba en mi poca fe en los masajes, que, según yo, tienen la misma utilidad que la hipnosis regresiva.

La masajista apareció, me llamó por mi nombre y me pidió que la siguiera. Al ver que no se parecía en nada a Phoebe Buffay sufrí una pequeña decepción, total, esta señora pequeñita de acento portugués estaba a años luz de la rubia masajista de Friends. Llegamos a un cuartucho que, desde el suelo hasta el techo, estaba lleno de azulejos azules y blancos, una especie de baño descartado que más parecía el cuarto de un prostíbulo mexicano. Una luz roja iluminaba una esquina y había un lavabo enano. A la derecha, y bajo la única y minúscula ventana, una mesita blanca guardaba cremas y encima de ella había una radio despreciable que, a un toque de la portuguesa, comenzó a soltar música de esa que llaman chill-out.

- Quítati toda la ropa, zapatos, todo, y ponta boca abajo. Ti podes tapar con esta toalla.

Y se fue. No sé si por pudor, o por no querer parecer idiota, no me quité el boxer y me acosté en la camilla metiendo mi cara en el agujero ese que hay para la cara. En el suelo, justo frente a mis ojos, había un agujerito pequeño y misterioso.
La masajista volvió, me imaginé que era la misma, al menos tenía el mismo acento. Me quitó la toalla del culo como si estuviera descubriendo una estatua y, doblándome el boxer hasta dejarlo hecho un tanga, me metió papeles por los bordes. Totalmente confundido, me dejé llevar. De la radio salían tres sonidos constantes que, en mi imaginación, venía de un hombre vestido de krishna que hacía ayyayyyaa ayyyayyayyy, un mono que, feliz, jugaba con un xilófono, y un estúpido koala que colgaba de un chelo y de vez en cuando lo hacía sonar. Era como oír una versión mala y eterna del "Within you Without you" de George Harrison.

- ¿Hay mucho dolor?- preguntó, y el mono y el koala se quedaron quietos.
- Sobretodo en la espalda -respondí - me paso mucho tiempo sentado.

Un chorro de algo tibio cayó sobre mi columna y, mientras lo esparcía, la masajista tarareaba la canción del krishna, y el mono, feliz again, la seguía con el xilófono. No pude resistir, y me dio la risa, muda, es verdad, pero al instante me contuve, imaginando que en el agujerito misterioso del suelo había una cámara escondida. Ella seguía con su ayyayyayyyy ayay mientras yo, ya adolorido soltaba de vez en cuando un ¡ay!, más para hacerle saber que me estaba haciendo daño, que para hacerle los coros. Pero la masajista parecía no enterarse, se contagió del entusiasmo del mono y mi columna se convirtió en un xilófono y golpeó vértebra a vértebra mientras yo, por mi agujero de la camilla veía sus pies envueltos en zapatos blancos con puntitos negros. ¿Son esas las nuevas Converse masajista? me pregunté, para intentar olvidar el dolor.

- Tienes la espalda muy cargada - diagnosticó - necesitas al menos unos cinco masajes más. ¿Te apunto para un circuito de masaje y spa?
- Va ser que no - dije, desde el dolor- los masajes suelen dejarme más adolorido de lo que estaba.

No terminé de decir esto cuando, ya convertido en una pechuga de pollo aplastada, sentí que sus codos recorrían mi espalda con toda la saña que permite la fisioterapia. ¡Ay! grité, y hasta levanté una mano pidiendo al árbitro que le sacara tarjeta amarilla. No se inmutó, me bajó el boxer de un tirón, y recorrió mi columna haciendo presión con los dedos desde el culo hasta la nuca. Cuando llegó a su destino solté un bufido, deseé que en verdad hubiera una cámara en el suelo y me dieran mi foto haciendo muecas al salir, como hacen en los parques de atracciones; y supe lo que sentía mi cama hinchable cuando me revuelco sobre ella para quitarle todo el aire. La pobre.
Me soltó al fin y ya yo era una marioneta tirada sobre una camilla, ella seguía con su ayyayyaayy ayay, el koala parecía haber despertado, y sentía su mirada clavada sobre mi cuerpo despatarrado.

Dime que se ha acabado, por favor, pensé, pero no podía moverme. Algo me mordió el culo y, sin soltarme, subió por el lado derecho de mi espalda. ¿Duele? preguntó, y yo respondí, claro, coño. Ella dijo entonces, es que tenis los músculos de la espalda mal, deberías facer ejercicio. Le dije que voy al gimnasio casi a diario, que mis músculos estaban bastante ejercitados, se quedó muda, sin argumentos, pero respondió mordiéndome todo el lado izquierdo. Cuando me soltó levanté la cabeza de golpe y vi que tenía sobre la mano una ventosa.

- ¿Falta mucho Papa Pitufo?
- No, no falta mucho.

Metí mi cara en el agujero otra vez. Mis deseos se cumplieron y alguien había disparado al koala, ya sólo quedaba el mono con su xilófono, el krishna seguro se había ido por ahí a tocar la pandereta. Un chorro de aceite me bañó, sentí sus manos ir desde mis tobillos hasta las orejas, y cuando ya creía que se había acabado tiró de mi muñeca como si quisiera separar mi brazo del cuerpo. Algo hizo "crac". Me cubrió con una toalla enorme y se fue. Me quedé esperando que alguien viniera a poner una etiqueta con mi nombre en el dedo gordo del pie.

Cuando pude moverme, me vestí y salí del cuartucho. Encontré a la portuguesa hablando animadamente con la recepcionista, no sé, quizá de tendones, huesos, o aceites. Al verme pasar me preguntaron si tenía el teléfono del centro de masajes, les dije que no, pero que vivía cerca, que ya las llamaba, si eso.
Volví a casa y Sol estaba subiendo fotos en Facebook de nuestro último viaje a New York, ¿qué tal? preguntó, y yo quise minimizar los daños, bien, dije, pero al quitarme el polo para darme una ducha, el espejo nos mostró dos enormes hematomas a lo largo de mi espalda. Parecía que un águila real me había capturado con sus garras y luego soltado a la altura del puente de Vallecas. Ella reprimió una risita nerviosa y huyó al salón, y yo, ya cabreado y malagradecido por completo, grité desde la ducha ¡tenías que haberme regalado el Album Blanco de los Beatles, maldición!, y dejé que el agua caliente lavara mi deshonra.

jueves, abril 02, 2009

You'll never walk alone


Mi fiesta de cumpleaños fue anunciada en Facebook. Invité a toda la gente bonita que conocía y los cité en una cervecería del centro de Madrid en la que, además, se escucha buen jazz. Al llegar, descubrí que el dueño del local no sólo no sabía quién mierda era yo, sino que había olvidado la reserva que hice ¿no era para la próxima semana? preguntó, y yo dije no, es hoy; pero pensé: ni se te ocurra movernos de nuestras mesas gordo asqueroso, y bájate el cuello del polo que tienes más treinta, por dios. De los veinte invitados sólo aparecieron tres, y para colmo Sol, cansada (y aburrida), se largó a eso de la 1. Al menos mi hermana me regaló una camiseta de Kiss, salvandome del deshonor, y mis amigos (dos) y yo descubrimos que había más cervezas en el mundo que Heineken y Mahou.
Volví a casa muerto y mientras abría mi puerta me pregunté si en Lima las cosas hubieran sido igual de sosas.

Al día siguiente, fui a la fiesta de mi sobrino y le llevé una camiseta de Ben 10, sabiendo ya gracias mi hermano, que ese era su regalo soñado. Todos sabían que la noche anterior había celebrado mi cumpleaños pero aún así las preguntas gotearon por algunos lados.

- ¿Qué? ¿Han salido anoche?
- ¿Y no vas a hacer nada más, o sea, en tu casa? - traduzco: ¿no vamos a tener trago gratis?

Sin contar, claro, la infaltable abuela tocapelotas que te recuerda lo mono que eras de niño, y lo viejo y barrigón que estás, hijito, ay, qué mayores nos hacemos. Te dan ganas de soltarle: vieja estarás tú, oye, pero te callas, asientes, y huyes hacia la mesa llena de dulces para niños, y te zampas un marshmallow pensando "no hay dolor, no hay dolor". Sol me ve desde lejos y le hago una señal que significa "huyamos". Me despido de mi hermano que ya estaba calentando la cena que (él sí) ha hecho para todos y le digo que he quedado con unos amigos que, ahora sí, van a estar conmigo para celebrar mi cumpleaños. Gracias por venir, me dice, y le pido que no olvide que comeremos juntos en mi casa, sólo los viejos y los hermanos, el domingo al mediodía. Promete estar.

Ya de camino a casa, Sol y yo escuchamos el Hexágono, un programa de Radio3 con música francesa. Edith Piaf canta Sous le ciel de Paris S'envole une chanson hum hum/Elle est nee d'aujourd'hui Dans le coeur d'un garcon. Sonreímos y le digo que ojalá esta noche no nos dejen plantados estos hijos de puta. Pos casi. Teresa me había mandado un mensaje definiendo la puerta del Teatro La Latina como punto de reunión, a las 10 de la noche. Y allí estábamos, puntuales, solos, y cagados de frío. Vamos al café San Millán, digo, tomamos una copa de vino, y si hasta y media no dan señales de vida, nos largamos. Mando un SMS con mi ubicación y busco refugio.

Habría pasado media hora, cuando Rubén me llama, feliz cumpleaños, dice, ¿dónde está el Café ese?

Le hablo de las entrevistas que he tenido, y de cómo algunas tienen mejor pinta, le ofrezco, incluso, ayudarme si alguno de los proyectos llega a buen puerto. Él acepta encantado ofrece trabajar gratis y propone ir a algún sitio para picar algo rápido. Son ya las 11 y media cuando Teresa llama y dice que está en un bar cutre (sic) y que dejemos todo lo que estemos haciendo para ir a su encuentro. Le pido la dirección y ella, chica de barrio, no tiene ni puta idea y parece que le es muy difícil salir a la calle y ver las señales.
Rubén, Sol y yo intentamos seguir sus pistas, pero nos cansamos a los dos minutos y tras yo soltar un que le den por culo, nos metemos a una taberna a picar algo. Casi a la una, Rubén anuncia que se va a bailar, Sol conoce el sitio al que va, yo pregunto si hay muchas chicas y mi amigo dice que no, que él sólo va a bailar. Perplejo, lo despido y subo por la calle de la Colegiata pensando sólo en mi cama.

El domingo me levanto como si hubiera un temblor, pero ya es tarde, la carrera de F1 ha terminado. Me visto y salgo al mercado a buscar las piernas de cordero deshuesadas para preparar la comida: Piernas de cordero rellenas, y tarta de queso de postre. Mi familia llega puntual y, entre aperitivos, vemos la retransmisión de la carrera y nos morimos de risa cuando Massa, idiota como siempre, se sale de la pista, ese huevón tendría problemas hasta con mi Kia, digo, mientras llevo la humeante comida a la mesa.

Mi sobrino lleva puesta la camiseta que le regalé. Me pide que lo deje jugar con mi réplica del Mach 5, un silencio se apodera de mi casa pues todos saben que ni siquiera a mayores de 18 años les permito tocar mis cosas. Pero accedo, e incluso le doy mis dos transformers.
Mi hermano, que casi se está quedando dormido, me cuenta que la fiesta murió a eso de las 12, pero que algunos (los dos cansinos de siempre) se quedaron hasta las seis de la mañana y por eso no pudo irse a dormir tranquilo. Cuando pregunto que por qué no los largó me dice que el único de la familia capaz de hacer algo así era yo, forever, confirmo, por eso no hago fiestas en mi casa, porque siempre hay un camarón que se quiere quedar a dormir.
Mamá, para cambiar el tema, me recuerda que su amiga neoyorquina la visitará la próxima semana y yo, sin decirlo, deseo que no olvide el Patek Phillipe de Chinatown que le pedí. Papá abre un vino reserva especial que ha traído, es tu regalo, hijo, y brindamos por mí.

Veo a mis viejos, a mis hermanos y sé que ellos han sido lo único constante en todo mi tiempo. Las Teresas, Rubenes, y demás pasarán con los años y, who knows?, desaparecerán, pero mi familia nunca permitirá que yo camine solo. Y menos en mi cumpleaños, aunque nadie me regalara el Album Blanco de los Beatles.

lunes, marzo 23, 2009

Dormir conmigo


Siento que el sueño al fin llega, en forma de una nube negra que me va a envolver poco a poco. Y en ese rollito de primavera que son las paredes se cuelan muchas imágenes, mientras con mi último resquicio de voluntad veo que el reloj marca casi las 3 de la madrugada. Al quedarme dormido, al fin, recuerdo las veces que tuve que esforzarme para no dormirme ante un estímulo más que somnífero. Aburrimiento.

Me aburría con mi profesor de Educación Cívica: un curso cuyo temario estaba lleno de deberes, derechos, ciudadanía, civismo, respeto a los símbolos patrios y a memorizar la constitución que no había sufrido grandes cambios desde los setenta, así que si aprendrías, como yo, bien todo la primera vez, los cuatro siguientes años esa clase era un eterno deja . Intentaba entonces no dormirme mientras mi profesor (bizco) hablaba sobre cualquier cosa y yo lo veía a través de mis gafas de miope, astigmata, estrábico y legañoso. Apoyado sobre mi mano izquierda, con los ojos fijos, pensaba en llegar algún día a jugar en Alianza Lima.

Me aburría con mi ex, la actriz quinceañera, después de follar. El urólogo me dijo, después de sorprenderse de ver a un veinteañero en su consulta, que lo mío no tenía cura, que el sentimiento de culpa nunca me iba a dejar disfrutar sexualmente de esta chiquilla apetitosa, porque, en el fondo, yo sabía que era una relación prohibida. Por eso, acostado a su lado, solo quería dormir mientras ella hablaba de su colegio y el viaje de fin de curso. La veía de arriba abajo y deseaba que fuera Shemi, y así no habría complejos que valieran y follaríamos como tenía que ser. Con mis ojos fijos en los suyos, soñaba con los de otra, verdes, y otra sonrisa.

Me aburría, también, con Verónica, y más de una vez estuve a punto de dormirme cuando ella hablaba. Me contaba cosas de su familia (blablabla), de su hermana (blabla), de su tío (blablebloblubla), de su casa (blebli), de su novio (blablablablablablablablablabla), de sus tetas (bla), de su pelo(blablablablabla), y hasta de sus uñas. Bla. Yo la miraba reprimiendo el mayor de los bostezos y soñaba con que se callara de una vez, que se diera cuenta de que yo no era su novio, que no estaba allí para hablar, y mi cerebro prefería dormirme antes de dejarme entrar en el "terreno de los amigos" del que no hay retorno. Ella se aburrió antes, y me dejó tirado en el balcón de la facultad de Química, yo, resignado, me fui a casa a dormir una siesta de seis horas.

Me aburría, más, con mi tia en Liverpool. Desconectaba tanto cuando ella hablaba, para ignorar sus continuas quejas, que sin darme cuenta me quedé dormido con los ojos abiertos más de una vez. Una en Queen Square y otra en un pub oscuro. Fue agotador, pero al menos soñé con un Yellow Submarine y con encontrar a Paul McCartney al doblar una esquina de Mathew Street.

Me aburro, y eso no tiene remedio, en las entrevistas de trabajo. Sentado con la espalda rectísima combato al sueño contando chicas baywatch corriendo por la arena. Chicas a las que veo desde mi Ford Mustang, of course. Mientras el entrevistador me pide que enumere mis principales defectos, hablo como un autómata y dejo que vea mi reloj Mont Blanc para que preste menos atención a mis respuestas. Me trago el bostezo que echo de menos por las noches cuando me pregunta por qué salí de mi último trabajo y no respondo lo que quiero (ambos nos aburrimos de trabajar con un gilipollas al lado), abro al límite mis ojos, y, como siempre, respondo lo que quieren escuchar. En el metro,de vuelta, me duermo.

Me aburro, como todos, en los aeropuertos. Y no puedo dormirme porque hay ladrones por todos lados esperando a que cierre los ojos para quitarme mi maleta de piel que Sol me regaló no sé por qué. En la maleta llevo, siempre, lo esencial para sobrevivir unos días: tres calzoncillos, camisetas, chiclets, mi revista Esquire, un pendrive con música de los Beatles y Led Zepellin, pasta de dientes (pero olvido el cepillo) un desodorante minúsculo que compré en Casablanca y muestras gratis de perfume Armani. Resisto, entonces, pensando que ya dormiré en el avión, pero al subir compruebo que entre la señalización de las salidas de emergencia, el saludo del piloto, el paso de los carritos que venden cervezas y cocacolas, el ofrecimiento de lotería y tarjetas telefónicas, el anuncio de que ya nos acercamos a nuestro destino, el carrito de los cojones again, y alguien anunciando que estamos ya en el aeropuerto de destino, es imposible dormir.

El rollito me envuelve totalmente y respiro aliviado sintiendo que al fin me voy a dormir. Cierro los ojos y, feliz, sé que tendré pesadillas porque desde niño programé mi subconsciente para que me deje los sueños bonitos para el día, y así los uso para desconectar de la realidad, que, no sé si lo he dicho ya, me aburre.

viernes, febrero 27, 2009

La boda de mi mejor ¿amiga?


Cuando el Mongo supo que Mariana se casaba sintió un escozor en los huevos inexplicable. Era la misma sensación que tuvo cuando vio a Christopher Reeve en un video de Pimpinela, el mismo sentimiento de desazón que vivió cuando supo que las tetas de Pamela Lee eran falsas, la misma herida en el costado que lo hizo recapacitar al descubrir que la música de Erasure sólo le gustaba a los maricones. Se sintió un huevón al cubo.

¿Porqué no me lo diría? se preguntó.

O sea, hace mucho que ya no eran novios, ni nada, y ella había dejado clara su posición cuando una tarde, después del cine, el Mongo le dijo que quería estar con ella, que sí, que ambos tenían nuevas relaciones, pero qué mierda Mariana, vivamos el hoy. Ella lo miraba, intentando poner el máximo espacio de por medio en el pequeño habitáculo de su Peugeot, jugaba con su llave: la quitaba, la ponía, la movía, jugaba con el volante, no puedo Monguito, no me lo perdonaría. Esa tarde, el Mongo soltó mucho cordel y la lubina se sintió libre, con metros y metros de ventaja. Ok, dijo el huevas, respeto tu decisión, pero comprende que tenía que decirte lo que sentía; y se bajó del coche francés para volver a casa. Caminando pensaba, equivocadamente, ojalá rectifiques, lo vamos a pasar en grande juntos tú y yo, no sé porqué lo sé, pero lo sé. Iluso.

Pero Mariana, sabia, optó por el camino fácil y siguió regalándole sonrisitas al Mongo, y hasta algún besito en plan ay que mono eres, que él equivocadamente interpretaba como ya voy, espérame en el cielo, papito. Hasta que una tarde Charo, perruna, aprovechó que el Mongo estaba con la moral baja y le soltó eso de no me han invitado al matri de Mariana, ¿y a ti? El Mongo, sin cambiar el gesto y prestando, como antes, más atención a su helado que a Charo, dejó pasar unos cuantos segundos, deletreó en su mente la palabra paralelepípedo como hacía siempre en situaciones extremas y, ya cool, contestó: no, ni siquiera sabía que se iba a casar.
Charo, carroñera, le preguntó que cómo era posible, si eran tan amigos, no puede ser, yo juraría que tú ibas a estar en primera fila en la ceremonia. El Mongo, limpiándose la boca con una servilleta siguió viendo el ir y venir del tráfico de Lima y dijo de corazón, a lo mejor no somos tan amigos como parecía. Miró la hora en el Patek Philippe que heredó de su abuelo y dijo tengo que irme volando, ¿compartimos el taxi? Pero Charo, que ya lo conocía, leyó el asco en sus ojos y respondió que no, que ella se iba a quedar un ratito más.

- No entiendo - le dijo al taxista - no sé porqué lo ocultaría. No tiene sentido.
- Así son las mujeres, hermano, no siquiera el Froin ese las supo entender.
- Freud.
-¿Quién?
- Freud, me imagino que te refieres a Freud.
- Sí ese que dijo: "La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?"- el Mongo estaba anonadado- fue ése Froig ¿no? Contesta pues hermano.

Ya en casa, el Mongo se dio una ducha de dos minutos. Fría. Subió a su cuarto y tirado en la cama con la vista clavada en el póster de Los Tres Chiflados se imaginó la boda de su lubina. Cogió lápiz y papel y, como cuando iba al mercado, hizo una lista de preguntas y respuestas.

- ¿Cuántas veces la he llamado? - Muchas.
- ¿Cuántas veces me ha llamado?- Un par, y siempre devolviendo llamadas.
- ¿Cuántas veces le he escrito? -Muchas.
- ¿Cuántas veces me ha escrito?- Un par, y siempre cuando pensaba que ya no le iba a escribir.
- ¿Cuántas veces te ha pedido una cita? - Nunca.
- ¿Cuántas veces te ha hecho sentir querido? - Nunca.
- ¿Cuántas veces? - Nunca.
- ¿Cuántas veces? - Ni una.
- ¿Cuántas veces?- No preguntes más, por tu bien.

Y entonces comprendió que Mariana no era su mejor amiga. Tiró el papel arrugado por la ventana y buscó algo entre las hojas de su libro de Nietzsche. Despechado, le echó una última mirada a los ojos preciosos de Mariana, qué buena estás hija de puta. Bajó a la cocina y tiró la foto a la basura. Cayó entre los restos del spaghetti, que por ironías del destino, fue lo que ella y el Mongo comieron en su primera cita. Su perro lo mira moviendo la cola y el Mongo le da un poco de esas bolitas que tanto le gustan, mojadas en Heineken, perro borracho, le dice, como tu dueño, cojudo.

Suena el teléfono y son sus amigos de la universidad; el Mongo dice que sí, que se anima, que va a la fiesta, y antes de colgar le dice a quien está al otro lado de la línea. ¿Sabías que Mariana se casa? Y la muy cabrona ni siquiera me llamó para contármelo. Al otro lado de la línea tenían puesto el manos libres y se oyen varias voces gritando qué chucha, vente y con un par de rucas te olvidas de esa huevada.
Minutos después cuelga, feliz de tener amigos más asquerosos que él, y sale a comprar una camisa en Gap; de camino borra el número de Mariana del móvil y apuesta consigo mismo que pasarán años, sino toda la vida, sin volver a saber nada de ella. El chico que le ha vendido la camisa le pregunta si la va a usar en una ocasión especial, no, contesta, es para celebrar que me he quitado un peso de encima.

- ¿Cosas del corazón? - pregunta, indiscreto y maricón Erasure.
- No, cosas del pie - firma el ticket de la tarjeta Visa y añade: - es que hoy me he quitado un uñero, y era de los bravos. Por eso soy feliz.

viernes, febrero 20, 2009

Báñate,causa


Odio a la gente que apesta. De niño huía de los locos callejeros, y de los indigentes, más por asco que por miedo.

En Lima, probaba mi resistencia pulmonar al subir al transporte público porque no importaba cuál fuera el destino final, si era un barrio bonito o feo, siempre, había alguien que apestaba. A veces tenía mala suerte y se sentaban a mi lado, y mi desesperación me hacía abrir la ventana y aspirar aliviado el olor a chanfaina que casi siempre tenía el centro de la capital. Había (y hay) asquerosos por todos lados, pero el récord del barrio lo tiene mi amigo Martín.
Trabajaba de taxista pirata, usando el carro viejo de su familia. Su horario preferido era la noche, porque las calles tenían menos tráfico y podía hacer más carreras. Además, de vez en cuando, algún borrachín se quedaba dormido en el asiento y él, le pasaba bola, o sea, le robaba todo lo robable. Una tarde nos faltaba uno para completar dos equipos de fulbito. Pensé en Martín, que me había pedido más de una vez que lo despertara cuando íbamos a pelotear.

- ¡Vamos a jugar, panzona! - grité, golpeando el cartón que hacía de luna en su ventana.
- Apúrate Mercedes Sosa - me secundó mi hermano- y saca una china para tu apuesta.

Martín salió como estaba, vestido todavía de taxista, y en la cancha se puso un short que llevaba en la mano. Jugamos toda la tarde, más por culpa de mi hermano que se dedicaba a contestar todos mis golazos con otro zapatazo de los suyos. No importaba que avisara a mis defensas que sus tiros siempre iban rectos, los muy maricones se apartaban, agachaban la cabeza, o, como Martín, se ponían detrás del arco, listos para recoger la pelota que salía despedida tras su Tiro del Tigre. Nos ganó la noche y nadie se llevó la apuesta, porque alguien gritó que teníamos fiesta en la casa de alguna y que si no llegábamos temprano no alcanzaríamos las chelas gratis que solía poner. Volamos a bañarnos, y juro que de mi cuerpo saldrían dos kilos de tierra que se perdieron por el desagüe de la ducha.
Perfumados y con nuestras mejores galas de barriobajeros llegamos a la fiesta. Martín ya estaba allí, con su ropa de taxista, y según su propia confesión, con el mismo calzoncillo de hace dos días.

-Tienes en la cabeza más mosquitos que Santa Rosa - le dije, aguantando la respiración.

Mis primeros días en Madrid coincidieron con el fin del verano de 2001. Estaba fascinado con la belleza extraña de las madrileñas y el perfume a hierbas y flores de mi barrio de Moratalaz, alrededor del Camino de Vinateros. Me encantaba sentarme en el parque a leer y a ver pasar a los viejos, que, a mis ojos, eran demasiados. Vamos al Retiro, propuso mamá una tarde de domingo, te va a gustar, ya verás. Dejé mi libro sobre la mesa del salón y subimos al autobús. El aire acondicionado me pasteurizó los pulmones, y, cuando me acomodaba con mamá para pasar mejor el viaje, un español se colgó del pasamanos para no caer en una de las muchas curvas del barrio de La Estrella. La pasteurización de mis pulmones se transformó en infección cuando el hedor de sus axilas invadió hasta mi último alveolo. Abrí la boca para respirar, en un acto reflejo aprendido en mi terruño, pero todo era inútil. Es normal, hijito,me consolaba mamá, acá las únicas que huelen bien son las chiquillas, los hombres apestan a sobaco, fritanga, tabaco o pacharán.
Bajamos en el Hospital del Niño Jesús y crucé a toda velocidad la calle Menéndez Pelayo. La gente que me veía creía que había robado algo y, al entrar en el Retiro aguantando la respiración , no pude evitar derribar a un colombiano disfrazado de Mickey Mouse que vendía caramelos. Tirado en la hierba respiraba a bocanadas y, decepcionado, comprendí que los apestosos estaban por todo el planeta. ¿Cómo puedes apestar a primera hora de la mañana? pregunté, y mamá sólo me contestó, llena de sabiduría, son cosas del Orinoco, que tú no sabes y yo tampoco.

Por eso, y ya con años de experiencia en el arte de la apnea en superficie, puedo soportar los hedores de Jose. Huele como cuando encuentras una camiseta mojada en una caja después de meses, le conté anoche a Sol, mientras devolvíamos el libro de Dumas que había terminado de leer; no lo entiendo, son las ocho de la mañana y el tío ya huele a estropajo, ¿no hay duchas en Guadalajara, o qué? Sol me mira, ya con sus comics que se llevará en la mano, y me suelta algo como tienes el olfato muy sensible, creo yo. Le confirmo que sí, que han sido muchos años hundido en el pozo de la miopía que hicieron que mis otros sentidos se agudizaran, soy como un hombre lobo, digo, huelo y oigo casi tan bien como los perros. Sol me dice que quizá el pobre Jose no ha tenido tiempo de poner una lavadora y está reutilizando su ropa sucia. Me llena de esperanza y me preparo para, al día siguiente, sentarme a su lado y respirar por una vez el olor a suavizante marca Carrefour que saldrá de sus ropas.
Pero no pasa.Es viernes por la mañana y mi apestoso compañero de pupitre se acerca, me saluda, y yo me imagino un campo de flores marchitándose, a Eva Green cayendo de su columpio al ver que nadie compra los perfumes que vende, a Jude Law cogiéndose la cabeza, impotente, porque a este hombretón castellano no a podido convencerle de que usar colonia no es de maricones. La clase empieza y yo pienso que serán seis horas larguísimas. Jesús, el profesor, borra la pizarra y dice su frase de todas las mañanas: ¿preguntas, chicos? Me animo, y levanto la mano, él me mira y, cuando me da la palabra suelto una pregunta en la que me juego la vida:

- ¿Puedo abrir la puerta para que esto se ventile?

lunes, febrero 16, 2009

Oscar goes to


- ¿Sabéis algo de Oscar? -pregunta Jesús, el profesor del curso de MCSA.
-No -mentimos Jose y yo-, no sabemos nada.

La verdad es que Oscar ya llevaba varios días quemado. Poco quedaba ya de el chico risueño de Vallecas que se sentaba a mi lado y que me ofreció, a buen precio, su abono de liga del Atlético de Madrid. Estoy hasta los cojones de este equipo, dijo, te lo dejo a precio de saldo: cien pavos. Me pregunté si yo hubiera sido capaz de vender así, a mitad del camino, a mi Alianza Lima (corazón). No. Fueron muchos los momentos (sobretodo en competiciones internacionales), cuando mi equipo blanquiazul me dejó con el culo al aire, siendo el hazmerreir de los lunes en el colegio, trabajo, barrio, cumbres nevadas, ríos, quebradas; pero nunca renuncié ni le dí la espalda. Eso no es de machos, me decía mi abuelo, mientras se iba del brazo de una de sus nuevas novias, eso no es de machos, oiga usted.

- Te doy 70 euros - propuse, aprovechando la bajada de pantalón de Oscar - ni un euro más.
- Puede ser - disimuló su alegría -, pero me lo dejas para los partidos de Champions. Que quién sabe cuándo volverá el Aleti a Europa con esos hijos de puta de los Gil como dueños del equipo.

Sellamos el casi pacto con un apretón de manos y volvimos a clase. Nos sentamos uno al lado del otro y, de repente, como si todos los espíritus rojiblancos se enseñaran con él y castigaran su desdén, su PC hizo unos ruiditos extraños, como retortijones cibernéticos, y se jodió. Oscar intentó reanimarlo pero había perdido el controlador de dominio principal de su Active Directory, y los dos routers que tenía montados en su infraestructura virtual tenían, en todas sus tarjetas de red, la misma MAC. Mi compañero de pupitre sólo atinó a soltar un ¡halá, chaval! y remató su diagnóstico técnico con un a tomar por culo la bicicleta.

- ¿Qué has hecho? - pregunté, maravillado ante tal cúmulo de desgracias.
- No sé colega - respondió, y juro que parecía querer hacerle el boca a boca a la CPU - sólo le he dado al botón de restaurar máquina en el VMWare.

El VMWare es, para quienes no lo sepan (como yo mismo, hasta hace un mes) un software que se encarga de crear una infraestructura virtual para fines didácticos. Usándolo puedes configurar servidores, clientes, routers, etc. Siempre y cuando tengas una máquina que responda a sus requerimientos de hardware. Sino, el cabrón no te replica entre los nodos que defines, elimina usuarios creados dentro de tus dominios, se rebela y cambia tus Ip's o, como me hizo a mí una tarde, no te deja crear más máquinas por eso de "poca memoria virtual". Yo lo soporté y dije ¿no quieres crear más máquinas? pos . Oscar, no se lo tomó tan bien, y, derrotado, nos anunció esa misma mañana, a la hora del café, que se largaba.

Intentamos convencerlo pero no hubo forma. Jose por empatía, y yo porque no quería perder un abono (del Aleti, que juega como el culo, pero abono al fin). Oscar incluso adelantó su partida y el jueves pasado, justo cuando empezaba ya lo más fácil del curso (Directivas de grupo) desapareció. Desde entonces, todos nos preguntan que si sabemos algo. Como nos pidió discreción, cosa que no entiendo, yo me limito a encogerme de hombros y a decir, creo que se ha pirado, su máquina era una mierda. Entonces, sin importar quién sea el interlocutor oigo eso de joder, pero si ya no quedaba nada, y vuelvo a encogerme de hombros y sigo bebiendo mi café americano, que me sirve a diario un camarero cubano, en un bar italiano, cuyo dueño es un señor que parece ser de Ecuador, y donde todos los viernes me robo el suplemento Metrópoli del Mundo.

Volvemos a clase y Jose, al encender su equipo, se encuentra con un pantallazo azul. La cagada, digo, y de las gordas, me confirma. Ahora las dos placas que me rodean han muerto oficialmente, Jose tiene que reinstalar todo y le pregunta a Jesús si es necesario. Él lo tranquiliza y le dice que sólo necesitaremos dos 2003 Server y un cliente XP. A mi compañero le vuelve el alma al cuerpo y yo, congelado, no sé si darle al botón de "restore" que parece hacerme ven, con el dedo, como hacen las sirenas cuando llaman a los marineros antes de hundirlos para siempre en el mar. Cierro los ojos y dejo mi suerte a merced de mi dedo, como hice en mi primera vez sexual, y las máquinas vuelven a la vida. Juro que oí trompetas y un Stradivarius. Tú nunca me fallas, le digo a mi dedo índice, justo antes de besarlo.

La clase termina y Jesús vuelve a acercarse a nuestra mesa, no hay ningún mail de Oscar, nos dice a modo de exclusiva; yo me encojo de hombros y digo, estaba muy quemado, su máquina era una mierda. Él se rasca la barbilla y me susurra, joder, pero si ya no quedaba nada, justo antes de decir en voz alta, mañana más chicos. Pero casi todos, como Oscar, se han ido ya.

martes, febrero 10, 2009

La suerte de la fea, la bonita la desea


Skipe es una máquina de chismes por IP. Te conectas y, con un buen micrófono, el ciberespacio proyecta tu voz mejor que un teléfono. Y más barato. Pepe me llama y me cuenta que la chata esa, ¿te acuerdas? la de la esquina, la que era amiga de tu tía, la de ojos verdes, esa pues huevón, ha tenido un hijo.

- No jodas - digo,sin saber todavía de qué está hablando mi amigo lejano.
- Si huevón, - respira - no te imaginas huevón - bebe algo que debe ser Pepsi - se ha casado huevón.

Pienso que mi amigo huevonea mucho al hablar, pero no lo interrumpo, total, debería estar agradecido de que me volviera a dirigir la palabra a pesar de que ni siquiera le dí un toque cuando estuve paseando por su Brooklyn hace unos meses. Cuando se enteró me mandó un e-mail fulminante y ridículo en las mismas proporciones; en él me decía que siempre me escribía y yo no le contestaba, que eso no era de amigos, que si no quería seguir con nuestra amistad debería mandarle poco menos que una carta notarial besada por el Papa para acabar con lo nuestro, que así no es pe' causa, que has pasado por mi barrio y ni me has avisado, huevón. Un escándalo mayúsculo, recuerdo. No sé por qué la gente exagera tanto cuando los pierdo de vista. Un tal Iñaki hizo lo mismo cuando dejé de quedar con él y, también via e-mail, me hizo saber su desazón ante mi alpinchismo. Eres un pasota, colega, me escribió, deberías valorar más la amistad que es un bien escaso, sentenció. Reconozco que me esfuerzo muy poco en mantener el contacto, le escribí, pero por eso tengo un blog, que usan mis amigos (mayormente) y cotillas (en algunos casos) para saber lo que me pasa.

Pero Pepe me había perdonado, y por eso ahora compartía detalles conmigo, que, confundido,no pude más y pregunté con el mayor rigor científico posible: ¿de quién mierda me estás hablando? Después de eructar sonoramente y gritar ¡In my bedroom for chrissake! How do you say bedroom in polish, you idiot? volvió a mí. Me aclaró las dudas y me explicó que una tarde estaba aburrido y se metió al hi5 a ver las fotos de los amigos de sus amigos.

- ¿Eso se puede hacer? -pregunté -, en Facebook sólo tus amigos pueden ver tus cosas.
- En hi5 ves todo, huevón, es la cagada. Entonces, resulta que veo que la gringuita esa estaba como amiga de una amiga.
- Y dijiste aquí voy.
- Claro, huevón, ni cagando me iba a quedar con la curiosidad.
- ¿Y ? - pregunto ya un poco aburrido. Pongo un disco de Genesis - ¿qué había?
-Fotos de ella, y de su marido, te mando una.

La recibí en segundos y cuando la abrí reconocí a la niña que tenía locos a mis primos por culpa de unos ojos verdes (¿quién me los quiere comprar?). A la hermana del zurdo con el que emborraché en una playa de Miraflores. A la amiga de mi tía, con la que tiraba rabanitos a los chicos. Y todas eran la misma persona.

- La conozco, huevas -exclamé - ¿ese es su marido?
- Si huevón. Parece un salsero ¿no? uno de esos que tocan las maracas en una orquesta de pueblo. Mira esa camisa, parece un panadero hincha del Sport Boys.
- Don't be cruel.
- ¡Cruel my ass!, ese gordo care'balde tendría que estar con una gorda fea como él. Por lo menos.

Recordé entonces una conversación con Ruth, una tarde de verano. Nos encontramos por casualidad, y, superando toda improbabilidad, nos sentamos a hablar en un parque mugroso .Me dijo que estaba harta de Lima, de la gente, de la hipocresía, de su familia, de su casa y de su pelo rubio, que pensaba teñir de negro. Yo miraba sus ojos verdes y sus piernas doradas. Me habló de mi tía, y le mandó besos. Yo soportaba, estoico, el viento fuerte que provocaban sus pestañas al moverse. Me dijo que mis amigos eran unos cerdos, sobretodo Pepe, que había salido con ella una vez y esa misma noche se la quiso llevar a la cama, y eso sí que no, cholo, yo no soy tan fácil. Asentí y le dí toda la razón mientras admiraba su lindo ombliguito.

- ¿No estarás dolido, compadre?- pregunté, y un silencio de varios segundos me dejó escuchar perfectamente la voz de Peter Gabriel en I Know what I Like.
- Puede ser - resucitó Pepe - pero eso no me quita la razón. Como dice la Chimoltrufia "hay cosas que ni qué".

Llaman a mi puerta y sé que son unas amigas que vienen a cenar, te tengo que dejar, brother, le digo, y él me dice que ok, que de todas formas tenía que bajar a Manhattan a comprar unas cosas para su restaurante. ¿Tienes un restaurante?, pregunto, interesado, y él contesta que claro, huevón, cuando vuelvas a Brooklyn te invito unas chelas, pero eso sí, como vengas con las fachas del compadre ése mejor ni se te ocurra, porque te meto un plomazo en los huevos. Le digo que no se preocupe, que me pondría mis mejores galas. Pero miento, porque sé que aunque llegue en sandalias mi amigo siempre me tendrá reservada su mejor mesa. Cierro la sesión de Skipe y no pierdo ni un segundo en mandarle un mail a mi tía: ¿Ruth se casó, sabías? Y su marido es más feo que el tuyo, escribo. Abro la puerta y allí están mis amigas, preciosas, como siempre.

- ¿Qué has cocinado? - pregunta la pelirroja.
- Arroz caldoso- contesto - pero me faltó tiempo para agregarle el conejo.

jueves, febrero 05, 2009

¿Qué quieres que te traiga, hijito?


Mamá y papá se han largado de vacaciones a Lima. Admito que cuando supe que lo harían entré en un estado catatónico, de shock, o sea, ¿pa' qué?
Decidieron en una de esas charlas amables que dicen tener (y que yo nunca he visto) que ya que había tanto tiempo libre con esto de la crisis, qué mejor manera de pasar el rato que bajar a Lima y ver a los amigos, y, ya de paso, asistir a la boda de la hija de una sus mejores amigas. Mamá buscó en la web de la compañía aérea información sobre el equipaje, usos y costumbres de las azafatas, menú del día y tiempo estimado de vuelo. Papá caminaba nervioso por Alcalá de Henares, me imagino que pensando lo mismo que pensaba yo antes de mi viaje a Perú, allá por el 2002: ¿cómo estará mi casa? ¿mis amigos estarán vivos? ¿o presos? ¿cuántos soles hay en un euro?

Una semana antes de su vuelo intergaláctico me encontré con mamá en el chat de gmail. Después de hacerle unas cuantas preguntas para comprobar su identidad y enterarme de que en su curso de informática le habían enseñado a usar el chat (¿?) le pregunté por cómo iban los preparativos. Me contó que se había comprado un vestido elegante para asistir a la boda, porque los vestidos del mercado central son para cholas, y que papá también había renovado en algo su armario. Me preguntó si quería algo y le dije que sí, pero que era difícil y no lo conseguiría, te vas a perder, le dije, quiero algo de una tienda que está por Cailloma, por la calle de las putas. Grande fue mi sorpresa, y mayor mi alegría cuando ella, conocedora de su marido, me soltó eso de ¿por las putas? dime nomás, chato, si voy con tu papá, él conoce, fijo.
Le pedí entonces una chaqueta (di casaca en Lima, sino no te entienden) Adidas, de las que usaba la selección de fútbol cuando ganaba partidos, y algunos pósters de cine originales (los vende una tía en el jirón Quilca).

Me prometió intentarlo. O sea, que no lo haría.

- Me voy a Abancay y allí seguro que tienen algo.
- No, mamá, no. Allí venden ropa horrible para gordos sin cuello y con culo de chofer.

Pasaron los días y mis viejos se largaron un jueves a medianoche. No sin antes recibir una llamada urgentísima e importantísima de mi hermana que, emocionada al máximo apuró hasta el último minuto de tolerancia en el avión y antes de que la azafata les hiciera apagar los teléfonos les comunicó quién había ganado la última edición de Gran Hermano.

Esa misma noche soñé que entraba en la tienda Adidas de la calle Fuencarral y sólo vendían la chaqueta, modelo Firebird, que tanto anhelaba. Me desperté entusiasmado y se lo conté a Oscar, mi compañero de pupitre en el curso de MCSA, que, coincidencias de la vida, era también un apasionado fan de esa prenda tan cool. Tengo tres, confesó, pero esa de Perú no la conocía. Pasamos el resto de la clase buscándola por internet y encontramos a un pavo que la vendía, en España, a 60 euros.
Le escribí con la intención de pedir rebaja, total, hay crisis. Me contestó pidiendo 80 euros más gastos de envío, y, obviamente, le dije que se peinara y que ya seguiría buscando alguien con un poco más de piedad y menos concha. No obtuve respuesta.
Se me ocurrió fabricarla y busqué en ebay "firebird+ adidas+ white+ red", pensando en comprarla y luego pegarle el escudo de la federación de fútbol. Un inglés ofrecía algo parecido a 10 euros, vintage, pero cuando le pregunté por mi modelito famoso me dijo que no sabía que existía, pero que si él no lo tenía, ya estaba descatalogado. Otro vendedor más despistado me preguntó si Perú pertenecía a Filipinas.

Si Jamiroquai la tiene, yo también puedo tenerla, me digo cada noche al dormir. Y esperanzado creo que mis viejos serán los reyes y me traerán el regalo prometido. Pero en el fondo sé que los milagros no existen y como mucho me darán un frasco de rocoto, un choclo y un sublime recalentado. De parte de tu madrina, hijito, que te quiere mucho.