miércoles, enero 28, 2009

La maciza del gym


Así como vino su fue.
Rubén y yo hablábamos de su rumana imposible, una chica rubia que trabaja en el Lario's Café de Madrid y que, según él, no le quita ojo de encima cada vez que él llega al bar las noches de los fines de semana. ¿Por qué no le hablas? pregunté como siempre, y él, confundiéndome más, contestó que era más fuerte que él, pero que había lago entre ellos, un no se qué, y que, si le hablaba, igual perdía el encanto. Su timidez me recordó a la mía, y una de mis tantos enamoramientos fugaces que duraron lo que dura normalmente una canción de Luis Miguel. Volvieron a mí, las Magalys, Shemis y demás y, rabioso, le dije, como no te espabiles va a venir un cabronazo y se la va a llevar. Mi amigo, impasible, siguió trabajando los tríceps y dijo mejor, un problema menos, dejándome turulato.

Y entonces, llegó ella. Morena, cabello ensortijado atado con una esas gomas que venden los chinos a 6 por 60 sesenta céntimos. Mallas y una camiseta blanca que dejaba ver sus abdominales. Levanté una ceja en señal de aprobación y mi amigo se mordió el labio inferior, confirmando el veredicto. Pasé a su lado, tanteando el terreno, y supe entonces que olía a rositas. Huele a rositas, corrí a decirle aRubén, no jodas, dijo él, y tras comprobar que mi sentido el olfato funcionaba perfectamente volvió hasta la prensa de piernas en donde yo estaba ya desparramado y dijo es la única piba que conozco que viene perfumada al gimnasio.
Su presencia no pasó inadvertida entre los demás forzudos, porque si por algo se caracteriza el gimnasio al que vamos es por su total y absoluta ausencia de ganado femenino. Sí, es machista, lo reconozco, pero como no es mi objetivo principal ir a ver culitos subir y bajar en los steps, nunca me había quejado de la falta de chicas ricotonas en la sala de musculación. Como los demás, me conformaba con la charla amena de Encarni, una mujer de sesenta años que viene a mover sus huesos y siempre nos trata como si fuésemos sus nietos putativos. Por eso, esta morena, alborotó el gallinero.

Mi ego me hizo creer que ella me miraba, y el cabrón de Rubén subrayó mi error. Entonces, envalentonado y empujado por mi actual situación ('cause I got too much life/ running to my veins/ going to waste) me coloqué en la cinta estática que había libre a su lado y, sin más, le dije te apuesto una caña a que llego antes que tú al espejo.
Mi amiga Rubila me dijo una vez que los graciositos son los que llevan, casi siempre, el gato al agua. Pues en este caso la gata reia de mis chistes y, minutos después, ya me hablaba como si nos conociéramos de toda la vida. Me dijo que tenía una amiga enana ninfómana que se dedicaba a ir por la noche madrileña preguntando a los chicos si se la querían follar. Alguno caerá, decía yo, y la morena asentía y con acento vallecano decía, ya ves chaval, la chiqui esa liga más que yo. Asumí entonces que no tenía novio, y adivinándome el pensamiento me dijo que ella iba libre por la vida, que lo había dejado con un bombero súper celoso y que ahora vivía con sus padres, pero los fines de semana dormía en casa de una amiga, ya sabes, no voy a llegar con mis ligues a la casa de mis padres, tío, ni de coña

Me la imaginé entonces, volviendo a casa de noche, en taxi, y siendo más manoseada que el jamón de degustación del Alcampo. Mi diablito interior me puso por un momento a su lado en ese taxi que, no sé por qué, era igual a los taxis de Londres.

Pasaban los minutos y yo calculaba mentalmente que, más o menos, había corrido en la cinta unos doscientos millones de kilómetros. Las rodillas me temblaban y bajé la velocidad, mientras veía a la morena hablar y hablar como un loro amazónico y descarriado. Sonreía y asentía y, desde lejos, Rubén me hacía señas como si fuera un entrenador de baseball. La morena comenzó a contarme algo de una fiesta de halloween y, cansado ya, le dije, ya me voy, hablamos otro día, y la dejé allí corriendo hasta Australia.

Pasó el fin de semana y el lunes siguiente la saludé desde lejos, aterrado por su verborrea. Rubén me contó que la había visto hablar con uno de los musculitos que, como ella, va al gimnasio perfumado, peinadito, y con zapatillas y camisetas de marca. Pasaron los días y cada vez nuestros saludos eran más esporádicos, la veía reír las gracias de otros y, con poco margen de error, una tarde solté desde el fondo de mi corazón dije ésta viene a buscar quién se la folle, y seguí con mis mancuernas. A la semana siguiente, la maciza desapareció. Rubén sospecha que se ha cambiado de gimnasio, yo creo que la pobre nos veía como nosotros a Encarni, con mucha ternura pero sin ánimo de lucro. ¿Ande andará?

lunes, enero 26, 2009

Cada domingo a las doce


- ¿Te han dicho que eres igual al cantante de Travis?
- Que sí, un huevo de veces.

Mi amigo y yo compartimos el poco de sol que chorrea de las nubes en Madrid. Hemos quedado para recorrer el Rastro, yo busco un Lp y unas revistas viejas, él necesita unos DVD's y unos calcetines de colores de esos que tienen un espacio para cada dedo. Son calenticos, dice. Nos metemos entre la gente y yo me escondo detrás de mis gafas robadas del H&M, unas japonesas miran a mi amigo y lo bombardean de flashes, él ya ni se molesta en sacarlas de su error y hasta se abraza a una, que, eufórica aulla algo en una lengua oriental y se va chapurreando un zenkiu, zenkiu, mister Healy. Seguimos bajando por la calle atestada de gente y me detengo, como siempre, frente al puesto de la mujer que vende ropa de la segunda guerra mundial. Me pruebo un abrigo del ejército suizo, 25 euros, dice la mujer, pero yo recuerdo que hace más de un mes, cuando vine con Arturo, me pidió 20.

- Ésta es una estafadora - susurro a mi amigo almoust famous.
- No, colega - me corrige - es la crisis. Agradece que no te ha pedido 30.

Le cuento que sigo metido en el curso de MCSA, que lo paga el estado y sólo tendré que soltar billete para los exámenes. Al menos así te distraes y no le estás dando vueltas a la cabeza, dice, mientras examina los primeros calcetines de la mañana. Horribles. Me dice que él sigue trabajando, pero porque en su trabajo no despiden gente, vendemos móviles, tío, a nosotros no nos ha pegado la crisis tanto como a otros. Veo una bufanda que me gusta, pago cinco euros y me hago con ella un nudo en el cuello que dura dos minutos, no hace tanto frío ¿no? ¿una birra?. Nos metemos a un bar cercano y, a grito pelado, pedimos dos cañas. Llegan acompañadas de un platito con cuatro aceitunas que parecen descartadas de un casting culinario. Suena algo de música, pero el ruido de la gente no deja escuchar qué es.

- No importa el país en que estés - grita mi amigo - puedes identificar a un español donde sea. Será siempre el único que habla como si estuviera sordo.
- Es cierto - confirmo, entusiasmado, como hago siempre que alguien comparte mis ideas -, incluso gritan más que los ingleses. Lo comprobé en el metro de Londres, habían dos españoles en el otro extremo del vagón y me enteré de toda su conversación.

Dejamos tres monedas de un euro en la barra y salimos sin preguntar si ese era el precio. Bajamos directamente hasta un puesto que yo conocía. Saludo al dueño, un cruce genético entre Buda y Bin Laden y le pregunto si tiene el Hunky Dury, de Bowie. No hay suerte, me ofrece el Aladdin Sane por 10 euros, pero me hago el interesante y le digo que ya vuelvo, que voy a buscar otra cosa. Me odia un poquito y mi amigo, que se estaba haciendo fotos con unas españolas que le dicen I lovyurmiusik, mientras él, imitando el acento escocés, agradece. Me saluda con la mano y me acerco, las chicas me anotan unos números telefónicos en una publicidad de menú indio y yo les prometo que se los entregaré a Francis.

- ¿Hablas con la gente de tu antiguo trabajo? - pregunta mientras aprueba con los ojos unos calcetines que no llevaría un payaso.
- Con un par de ellos - me llevo también unos, por probar - con los menos aburridos.
- Para ti todo el mundo es aburrido.
- Casi, casi todo el mundo.

El vendedor de DVD's está al lado del gitano de las revistas, quien apenas me ve llegar me dice que no ha conseguido todavía la Rolling Stone de noviembre del 2007 que tanto busco, es difícil, confiesa, hasta he llamado a la editorial y está agotada. El falso Francis Healy a tenido más éxito y, sonriente, llega con sus compras metidas en una bolsa blanca. Subimos hasta la calle Toledo, y nos sentamos en una terraza para que el sol nos pegue en la cara. Me bebo una cerveza más y suena la alarma de mi teléfono, avisándome de que Sol se ha despertado, porque son casi las dos. Me piro, digo, y le doy un abrazo a mi amigo de los domingos.

- ¿La próxima semana, misma hora, mismo canal?
- Puede ser, a ver si hay más suerte con mis búsquedas. Te pongo un mensaje en el Facebook.
- Ok, then.
-Oye.
- ¿Qué pasa?
- ¿Sabes que te pareces un huevo al cantante de Travis?
- Que te follen - dice, y se descojona.

viernes, enero 16, 2009

Sound Loaded


No aguanto el ruido en este antro. Mariana dijo que llegaría a las diez, y ya son diez y diez. ¿Y si me convierto por unos segundos en el Gato y pido un vaso de agua con hielo en el bar? No. Eso es demasiado mierda, incluso para mí. Hay una pareja en la mesa de enfrente, ella está sentada y él acaba de llegar con una jarra de cerveza que pone Heineken pero debe ser de las baratas, tus zapatos te delatan, piraña, esas Timberland han subido muchos cerros, deberías cambiarlas. No sé ni cómo te han dejado pasar. Ella se sirve un vaso, poquito nomás, cholo, parece decir. Él insiste, es espuma nomás, creo que le dice, la flaca lo mira y deja que haga lo que le dé la gana, lo mira y sus ojos dicen, sirve nomás, huevón, que ni borracha tiro contigo. El idiota baila, o tiene un gusano en el culo, no sé, pero se mueve, ella levanta las cejas, mira el reloj. La imito. Mariana de mierda, siempre llegas tarde, son diez y veinte ya, si me ven mis amigos aquí, solo, se burlarán. Cinco minutos más y me largo.
There you are, in a darkened room.

¿Ricky Martin? ¿Quién es el genio que pone una balada en un pub? Es una señal, me levanto y me largo, la verdad está allá afuera, no voy a esperar a esta cojuda ni un minuto más. Además, ¿Para qué me ha citado aquí? El portero me conoce, menos mal, sino, hubiera tenido que pagar la entrada como el resto del populorum. Me despido, ¿te quitas, flaco? pregunta, no, no, vuelvo en un toque, miento. La humedad de Lima me da una cachetada y mi camisa de seda se infla como mi obligo acabara de estornudar. Un taxi se para en la puerta del pub, baja Mariana. Maldita sea, si no estuvieras tan buena...
Le alarga un billete verde al taxista y no logro ver si son soles o dólares. Siempre paga en dólares, le he dicho que no lo haga, que pierde plata, pero dice que en el despacho le pagan así, y le da flojera ir al banco a cambiar esos billetitos con caras de presidentes gringos por otros asquerosos con caras de losers. Hay cambistas en cada esquina, le dije una vez, pero ella me mató con la mirada (preciosa) y moviendo su boca con forma de corazón dijo que ya cuando le faltara plata cambiaría sus dólares. Vino hacia mí, seria, y me dió dos besos, a la europea, como aprendió en su última visita a Madrid. Me descolocó su nuevo perfume. Ella lo adivinó y dijo "nosequé" de Jean Paul Gautier. Me llevó de la mano hacia el pub, dijo hola Rodolfo y el portero se la comió con los ojos. Mi mesa todavía estaba libre, pero ella quiso entrar en la zona VIP, very imbécil person, exclamé fastidiado, Mariana fingió no escucharme y también ignoró que le viera el culo a la azafata de Ron Pampero.

Mira Monguito, empezó, esto ya no tiene futuro. Yo no sabía si se refería a lo nuestro, al país, al fútbol, a mi camisa de seda azul, a su Cosmopolitan que bebía como si estuviera en una película, a mi peinado, o a la canción de Sangre Púrpura que sonaba por todo el local. Ya sé, dije, para no parecer tonto, me imagino que saldrás con otro. La clase personificada ni se inmutó, se limpió (no sé por qué: su lipstick seguía perfecto) el labio superior, y, sin cambiar el tono de voz, dijo no seas pendejo, te has tirado a mi amiga.

Manual del infiel: 1.- Niega todo. 2.- Siéntete ofendido. 3.- Gana tiempo.

- ¿Que qué? - indignación máxima - si tus amigas no me gustan, oye. No sé quién te ha ido con el cuento, pero si es un tío quiere algo contigo, y si es una tía, bueno, puede que también porque estás muy buena - nada, ni un gesto, ni una risita - pero lo normal es que vaya detrás de mí. Sea lo que sea, me ofende que lo dudes, Mariana, me duele, de verdad. Quiero estar solo.

Hice el amago de levantarme, pero ella levantó un dedo, y usando la telekinesis, logró que me volviera a sentar. Te han grabado, imbécil, escupió, y me han enseñado el VHS, cinco minutos de pura acción.
Levanté una mano como un autómata y cuando la azafata acudió al llamado pedí un vaso de Chivas con hielo, del verdadero, mamita, ya sabes que conozco al dueño. Mariana se recostó en el respaldo del sofá de piel y desde allí me miró. Me recordó a su viejo la noche en que, invitado a cenar fui diseccionado como el marciano de Roswell, ahora veía en los ojos de la que hasta hoy era mi amante el orgullo de su familia italiana, no había escape. ¿Salgo bien el video? me quise hacer el gracioso, pero ella no se rió, terminó su trago y tiró sobre la mesa al presidente Jackson, invito yo, dijo y se levantó sin hacer el más mínimo ruido. Intenté cogerle la mano pero una descarga eléctrica me lo impidió. Sacó un cassette del bolso y lo tiró en una papelera, segura de que la estaba viendo. Me mandó un beso volado y desapareció entre la gente que ya llenaba el local. Mi whisky llegó, tarde, y me lo bebí de un solo trago.

Debí parecer un loco escarbando en el tacho de basura, hasta que conseguí rescatar el video. Salí disparado y, sabiendo que Mariana ya no me daría oportunidad alguna, subí a un taxi rumbo a casa. Al llegar, puse el video para verme en acción. Humillado, comprobé lo que sospechaba: después de un poco de estática, en la pantalla aparecía Mariana haciéndome "no" con un dedo, niño malo, dijo, niño tonto, sabía que lo confesarías. Mi amiga es un puta, pero creía que tenías más clase. Hasta nunca.
CursivaApagué la tele y, sonriendo, subí a mi cuarto a dejar que un sueño reparador me dijera cómo hacer que Mariana me perdonara. Es demasiado inteligente para dejarla escapar, pensé en voz alta, y mi perro, que ya dormitaba, levantó una oreja y salió disparado. El cabrón se había vuelto a mear en la puerta de mi dormitorio.

viernes, enero 02, 2009

Vestida y alborotada (Are you O.K. Annie?)


Lateaba el año 1993, a muchos ya se nos había pasado la mierda esa de celebrar los 500 años del descubrimiento de América y pensábamos en otras cosas, como por ejemplo, la próxima Copa del Mundo en gringolandia. La gente de mi barrio apostaba a que ganaría Argentina con un Maradona recuperado a base de milagros y rutinas de ejercicios que ni el mismo Rocky soportaría. Yo asentía callado, como hago siempre que creo que mis interlocutores tienen menos coeficiente intelectual que yo, porque en el fondo confiaba en el rey de espadas que tenía Brasil: Romario.

Demás está decir que Perú no clasificó a ese mundial (tampoco).

Creo que el principio de los noventa, fue, sin temor a equivocarme, mi época más misia. Acababa de salir del colegio y, sin oficio ni beneficio, me dedicaba a vagabundear por las calles sin ton ni son. Subía de mi barrio a cualquier otro sin motivación especial y cuando me cansaba me sentaba a pensar en cualquier parque, tratando de encontrar la forma de convertirme en escritor sin que mi viejo pensara que era un maricón perdido y, de paso, sin morirme de hambre. Y así, sentado en un parque de La Punta, conocí a Matilda La Grande.
Era una de esas mujeres que para mi, imberbe vago, aparecía inalcanzable. Abrió El Comercio y sacó de su bolso un vaso con medio litro de algo caliente que parecía ser café. Como en las películas, pensé, cuando la gente se sienta en Central Park, y bebe café del Starbucks mientras lee el New York Times. Pero esto era el Callao, apestaba a harina de pescado y en el vaso había impresa publicidad de una pollería. Pasaban los minutos y estaba casi convencido de que, al fin, había conseguido hacerme invisible y me preguntaba si usaría mis poderes para hacer el bien o el mal, cuando Matilda me preguntó si tenía hora. Sí, cómo no, señorita, contesté, atado todavía a las respuestas dictadas por el colegio militar. Ella, obviamente, se cagó de risa.

- No soy tan vieja, papito - mintió - ¿cuántos me echas?
- No sé, ¿treinta? - dije, y me refería a los años.
- Te has pasado por uno - mintió otra vez -, tú tendrás unos quince ¿no?
- No, no, señorita - mierda - tengo diecisiete.

Un choro nos rondaba como una hiena, pero ella, más canchera que yo, se le quedó mirando durante un par de minutos, y él, descubierto, meó en una pared y se fue. Me preguntó si venía siempre a ese parque, y le dije que no, que había llegado hasta allí de casualidad, lateando, pero que ya me iba.

- No te estoy botando oye, chibolo. Lo que pasa es que ésta es mi banca.
- Ah - respiré, y la tuteé por primera vez-: ¿qué llevas en el vaso?
- Tones. Para los preguntones, sapazo.

Hablamos hasta que casi cayó la noche, que pinta el cielo del puerto de un naranja distinto, como de mandarina y si le echas un poco de imaginación ves al agua del mar evaporarse cuando el sol se hunde en ella. Le conté que no trabajaba, que no sabía que hacer y que me aburría un huevo. Ella me miraba sin decir nada y no me juzgaba cuando, con la certeza de no volverla a ver jamás, le dije que quería ganar plata y no tener que escaparme siempre de las fiestas cuando llegaba la hora de comprar trago. Entonces, abrió su bolso y me dio una tarjetita con su nombre, su teléfono, el logo de Pepsi, y Marketing Assistant impreso en letras negras, ven a verme el lunes, por ahí que te puedo dar chamba. Me guardé la tarjeta en el short y, después de agradecerle con reverencias japonesas me largué antes de que cambiara de opinión.

Matilda me incluyó, una semana después y tras testimoniales pruebas de selección, en el staff del próximo evento que Pepsi Music organizaba en Lima, un mega concierto, me dijo, y cuando pregunté de quién y ella respondió casi me da un ataque al corazón: Michael Jackson, cholo, ¿en qué planeta vives? Mi labor sería llevarle al señor Jackson todo lo que necesitara en su camerino, que si Michael quería helado de Lúcuma, yo lo conseguía; si al señor se le antojaba un lomo saltado, yo mismito corría a la cocina y amenazaba a quien sea para tenerlo antes de cinco minutos; si a Michael le daba calambre ahí estaba yo para hacer volver a circular la sangre; si quería escuchar chistes de Melcochita, yo mismo era.
Me dieron una identificación intransferible e infalsificable con "V.I.P. Guest" impreso, me la metí en el calzoncillo de vuelta a casa, y la escondí en la Biblia, hasta que llegara el día señalado: 12 de octubre de 1993. Faltaban todavía varios meses, pero la publicidad era asfixiante. Todos querían ir al concierto y yo no tuve que guardar el secreto porque cuando intenté contarle a mis amigos que era el rascahuevos oficial (pagado por Pepsi Music) de Michael Jackson me ignoraron como cuando me inventé que me había tirado a Mili delante de su prima la gorda, eres un mentiroso del carajo, dijeron, y no hice mucho por hacerles cambiar de opinión. Por las noches cogía la Biblia y comprobaba que mi identificación estaba allí todavía. Mis padres creyeron que al fin dios había entrado en mí, y cuando ellos pensaban que yo leía la Carta a los Corintios en realidad me imaginaba a Michael dándome las llaves de Neverland como propina por mis servicios prestados.

Pero pasaron dos meses, y el cabronazo canceló el concierto. Dijo que le dolía la espalda y los rumores sobre su afición por los niños eran ya demasiado fuertes, así que desapareció y no completó el Tour. El escenario se quedó armado en el Estadio Nacional porque nadie le pagó a los obreros e incluso se jugó un Universitario - Melgar en el que los recogebolas tenían que meterse entre los hierros cada vez que una pelota iba detrás del arco. Matilda y yo nos hicimos más que amigos, y, aunque lo nuestro no duró mucho porque ascendió y la mandaron a trabajar a USA, me enseñó algunos trucos que hasta hoy me sirven y son de gran ayuda con las mujeres: me enseñó a mentir. Nunca vi a mi querido Michael en concierto, ni estreché su mano, ni le llevé un tecito a su camerino, ni hicimos juntos el Moonwalker La única forma en que he podido verlo bailar, antes de que fuera totalmente blanco, ha sido descargándome el DVD de su "Bad Tour" por Internet. Qué cabrona, la Jackson.

domingo, diciembre 28, 2008

Así juega Perú


Creo que es la quinta vez que nadie acude al llamado de Michael. Ya nos había citado varias veces para jugar al fútbol un domingo por la mañana, y cuando la gente llegó a la cancha lo hizo porque quería, y no porque él era el convocante. El pobre aprovecha las reuniones familiares para, cuando ve que la gente ya está relajada soltar su eterna pregunta: "¿un partididito este domingo?", y entonces, las miradas piadosas y las lenguas mentirosas le dicen sí, sí, cuenta conmigo.

Yo siempre me niego, y con un simple no dejo clara mi posición. Pero los cabrones de mis tíos siempre dicen que irán, haciéndome dudar, como buenos mentirosos que son. La primera vez que me engañaron yo vivía todavía en Alcalá de Henares. Cenábamos juntos (si a comer patatas fritas de los chinos se le puede llamar cenar) por el cumpleaños de una de mis tías y Michael soltó su frasecita famosa ya, a nivel transoceánico. Hubo momentos de júbilo, acompañados de exclamaciones: "hace tiempo que no juego", "vamos a pelotear","mañana va a hacer bueno". Me vi entonces regateando a todo el mundo y haciendo uno de esos goles que me han hecho indiscutiblemente famoso, en mi familia. Me despedí de todos y el domingo siguiente, contento, bajé a Madrid en coche vestido de futbolista. Sólo estaba Michael y tres amigos más, ninguno de mis tíos había acudido y sólo me quedó aprovechar el viaje. Pusimos las mochilas a lo ancho de la cancha y corrimos un poco, jugando dos contra dos. Volví a casa seriamente decepcionado.

Meses después, cuando ya casi había olvidado la afrenta, estaba otra vez reunido en familia cuando Michael, cómo no, se quedó sin tema de conversación y otra vez propuso el partidito de los huevos. Miré a mi hermano y le susurré ¿este huevón no se da cuenta de que nadie viene cuando él lo pide?, obtuve un levantamiento de ceja como toda respuesta, y, como siempre, mis tíos dijeron alegremente que sí, que jugarían el domingo, antes que llegue el invierno. Ya me había mudado al centro de Madrid y Sol me convenció de ir a la cancha, total, ¿qué podía perder? si estoy al lado, y así me dejas en paz unas horas, dijo, para convencerme del todo.
Llegué a la cancha y por el espejo retrovisor vi que no había nadie. Había aparcado con "Welcome to The Jungle" sonando a un volumen considerable, pero nadie apreció mi gran entrada. Varios minutos después llegó Michael, y casi enseguida mis dos hermanos. Nos vimos las caras durante un rato insufrible hasta que solté: estos idiotas no van a venir, vámonos, y cada uno cogió su coche, asqueado de la falta de seriedad de nuestros familiares. Encontré a Sol viendo un capítulo de "Sex and the City".

Llegó el invierno, la crisis, la navidad y la puta cena familiar. Cuando ya todos estuvimos cansados de comer pavo, y mientras hablaba con mi tío sobre su próximo viaje de vacaciones a New York, alguien me llamaba insistentemente. Sospechaba quién era, y quise ignorarlo pero mamá me hizo tu primo te está hablando con los ojos, y giré la cabeza a la vez que soltaba un ¿qué? lo más cortante posible. ¿Un partido este domingo?, preguntó, y obtuvo una negativa rotunda por mi parte que cortó el aire del salón. Mis tíos, as usual, dijeron que irían y yo volví a mi conversación newyorker. Anoche Michael llamó a mi casa y me encontró tirado en el sofá, viendo Los Soprano, y tramando maldades para hacer esta nochevieja en París.

- ¿Qué pasa?
-Oye primo, ¿dónde están tus hermanos?Justificar a ambos lados
- Y yo qué se. - dije, y rematé con una frase bíblica que seguro no conocía: -¿soy yo, acaso, guardián de mi hermano?
- Los he llamado y no están en sus casas. Esteeee, ¿Juegas mañana?
-¿Qué te ha dicho esta gente? - pregunté, abriendo la nevera para servirme un poco más de té helado.
- Que venían.
- Ah, entonces yo también voy, mañana nos vemos.

A eso de las diez de hoy salí de la cama y para terminar de despertarme puse un documental sobre momias incas que tenía bajado de internet hace un mes. Es muy común que en cualquier parte del Perú, al establecerse la gente en asentamientos humanos, empiecen a surgir de debajo de la tierra restos arqueológicos. En ese aspecto también nos parecemos a los italianos: levantas una piedra y aparece una vasija. Así había pasado en el asentamiento Túpac Amaru mientras se instalaba la red de alcantarillado.
Llegó la hora del partido y tras enfundarme la camiseta de fútbol de la selección marroquí llamé a mi hermano, que recién despertado y todavía en Alcalá de Henares, confirmó mis sospechas. Vuelve a dormir, sorry, le dije, y colgué, yo también odio que me despierten. La segunda persona a la que quería ver antes de volar a París era mi tío, el ingeniero, así que llamé a su casa. Allí estaba, y me dijo que no iba a jugar, que nadie le había confirmado nada y además iba a dedicar el finde a su hijita, buen viaje, dije, si vas a Chinatown, me compras una camiseta de Obama.
Quise llamar a Michael para decirle que no iría, pero ninguno de los tres teléfonos que tengo resultó ser suyo. En el primero me contestó un peruano borracho, en el segundo una ecuatoriana que parecía estar comiendo cancha mientras hablaba, y el tercero, simplemente, no existía. Pensé, entonces, que mi primo era igual de informal que mis tíos, y me planteo ahora subir al Retiro, cualquier tarde con mi ropa deportiva, y unirme a algún grupo de futbolistas a los que les falte uno para completar dos equipos. Quizás esa sea la única manera de que mi inenarrable talento pelotero se pierda, junto a mi inapreciado vigor sexual, mientras pasan los años.

martes, diciembre 23, 2008

La Logia de los Búfalos Mojados


Mi móvil no dejaba de sonar, y me levanté de la cama. El número oculto me hizo pensar que podría tratarse de una entrevista de trabajo. Ejem, ejem me aclaro la garganta y contesto. ¿Qué pasa monstruo? me dice una voz que me resulta bastante familiar, Hola Roldán, respondo, me has despertado cabrón.

Me invita a jugar a los bolos, cosa que detesto, el miércoles al salir del curro, que hace mucho que no se te ve el pelo. No lo dudo, acepto, iré un poco antes y aprovecho para hacer mis compras de navidad, Roldán. Él, después de unos segundos de silencio, pregunta si no me pasaré antes por la oficina para saludar a los demás, que les den, digo, los que quieran verme que bajen al Plenilunio. Sol también ha quedado a cenar con la gente de su universidad, ella va en metro, yo me llevo el coche y salgo del parking con el Rough Justice de los Rolling sonando:

One time you were my baby chicken
Now you’ve grown into a fox
And once upon a time I was your little rooster
Am I just one of your cocks?

El centro comercial estaba lleno de gente pero no me costó mucho conseguir lo que necesitaba, y, como había calculado, terminé de comprar todo en media hora como si de un concurso televisivo se tratara. Adán me esperaba en la puerta de la bolera.

- ¿Cómo estás, tío?
- Bien ¿y tú?
- De putamadre, a mí me habían echado hace un año, así que ya me había hecho a la idea.

Recordé entonces que lo suyo fue un caso extraño. Lo despidieron con un pre-aviso de un mes, pero cuando renunció su sustituto le pidieron que se quedase un poco más. Los demás siguen llegando y algunos me saludan con más efusividad que otros. ¿Qué tal la cena de navidad? pregunto y, sin mentir, me dicen que fue un tostón, que el jefe, no se sabe si para motivarlos, soltó que Toshiba Tec no había tocado fondo y que podría haber más despidos. Entramos y pedimos unas cervezas mientras esperábamos que nos asignaran un par de pistas, juntas a ser posible. Mientras José Luis me rodeaba con su brazo y soltaba frases del tipo, cómo te echamos de menos, cabrón, yo pensaba en las chicas que habían pasado por la empresa durante los dos años que duró mi etapa y a las que ya nadie echa de menos. Supe que mi PC se usa ahora para consultar el inventario y que Rafa, cagón, asistió a la cena porque Ángel de Dios lo obligó. Me contaron que despedirán al chaval de Valencia, un comercial que parece más un reportero de CQC. Y, no sé cómo, sabían de mi entrevista en la empresa de la competencia. Víctor, tiene que haber sido él. Coldplay llenaba la bolera de música.

Time is so short and I'm sure
There must be something more

Mi mano derecha todavía no se había recuperado de la tendinitis que me diagnosticaron un mes atrás, en una clínica del barrio del Retiro. Aún así lancé la bola con toda la pasión que pude. Se fue por un costado, sin derribar una sola de esas cosas blancas que Juan Carlos llamaba palitroques. Mira a la morena de al lado, dice, se le marca el tanga. Volví con el grupo y le dije a Ely que estaba más delgada, por las medicinas, respondió, me van a hacer una endoscopia para ver si descubren de dónde vienen los dolores.
Empezaba a sudar y me quité el jersey, Adán gritó desde lejos, cómo se nota los que vamos al gimnasio ¿eh, mamón? Lo tomé como un cumplido. Le tocaba tirar a Ely, pero antes se giró y me preguntó ¿sabes algo de Vero?, y yo, sin ganas de mentir, dije que no, que lo último que supe fue que se casó.
Las horas pasaban y yo volaba de grupo en grupo. En todos hablaban mal de Toshiba, que si era una mierda, que la cesta era una miseria, que no sabían tratar a la gente, que si Ángel de Dios era un gitano y un prepotente; empecé a creer que venir a jugar para despejarme y no pensar en el trabajo había sido una mala idea. Una mano me tocó el hombro, era María.

- ¿Cómo estás, guapa?
- Bien ¿y tú? estás cachas - dijo, apretándome los bíceps.
- Ejem, ¿qué tal la cena?¿hubo un minuto de silencio por los ausentes?
- ¿Qué ausentes?

Alguien me avisó que era mi turno. Herido en mi orgullo por lo rápido que mis compañeros habían olvidado mi existencia recordé a Pedro Picapiedra y lancé la bola con todas mis fuerzas. Tiré todos los palitroques y hasta juraría que alguno había intentado apartarse del recorrido de la bola asesina. Se jodió la pista y tuve que ir a avisar a la encargada. Iba pensando en que no tenía que ser tan bestia, y que si la gente te olvida ¿who cares?, cuando vi aparecer, vestido de traje y corbata al Misterioso, que es como llamamos en mi familia al novio de mi hermana, porque, sabiamente, ha decidido no asistir a ninguna de nuestras reuniones familiares. Reuniones a las que, cada vez que puedo, también falto por el bien de mi salud mental.

- Hola Misterioso - le dije.
- Hola tío, ¿qué haces aquí?
- Vengo a jugar a los bolos con los colegas.
- Ah, yo también. Estoy buscando a los pringados de mi empresa.

Nos despedimos y cuando volví, seguí con el juego y ya sólo deseando que la noche acabara y casi seguro de no volver en mucho tiempo. Me dolía la mano y le susurré a María que me largaba cuando acabara esa partida. Ella, mirándome como Candy miraba a Terry, me dijo que también se iba, y que qué pereza ir sola a casa, que se aburría mucho y demás. No dije nada. El juego terminó y prometí a mis ex compañeros volver a verlos pronto, les deseé feliz navidad y toda esa mierda y emprendí la retirada. Cuando llegaba a la escalera que hay frente al buffet chino, escuché a María,que me llamaba usando la poca potencia de su voz.

- ¿Te vas, hermoso?
- Claro, ya acabamos de jugar.
- Pues yo me voy a casita, me voy a dar un baño de espuma y...
- ¿Dónde tienes el coche, María?
- Por allí -dijo, señalando el norte.
- Ah, pues yo lo tengo por allá -dije, señalando el sur- hasta luego, Lucas.

Se dio la vuelta como un robot y mientras yo bajaba las escaleras susurraba back off bitch, y me imaginaba a Duff McKagan y Slash haciéndome los coros gritando bitch, bitch, bitch. Respiré hondo en el asiento de mi coche y cambié el disco de los Rolling por el de The Last Shadow Puppets. Subiendo por la oscuridad absoluta de la carretera de Coslada a Vicálvaro me preguntaba si no había tardado mucho tiempo en salir de Toshiba. Nada de más salidas en grupo, prometí.

viernes, diciembre 19, 2008

Friends, will be friends


El paro es muy aburrido, no entiendo cómo puede haber gente que permanece en esa dimensión por propia voluntad. Había escuchado muchas veces eso de "me voy al paro" como si se estuviera diciendo "me voy a la playa". Por suerte, en esos días de recogimiento, pasó Arturo por Madrid y por un par de días volví a sentir lo que es tener un amigo de verdad al lado.

Lo recogí un viernes de la T4, cuando ya la ciudad estaba metida en medio de un temporal de frío y nieve. Recordaba que la nueva Terminal del aeropuerto, que había ganado el RIBA European Awards 2006, tenía calefacción y llegué allí vestido sólo con un jersey de lana. Mi pronóstico falló y me cagué de frío y, así, temblando, recibí a mi amigo al que vi salir por la puerta 10 bastante más joven que yo. Me confesó que traía la maleta llena de chocolates, me he vuelto loco, dijo, no paraba de comprar regalos, incluso para gente que me cae mal. Le conté que a mí me pasó lo mismo en mi viaje a New York, del que volví con un lápiz para cada miembro de Toshiba. Llegamos hasta el parking y Arturo, mientras yo encendía el coche, me seguía contando su viaje a Tampere: alucina que tenía un profesor peor que Homer Simpson, huevón, en mitad de la clase soltaba pedos, y creía que con decir "sorry" se arreglaba el asunto. Yo estaba ya cogiendo la M40 y sonreía con cada cosa que me contaba mi amigo. Feliz.
Le hablé de mi trabajo perdido, era normal, brother, había semanas enteras en que me estaba tocando los huevos de manera criminal. Un atasco en la A2 interrumpió mi relato. Arturo dijo que eso no era un atasco, tienes que ver la mierda que es el tráfico en Bogotá, huón, esto es una mariconada. Y se zampó una lata de Red-Bull de un solo trago, admirado, casi choco con un Fiat que, como es normal en Madrid, cambiaba de carril sin usar las luces de señalización.

Sol nos esperaba en casa. Había preparado su plato estrella y además, diligente, había comprado también las 20 cervezas que le pedí. ¿Tantas? preguntó, remember, somos peruanos, le dije como toda explicación. Cenamos y recordamos tiempos peores pero divertidos, años de universidad y personajes varios de la fauna limeña que, ahora, nos parecían inventados por Bryce Echenique. Oe, ¿llamo al Nero? pregunté, y Arturo aceptó. Media hora después, eramos tres ex-universitarios alrededor de mi mesa. Las horas pasaban y las cervezas se evaporaron como se evapora una gota de agua en un adobe. Sol se fue a dormir, el Nero decidió quedarse y tras un intento fallido de beber vodka, yo también me dormí. Creo que eran las 4 de la mañana. Soñé, no sé por qué, con Paola.

Al día siguiente, Madrid amaneció lluviosa. Salimos igual, ya habíamos decidido patearnos el Madrid de los Austrias y unas gotitas de mierda no nos iban a joder el plan. Empezamos en La Puerta del Sol y subimos por la Calle Mayor hasta la Plaza Mayor, ¿quién es el de la estatua? preguntó Arturo, y yo, guía turístico de los peores, contesté ni puta idea, y no me puse ni colorao'. Cuando supimos que el de la estatua era Felipe III, seguimos rumbo a la Plaza de Oriente. Sol ya hacía plosh plosh a cada paso que daba, y yo empezaba a sentir cómo estornudaban los dedos de mis pies. Quisimos entrar al Palacio, pero cuando descubrí que cobraban 6 euros, propuse ir al "Anciano Rey de los Vinos", y gastar ese dinero en algo más típico de la ciudad: ir de cañas y salir con la ropa oliendo a fritanga.

Cuando ya caía la noche nos apuntamos a un tour llamado "Madrid de las Tabernas". El Nero se nos unió entonces, y, cuando paramos en el Alabardero a calentar el cuerpo con un caldito de gallina, protestó porque esperaba que le sirvieran un tazón de caldo con huevo, papa amarilla y una presa de gallina, como si estuviéramos en la avenida Universitaria. Arturo estaba encantado, tanto como Sol y yo, que decidimos en ese momento hacer después todos los tours de ese tipo para conocer mejor la ciudad en la que vivimos, pues el guía no sólo te enseñaba las tabernas, sino que además contaba historias y leyendas de cada uno de los lugares. Ya no llovía y quise enseñarle a mi amigo las luces de la Gran Vía, es como la avenida Abancay, dijo el Nero, y Sol me miró de reojo, me imagino que esperando que me transformase en Hulk. No pasó, y bajamos por Montera hacia la Puerta del Sol. Quisimos ver el partido en un pub irlandés, pero cobraban 6 euros la entrada y tenías que estar de pie. Pedimos unas raciones de jamón serrano y cecina para llevar y volvimos a casa, a ver cómo Messi humillaba a Casillas.

El vuelo de Arturo salía a las 3 de la tarde. Dejamos a Sol durmiendo y aprovechamos la mañana de domingo para ir al Rastro. Mi amigo compró un póster de dos bailaores flamencos y puso su nombre y el de su esposa, como protagonistas del show. Sabíamos que los minutos eran una cuenta regresiva y hablamos de todo un poco, como cuando nos sentábamos en los bancos de la universidad, o en nuestro asqueroso gimnasio en el que no nos infectamos de tétano de puro milagro. Volvimos a casa y le dimos los últimos retoques a su maleta. Lo dejé en la T4 y nos deseamos mucha suerte, esperando de corazón que no pasasen otros seis años para volvernos a ver.
Ha sido bonito tener un amigo de verdad otra vez, le dije a Sol mientras bajaba por la A3. Ella, sabedora de mi tristeza, me acariciaba la pierna sin decir nada. Así es mejor.

Días después recibí una llamada. Era mi amigo que me decía que estaba muy contento de verme feliz, le dije sin mentirle que yo también, y prometimos, otra vez, no dejar pasar tantos años sin vernos. Además, propuse, puedes usar tu teléfono de empresa para llamarme, huevas. Y nos reímos, cómplices, como siempre.

-Feliz Navidad, brother.
-Feliz Navidad, ya verás como el próximo año será mejor.Cursiva

domingo, diciembre 14, 2008

La Jolie del Mongo


La tenía más chiquita que nunca y no sabía si era por el frío, por la humedad, por el miedo, o por la falta de generosidad de la madre naturaleza. El Mongo buscaba en sus bolsillos el último billete de la noche, para poner en el tanga de la morena de piernas interminables que bailaba para él. Para él y para otros diez hombres que también rodeaban esa barra. La luz rosa era muy diferente a la que roja que él siempre vio en las películas, las sillas eran pegajosas y el humo de los cigarros hacía el ambiente irrespirable. La morena se acercó otra vez y él con su sonrisa cojuda le enseñó un par de monedas, ¿qué crees, papito, que soy un teléfono público?, lo humilló.

Salió a la calle y la fría noche le encogió más lo encogible. Un tipo lo llamó desde una esquina y, conocedor de su negocio, le ofreció lo mejor del género a buen precio. No sé, dijo el Mongo, sólo por cumplir, pero el proxeneta acostumbrado a que le regateen los precios, lo convenció con una frase perfecta: I have a twenty years old russian girl, for your eyes only. Pararon un taxi.
Bajaron hasta un bar oscuro. Las chicas que adornaban la barra podrían, no sé si con más suerte, formar parte del catálogo del Private y participar en la próxima película "Dr. Do me a Little" o "Las colegialas sólo quieren divertirse". Una de ellas, a una seña del caficho, se acercó contoneante y con sólo un dedo en su barbilla lo arrastró hasta una mesa como si lo hubieran atado a diez caballos. Le sacó una botella de champagne, y él sólo pudo beber una copa, pues cuando ella supo que era el momento le susurró al oído do you want to fuck?. El Mongo, tras asentir tuvo su primer orgasmo de la noche, ahí mismito.

Salieron y él comprobó entonces que el taxista que los había traído hasta allí con las luces apagadas, los esperaba. Agradeció al cielo, pues el bar estaba en un polígono industrial perdido, y apenas se sentó en los asientos del taxi, que olían a sexo, puso manos a la obra, cual pulpo hambriento de fitoplancton, pescado, algas y bolsas de plástico. Llegaron al hotel que la puta había escogido y subieron sin que el recepcionista tuviera que decirles hola. La habitación tenía una cama, más que suficiente, pensó.
Se acostó y se abrió la camisa, imitando a Daniel Craig, sosteniendo un imaginario vaso de martini. Con la ceja levantada vio a la puta quitarse el abrigo, y el ajustado vestido que llevaba encima. What's your name?, le preguntó mientras la veía desabrocharse los zapatos. Angelina, respondió. You gotta be kidding, exclamó, Angelina? Like Angelina Jolie? La puta, en bragas, le dijo, yes babe, y le alargó un DNI ruso en el que el Mongo rápidamente comprobó, además del nombre, que tenía 25 años.

Mientras recibía la mejor felación del universo, el Mongo veía pasar su vida ante sus ojos: el colegio, la universidad, la nieve, un pescado, una botella de vino de 300 euros, un hombre de pelo naranja, ¿el taxi era un Mercedes?, jamón serrano, cecina, la lluvia, Obama, Bush, Putin, sobretodo Putin, hasta que una orden le hizo volver a la realidad: eat my pussy, motherfucker. En eso estaba, y mientras intentaba memorizar para siempre ese sabor, seguía pensando en sus cosas: el precio de los pisos en Lima, el Congreso, flamenco, azulejos y mayólicas Casinelli, la avenida Abancay, la Gran Vía, navidad, año nuevo, un pavo relleno y por dónde voy a rellenar este pavo, Sarita Colonia, la Virgen de la Almudena, i'm coming, i'm coming. Esta vez, al acostarse otra vez sobre la almohada, comprobó con satisfacción que no tenía pelos en la lengua.

Cabalgaba con la mejor de las destrezas, y, mientras tanto, el Mongo pensaba ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... y Goooooool... Gooooool...Quiero llorar! Dios santo! Viva el futbol! Golazo!... Es para llorar perdonenme... una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos...barrilete cósmico... de que planeta viniste? ... Gracias dios, por el fútbol, ...por estas lágrimas. Angelina, se baja del potro domado, y, con las cuatro extremidades abiertas recibe al Mongo, que, por educación, oiga usted, no rechaza la invitación. La ataca con sutileza, como cuando llegas a una casa y está la puerta abierta y entras y a la vez preguntas "hola, ¿se puede?". Ella, con sus increíbles ojos azules, lo mira fijamente y dice c'mon, fuck me, harder, harder. Él, dolido en su orgullo de chico de barrio, recuerda esas duchas en el gimnasio al lado del Negro piezón y se dice a sí mismo, a Angelina, al mundo: te vas cagar y le levanta las piernas (duras como el mármol, tibias e infinitas) para enseñarle el mejor de sus movimientos. Se pregunta: ¿eres de verdad?, ¿ese perro que está ladrando tendrá frío?, ¿el taxista habrá parado el taxímetro? yes, yes, harder, harder, ¿mi teléfono acepta tarjetas de 4 o de 8 Gb?, ¿qué me regalará mi novia para navidad? ¿qué le regalo? don't stop, please, don't stop, faster, faster, ¿por qué el árbol de navidad tiene que ser rojo? ¿por qué las sábanas del hotel están limpias? ¿cuánto me va costar esta mierda? yes, yes, i'm coming, yes.

El taxista lo espera en la entrada del hotel. Angelina vuelve con él al bar de origen y al despedirse le da un beso de tornillo, tan falso como el hombre de nieve que los mira sonriente. De vuelta en su hotel el taxista le cobra y tras recibir los trescientos euros a los que asciende la aventura desaparece por una calle sabiendo que su cliente lo está maldiciendo para toda la eternidad. El Mongo, ya en su cuarto, se da una ducha caliente y mientras el agua le lava la vaina se pregunta ¿será la última vez que me voy de putas? y, con una sonrisa en los labios, sabe que la respuesta es No.

jueves, diciembre 11, 2008

El Túnel del Tiempo


La noche se había cerrado hace tiempo y yo había ya conseguido mi mercancía en el Souk de Casablanca. Me costó llegar, la gente aquí no habla francés, ni inglés, ni español, sino una mezcla de los tres que hace que la comunicación sea fácil cuando necesitas un taxi, pero muy difícil cuando se da el caso de buscar una dirección. Si preguntas "¿dónde está el mercado artesanal?" en cualquier lenguaje, ellos entienden mercado y artesanal por separado, a veces las dos cosas, pero muy pocas veces las asocian. Le pasa lo mismo la gente que viene a España: una tarde los padres de Sol quisieron comprar gasolina y pidieron 30 euros, en español, la dependienta, que sólo escuchaba el ruido del masticar de su propio chicle, les puso 20 euros, y casi se quedan tirados rumbo a Antequera.

En Casablanca la gente intenta hablar lo que tú hables. Si te oyen palabras en español, te dicen "amigo, barato tú compras me",si escuchan el francés, se sueltan un poco más y van por ahí soltando "bonjour beaugoss". No quiero imaginar qué les pasaría si por sus calles caminara un catalán. El Souk es una mezcla extraña entre mercado artesanal y paraíso de la falsificación. Puede encontrarse desde vasijas para quemar incienso hasta una chaqueta de Dolce&Gabanna. Yo iba buscando tres cosas, muy simples: unas gafas Ray-ban Wayfarer, un par de Converse, y una camiseta de futbol de la selección marroquí. Mi primera parada, involuntaria, fue en un puesto de cinturones. Me agaché frente a él para atarme un zapato, y sin quiere vi de reojo un cinturón Hermès, de piel marrón. La mafia italiana mueve cantidades descomunales de prendas falsificadas, muchas de ellas son, simplemente, descartes de producción con minúsculas taras que pasan a formar parte del mercado negro. La "H" de la hebilla brillaba lo justo, no tanto como las demás, no era tosca como las otras falsificaciones que parecían sacadas de un taller de manualidades. Cuando me incorporé, el vendedor me acercó el cinturón, 20 euros, dijo, en su mejor castellano, a lo que respondí, no gracias. El hombre insistió, míralo, bueno calidad, míralo. Quise seguir caminando, y él preguntó, cuánto paga, y yo, más para quitármelo de encima, dije cinco euros, sin detenerme. Bien, bien, dijo, y me vendió el cinturón al que hasta ahora no he encontrado el fallo.

Más adelante, y tras pasar por un puesto de venta de panes con mosca incluida, vi colgada la camiseta de fútbol que estaba buscando. Era una buena imitación, con los logos de Puma bordados a mano y también el escudo de la federación de fútbol de Marruecos. Pagué diez euros sin protestar y ni siquiera sé si los caracteres árabes que van impresos en la espalda corresponden al nombre de un jugador o simple y llanamente ponen "turista imbécil" a modo de pequeña venganza. Cuando los demás vendedores me veían pasar con dos pequeñas bolsas blancas en la mano, sabían que no estaba allí sólo de paseo. Me ofrecieron espejos, mesas, cartera, bolsos, maletas de viaje, con ruedas y sin ruedas, incienso, vasijas antiguas, dagas antiguas y creía que me estaban asaltando, espadas, casos, esculturas en madera y en barro, juegos de ajedrez y solitario, cubos, cilindros, vasos, copas, teteras, fuentes, pinturas, cuencos, especias, queso, pan, pescado, carne, frutas, verduras, aceitunas, vino, aceite, zapatos, relojes, zapatillas y compré mis Converse, camisetas, polos, pantalones, jeans, chaquetas, trajes de Hugo Boss, más relojes, discos, DVD's, gorras, sombreros, llaves, llaves antiguas, llaveros, joyas, unas falsas y otras que parecían verdaderas, revistas viejas, revistas nuevas, zumo de naranja, pescado seco, más pinturas, más comida, una cámara digital, radios, teléfonos, una tele de plasma, un caballo.

Salí otra vez hacia la mezquita antigua y crucé por la mitad de la calle, aquí los semáforos y los pasos de peatones están puestos porque la ley obliga, pero nadie los respeta. Paro un taxi, y le digo que me lleve hasta mi calle, al hotel Transatlantique. El asiente, y yo sospecho que no me ha entendido nada. El asiento está forrado de una piel extraña, como de perro atigrado. Siento a las pulgas subir por mis piernas. Cuando empiezo a reconocer las calles, más o menos después de cinco minutos de viaje, le digo ici c'est bon, merci, y me bajo. Camino un poco más y llego a mi hotel, donde el recepcionista me pregunta si encontré lo que buscaba. Sí, sí, muchas gracias, contestó. Subo a mi cuarto por las escaleras porque no funciona el ascensor y, mirando al techo pienso que hice bien en venir sólo por un fin de semana.

Estar en Marruecos es, para mí, como volver al caos limeño, a su improvisación y su inmundicia ocasional. Me teletransporta al tercer mundo y me recuerda porqué salí volando. Comprendo, tirado en esta cama que huele a otro huésped, la razón que hace que mis padres quieren, de vez en cuando, volver al terruño, para días después desear con ansias el vuelo que los trae de vuelta a Europa. Lo malo, es que en Marruecos no están mis amigos, y eso hace le falte lo mejor a mi Túnel del Tiempo. Por suerte, a veces recibo visitas sudamericanas que me hacen reír como hacía hace diez años, y, lo mejor de todo, es que entienden siempre lo que quiero decir.

lunes, diciembre 08, 2008

Documentación, por favor


Anoche estuve en casa de mi hermano, celebraba su cumpleaños 31, y como había tenido el detalle de invitarnos, Sol y yo llegamos pasadas las 7, después de comprar algunas cosas que nos faltaban en casa. La reunión fue divertida, hablamos de la navidad, recordamos tiempos lejanos y nos reímos mucho. Hicimos el sorteo del amigo invisible y a mí me tocó regalar algo a una de mis tías.
Cuando ya nos íbamos, mi otro hermano me pidió que acercara a su novia hasta su casa, en la Colonia de los Taxistas, no problemo, le dije y después de despedirnos y coger nuestros abrigos volvimos a Madrid.

De camino hablábamos del accidente que habíamos visto al llegar, cerca de la salida de Ajalvir. Hay mucho niñito de papá que se cree dueño de la carretera, dije, yo conocí uno que ahora tiene que raparse la cabeza después de que se la abriera cuando volvía volando en su Mercedes, por la nacional dos. Delante de mi tenía un Ford que me tapaba la visión y decidí adelantarlo por la derecha, cuando lo hice, comprendí porqué no iba más rápido: tres furgonetas de la policía nacional, una en cada carril, estaban cerrando el paso.

Fui el primero del control, suerte que no he bebido nada, dije para tranquilizar a Sol y a la novia de mi hermano. Vi como los policías trazaban un camino serpenteante con los conos de señalización, poniendo además una furgoneta cada diez metros. La última estaba cruzada en la carretera a modo de barricada, como en "Tarde de Perros". ¿Un poquito exagerados para un control de alcoholemia, no?, susurré, y uno de los policías me hizo una seña para que avanzara un poco. Llevaba en la mano una cosa de esas que brilla en la oscuridad, una especie de sable láser cortado por la mitad.

Llegué hasta el segundo policía. Buenas noches, le dije, me miró rápidamente y dijo pase, pase. El tercer policía, el que estaba en la última furgoneta bajó otra cosa que hasta que no estuve a un metro de él no pude reconocer como lo que era: una ametralladora con la que, hasta unos segundos antes, me estaba apuntando. Joder, cacho de ametralladora, por dios, dijo la novia de mi hermano, debe ser por los de ETA que están buscando. Me imaginé entonces, que si hubiera hecho algún movimiento sospechoso con el segundo policía, no sé, sacar el móvil, rascarme una axila, o los huevos, una ráfaga de balas hubiera perforado los cristales del Kia, a mí, a Sol, a la novia de mi hermano, y al muñeco de Spiderman que trepa por mi luna trasera. Tragué saliva.

La N-II era sólo para nosotros y por el espejo retrovisor veía como iban pasando, uno a uno, los coches por el espectacular control policial.

Llegamos a la Colonia del Taxista y dejamos a nuestra acompañante. Has tenido aventuras que contar, le dije, ya ves, contestó, y nos despedimos. Bajé por Peña Prieta hacia el Puente de Vallecas, y, como de costumbre, subí hacia Ciudad de Barcelona por el carril-bus, como lo hace todo el mundo. Error. Debajo del puente (había una serpiente, verdad que sí) estaba esperándome otro control policial. Putamadre, dije, casi sin mover los labios. Estos eran más cabrones, habían dejado un espacio pequeñísimo donde aparcar, me imagino que para descubrir rápidamente la torpeza de movimientos de los borrachos. Paré y bajé las lunas.

- Buenas noches.
- Buenas noches, permiso de conducir y documentación del vehículo por favor.
- Sí, cómo no, oficial.
-¿Sabe que está prohibido salir por donde lo ha hecho usted? ¿No sabe que es un carril exclusivamente de uso de transporte público? ¿O no ha visto la señal?
- La "C" - dije, idiota yo, creyendo que estaba en un concurso de TV- , digo, no he visto la señal. Lo siento.
Cursiva
El policía miró al cielo, no sé si para evitar reírse o pensando éste es tonto del culo, y recibió mi carnet de conducir y la documentación del vehículo. Me pidió el último recibo del seguro, y como suele pasar, no lo tenía conmigo. Su DNI, por favor, pidió, y cuando se lo dí, me dijo que mi DNI era español, y el carnet de conducir de un extranjero, que tenía que ir a la oficina de tráfico a actualizar la información. Señor, sí señor, dije, y un segundo después quise morderme la lengua. El policía se llevó todos mis papelitos y se fue a la patrulla, dejando pasar unos minutos, para, me imagino, acojonarme más. De ésta no nos salvamos, le dije a Sol, sólo me pregunto de cuánto será la multa. El policía volvió.

- Vamos a ver. Tiene que ir lo antes posible a Tráfico porque para nosotros, usted no tiene carnet de conducir.
- ¿Y eso, sargento?
- Este carnet esta asociado a un documento de extranjero. Usted es español, señor, debe actualizar sus datos.
- Ah, perfecto, mi teniente.
- Además le voy a hacer un expediente, tiene derecho a negarse a firmarlo.
- ¿Qué pasa si me niego, mi general?
-Nada, no pasa nada. Pero tiene que ir antes de cinco días a la Oficina de Tráfico, con el recibo del seguro pagado.
- Ok, ok, mi coronel.
- Y ya entonces aprovecha para actualizar sus datos, tenga. Ya puede seguir.
-Muchas gracias, buenas noches, mi comandante.

Crucé el puente temeroso de que en la entrada del parking de mi casa hubiera un tanque o una nave espacial para tomar muestras de mi ADN. Por suerte, no pasó nada de eso y pude llegar a mi cama con suma tranquilidad. Me desvestí y cuando Sol salió del baño yo ya estaba casi dormido. Soñé que al esposo de una de mis tías, lo había parado el mismo control policial y le había hecho bailar el Chiki-Chiki, para comprobar que estaba en condiciones de seguir conduciendo. Lo veía moverse en mi sueño, y me escuchaba a mí mismo decir, bien carajo, bien, si me hundo que se hundan todos conmigo. Puedo ser muy cruel en sueños.
Cursiva