sábado, febrero 27, 2010

Conversaciones chez Tony


- Mola la vida de rico - dice Iván mientras mira por sus gafas Hilfiguer el espejo retrovisor de su BMW, antes de aparcarlo frente al Golf Park de la Moraleja Green.
- ¿Todo el día jugando al golf? - pregunta Jorge - Yo preferiría estar en Bellagio, jugando a los dados.
- No - responde Iván - no jugando al golf. Ser rico significa que alguien te pregunte "¿qué vas a hacer hoy" y tú respondas "Hoy me voy a tocar los cojones de a dos manos, después me voy a jugar al golf, pero poco, porque por la tarde me tengo que cepillar a una modelo, twice, y luego, por la noche, tengo que ir a la fiesta de su prima, que está más buena para cepillarmela también". Eso es ser rico.
- Esa es la vida de Flavio Briatore - susurro, pero creo que nadie me ha escuchado.

Entramos al Tony Roma's y pido una mesa para siete. Me pillo la silla al lado de la ventana una vez que las chicas han llegado. Yo, a tu verita, me dice la becaria, que tiene a Jorge babeando. Él hace un esfuerzo de velocidad y se sienta frente a ella. Iván y yo buscamos un vídeo de John Cobra en su Iphone mientras Natalia pide que bajen el toldo porque le molesta la luz del sol. Estefanía no ha llegado aún, se ha quedado buscando no se qué en Zara.

- Me he leído la autobiografía de Nacho Vidal - suelta Jorge, así sin venir a cuento, Iván y yo le lanzamos la mirada de "shut up, asshole", pero el tío sigue lanzado: - no sólo se dedicaba a hacer pelis porno, también ha sufrido mucho.
- ¿La tranca de Mataró? - pregunta Iván - mmm, sí, cepillarse a dos mil pibas es mucho sufrimiento.

Estefanía llega con sus compras y pregunta de qué hablamos. "De trancas" le responde alguien.

- Ah, ¿ya sabéis entonces lo de Elena? - dice, concitando el interés general.
- No - respondo - ¿qué pasa con ella?
- Que ayer en la comida nos contó que tiene un amigo, o sea, un amigo de su novio, al que no le para de crecer el...ya sabéis....el pene.
- ¿Qué? - preguntamos los tres tíos, al unísono.
- No creo que Elena estuviese hablando de un amigo de su novio - añade Natalia.
- ¿Entonces? - pregunta Estefanía, que es más inocente que Hello Kitty.
- Pues de su novio mismo, niña - responde la becaria, y tira por los suelos mis sueños de competir por las caricias de Elena. No puedo competir contra una tranca de crecimiento interminable.
- Eso tiene que ser mentira - digo.
- Sí- me ayuda Iván - no os creáis todo lo que se dice en las comidas.

Llegan unas alitas barbacoa. Cuatro hamburguesas, una pechuga de pollo, ensaladas asquerosas, tres cocacolas una fanta y una botella de agua que Natalia pidió para Iván sin que éste la autorizara, "a ti te gusta el agua" le dijo, y el pobre no tuvo fuerzas para responder.

- O sea - retomó Natalia - ¿no debemos creernos tampoco lo del ranking de "la más buena de la empresa" que hicisteis en la cena de navidad?
- Sí, sí. Eso -dijo Estefania, monísima.
- Hombre, el primer puesto está claro - dijo Jorge, fanático de los harakiris- y no está en esta mesa - llegó a mi mente una imagen compuesta de piernas envueltas en nylon y el espejo de mi coche volando hecho pedazos.
- ¿Cómo? - gritó Natalia - eso no es justo. Nosotras también vamos a hacer un ranking.
- No se puede -dijo la becaria - sólo hay un tío bueno - Iván y yo nos miramos; yo sabía que hablaban de él. Y él, estoy seguro, pensaba lo mismo -, no se puede hacer un ranking con tan poco material.
- Eso es sexista chicas - solté - no somos piezas de carne - y volví a mis alitas barbacoa.
- ¿Y vuestro ranking no? ¿No te jode?- soltó alguien.
- De todas formas, con todas puede uno tener algo - dijo Jorge, desde el fondo del lodo, y toda la mesa lo fulminó con la mirada. Pobre.

La becaria cortaba su hamburguesa con precisión de cirujano, y sólo por joder, le pregunté si estaba buena su carne. Me dio a probar un trozo y a Jorge casi se le cae la cocacola. Iván me miró como diciendo "tío, no seas cabrón,que el chaval se lo está currando".

- Olvidemos lo del ranking chicas- pedí - sabéis que todas tenéis alguna parte de nuestro corazón.
-Qué bonito te ha quedado eso - me susurró la becaria, y le regalé una sonrisa.

Llegó la cuenta y Jorge insistió en pagar la cuenta de la becaria de la mejor manera que puede existir: "yo gano más dinero que tú, así que déjame pagar". Natalia corroboró el hecho. Nos despedimos en la puerta del Tony Roma's y cuando las chicas iban todas juntas a buscar el coche de Natalia les grité:

- ¡Hasta luego, "número 6", "número 12" y "no clasificada"! - y ellas fingieron no escucharme.

lunes, febrero 08, 2010

Hambre de tí.


- Pregunta: ¿Si estás muy desesperado, te follas a la fea de la empresa? - suelta Hugo, así, sin venir a cuento.
- Define desesperado - respondo.
- Sí, o sea, desesperado en plan "no me comido nada en meses" o desesperado en plan "llevo seis cubatas y me como lo que sea" - añade Roberto, en plan filosofal.

El garito tiene poca luz y el humo invade mis ojos operados como astillas de metal. La camarera está buena, tiene pinta de rusa o ucraniana. También tiene pinta de que no me haría caso ni aunque tuviese un Boxter en la puerta.

- ¿No es lo mismo? - pregunto - si estás desesperado, estás desesperado.
- No - responde Hugo - si estás borracho, te follas a lo que caiga, sí, pero tu estómago aún te frena de cometer de un crimen. Si llevas varios meses en sequía, te follas hasta las cabras.
- Gran respuesta - dice Roberto, borrachísimo, y levanta su mojito - brindemos por las tías feas que nos follaremos en tiempo de gran depresión.

Brindamos todos, y yo, idiota, me bebo el mojito de un solo trago y ahora tengo que ir a la barra a pedir más. La rusa-ucraniana ni me mira cuando le pido tres mojitos más, sólo me dice que son 21 euros y yo le alargo mi BBVA platino, para hacerme el interesante. Esas tetas no pueden ser reales, pienso, mientras llega mi pedido. Desde la barra veo a Roberto bailar haciendo el robot, y diez metros más allá una pareja de lesbianas lo encuentra increíblemente divertido. Aplauden.

-¿Entonces? Me tengo que follar una fea, según tú, porque llevo varios meses de sequía.
- Claro - responde el gran filósofo - además las feas son las que mejor follan, tío. Son las más agradecidas, ¿no ves que creen, siempre, que será la última vez que alguien las toca?
- Brindo por eso también - grita Roberto, ya pedo, y le gana en voz a Rihanna por unos segundos - ¡por las feas agradecidas!

El antro tiene una zona vip y dentro bailan seis chicas (cañón) que parecen celebrar el cumpleaños de alguna. Es extraño verlas desde lejos, me siento como cuando voy a la tienda de Hugo Boss y me gusta todo pero no me puedo comprar nada. Una morena de vestido rojo (a punto de explotar de satisfacción) mueve el cuerpo al ritmo de los Black Eyed peas y yo sé que tonight is gonna be a good-good-night, para algún otro que no soy yo

- Yo me follé a la fea de la empresa - confiesa Roberto, después de levantarse del suelo - y es cuestión de imaginarse que es un pibón y ya. Eso sí, tenía más pelos en la espalda que yo.
- Asqueroso - digo y bebo mojito para pasar el mal trago - tas pasao, tío.
-¿Que me he pasao? Y espera a que te cuente lo que hacía con la lengua, colega.
- Déjalo, tronco - suelta Hugo - que acabo de comer alioli y no quiero que me siente mal.

Salimos juntos del bar varias horas después, y Roberto entra a duras penas en el único taxi que lo acepta. Hugo y yo subimos hacia Cibeles a buscar el bus nocturno y de camino me confiesa que él también se tiró a la fea de la empresa, en la última cena de navidad. No está tan mal, tío, dice, es como comerte un yogurt caducado, nadie se ha muerto por hacerlo. Asiento preocupado por el símil que acabo de recibir y subo al bus que está a punto de dejarme tirado. Descubro en el móvil que tengo dos llamadas perdidas de María (la fea de mi anterior empresa) y me digo a mí mismo que tienen que pasar más de mil años, muchos más, para que allá, tal como aquí en su boca lleve ya, sabor a mí.
Prefiero matarme a pajas
, me digo, elimino su número de mi teléfono y bajo del bus resignado al celibato forzoso. Soy pobre, pero honrado.

jueves, enero 28, 2010

Bvlgari


ACTO I

Él y ella entran al locutorio, dos búlgaros los miran sin mucho interés. Hablan (en búlgaro):

- Joder, ¡qué sosos se les ve!
- Sobretodo a la rubia, tiene pinta de estirada.

Se acercan entonces al punto convenido previamente. Se sientan como si fueran a disputar una partida de mus.

EL: Al grano, queremos que le partas las piernas a un menda.
ELLA: Las piernas, y la cabeza también.
BULGARO 1: Eso es otro precio (con acento Dimitri/Darek) cabeza, más trabajo que piernas es.
BULGARO 2: Si, si, más trabajo.
EL: Bueno, por pasta no vaser. Tú le partes la cara y ya luego me pasas la factura.
ELLA: Y a ella le rapas el pelo. Que me ha dicho que le encanta su pelo.
BULGARO 1: ¿Pelo? (en búlgaro)
BULGARO 2: Ya, si te dije que estos eran tontos del culo.

Un marroquí entra en escena y pone sobre la mini mesa una cocacola caliente y un kebab. Los búlgaros asienten.

EL: A ver si asi se le quitan las ganas de regalar Cd's de mierda a la novia de otro.
ELLA: Ya, eso siempre lo hace. Pero la tuya no se queda atrás con sus sonrisitas y su culito bien marcado en sus pantalones. Que éste no habla de otra cosa.
EL: No nos metamos en jardines...que estoy hasta la polla de escuchar que tengo que bailar salsa, salir más y ver pelis en versión original. ¡Venga coño!
ELLA: Ya, y yo ser más cariñosa, y volver a mi color de pelo original y blablaba. Pero tienes razón, tenemos que estar unidos en esto.
BULGARO 2: 200 euros.
BULGARO 1: 300, y corto pelo a los dos.
MARROQUI: ¿Quién paga kebab?

ACTO 2

Una habitación de hotel frente a una playa de Essaouira. Edward está sentado con un vaso de whisky en la mano, Bella reposa sobre su regazo leyendo el Marie-Claire.

EDWARD - Al final vinimos los dos, solos a este viaje.
BELLA - ¿Te arrepientes? Aquí se está bien.
EDWARD- No, no me arrepiento. Aquí se está de putamadre.
BELLA - Además, en esta época del año, hace bueno y aquí no hay ni Peter.
EDWARD - (riendo) me encantas, te salen las cosas tal cual. "Ni Peter", qué gran frase.

Entra en escena la camarera, trae periódicos de España y un zumo de frutas.

BELLA: Merci.
EDWARD: Zumo, perfecto (bebiéndolo de golpe) me viene perfecto después de correr como un mongolo por la playa.
BELLA: El footing hace bien, es la polla.
EDWARD: Creo que esa frase es de Dickens.
BELLA: Qué tonto es (riendo. Juega con su pelo)¿La echas de menos?
EDWARD: Siempre (ojeando el periódico) y tú a él también.
BELLA: Sí, pero me la estoy pasando de putamadre.
EDWARD: Y yo, hace mucho que no me divertía tanto. ¡Anda! (sorprendido) ¡Han dado una paliza a una pareja en el barrio!
BELLA: ¡No jodas! ¿está en el periódico?
EDWARD: Sip, iban en un coche igualito al mio.

FIN.

miércoles, enero 20, 2010

¡Aleeeti!


Quiero ir esta noche al Vicente Calderón.
Hace exactamente una semana (he dejado pasar ese tiempo para recapitular y contar correctamente lo pasado) asistí a uno de los eventos más emocionantes de mis últimos tiempos. El Atlético de Madrid llevaba una racha de malos partidos que, a los románticos del fútbol, nos tenía preocupados. Y es que el Aleti no es un equipo de grandes estrellas, no es el Madrid o el Barça, es un equipo de barrio cuya mayor gesta data de hace ya más de 10 años, cuando ganó la Liga y la Copa del Rey. De ese equipo tuvo que huir Fernando Torres para poder convertirse en el jugador que es hoy, y cuando llegué a España lo encontré en segunda división. Y hacia allí apuntaban hace unas semanas.

El Aleti había perdido 3-0 en Huelva, contra el Recreativo y tenía que meter 4 goles sin recibir ninguno para pasar a la siguiente fase de la Copa del Rey. Nadie creía en ellos, pero yo tuve un feeling y compré dos entradas para el partido. Era miércoles por la mañana y llamé a Sol para decirle que no quedara con nadie esa noche, que nos íbamos a ver al Aleti, offro io, tú sólo preocupate de ver cómo llegar al estadio desde casa.
Llegamos en metro hasta Pirámides y al bajar del vagón me extrañó que no hubiera nadie más con ganas de fútbol. Nuestros únicos compañeros eran una viejecita dormida y dos dependientas de Zara que hablaban de qué tan monos eran los zapatos de la nueva colección.

- ¿Para ir al Calderón? - pregunté en la taquilla del metro. Y la amable mujer que estaba al otro lado del cristal me señaló con la mano derecha que debía salir y caminar buscando el río Manzanares.

Tampoco había nadie en la calle. En los bares, veían el partido del Barça contra el Sevilla que acababa de empezar y que terminaría con los catalanes eliminados. Sol y yo llegamos hasta el estadio con el temor en el cuerpo y sólo para comprobar la humillación de que yo, romántico del fútbol me había equivocado de día y la puerta 32 por la que deberíamos haber entrado estaba cerrada hasta el jueves, día real del partido.

- Me siento gilipollas - dije, subiendo hacia el metro.
- Espero que la mujer de la taquilla no se burle de nosotros - respondió Sol.

Al día siguiente cambiamos el recorrido y subimos en Renfe. Ahora sí que había más gente Alética, con bufandas, gorros y camisetas. Una rubia enfundada con la número 7 me recordaba a Forlán, pero con tetas. Dos paradas de tren después, nos unimos a la masa y entramos en el estadio con el mayor de los nerviosismos.

- Tienen que hacer cuatro goles. Con que caiga el primero en los primeros cinco minutos, se encarrila la cosa.

Nos sentamos al lado de una pareja de hinchas en la que ella llevaba la voz cantante: échale huevos, Aleti échale hhuevos, éeeechale hueeevos, Aleti éeeechale hueeevos. Unos okupas llegaron de la nada y se sentaron en las escaleras con una barra de pan duro y jamón en bolsa, aplaudiendo cuando el equipo salió a la cancha. No, pensé, definitivamente éste no es el Santiago Bernabeu.

A poco de comenzar el partido el Aleti ya iba 2-0 arriba y mientras yo gritaba ¡Vamos Diego, con huevos! y me quedaba maravillado con la forma de cubrir la pelota que tiene el Kun Agüero, algunas chicas mandaban besos a Forlán. El primer tiempo terminó con un claro 3-0 que se transformó en un 4-0 apenas comenzó el segundo tiempo. Todo era felicidad, no me importó pagar 2 euros y medio por una lata de cerveza de indigente (Laiker) y Sol y yo nos sentíamos parte de una remontada histórica.
Hasta que Asunçao la cagó.
Primero se sintió Baresi y terminó como Perea. Gol del Recre, el Aleti estaba eliminado. Minutos después recibe la segunda tarjeta amarilla y deja a su equipo con 10. Yo (y 30,000 personas más) ya pensaba cómo encontrarlo al final del partido para romperle las dos piernas. Fueron veinte minutos de angustia total, en que (no, eso no pasa en el Bernabeu) todos animamos al equipo cantando, saltando y moviendo bufandas y banderas. Me sentí en Matute, y Alianza Lima buscaba desesperadamente el gol.

Cuando faltaban menos de diez minutos y ya muchos estábamos resignados a volver a casa con la derrota en los labios, el árbitro cortó una jugada de gol del Kun señalando un tiro libre. Simao colocó la pelota y todo el estadio apretó los esfínteres hasta el infinito y más allá. Muy a la derecha, pensé cuando salió el disparo. Por suerte, me equivoqué y un segundo después estaba gritando el gol con todas mis fuerzas.

- ¿Eres del Aleti? . me preguntó mi jefe al día siguiente en el ascensor.
- No, sólo soy un romántico del fútbol - respondí.

La sonrisa de satisfacción me duró un par de días más.

jueves, diciembre 31, 2009

El primero


Tatiana suele dejar una pregunta en el aire al final de cada post de su blog. Yo la haré al principio y la contestaré en nombre de los tres gatos que me leen: El 1 de enero, ¿existe?

Yo creo que no. O sea, antes sí existía y me encantaba. El 1 de enero mis amigos y yo solíamos salir a patear (literalmente) las calles de nuestro barrio buscando algún residuo de pólvora de la noche anterior. Mesplico: en Lima, en los barrios populares mayormente, quemamos muñecos en representación del año que se va. Esos muñecos al principio estaban hechos con ropa vieja que ya no se iba a usar, pero con las eternas crisis económicas peruanas, el relleno pasó a estar conformado de periódicos, paja y basura. Y los más osados -(aquí viene la explicación:- colaban entre despojo y despojo arsenal pirotécnico en forma de cohetes calavera, ratablancas, y silbadores. Era espectacularmente peligroso salir minutos después de las doce y ver el barrio lleno de espantapájaros que se resistían a la muerte cuando un brazo, una mano, o la misma cabeza salían desprendidos después de una sonora explosión.
El 1 de enero, entonces, los que no estábamos borrachos (niños, casi siempre) rebuscábamos entre las cenizas algún cohete con el que sonorizar la primera mañana del año nuevo.

Cuando llegué a la adolescencia, el 1 de enero se empezó a difuminar. Casi siempre estaba tan cansado después de las fiestas de Pepito que me quedaba en casa viendo algún capítulo de los Thundercats o destruyéndome el hígado con el chocolate sobrante y el panetón de la noche anterior. Creo que la primera vez que el 1 de enero desapareció de mi vida fue en 1994. Esa noche, Mili me insinuó (o yo leí mal entre líneas, cosa que hasta ahora me pasa) que quería que me quedara con ella en casa, en su cama para ser más exactos. Mis amigos seguían bailando al ritmo de 2-Unlimited mientras yo, con una botella de champagne que robé del mini-bar, me escabullí hasta la habitación de mi presa con gran sigilo. Pasadas las tres de la mañana, y cuando ya el sonido de mis tripas superaba al ardor de mis gónadas, entró Mili en la habitación y al verme ahogó un grito de angustia. No lo debió ahogar muy bien, porque segundos después su viejo llamaba a la puerta preguntando ¿Qué pasa Mili, todo bien?

- Todo bien, - dijo ella, mientras me indicaba con señas que me escondiera debajo de la cama. Cosa que hice on the fly.
- Me pareció que gritabas.
- No, no. Es que me golpeé con la mesita de noche, nada más.
- Abre - ordenó. Y ella, quinceañera obediente, abrió la puerta.

Su viejo me buscó por casi toda la habitación. Pero por suerte tenía un problema de espalda que le impedía agacharse. Esa noche dormí con Mili, sí, pero ella en la cama y yo debajo, como un calcetín olvidado y sucio. Al día siguiente su viejo no salió ni a comprar el periódico y me tuve que quedar escondido hasta el 2 de enero. Cuando volví a casa mamá acababa de despertar de la juerga y ni siquiera había notado mi ausencia.

Ahora, definitivamente, el 1 de enero ya no existe. La juerga solía ser en Francia, pero, como a Vargas Llosa, a mi también me han cansado un poquito los franceses y este año decidí quedarme en Madrid. Las nocheviejas anteriores me dejaban muy mal y el primer día del año me la pasaba de la cama al sofá, del sofá a la cama, de la cama a la mesa, y de allí de vuelta a la cama. Alguna vez me dormí sentado en el baño. Mi año, desde el 2006 comienza el 2 de enero. Hoy tengo fiesta en casa de mi tía, no sé si disfrazarme de Michael Jackson o ir tal cual soy (la classe), sólo espero pasarlo bien sabiendo que, mañana, la luz del sol no existirá, seré un vampiro total y mi máximo esfuerzo será leer cuatro páginas de algo o ver dos capítulos de cualquier mierda. Comenzaré el 2010 con ganas y a partir del 2 de enero volveré a ir al gimnasio, terminaré de escribir mi novela, etc, blablabla.
Happy new year, losers.

lunes, diciembre 14, 2009

Je te Kiffe (a donf!)


- Odio a este tío, o sea, no lo odio - pienso: decídete, oye - pero es que no sabe lo que quiere.
- ¿Por? - digo, pero pienso: acaba ya de hablar que me cago de frío.
- Es que sabía que me iba a caer, ¿ya? era obvio ¿no?
- Sí, sí. Era obvio. ¿Pero te gustaba no?

En Lima, oscurece de forma muy extraña (lo he vivido en Segovia, también), puedes estar caminando tranquilamente, viendo al sol perderse entre las nubes, y de golpe, al doblar la esquina, te encuentras con la noche. Más de una vez (en Segovia también) estuve tentado a volver sobre mis pasos hasta allí donde todavía, en mi imaginación, era de día.

- Sí, pero la cosa es que es un fifone.
- ¿Cómo fifone? - vuelvo a mirarla a los ojos por un segundo, antes de retomar mi búsqueda de un taxi que me haga escapar - sabes que mi italiano va justito.
- Fifone - repite, con su encantador acento romano - un cobarde. Un cagado. A mí me gustan los tíos que me entran, no los que se quedan dudando si entrarme o no.
- Pero, ¿para qué quieres que te entre? - putos taxis, todos pasan llenos y Lima está cada vez más oscura - ¿no estabas saliendo con el musculoso ese?
- Sí.
- ¿Entonces?
- Y soy feliz. Estoy servida, no quiero problemas.
- No entiendo nada. Si lo vas a rechazar, ¿para qué le das bola? Eres una calientahuevos, flaca.
- Un poco.

Al fin para un taxi asqueroso con su lucecita verde. Pienso: ya es hora de que me largue, aquí no voy a sacar nada de provecho. Abro la puerta y me meto como si fuera un superstar perseguido por mil fans hambrientas de sexo o de un mechón de mi negro pelo. Voy contigo, dice, y pienso: ¿para qué, si no vas a dejar que te toque las tetas?

- Así que por eso estoy aquí contigo - dice, acomodándose el pelo lo mejor que puede - dejé al idiota ese bailando con Silvia.
- Asquerosa.
- ¿Silvia?
- También.

El chofer mira por el espejo a las piernas de mi amiga. Yo me despatarro en el asiento buscando una idea en mi mente. Algo que sirva para que esta tía se calle de una vez, o se baje del taxi en marcha. Lima está ahora llena de neblina (¿Qué hora es? ¿Las 3 de la mañana? ¿O las cuatro?)

- Yo no entro a las tías cuando sé que no tengo nada que ganar.
- Ya pero éste no es como tú.
- Ya. ya sé, es un poco más....
- Schifoso.
- Tampoco tanto - pienso: bien, ya estoy llegando a casa- pero sí es un poco barriobajero. Por eso se ha acoplado tan bien al grupito ese de los lacras.

El taxi para en un semáforo y le digo que está bien, que allí me quedo. Bajo, y cuando me voy a despedir, ella baja también. Pienso: ¿para qué?, si no quieres nada conmigo ¿no? Cruzo corriendo la calle con el semáforo en rojo. No sé por qué corro, no hay nada de tráfico a estas horas de la madrugada. Ella corre detrás de mí, espérame, grita, así me dejas cerca de casa. Hace frío y ella empieza a temblar. No me voy a quitar el abrigo ni loco, la abrazo y se queda más tranquila.

-Si nos viera así mi novio no sé que pensaría.
- ...
- ¿Qué pensaría tu novia, si nos viera caminar así?
- No sé nunca lo que piensa, menos aún lo sabría en esta situación.

Llegamos a una esquina desde donde se ve su casa. Hay un parque de niños, congelado. Un gato juega entre los columpios. ¿Sabes qué vas a hacer ahora? pregunta, y yo me encojo de hombros, mirando al infinito. Te vas por ahí, y llegas a tu casa súper rápido. Le contesto que no, que me voy por la otra calle mejor, y la dejo ahí parada. Cuando llego a mi puerta y abro con mis llaves del Señor de los Anillos siento al fin el alivio que tanto buscaba. Me tiro en la cama y pienso: mierda, al menos tendría que haber hecho que pagara la mitad del taxi.

miércoles, noviembre 18, 2009

Suerte, que mis pechos son pequeños


Mamá decía que pisar la caca de un perro era un inequívoco augurio de buena suerte. "Uy, qué suerte, hijo" soltaba cada vez que yo, torpe como un pato, pisaba cacas de todos los colores por las calles mi barrio. Yo no le veía la gracia, y la única "suerte" que obtuve del destino fue que el heladero que me atropelló no dañara ningún órgano vital.

Caminando por Sevilla (25 años más torpe que entonces) pisé dos kilos de caca de caballo. Mi pie se hundió en una hedionda masa verde claro que me dejó perfumado para el resto del día. Siguiendo la teoría de mamá, debería ser ahora rico y suertudo. Pero la realidad es bien distinta.

La semana pasada la grúa municipal se llevó mi coche. Lo supe al final del día cuando más ganas tenía de volver a casa. Estefanía me decía "venga, hombre, no hagas bromas" y yo le repetía que no, que no era broma, que allí estaba mi coche y ahora había desaparecido. Tuve que recogerlo en el depósito municipal de Alcobendas previo pago de 111 euros, y tras esperar que una maruja terminara de soltar todo su arsenal de excusas para intentar justificar el hecho de haber dejado el coche bloqueando la salida de los bomberos. "Pague primero, y reclame después" le dijo el tipo del depósito municipal. Yo ni siquiera intenté justificarme. Pagué, saqué mi coche y volví a casa con 111 pavos menos. Quinta rotonda a la derecha, me gritó el hijoputa, sales directo a la de Burgos.

Llegué a casa y para consolarme, quise ver el One Night Only, de Ricky Martin. Un concierto en el que todavía se ven de fondo las torres gemelas, cuando Ricky era famoso. El vídeo no funcionaba, mi DVD se colapsó y mi tele perdió los canales de la TDT. Me cagüen tus muertos, Ricky. Quiero seguir con la onda latina y pongo mi disco "Mended" de Marc Anthony, a la altura de la pista 7 el disco se queda pegado y el láser hace que la voz de Marc suene como si su ex mujer lo estuviera estrangulando. Salgo volando de la ducha y resbalo, caigo de boca sobre la fregona y me trago algo que me raspa el esófago. Pido cita en el médico para el día siguiente, me he tragado no se qué...y duele. El seguro privado no pregunta y me garantiza asistencia completa en una de las mejores clínicas de Madrid.

Me alimento con líquidos durante todo el día siguiente y cuando creo que la cosa va tomando forma, salgo sonriente de la oficina y Elena me pide que la lleve a casa. Ok,vecina, le digo, y miro de reojo su falda blanca y sus piernas de 22 años envueltas en nylon negro. Subimos al coche y cuando ella estaba hablando no sé de qué, me distraigo, la escucho gritar y un segundo después mi espejo derecho sale disparado tras chocar con la puerta de un coche gris. Por el espejo retrovisor veo a un viejo que hace aspavientos. Me quedo petrificado, preguntándome ¿qué pachó? Elena baja hecha una fiera y se come vivo al viejo que, cuando bajo yo, ya tiene preparados los papeles del seguro y firmamos un parte amistoso. Lo siento, Elena, le digo, no sé qué me pasa esta semana.
La dejo cerca de su casa y llevo el Kia tuerto del ojo derecho al taller. 160 euros, me dicen, sin anestesia. Saco mi tarjeta de crédito y pago, pensando que mejor me olvido de las Ray-ban aviator que me quería comprar, y que Nadia me había dicho que me quedaban trés bien.

Suena una alarma en el móvil que me recuerda que mi hermanito ha inaugurado ya su academia de baile, con los chicos del programa "Fama" como profesores estrella. ¡Al fin una alegría!, pienso, pero al llegar me cuenta, desesperado, que los obreros no han terminado de instalar dos máquinas de aire acondicionado, que la mesa de sonido no era la que ellos querían (porfa, tráeme tu equipo de música) y que una profesora de Fama se ha desmayado en plena clase de Funky-Sexy-Style-Forever-Maybe. Salgo corriendo de la escuela y desmonto el mueble del salón que tanto le gustó a Arturo cuando estuvo en Madrid, para poder quitar el equipo, los altavoces, y un tocadiscos con mp3. Cuando estoy metiendo las cosas en una mega-bolsa, me llega un SMS de mi hermano que más o menos es así "prf, trm tmbn Cds d Salsa, q l prf d rtms ltinos no trjo musik".
Asumo, con dudas, que quiere música, pero sólo encuentro un disco de Roberto Blades.

Cuando al fin termina la inauguración vuelvo a casa.Muerto, abro el buzón de correo y encuentro el CD doble "Bowie at the Beeb" que había comprado en ebay quince días antes. Lo escondo debajo de la camiseta, temeroso de que se volatilice como pasa con las cosas que no alcanzo a conseguir cuando estoy soñando (mi Ford Mustang, bailar con Michael Jackson, Vero, etc.) Me meto en la cama y cierro los ojos. Me duermo al instante. Sueño con mi madre, que va por Sevilla pisando mierdas de caballo y sonriendo como una loca, a la vez que dice "ven hijo, ven, que esto, fijo que da suerte", y yo, desde lejos, le grito: ¡LOS COJONES! y huyo con mi Cd de Bowie por las calles del barrio de Santa Cruz.Cursiva

miércoles, septiembre 09, 2009

Jingle Bells


Edurne entró en el bar borracha y con un gorro de papa noel del que colgaban dos trenzas blancas. Lucio y yo colgábamos de un par de cubatas y la vimos venir hacia nosotros con el mismo pavor que se ve venir a los toros desbocados.

- Menos mal que no la hablo - dijo.
- Yo creo que ella no lo recuerda, brother.

Mama Noel lo rodeó entonces con el brazo y yo aproveché para escapar por debajo de sus patas delanteras. Ole. Me uní al grupo que formaban las chicas del departamento de quejas y por un tiempo indeterminado disfruté de la fiesta. Bailé dos canciones de Camilo Sesto, una de technotronic y Paquito el Chocolatero. Cuando Ana me preguntaba en su español alcoholizado si yo era filipino y Marta me decía que mi mano no estaba precisamente en su espalda Lucio volvió con la confusión en su rostro.

- Dice que olvide el pasado tronco. Que ella siempre ha querido ser mi amiga.
- Pues nada - respondí viendo de lejos a Sonia, que acababa de entrar - hagamos amigos, amigos, amigos, cada día más amigos.
- No sé, chaval, esta gorda no es de confiar.
- Entonces, no confíes.
- Ya, pero es amiga de Isa. Y si ella me odia, Isa también, y yo quiero seguir siendo amigo de Isa.
- Porque está buena.
- También, no te digo que no. Pero más porque es buena tía.
- Y tiene buenas peras.
- Ahí le has dao', cabroncete.

Edurne volvió a colgar sus 90 kilos sobre Lucio y le dio dos besos que sonaron como dos explosiones. No pude evitar abrir los ojos al máximo, tanto que Ana pasó a mi lado y dijo ya no pareshesh filipinou. Edurne, creyendo que yo estaba celoso ante tamaña muestra de cariño me atrapó entre sus rollizos brazos y me dio dos besos también (uno en cada mejilla) que me hicieron sentir como un becerro recién nacido. Isabel, que veía la escena desde lejos levantó el pulgar hacia nosotros y yo me di cuenta de que el frío navideño había despertado sus pezones y éstos estaban a punto de atravesar su camiseta.

- Hola guapo - dijo Sonia, que llegó del cielo para salvarme.
- Hola - respondí, y la sujeté por la cintura como si fuera un salvavidas - ampay, me salvo.
- ¿Qué?
- Nada, nada yo me entiendo.

Algún envidioso preguntó que por qué esa rubia maciza me dejaba sujetarla de esa forma. Yo sólo respondí porque yo lo valgo, y le di una palmadita en su culo de acero. El alcohol hizo milagros y el bar asqueroso me parecía Pachá, la música era perfecta y bailé hasta canciones de Bisbal. No sé cuantos cubatas bebí pero seguro pagué sólo la mitad. Alguien abrió la puerta del antro y el viento helado me hizo toser. Edurne se descolgó entonces de Lucio y mudó su masa al cuello de Alberto, que acababa de entrar.

- ¿Qué hacéis aquí? - preguntó - vamos a Alcalá, que está de putamadre.

Quise aprovechar para escapar pero alguien se subió en mi coche y dijo al Trastero, que ponen copas por dos duros. Minutos después iba contando las luces para llegar a casa.

El Trastero, garito universitario, me encantó. Tenía un futbolín, tableros de dardos y una camarera que quitaba el hipo. Mis esperanzas de enrollarme con Isabel se acabaron cuando la vi llegar al bar acompañada de un pijo que no sabía besarla con lengua. Edurne también había llegado con carne: un pelirrojo que se la tiró esa noche y el lunes consiguió un ascenso en la empresa. Lucio y yo seguíamos emborrachándonos ajenos a todo y viendo los toros desde la barrera.

- Feliz Navidad, brother.
- Feliz navidad, chaval. ¿Sabes que te aprecio mucho, no?
- Yo también, tío, yo también.

Alguien se ofreció a llevar a mi amigo a su casa en el barrio de Salamanca y yo volví a la mía muerto de sueño, borracho y sabiendo que esa era mi última navidad como teleoperata.

miércoles, septiembre 02, 2009

Sueños son.


Anoche, anoche soñé con Tatiana. Es raro porque nunca la he visto en mi vida. No recuerdo cómo comenzamos a escribirnos por e-mail. Creo que fue por culpa de una de las estupideces que escribo en este blog, y que ella, muy amablemente, creyó que podía formar parte de una colección de crónicas. Días después la encontré en el facebook y nos hicimos amigos cibernéticos. Y me gusta pensar que cuando vuelva a Lima (porque a mi avión se le acabe la gasolina, y hagamos un aterrizaje de emergencia) intentaré tomarme un café con ella.

En el sueño, yo vivía en una casa verde de varios pisos que se comunicaban por medio de un ascensor que se parecía mucho al de mi primera casa en Madrid, en el barrio asqueroso de Oporto. De vez en cuando aparecía mi tío el ingeniero (de quien mamá me había dicho la tarde anterior que odiaba a la que, hoy por hoy, es mi ex novia) que me decía que debía reconducir mis acciones, que el camino que había seguido estaba bien pero era mejorable, que la vida es una tómbola tom-tom-tombola. Como siempre, asentía con la cabeza y seguía mi camino hacia mi habitación porque, al parecer también en el sueño, tenía que preparar una maleta para volar a París, que es donde suelo esconderme cuando estoy triste.

Entre cada planta de la casa verde, aparecía una mujer que parecía encargarse de la limpieza y a la que no le gustaba mi presencia pues al verme me gritaba "usa el ascensor carajo, que estoy limpiando las escaleras". Al llegar a la segunda planta, pensando en si debía llevar o no mi Esquire en la mochila para leer algo en el avión, apareció papá y me preguntó que por qué no le había contado lo de mi ruptura con Sol. No supe qué contestar,y, como hacen todos en mi familia, huí del problema corriendo escaleras arriba. Escuché a la señora de la limpieza cagarse en todos mis muertos.

En la segunda planta habían cuatro habitaciones con puertas verdes. Dos puertas estaban cerradas, y me metí en la primera de las que estaban abiertas. Tatiana reía al lado de una chica de ojos chinos, que bailaba con un vaso largo de plástico en una mano y una botella de ron en la otra. ¿Quién es? pregunté, y ella me contestó es su cumple, cholo, déjala ser. Odio que me llamen cholo, normalmente, pero me hizo gracia en su voz y, no sé por qué (así son los sueños, llenos de huevadas) la levanté del suelo como si fuéramos una pareja de recién casados. Bájame, bájame, decía ella, muerta de la risa, que me va a ver mi novio que está en el otro cuarto. Le di un beso en la mejilla y pasé al cuarto de al lado en el que, efectivement, estaba su novio. Me llamó la atención la delicadeza con que cosía una imagen del Señor de los Milagros en un hábito morado, pero recordé el motivo de mi ascensión a la segunda planta y pregunté: ¿alguno de ustedes me puede llevar al aeropuerto?.

Como el novio costurero no me quiso ayudar, un amigo suyo de pelo zambo se ofreció a ayudarme, pero al toque, flaco, que estoy recontra apurado. Chapé mi maleta y una mochila pequeña que me colgué al hombro. Llamé al ascensor temeroso de la mujer de la limpieza, pero el amigo zambito bajó corriendo por las escaleras. Cuando al fin llegué al piso inferior me di cuenta de que no me había despedido de Tatiana y quise volver, pero entonces descubrí que había perdido mi mochilita con mi pasaporte, mi dinero, mis tarjetas de crédito y mi foto de Mónica Bellucci. Casi lloro de la impotencia.

Me desperté sudando y preguntándome qué mierda de sueño había sido ese. Prefería mil veces (y echaba de menos) aquellos sueños en los que le mordía el culo a Vero, o aquellos en que jugaba al futbol con Ronaldo. Éste no tenía ningún sentido. Decidí correr a escribirlo antes de que se me olvidara, con la esperanza de que Tatiana se pusiera en contacto con algún chamán de Pisco y le preguntara qué carajo significaba todo esto.
Lo único que sé a ciencia cierta es que tengo un avión a París en unas horas, y no sé ni dónde está mi pasaporte ni si llevar mi Esquire para leer algo durante el vuelo.

martes, agosto 25, 2009

Tanto tiempo tranquilo


-¿Cómo estás?
- Bien, tranquilo.

¿Por qué respondes que estás "tranquilo", si no lo estás, brother? Se te ve a la legua que te tiembla una mano, que el ojo izquierdo se te cierra y que ya no tienes uñas en los dedos. Has movido tu vaso cuatro veces, y aunque no te gusta el chicle, lo masticas como si tu vida dependiera de ello. tranquilo no estás, no.

Yo respondía igual, hace unos años, hasta que una tarde un amigo me dejó en ridículo delante de Magaly (la primera mujer que me hizo temblar las rodillas). Yo estaba feliz, porque había conseguido clasificar a mi colegio a la final del campeonato interescolar gracias a un gol tan antológico como fortuito. La pelota me llegó de rebote y me pegó en la canilla, eso hizo que se moviera un poco hacia adelante descolocando a mis marcadores, que esperaban que al recuperar el balón yo lo pisara, me girara y tratara de encararlos. Como ya me habían dado un par de patadas minutos antes para castigar mi temprana osadía de delantero encarador, decidí entonces que ni pararía la pelota, ni me giraría, no los encararía. Apenas el cuero toco mi pie me libré de él de una patada rápida que, para mi suerte, terminó clavada en la esquina superior del arco. Fui la estrella del momento, Magaly me veía desde fuera, confundida, porque había eliminado a su equipo pero también había clasificado, yo, su amiguito enano y flaco.

- ¿Cómo estás? - me preguntó un amigo, al finalizar el partido.
- Bien, tranquilo - respondí, al no saber qué decir.
- ¿Tranquilo? ¿Cómo que tranquilo, huevón? - me zarandeó - has metido un golazo, nos has clasificado para la final, y ¿dices que estás tranquilo?. No jodas, pues, oye.

Mi sangre rebelde decidió subir a mi cara y sentía que las mejillas me iban a explotar. Magaly me miraba implorando una respuesta inteligente para callar a mi impertinente amigo, o al menos burlarme de él de la misma forma que había hecho conmigo. Pero me quedé mudo. O sea, me quedé ahuevadamente tranquilo. Dos años después, ese amigo mio, se folló a Magaly, con toda la tranquilidad del mundo.

Mi abuelo inventó una variante genial. Cuando la gente le preguntaba que cómo estaba él, o los ignoraba, o respondía "tranquilo, como operado". Entonces los sapos no sabían si reír o preguntarle al viejo insolente cuál había sido la dolencia que lo había llevado al hospital. Alguno me susurraba al oído "¿de qué han operado a tu abuelo?" y yo, que ya había sido entrenado con mucha antelación, respondía con la mayor seriedad posible y poniendo cara de pena: "de la pinga, señora, de la pinga".

Intenté importar la respuesta del abuelo en mi época de colegio militar, pero no funcionó bien. Teníamos un auxiliar muy estricto, y cuando respondí a su pregunta "¿Está usted bien, alumno?" con un "sí, sí, tranquilo, como operao" me condenó a arrodillarme en el patio central durante dos horas con los brazos extendidos. Al termino del castigo se agachó y me dijo muy bajito: "la próxima vez que te pases de paloma conmigo, te rompo el culo guapito. Ahora levántate y vete a tu salón que tienes clase de Historia". Admiré dos cosas de aquél tipo en ese momento: su perfecta amenaza digna de una película de Scorsese, y la capacidad para saber mi horario escolar de memoria (algo que yo no había conseguido en años).

En mis últimos años de carrera, busqué un trabajo mal pagado que me permitiera pagar bien mis vicios. Trabajaba en un call center que se dedicaba a dar soporte a todo dios que tuviera un PC. Llamaban de todas partes del mundo: chinos, griegos, franceses, italianos, españoles, arequipeños, murcianos y algún que otro catalán. Una tarde, cuando ya contaba los minutos para salir disparado hacia mi sofá llamó un tío cuyo acento me sonó bastante familiar.
- ¿Buenos días, cómo está usted? - pregunté, usando las normas de saludo que la empresa nos había dado.
- Bien, tranquilo - contestó, y yo pensé: éste es peruano.

Mamá ha mutado sus respuestas con el paso de los años. La suelo llamar con cierta frecuencia y al principio respondía a mi ¿cómo estás? con un "bien hijo, estoy bien, tranquila como operada" haciéndole un pequeño homenaje al viejo que tanto quisimos. Pero ahora que vive tranquila de verdad, cuando la llamo y pregunto "¿qué tal ?" tiene cuatro respuestas posibles: 1) Tumbada 2) Viendo una peli 3) Cosiendo 4) Chateando con tu madrina.

No estan difícil entonces cambiar de vez en cuando las respuestas que damos. No tienes que responder "bien gracias" cuando estás jodido, ni "girando a la derecha en la próxima rotonda" cuando no tienes idea de dónde está el sitio por el que te preguntan, y menos "bien, tranquilo" cuando lo que estás es aburrido. Por eso yo he inventado una respuesta basada en una que dio Etoo hace unos años y cuando me preguntan que qué tal estoy respondo que bien, trabajando como negro para vivir como blanco, creo que a mi abuelo esa respuesta le habría gustado.

viernes, agosto 14, 2009

Me toca los cojones (me llega al pincho)


Me toca los cojones (me llega al pincho) que mi último disco de Paul McCartney haya llegado sin letras de las canciones, y esté lleno de fotos describiendo su proceso de envejecimiento,. Yo quería la letra de "Maybe I'm Amazed" no la cabeza rubia de Linda haciéndome ojitos. Si no fuera porque es la madre de (la ricura) Stella la odiaría tanto como a Yoko Ono.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que mi jefe me llame al móvil cada vez que salgo del trabajo algunos minutos antes. Tiene más paranoias que yo y siempre piensa que me he ido a una entrevista. A veces tiene razón, pero últimamente, por desgracia, no. ¿Cuándo viene tu mujer, causa? A ver si así tienes vida de una vez por todas, y follas un poquito.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que Yamaha y Suzuki hayan descatalogado los únicos modelos de moto que me gustaban. Ni la Marauder, ni la Intruder, ni la Special se venden más. Ahora tengo que hacer otra vez un estudio de mercado y buscar algo que se adapte a mi bolsillo. Todo por la nueva normativa europea de emisión de gases. Gases serán los que suelte yo en el concesionario la próxima vez que un vendedor me diga "uy, de eso ya no hay, tío. Imposible". Imposible es que tú consigas un trabajo mejor, mamón.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que sólo me hagan caso las feas. ¿Por qué la tia buena de mi trabajo sólo me dio un besito monacal en la mejilla? ¿Por qué estas chonis creen que soy su amigo? Yo quiero que la morena de infraestructuras me mire, que la pelirroja de comunicaciones me sonría, que la rubia de contabilidad me invite a salir. Si sigo así tendré que comprar hijos, como Ricky Martin, también subiré fotos al facebook lavándoles la cabeza. ¡Qué tierno!

Me toca los cojones (me llega al pincho) que por culpa del verano los quioscos de periódicos de mi barrio estén cerrados. Yo creo que éste es el único país en el que las ciudades tienen aspecto de pueblo fantasma en cuanto sale el sol. Ahora tengo que caminar 300 metros para comprar mis revistas y la semana pasada (lo juro) me cerró el paso una bola de paja del tamaño de un cerdo bien alimentado. Me quedé inmóvil esperando a que alguien sacara un pistola y comenzara el duelo al atardecer. Bang.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que ahora que lo nuestro se ha acabado todo el mundo me mire como si me hubieran detectado un cáncer terminal. Es duro al principio, dicen. Tienen que dejar de vivir juntos, aconsejan. Vámonos de juerga con mis amigas, sugieren. Yo sólo quiero quemar bien las etapas, y si quiero estar triste en el sofá viendo la primera temporada de Hulk, pues que me dejen. Sólo falta mi madre cantando "ya lo sabía, ya lo sabía". Mira tú: una que en mayo se queda sin regalo.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que nunca haya ropa de mi talla en el centro comercial al que vamos. ¿Es tan difícil tener stock de tallas M? Está bien que el ciudadano promedio tenga más barriga que Homer Simpson pero yo no, joder. He tenido que irme hasta La Moraleja para encontrar el cárdigan de Mango que quería, el pantalón de Zara que buscaba y los polos Benneton que me gustaban. Putos gordos.

Me toca los cojones (me llega al pincho) no haber terminado de escribir mi novela. Lleva años inconclusa y sólo la retomo cada vez que sale por la tele Santiago Roncagliolo y me digo: si éste tío, escribiendo normalito ha ganado un premio, ¿por qué yo no? Entonces retomo la historia de mi abuelo, que murió cinco veces, y la retoco, la releo, la reestructuro. Y me sigue pareciendo frío, nuestro amor, pareciendo frío, tu corazón.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que se murieran John Lennon, Kurt Cobain y Michael Jackson. ¿Por qué no se muere Guiller? ¿O Cristian Castro? O mejor: Alaska. Yo podría ir a los conciertos de mis ídolos , la música no hubiera parado de evolucionar, la gente tendría más canciones para ser felices. ¿O no? Esta duda me descoloca, me desconcierta, me toca los cojones (me llega al pincho).

martes, agosto 04, 2009

Let's get Physical


-Te has quedado hecho un tirillas - me dice Pilar, que pesa 80 kilos y mide 1.50.
- Es que en vacaciones he practicado la dieta del cucurucho - miento.

Cuando terminamos de comer, me miro con atención en el baño. Especialmente el culo, que es donde Pilar dice que he perdido más chicha. Puede que tenga razón.
Al llegar a casa compruebo usando mi balanza que he perdido 7 kilos en estas vacaciones, casi todo grasa, por suerte. Pero también perdí masa muscular por haber abandonado hace mes y medio el gimnasio de barrio, al que llegaba con el tiempo justo y muy cansado.

César, el director comercial de mi nuevo trabajo, me cuenta que Marta iba a un polideportivo cercano, pero que no recuerda dónde estaba exactamente. Le digo que buscaré información en Internet y él me asegura, con mucho entusiasmo, que si averiguo algo se apunta a correr una hora en la cinta a la hora de comer.

- Esta tarde no como contigo - le digo a Victoria, que no oculta su decepción - me voy de excursión.

El polideportivo de Alcobendas está bastante cerca de la oficina. El parking es horrible y está a pleno sol, pero aún así me alegra haber llegado en menos de diez minutos, y, entusiasmado, entro a través de una caseta de obras en donde me cruzo con dos obreros que devoran algo que parece pollo. ¿La oficina de información? pregunto, y alguien me hace un señal indicándome que bordee un edificio hacia la derecha.
En la oficina de información sorprendo a tres funcionarios que hablaban, me imagino, cosas de trabajo.
- Hola, quiero hacerme un abono- digo.
- ¿De deporte total o de alguna actividad?
- ¿El deporte no es una actividad?
- ... esto...sí, pero necesito que me diga si es abono deporte total o abono de una actividad en concreto.
- Ah. En concreto, digo, una actividad.
- ¿Cuál?
- ¿Cuál, qué?
- ¿Qué actividad?
- Gimnasio.
- Abono gimnasio, entonces.
- Va ser que sí.

Los otros dos funcionarios, vestidos con bermudas y camisetas con mensajes, nos miraban sin inmutarse.

- ¿Está usted empadronado en Alcobendas?
- No, por suerte.
- ¿Perdone?
- Que no, que no.
- Entonces son 43 euros que tiene que abonar en caja y le harán una tarjeta de acceso al gimnasio.
- Ok, muchas gracias. ¿Dónde está la caja?

La caja estaba al lado, y dentro había dos tíos que parecían padre e hijo. Creo que interrumpí algo importante.

- Hola.
- Buenas.
- Quiero un abono gimnasio, por favor.
- ¿No quiere el abono total?
- ¿Y eso qué es?
- Le da acceso completo a todas nuestras instalaciones.
- Ok, ¿qué necesito?
- Certificado de empresa, dos fotos, datos bancarios, pagar tres meses más matrícula y un candadito para la taquilla - me soltó el hijo, sin inmutarse.
- Eh, mejor el de gimnasio nomás, gracias.

La sala de fitness (así la llaman, no sé por qué) estaba llena de máquinas de última generación. Y tras recorrerla de arriba abajo dos veces tuve que preguntarle a uno de los voluntarios que fungen de monitores que me indicara cuál de todas servía para trabajar el pecho.

- Esa - la señaló - la que tiene un dibujito de un hombre con el pecho en rojo.

Me entrené cuarenta minutos, como siempre. Y al llegar al vestuario descubrí que no tenía sandalias, ni jabón, ni toalla. Me duché con agua y me sequé el cuerpo con la camiseta que había usado para entrenar. Me vestí y volví al trabajo feliz y relajado. Aunque sucio y sin desodorante.
César me preguntó que ¿qué tal el gym? y yo le dije que bien, y que se animara a venir conmigo al dia siguiente. Se puso pálido, miró al horizonte y después de unos segundos de meditación me soltó: yo, es que en agosto prefiero hacer la siesta.

lunes, agosto 03, 2009

La Mer


Lo mejor de estar tomando el sol en la Costa Azul francesa, es que no estoy en Lima. Y (thanks, god) mucho menos en Madrid. A esta playa llena de gente que habla bajito, de chicas lindas y niños que respetan al vecino de toalla llegué en un Megane sufridor que aguantó muy bien que lo lleváramos varias veces por el cementerio, perdidos por las calles de Marsella.

Cuando iba a la playa, en Lima, era todo más miserable. Nadie de mi familia tenía coche, y por eso mis tíos como mucho organizaban excursiones a las playas del Callao que olían a meado de pescadores. Se tumbaban sobre piedras y bolsas de plástico y se tostaban al sol como si fueran pescados cubiertos de sal. Yo me dejé llevar una vez, por no despreciar la buena intención de uno de mis tíos que me ofreció un paseo en bicicleta hasta la playa de Chucuito. Subimos por la Faucett, hasta la Argentina, y desde allí bajamos hasta el Ovalo del Callao para, no sé como, llegar hasta Saenz Peña y desembocar en ese paraje poco hospitalario con el que colindaban un colegio de mala muerte y dos prostíbulos.

Nos acomodamos (por decir algo) al lado de una señora mayor que parecía honrada y le pedimos que nos cuidara la bicicleta destartalada a la que sólo le faltaba sacar la lengua después de tamaño viaje. Claro, muchachos, nos dijo, báñense nomás, que yo les cuido la bicicleta. Avanzamos hacia el mar sin dejar de ver a la vieja con el rabillo del ojo y el agua helada nos mojó los pies. Mi tío se agachó, movió un par de algas, se mojó las manos y se persignó.

- ¿Por qué te persignas? - pregunté.
- ¿Crees en Dios? - respondió.
- No sé, creo que sí.
- Pues por eso - remató, dejándome más confundido.

Nadie me ha sabido explicar, jamás, el significado de persignarse. Se lo pregunté a mi profesor de religión, cuando tenía unos diez años, y me dijo que era un especie de saludo amistoso hacia dios. Por eso, decía, cuando pasas por una iglesia te persignas, es como decirle "hola" a un amigo. Le pregunté entonces si era necesario persignarse cada vez que pasabas delante de una iglesia, y me dijo que no, porque a los amigos sólo se les saluda una vez al día¿no?.
Como yo ya me había persignado (con agachadita de cabeza y todo) al pasar frente a la Iglesia del Carmen, no quise hacerlo al entrar al mar. Mi tío me miró divertido y me aseguró que si me ahogaba, iría al infierno.

Desde dentro del agua veía niñas feas, gordas y morenitas, con sus madres más gordas aún. Vi a un hombre meando en la orilla del mar, y me pregunté si su orina flotaría hacia mí. Mi tío nadaba feliz entre las algas y las bolsas de arroz mientras yo me imaginaba que el hombre aquél que vendía sánguches de pollo había escupido en cada uno de ellos, o peor, los había cocinado después de ir al baño y sin lavarse las manos. Unos chicos, más grandes que yo, corrían sobre las piedras y pateaban la toalla de una pareja que, seguramente, disfrutaba del sol como si eso fuera Cancún. Cuidado carajo, gritó el novio, pero los chiquillos lo desafiaron amparados en la fuerza del grupo, y éste tuvo que cambiar el tono de su queja por un corran con cuidado, pues, chibolos.

El agua verde de Chucuito llegaba en pequeñas olas que se rompían en mi espalda. Una de ellas me cayó como un latigazo y al girarme descubrí que me había azotado un trozo de tela vieja proveniente de algún naufragio o de algún vertedero cercano.

- ¿Nos vamos? - imploré.

Mamá supo de mi aventura y me prometió un viaje a las playas del sur. Papá prometió llevarnos y, como siempre, incumplió su promesa semana tras semana. Una tarde, mamá se hartó y nos llevó a mis hermanos y a mí al terminal de autobuses, dejando a papá dormido en casa. Subimos en un autobús destartalado que ponía Chilca pintado en la ventanilla con témpera blanca. Estábamos felices, y a medida que el bus avanzaba entre las calles asquerosas de Lima, yo me imaginaba el mar limpio de Punta Hermosa. Al menos más limpio que el del Callao.
Después de un par de horas llegamos a la playa y fue casi como un dejavú. La situación era la misma, el comportamiento de la gente era igual, y lo único que cambiaba, si acaso, era el color de su piel. Aún así disfruté de todos esos paseos y siempre los recordaré como parte de mi azarosa vida.

Marsella me dejó la sensación de ser una ciudad que, en el algún momento, fue abandonada por los franceses para que la invadieran los inmigrantes.
Hay que cruzar bosques, subir y bajar acantilados durante horas, y perderte en carreteras de un sólo carril para llegar a una playa decente. Pero cuando lo consigues, todo eso vale la pena. Te sientas en la arena, sobre tu toalla, y ves el mar azul diciéndote a ti mismo que para esto has trabajado todo el año. Cierras los ojos y te dejas caer mientras sientes cómo, poco a poco, el sol te va tostando la piel a lo Alain Delon. Dejas que el sueño te derrote y las primeras imágenes de sirenas con la cara de Virginie Ledoyen llegan a tu mente....hasta que escuchas un prrrrrtttt sonoro e inconfundible.

- ¿Eso ha sido lo que creo que ha sido? - susurro, y Sol asiente mientras me señala a una morena amorfa que, dormida, ha soltado un pedo de esos que hacen bajar la marea.

- Cari - le dice su novio - has soltado un pedo que te cagas.
- ¿Ah si? - dice ella - ha debido ser la fabada que hemos comido en el restaurante español.
- Córtate un poco tía.
- Bah - responde - no pasa nada, tronco. Que se jodan.

Recojo mi toalla y me muevo un poco, buscando, ahora sí, un sitio donde no haya nadie hablando en español. S'il te plait.