martes, abril 22, 2008

Anatomía de Damasco



Cada vez que visito a mi doctor, estoy sano. Él lo sabe y hablamos de su país, Siria, que está en el Oriente Medio y yo le cuento del mío, Perú, que está bajando por Brasil, a la derecha. Sólo voy a que me haga unas recetas de Viscofresh, que uso periódicamente para humedecer mis ojos, secos forever tras la operación láser que me quitó la miopía y el astigmatismo en 12,8 segundos. La tarde de mi operación salí de la clínica con unas Arnette tres tallas más pequeña y la gente del metro, que creía que estaba completamente ciego, quedó pasmada cuando con mucha facilidad me levanté de mi asiento, abrí la puerta y subí por las escaleras mecánicas.

Mi doctor cree que no debería ser tan limpio, que los vellos de la nariz y la cera de las orejas es algo natural que por algo está. Me permito refutarle y digo que intentaré no limpiarme los oidos dos veces al día, como hasta ahora, y que reduciré mis exploraciones nasales, con la maquinita especial que me acabo de comprar. Le cuento que en Lima, mi doctora siempre empezaba todas las consultas con ¿haces bien…caca? Y entonces yo me quedaba muerto de vergüenza y asentía con la cabeza. Él ríe sonoramente y dice que en su país ni los sunnitas ni los chiíes aceptarían jamás ese tipo de preguntas en una consulta médica. Une vez, me cuenta, en pleno 17 de abril, Mientras todo el mundo celebraba un aniversario más de la retirada de las tropas francesas, llegó a su consulta un hombre bañado en sudor que decía no haber podido dormir en toda la noche, vengo desde Al Qunaytirah, le dijo, cúreme la fiebre y no haga preguntas. Mi doctor le recetó algunos analgésicos y esa tarde decidió venir a Europa para asistir a un seminario sobre enfermedades infecciosas, y ya si eso, quedarse. Yo le digo, one more time, que a mi doctora también le aparecían enfermos sangrantes que sugerían de modo amable que no se hiciese preguntas sobre el origen de sus heridas, llegaban como si los Moches les hubieran hecho mal una trepanación craneana, él no entiende y le cuento sobre esa cultura precolombina de mi país, su medicina, su arquitectura y su alfarería. Queda impresionado y, me imagino que para no quedarse atrás, me habla de la escritura cuneiforme ugarítica, y cuando ve mi gesto de ¿melosplica? Dice que es la raíz del alfabeto fenicio y que data del siglo XIV a.c.

El tiempo pasa y hemos gastado sobradamente los tres minutos que el Ministerio calcula como tiempo máximo de consulta en la seguridad social, nos despedidos amistosamente y le cuento que me mudo, que quizá no nos volvamos a ver, me dice que se alegra que deje de ver a un paciente y esta vez no sea porque lo meten en una bolsa de plástico. Me acojono. Salgo y tres viejas pelean por ver a quien le tocaba pasar ahora, yo tengo almorranas, dice una, y yo estoy embarazada, grita la otra. Le hago adiós con la mano y bajo las escaleras, voy rumbo a casa a meter mis cosas en cajas y esperando que mi próximo médico sea tan buena persona como éste.

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