lunes, abril 28, 2008

Caminante, no hay camino


Juliette y yo nos enamoramos como quien no quiere la cosa. A mí, ella me parecía un poco engreída, y yo, a ella, simplemente no le parecía. Los dos estábamos en una relación, de esas que duran mucho, y no queríamos complicarnos la vida, eres mi opción fácil, le decía, porque por una vez no he escogido el camino difícil que me llevaría hasta ti. Reíamos de mis estupideces y me gustaba saber que ella era capaz de volar en la carretera con tal de verme unos minutos.

Una vez, paseábamos por una tienda y ella recordó que quería unos pendientes, tienen que ser estos, me dijo señalando los que llevaba puestos, me gustan mucho y ya se me están despintando. Yo hice como que no escuchaba y le sugerí probarse un culotte amarillo con bordes blancos, como esos que se usan para jugar al voley playa. Mejor voy sin nada, dijo, y mi mente voló a un mundo surreal. Días después, cuando buscaba una camisa, vi sus pendientes y los compré sin dudarlo. Busqué una bolsita que me sirviera de envoltorio y, cuando hablábamos de otra cosa, le di mi pequeño regalo, sabiendo que eso la llenaría de alegría. Me dio dos besos, uno en cada mejilla, y le supliqué telepáticamente que me besara de verdad.

A veces creía que ella no sentía lo mismo por mí, porque Juliette no era muy expresiva, y un día me cansé de insistir y de preguntárselo y decidí que ya estaba bien de jugar al frontón con mi corazón. ¿Qué tal el finde? preguntó y le confesé que había estado ordenando mis pensamientos, y que por mi bien, ya no iba a insistir más, que había llegado a mi límite y que no era justo para mí, que siempre estaba diciendo lo que sentía cuando ella no decía nada. Lo entendió y le pareció bien, le pedí que me diera el beso de la muerte, pero no quiso y nos despedimos hasta la próxima vez. Días después, no sé por qué, me dijo que había distintas formas de enamoramiento y que ella creía estar enamorada de mí.
Le pregunté si no querría que me desenamorara, y me dijo que no, que no le gustaría pero que si pasa lo comprendería.

Seguimos en esa dinámica de te doy cariño, pero no te pases, hasta que un día, así es la vida, ella se fue.

La gente me preguntaba si la echaba de menos, y yo decía que sí sin ningún pudor, aunque en realidad pasara poco tiempo desde su despedida. La verdad era que estaba un poquito muerto, como las flores que mi sobrino suele recoger del parque, y mis sonrisas las daba con cuentagotas, sólo a quien yo creía que las merecía de verdad. Intentamos vernos de vez en cuando, y cada vez que ella llegaba por sorpresa y me cubría los ojos con sus manos, volvía a sentir ese perfume que muchas veces me hizo soñar despierto. Estás muy guapa, le decía, y ella sonreía, y yo sentía renacer un poquito esa parte de mí que murió cuando se fue. Una vez soñé que aparecía de golpe, con su/mi pantalón favorito y los pendientes que le regalé, y me decía vamos por el camino difícil, guapo, ven que te voy a dar el beso de la muerte.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Que historia mas bonita...yo tengo una igual en mi memoria...

el_ficho dijo...

La realidad supera a la ficción. Siempre