miércoles, abril 23, 2008

Verónica


El gallinero estaba formado por salones de clase prefabricados, de época ochentera. Servían para impartir clases a los apestados (gente que tenía que estudiar en verano, o estudiantes sin facultad oficialmente construída), jugar a las cartas, esconderte con la novia en la oscuridad de la noche, y beber a escondidas. Y allí encontré a mis amigos, Murphy y el Wing, cuando Verónica me acababa de romper el corazón, creo que estaban jugando con ecuaciones diferenciales, or something like this, cosa que yo también debería haber hecho en vez de perseguir como un imbécil a la Miss Gallinero, nombre con que secretamente conocíamos a Verónica, mis amigos y yo.

- Qué pasa, estás hecho mierda – dijo el Wing, siempre con gran puntería.
- Me ha dicho que no quiere que me acerque a su facultad nunca más – dije, cabizbajo, y me senté sobre la mesa – me ha mandado a la mierda, y bien mandado, brother.

Se miraron y adiviné que callaron el típico “te lo dije” que soltábamos cada vez que nuestras conquistas terminaban por los suelos. Lo solté yo cuando lo La Triste, lo soltamos Murphy y yo cuando a Wing le dió por Carnola (pero se le pasó rapidito), pero ahora mis amigos sabían que, por una vez, había intentado ir en serio y por eso se callaron y dejaron sus libros para intentar animarme. Alguien quiso entrar y el Wing le hizo stop con la mano, y no te lo digo one more time con los ojos así que el pobre estudiante, que seguramente quería repasar sus apuntes, dio media vuelta y desapareció para siempre.

- Dice que ya se aburrió de jugar, que volverá con su montaner.
- ¿El flaco ese? –preguntó Murphy – pero si se estaba tirando a una de Ingeniería Ambiental.
- ¿Ah, si? – un pequeño brillo de esperanza llegó a mis ojos, pero se fue con las mismas – no importa creo que aún así no querrá nada conmigo.
- No sé cuñao’ ¿Por qué estás tan seguro? – preguntó el Wing, que ahora caminaba en círculos, como planeando un asalto a la torre de Tiro.
- Porque me dijo que me fuera a la mierda, así, clarito, ve-te-a-la-mier-da, separando las sílabas.

De nada habían servido mis cartas misteriosas que le dejaba en sus libros, cuando estaba distraída en la biblioteca (con poemas copiados de libros que sabía que ella jamás leería). En una de ellas fijé una cita, y le dije que iría vestido con algo negro y una gran “A” que pudiera ver. Así lo hice, pero nunca llegó a aparecer, es que estamos en exámenes, pensé en ese momento. Otro día, sin ningún pretexto, y no recuerdo cómo, le pedí a un amigo suyo que me diese su teléfono. Esa misma tarde, cagado de miedo, la llamé y hablamos por más de una hora. Mi viejo casi me mata. Nunca olvidaré cuando me dijo cuál era su premisa estudiantil “cuando hay que estudiar se estudia, cuando hay que chupar se chupa”. Entonces decidí que atacaría al amanecer.

- ¿Y su amiga? –preguntó el Wing – esa que te llevaba las cartas.
- Esa es otra, dijo que se llamaba Jessica y en realidad era Gisela.
- Qué puta – dijo Murphy – se llamaba Gisela, con razón, todas las Giselas son putas – sentenció.
- No sé si todas, pero esta me la metió hasta el hígado.

Recordé entonces esa última escena, cuando ella me había mandado lo más lejos que me podía mandar y se había ido; recordé cómo la veía y lo bien que le quedaba ese Levi’s 501 ajustado en las piernas y caderas, la perfección absoluta. Recordé cómo el viento movía su cabello castaño cuando me lanzó la última mirada, y recordé que, imbécil yo, me había ido dejando en el balcón de la facultad de Química mi libro de Ecuaciones Diferenciales. Murphy y el Wing notaron mi ausencia mental y me levantaron de un tirón, vamos a que te dé el aire, dijo uno que no recuerdo quién fue. Me dijeron que ya se me pasaría, que no sería ni la primera ni la última mujer que me decía eso de hoy no fío, mañana sí, y que no siempre se podía ganar, que estaba mal acostumbrado. Les dije que había perdido mi libro y me prometieron robar uno para mí, nos reímos y así, abrazados, pasamos por delante del balcón donde seguramente todavía podrían encontrarse retazos de mi alma y prometimos que sólo nos tiraríamos a las chicas fáciles. Ya estaba bien de complicarse la vida.

- Ya vas a ver cómo mañana se te olvida, huevón. O como mucho la próxima semana.
- Ojalá, Murphy, pero ahora me siento como si me hubiera atropellado un camión. ¿Me presentas a tu hermana?
- Calla mierda. oye, ¿sabes que si te paras frente a un espejo y dices Verónica nueve veces, se te aparece un fantasma?

No hay comentarios: