jueves, abril 10, 2008

Mi asesina de nalgas



Cuando pitufo Fortachón me dijo que inyectándome Nandrolona mejoraría el crecimiento de mis músculos, no lo dudé, el verano se acercaba y Shemi empezaba a verme con mejores ojos. Además, nadie en el gimnasio había logrado mejor masa muscular que pitufo Fortachón, y eso me convenció de iniciarme en el mundo del dopaje profesional.

- No te olvides de combinarlo con una dieta rica en proteínas, mucha leche, claras de huevo y jugos de frutas, no quiero que vengas y de la nada te pongas a vomitar – me aconsejó, y me dio la dirección de una farmacia donde la vendían sin receta.

El barrio, contrariamente a lo que se podía pensar, era de los mejores de Lima. La farmacia estaba en plena calle Tarata y su edificio principal aún mostraba signos del último atentado terrorista, aunque ya habían pasado 3 años de eso. Me acerqué al mostrador y en cuanto pedí el Deca Durabolín el farmacéutico me hizo shhht con la mano y me susurró son veinte lucas, flaco. Me llevé dos frascos y volví a casa, imaginándome musculoso y elegante en las discotecas del sur, caminando entre las rubias y los surfers; ya nunca más la Negra me diría eso de que ese polito te quedaría mejor si tuvieras cuerpo, chino. No quería esperar más y fui a la farmacia de mi barrio, donde estaba el único enfermero en el que tenía confianza ciega, confianza que se había ganado a base de pinchazos casi indoloros en mis tristes nalgas. Mediana fue mi sorpresa al comprobar que él ya no estaba, y que su hija (adorada desde la lejanía por mis amigos y yo) se encargaba ahora de clavar agujas y recetar antalginas. Vengo a inyectarme esto, dije, fingiendo no saber lo que llevaba en las manos; ella me miró de arriba abajo y me preguntó si tenía receta, le dije que no, que me la habían quitado donde la compré, y tras sonreír dijo ese de la calle Tarata siempre hace lo mismo.

Pasamos a un cuartito cerrado, pintado de blanco para que pareciera más limpio, y me pidió que me bajara los pantalones mientras preparaba la inyección. ¿Así sin más?, pregunté, ¿no vamos a caminar por la playa o algo antes?, pero sólo obtuve una sonrisa fingida como única respuesta. Ponte boca abajo, ordenó, y yo no pude reprimir un pensamiento libidinoso, de esos que el padre Felipe decía que eran pecado, pero el pinchazo inmisericorde me borró la sonrisa por completo.

- ¡Suave flaca! - exclamé.
- Aguanta un poco, no seas llorón – respondió autoritaria.

Arrugé la sábana para reprimir el dolor, pero ella me dijo relájate sino no puedo meterla bien, y te va a doler, en ese momento pensé que me merecía lo que me pasaba porque yo había dicho esa misma frase anteriormente, pero con distintos propósitos. Relajé el culo y me dejé llevar. Pasaron segundos interminables, y al final del suplicio y ya cuando me subía los pantalones dijo ya no te quejes que ya te la saqué, casi me la rompes ahí dentro. Volví a creer que todo era una especie de castigo divino.

- ¿Cuánto de debo? – pregunté, y salí cojeando del cuarto blanco.
- Nada – me dijo – eres mi primer paciente.

Me reí por no llorar, y cuando se ofreció a conseguirme más nandrolona, le dije que no, que pasaba, que si he nacido flaco es por algo. ¿Pero no engordas aunque comas lo que sea? Preguntó divertida, no, sea lo que sea, confesé casi avergonzado, por eso tengo esta espalda de lombriz.
Salí de la farmacia y al llegar a casa encontré mi teléfono sonando. Era pitufo Fortachón que preguntaba que qué tal la inyección, y si ya sentía mis músculos más duros; le contesté que no, y que no iba a volver a comprar esa mierda, porque en el folleto explicativo decía que podía cortarme la menstruación.

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