Cuando ella le dijo que sus viejos lo querían conocer, el Mongo buscó rapidamente una excusa. Pensó decir que tenía clases esa tarde, pero la universidad estaba en huelga general indefinida. Se le ocurrió salir por ahí, con unas amigas de esas que siempre respondían al llamado (como los elefantes a Tarzán), pero recordó que había decidido ser, con esta niña, un poco menos mierda de lo normal. Diles que llego a las 6, dijo, y ambos se vistieron porque ya era tarde y ella debía volver a casa. Cuando se fue, el Mongo bajó a la cocina y mientras bebía un poco de agua se preguntó si el gordito sonrosado ese sería tan malo como lo pintaban. En el barrio lo apodaban Majin bu, como el personaje de Dragonball Z, y la verdad es que se parecía bastante.
Había tenido ya un par de charlas tipo padreasustanovio novioseaburreamorirydiceatodoquesí, y había salido airoso, en una incluso le sujetaba la lana a la madre mientras esta tejía a la vez que le explicaba eso de las abejas y las flores. Su casa, como casi siempre, estaba vacía, y tirado en el sofá se preguntaba si estas cosas valían la pena, ¿no estaré perdiendo el tiempo?, el teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era su tío favorito, que venía para acá, que no te muevas, que llevo unas chelas y hablamos un poco.
Llegó media hora después, y con música de Fito Páez de fondo hablaron de viajes, becas, la universidad y las huelgas, Europa y las francesas, las italianas y Mónica Bellucci, de fútbol y Alianza Lima, de los ausentes. La tarde pasó volando y cuando el Mongo vio el reloj recordó que su niña lo esperaba y dijo vuelvo en media hora, apuró un trago de cerveza y salió corriendo.
Ella ya estaba nerviosa, él no intentó disimular su leve olor a cerveza, es lo bueno de comprar de las caras, no apesta tanto como las que compra el populorum, la tranquilizó. Subieron juntos las escaleras y Majin Bu estaba allí sentado, esperando, como un oso rosa en la puerta de una cueva, le ofreció asiento con la mano, sin decir nada, y el Mongo se despatarró en el sofá. Entonces se dio cuenta de que había ido en sandalias. Así que sales con mi hija, ¿no eres un poco mayor para ella? Preguntó, y le clavó los ojos, intentando intimidar. El Mongo, respondió que sí, que era mayor, pero que no se había dado cuenta hasta que usted, señor, lo ha mencionado.
Majin Bu, le explicó, ya en mejor tono, que tenía grandes planes para su hija, y que no permitiría que nada ni nadie la distrajera de su meta final: ser una profesional de prestigio. Al Mongo casi le da la risa, pero siguió en su papel y tras rascarse la oreja le respondió que había esperado toda su vida para conocerla, y no le importaba esperar un poco más. Majin Bu esbozó una sonrisa y le ofreció su mano, bienvenido a la familia, le dijo, y el Mongo, tras devolver el saludo, se disculpó diciendo que tenía invitados en casa, y que era necesario que volviese lo antes posible, Majin Bu comprendió, y lo acompañó hasta la puerta. El salió y desde la esquina comprobó que la niña lo observaba desde la ventana, con una sonrisa de satisfacción difícil de describir.
Llegó media hora después, y con música de Fito Páez de fondo hablaron de viajes, becas, la universidad y las huelgas, Europa y las francesas, las italianas y Mónica Bellucci, de fútbol y Alianza Lima, de los ausentes. La tarde pasó volando y cuando el Mongo vio el reloj recordó que su niña lo esperaba y dijo vuelvo en media hora, apuró un trago de cerveza y salió corriendo.
Ella ya estaba nerviosa, él no intentó disimular su leve olor a cerveza, es lo bueno de comprar de las caras, no apesta tanto como las que compra el populorum, la tranquilizó. Subieron juntos las escaleras y Majin Bu estaba allí sentado, esperando, como un oso rosa en la puerta de una cueva, le ofreció asiento con la mano, sin decir nada, y el Mongo se despatarró en el sofá. Entonces se dio cuenta de que había ido en sandalias. Así que sales con mi hija, ¿no eres un poco mayor para ella? Preguntó, y le clavó los ojos, intentando intimidar. El Mongo, respondió que sí, que era mayor, pero que no se había dado cuenta hasta que usted, señor, lo ha mencionado.
Majin Bu, le explicó, ya en mejor tono, que tenía grandes planes para su hija, y que no permitiría que nada ni nadie la distrajera de su meta final: ser una profesional de prestigio. Al Mongo casi le da la risa, pero siguió en su papel y tras rascarse la oreja le respondió que había esperado toda su vida para conocerla, y no le importaba esperar un poco más. Majin Bu esbozó una sonrisa y le ofreció su mano, bienvenido a la familia, le dijo, y el Mongo, tras devolver el saludo, se disculpó diciendo que tenía invitados en casa, y que era necesario que volviese lo antes posible, Majin Bu comprendió, y lo acompañó hasta la puerta. El salió y desde la esquina comprobó que la niña lo observaba desde la ventana, con una sonrisa de satisfacción difícil de describir.
Al llegar a casa el Mongo se reencontró con su tio favorito, y también con su hermano que acababa de llegar, ese era su único mundo de tres esquinas y en él se zambulló ya sin ningún compromiso que cumplir. ¿Qué tal todo? Preguntó su tio, todo bien, respondió él, nada del otro mundo. No me ha absorbido Majin Bu.
¿No tenías miedo? Le preguntó su hermano, y el Mongo, canchero, respondió, ¿miedo yo? Recuerda que en la universidad nos entrenan para hablar con presidentes de empresas, no me iba a asustar con cualquiera.
- Con todos los respetos – puntualizó su tio.
- Sí, sí, con todo el respeto del mundo, pasa la chela nomás – dijo el Mongo, y se rió a carcajadas.
- Con todos los respetos – puntualizó su tio.
- Sí, sí, con todo el respeto del mundo, pasa la chela nomás – dijo el Mongo, y se rió a carcajadas.
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