lunes, marzo 21, 2011

Primavera non è più


Anoche, antes de dormir, me dio mi clásico ataque de primavera. No es alergia, no. Es peor.

Cuando era niño, creía que era porque, además de la proximidad de mi cumpleaños, la llegada de la última semana coincidía con el inicio del año escolar. Entonces, se acababan mis días de verano (en Lima, el mundo está al revés) y veía a mamá forrar cuadernos y libros, preparar el uniforme del cole y decirme vez tras vez que me tenía que cortar esos pelos. Yo me negaba, pues papá había decidido que ya estaba bien eso de peluqueros que venían a casa con sus tijeritas y sus perfumitos y que yo debía ir, como todos mis amiguitos, a la peluquería del barrio. Lo odiaba. El peluquero me sentaba en la sillita esa con forma de caballo y me cortaba el pelo usando navajas. No tijeras, navajas, que afilaba en una tira de piel atada en un lateral del caballo. Veía la navaja subir y bajar y me sentía como un pollo de mercado a punto de ser degollado.

- Mami, mira que no me mate, porfi- imploraba, con la barbilla pegada al pecho e intentando ver mi reflejo.
- No pasa nada, papi - decía mamá, mientras hojeaba una revista.

Salíamos de la peluquería, yo con un corte de pelo que parecía un niño de peli de postguerra española. Esas crisis me duraron hasta los trece años, cuando aprendí a escaparme a casa de una amiga con madre peluquera. Cambiaba besos a la hija por cortes de pelo a tijera.

Las crisis adolescentes ya las asociaba a eso de que la primavera la sangre altera y, además de sentarme en cualquier banco de mi colegio sólo para chicos, pensaba en salir apenas pudiese a buscar a las chicas del colegio femenino de al lado. Casi todas eran feas. Pero Magaly no. la esperaba siempre en una esquina, y ella llegaba con sus dos amigas, la gordita y la enana. Creo que el hecho de ser tan guapa, y haber sido elegida reina de la primavera tantas veces le había generado un trauma pequeño que la obligaba a representar a pequeña escala su Comunidad del Anillo. Mis amigos, carroñeros máximos, distraían a la hobbit y al orco y yo me iba con mi Elfa por los parques del Callao. Poco me duró la alegría, pues una tarde primaveral, apareció el Elfo máximo (mientras nosotros veíamos un sunset, con música de Luis Miguel) puso su tabla sobre las piedritas de la playa, se sacó la camisa y bailó sobre las olas de espuma. No la culpé por dejarme, pues el surfer me gustó hasta a mi. Hasta que cumplí los dieciocho, temblaba por las noches previas a la primavera, temeroso de sufrir un nuevo y humillante desamor.

Pasada esa edad, la primavera me mostró su mejor cara. Las chicas comenzaban a mostrar el ombliguito, tiradas panza arriba en el césped de la facultad y yo, desde un balcón estratégico, disfrutaba el paisaje. Un día, sazonado con algunas birras, bajé de mi atalaya y me acerqué a una rubita que me había llamado la atención por dos cosas: leía un libro de Saramago y las piernas le brillaban como si estuviesen hechas de mármol rosa. Me acerqué, con mi libro en la mano (yo también leía al portugués) y le pregunté si ella también creía (como mamá) que yo ardería en el infierno por culpa de que me gustara tanto "El Evangelio Según Jesucristo". Sara me dijo que no, y que si acaso nos encontrábamos en el infierno sería por culpa de mi sonrisa diabólica y de su facilidad para mandar a la mierda a los idiotas. Nos hicimos amigos, comenzamos a salir, y una tarde la besé en los pabellones abandonados de la uni. Un día me dijo que la esperase frente al pasillo de coches. Aproveché entonces para llevar a mis mejores amigos de entonces y, de una vez, presentarles a la chica de la que llevaba semanas hablando. La vimos llegar en una carroza, rodeada de flores y globos y enfundada en un vestido de Bella Durmiente. La universidad entera la había escogido como reina de la primavera.

- Te la tiras? - preguntó Tomy, románticamente.
- Todavía no - respondí, babeando - dame tiempo.

Pero anoche. Anoche entre los estertores de muerte del último domingo de invierno, me vinieron otra vez los sudores fríos. Recordé al peluquero y su navaja, al caballo que sonreía como poseído, a mis libros, a mis cuadernos, mi pantalón gris rata de uniforme, los desfiles, los colores verdes, cartulinas, a mamá y mis poesías del día de la juventud. Recordé a Sara, a Magaly, a la conjuntivitis y a Tomy. En ese orden. Era casi medianoche y en El Larguero hablaban de lo mal que jugó el Aleti y de que Nadal había perdido ya casi la final de Indian Wells. Cogí el móvil y abrí los contactos. El primer nombre que aparecía era el de costumbre, el que sigue al "AAA" que pidió la Cruz Roja que marcásemos como contacto de emergencia. Casi te llamo. Pero no era momento de hundirme, la noche era cálida y me dormí deseando dos cosas: pasármelo bien en Nueva York esta primavera, y que no me dé conjuntivitis, comme d'habitude.

lunes, marzo 07, 2011

Carnaval tiene la culpa


Otro carnaval más que pasa y yo que no voy a la fiesta del Círculo de Bellas Artes. Siempre he querido ir en plan disfraz veneciano, con mi máscara blanca y bailar en el salón de actos como si formase parte de "Eyes Wide Shut". Pero , este año tampoco ha habido nadie con quien me apeteciese ir.

Yulia, Cris, Vero y Bea salieron rumbo a un pueblo perdido de León para ponerse ciegas de comida y alcohol, intercambiando disfraces y ánimos hasta terminar exhaustas y roncas de tanto...todo. Me llegaron algunas fotos del evento, una con una tabla de carnes en la que calculo que hay un jabalí entero y otras en las que mis compañeras de oficina están disfrazadas de viejas. Coincido con Carlos en que, viéndolas así, no nos enrollábamos con ellas ni hartos de vino. Adorables viejecitas: ¿me dais la paga?

Mi carnaval empezó en Boggo, un restaurante de la calle Velázquez, bebiendo cuatro copas de garrafón con Julio e Iván. Hablamos de todo y todas y mientras Iván y yo compartíamos proyectos futuros Julio me mandaba un whatsapp, en el que ponía "mira, a la tía de tu izquierda se le ve el culo cuando se mueve. Y tiene una verruga en la nalga". Miré sin disimulo, pero no pude llegar a la misma conclusión. Pedí una copa más y me la bebí casi de un trago porque Iván ya se iba a casa, y había llegado a vernos en su moto BMW y con el viento, tío, y medio pedo, no me arriesgo y su putamadre. Yo ya quería fiesta. Voló en su megamoto rumbo a su chalet en Barajas. Yo, confiado en mi instinto, doblé a la derecha en María de Molina y cuando quise retomar mi izquierda para buscar Príncipe de Vergara, me distraje y (aún hoy no sé cómo) terminé en Nuevos Ministerios. A las diez y media estaba ya en casa y le mandé un mensaje a Iván para saber si había llegado bien. Me wassapeó tres caritas felices.

El sábado subí a Alcalá a comer con mamá, que me había invitado comme d'habitude. Después de una siesta de tres horas, desperté con ganas de fiesta y salimos a ver el desfile de carnaval. Nos encontramos con veinte pitufos en la plaza de Los Santos Niños y cuando bajamos por la calle Mayor vimos también a los extraterrestre de "V", a un equipo de fútbol americano y a seis barbies dentro de sus cajas. En la plaza Cervantes escuchamos el pregón dado por una karateca campeona del universo a la que nadie conocía y cuando ya me empezaba a sentir seco propuse bajar a un bar a meternos unos cuantos tragos. Descubrí entonces que mi adorado Tony Roma's se había convertido en una taberna de barrio y que los "chicken fingers" que ya saboreaba tendrían que ser reemplazados por tosta de lomo o hamburguesa Rusty. Vimos el partido del Barça y salimos a ver si seguía la fiesta. Raquel me wassapeó y me dijo que si quería quedar con ella, sobre la 1:30. Esta se pincha, susurré, a esa hora no quedo con nadie.

En la plaza ya tocaba la orquesta de turno y el público seguía disfrazado. Papá vio con poco asombro cómo yo me acercaba dando vueltas hacia una Pantera Rosa que giraba como Bisbal. Bailamos "Esclavo de tus Besos" y cuando sonó el Waka-Waka terminamos nuestra relación. El aire invernal me pegó en la cara de golpe e imaginé a la pobre Yulia tiritando en León, con sus piernas bonitas al borde de la congelación. Vamos a ver al Aleti, ¿no? propuse, y mis padres secundaron la moción.

En casa, tirado en el sofá, recibí la llamada de Rubén que decía que se rajaba, que pasaba del cumple de Vero. Mierda, Rubén, contesté, sabes que no puedo ir solo. Pilar apareció en el chat del facebook y dijo que tampoco salía, que mucho frío, que Raquel estaba loca por querer quedar a la una y media. El Aleti ganó 3-1 y, pasada la medianoche, decidí que ya tenía bastante de carnavales. Cogí las llaves del mercedes y me despedí de mis padres. Mamá me pidió que le avisara cuando llegase a casa para saber que estaba bien. Lo hice: le envié por wassap tres caritas felices.

miércoles, marzo 02, 2011

Willy Fucks


Mi primer viaje de verdad fue a un nevado de los Andes, con mis amigos del cole. Uno de ellos no soportó la altura (3200 m.s.n.m.) y se desmayó en plena ascensión. Cuando coronamos la cima, lo veíamos desde arriba como una estrella de mar abandonada en la nieve y forrada de Timberland. Me lo pasé muy bien: comí pan con moscas, bebí vino barato, cené en plena calle y dormí congelado en un hostal de medio pelo. Esa noche descubrí que los profesores también follan y mis amigos y yo nos pasamos el día siguiente bombardeandolos con indirectas del tipo "Profe, ¿por qué tiene ojeras si nos acostamos a las nueve?". Traje de recuerdo una réplica del lanzón monolítico de Chavín de Huantar que duró un año cogiendo polvo en la cómoda de mamá.

Mi segundo viaje fue otra vez a la sierra peruana. Esta vez con amigos de la facultad, que no quisieron creer en mi abstinencia alcohólica y aprovechando mi poca fuerza de voluntad me llenaron de alcohol las venas antes siquiera de que bajáramos del autobús. Conocí la ciudad de los baños del Inca borracho y descubrí que allí las chicas eran guapísimas hasta que hablaban y no se les entendía una mierda. Tenían un acento extraño de erres arrastradas y eses silbantes que me confundía. Me pasé las noches de fiesta intentando hablar con ellas y casi siempre terminaba con alguna turista inglesa o alemana. Traje de recuerdo un queso, una botella de vino que llegó a Lima completamente seca y una resaca del carajo.

Mi tercer viaje fue a Madrid y sólo cargué mi maleta con libros y discos. Volé solo y a mi lado se sentó un hombre que no se decidía entre leer un libro de Química, uno de Voltaire y una revista de coches. El pobre tenía un problema de próstata y se levantaba cada diez minutos al baño. Yo creo que a la altura de las Bahamas, ya meaba aire. Bebí vino y whisky y una azafata me mandó a tomar viento cuando le pedí que me regalase su pin de Iberia, me dormí mal y llegué a Barajas sudando por culpa de que cuando salí de Lima era invierno cerrado y aquí comenzaban ya con fuerza los primeros ardores del calentamiento global. Me llevé de recuerdo la mantita del avión, el libro de Voltaire (La Henriade) de mi compañero de viaje y la certeza de que siempre, siempre, me pediré ventanilla en los vuelos que haga de aquí hasta que muera.

Mi cuarto viaje (paja) fue a Valencia. El de Barcelona es mejor olvidarlo porque esa ciudad es bonita, pero está llena de catalanes. Llegué en autobús, y mamá (que aún cree que tengo 10 años) insistió hasta el hartazgo en ir a despedirme a la estación de Conde Casal. Llegué al piso vacío de mi tío y tuve que comprar de segunda mano una nevera, dos sillones, y una cómoda para meter mi ropa. Caminé por la arena caliente y descubrí que el Mediterráneo nunca está frío y siempre tienes la sensación de que alguien se acaba de mear a tu lado. Descubrí también mi adicción a la paella y a tirarme al sol en plan lagarto, sabedor de que no hay ladrones de monedas al lado. Me traje de recuerdo a Sol, que me duró ocho años.

Mi quinto viaje fue a París. Me quedé en casa de unos amigos cerca de Nation y disfruté mi primer reveillon con cientos de miles de personas al lado, la última noche del año en Champes Elysees. Bebí vino, comí foie, caminé acompañado por la rues más románticas del mundo y visité las tumbas de Victor Hugo y Dumas. Me quise tumbar al sol en Tulleries pero no había sol, y compré en las tiendas de Montmartre en lugar de osar siquiera meterme a las galerías Lafayette. Descubrí lo que es el aire frío del Sena y decidí volver, al menos una vez al año, a esa ciudad con tanto encanto en la que nunca me gustaría vivir. Traje como souvenir llaveros, camisetas y una foto al lado de la torre Eiffel que apenas enmarqué rodó por los suelos y se quedó para siempre con el cristal rajado.

Mi sexto viaje fue a Marruecos. Llegué de noche y el aire seco me dio un bofetón nada más bajar del avión. Quise volver a Madrid a la media hora, horrorizado de que existiese un lugar más caótico que Lima (de donde venía huyendo, al fin y al cabo) y más poblado. Fui convencido de buena gana para quedarme y al día siguiente disfruté de esa civilización desconocida para mí. Vi riads, palacetes, souks, y burkas. Olí curry, pimientos, naranjas y mil especias. Sentí el calor de la gente y el de una cobra que un ambulante bromista me colgó en el cuello. Me dormí cansado en el jardín de un rey y confundí al príncipe con un dependiente de Western Union. Me traje de recuerdo un juego de mesa hecho con maderas y piedritas y unas Converse All Star falsas (que por cierto, no sé donde coño están).

Mi séptimo viaje fue a Roma. Vagué por las calles como un desgraciado, sabedor de que lo que fui a buscar con tanto ahínco ya no existía más. Conocí la casa del papa y vi su colección de tesoros que era tan extensa que terminó por aburrirme e interrumpí la visita para echarme la siesta en sus jardines, al lado de una escultura con forma de piña. Me emborraché de vino blanco y vomité pescado en el muro de Marta con tanta furia y despecho que la pobre tuvo que mandar a pintar la habitación después de mi visita. Me colé en un tren y mi gran sonrisa hizo que la azafata me colase en el vuelo del día siguiente cuando, por mi culpa, perdí el ansiado vuelo de regreso a casa. Descubrí que soy capaz de aprender un idioma en tres meses y me traje de recuerdo un Colosseo horrible que estuvo en el recibidor de casa durante un tiempo y una réplica de La Donna y el Ermellino que mamá tiene hasta hoy.

Mi octavo viaje (joer, sí que viajo, sí) fue a Liverpool, para celebrar que en Toshiba estaban a punto de despedirme. Me empapé de Beatles hasta la médula y bebí pintas como si no hubiera mañana. Viaje en ferry for once in my life y me alojé en una casa de las afueras en la que siempre encontraba, al volver de mis paseos a un adolescente que me saludaba con un desganado, Hi, mate. Estuve a punto de ir a un partido de fútbol, pero preferí romper con mi novia en Queen Square y comer beans & eggs para ahogarme en la pena y los gases. Me traje de recuerdo una taza del Cavern y un parche de Rubber Soul que cosí una tarde de domingo al bolsillo de mi chaqueta de los conciertos.

Mi noveno viaje fue a la capital del mundo. Llegué al JFK de día, con sueño y hablé inglés de Tailandia cuando los agentes de aduanas me preguntaron que qué coño quería yo en New York. Fui de rebajas, y desayuné Snapples y muffin sentado en la hierba de Central Park. Hablé con las ardillas en español y en inglés con un mexicano. Compré en Gap, Barnes & Nobles, Bloomingdales y Chinatown. Bebí margaritas en Broadway y escuché jazz en vivo en un bar de Harlem. Comí en un diner como Tony Soprano y bebí coca cola hasta reventar en un Friday's de Time Square como Mirella. Me traje de recuerdo un reloj Montblanc y las ganas de volver, ya con más calma. Con mi paz. Y por eso me largo allí a celebrar mi cumpleaños. Me recogerá Oscar del aeropuerto, dormiré en casa de John y saldré de fiesta y de compras con Magaly.

Me encanta esto de tener amigos cosmopolitas.

viernes, febrero 25, 2011

Mamá dame tres pesetas.


Mamá me dijo que siempre oliera a las niñas. Si el pelo les olía bien, entonces eran de familia bien, con una madre hacendosa que las cuidaba y las ayudaba a crecer hasta convertirlas en mujeres de fiar. Si el pelo les olía mal, entonces había que desconfiar de esa pobre criatura y jugar con ella, pero sin llegar a más. Mamá: la última niña que despertó a mi lado tenía el cabello rubio como el sol y le olía a marihuana. Con ella me lo pasé mejor que con muchas de las que olían a Johnson & Johnson.

Mamá me dijo que siempre pensara en los demás, que así diosito pensaría en mí y sería recompensado. Me enseñó que mis actos eran observados desde algún altar invisible y que desde allí se sabría si yo había pateado a fulanito con alevosía o si había ayudado a menganito sin esperar nada a cambio. Me prometió un edén de paz y amor en el que dormiría cuando quisiese y podría correr sin temor a nada. Mamá: disfruto más siendo malo, es más divertido, no quiero llegar a ese edén, porque seguro que no encontraría a ninguno de mis amigos. Dios no existe.

Mamá me dijo que la verdad siempre sale a la luz, que no importa cuanto te esfuerces en ocultarla, la mentira es como una gran bola de nieve que crece y te aplasta, como una piedra en el pecho, como un atracón de frejoles con seco de cordero. Te deja sin respiración y tarde o temprano el agobio es tal que terminas confesando hundiéndote en la vergüenza de saberte mentiroso e indigno. Mamá: tienes razón a medias. Puedo mentir, y sí, es como una gran bola de nieve que va creciendo, y aunque no me gusta hacerlo mola ver como los demás te creen sin pensarlo.

Mamá me enseño a vestir bien. Me hacía la ropa y zapatos a medida, en los mejores sastres y zapateros de la ciudad. Usaba el pretexto de que le costaba los mismo ajustarme la ropa (al ser yo tan pequeño) y que mi pie izquierdo tenía el empeine diez milímetros mas alto que el derecho. Hasta los diez años llevaba botines que sólo usaban los miembros del grupo Menudo, pantalones con tirantes e iba al cole con un maletín tipo James Bond. Mamá: tuya es la culpa de que ahora no me guste nada de la ropa normal, y mis camisas sean o de Hilfiger, Gant o Hollister. Thank you very much, mommy, ahora se me ha jodido un pantalón de Gap y pienso volver a la tienda de New York para comprarme uno igual.

Mamá me dice que las mujeres no son la solución, pero tampoco el problema. Que si no he tenido suerte con las tres últimas, no significa que no encontraré el amor de mi vida en alguna de las tres próximas. O seis, al paso que vas. Asegura que es mejor no buscar nada, que eso ya aparecerá solo, como mis calcetines perdidos que un día, milagrosamente, deciden volver a estar en mi vida asomando la punta por cualquier cajón. Mamá: puede que tengas razón, pero como te dije un día a la hora del vermut, yo creo que mi tren del matrimonio ya pasó. Me imagino soltero hasta el fin de mis días, me gustan muchas y no me engancha (ya, tanto como para querer casarme) ninguna.

Mamá dice que siempre hay que estar donde uno es bien recibido. Que es mejor no ir a las fiestas esas de familia, si tienes la más mínima sospecha de que alguien no te quiere allí. Por eso paso de ir a la casa de mi tío el ingeniero, porque su mujer no me traga; creo que nunca más iré a Brest o a la casa de Delphine en París, ni tampoco creo que vuelva a mi oficina cuando al fin consiga dejar este trabajo. Pero sí voy a comprar un billete a New York, para ver a mis amigos de la infancia que llevan un año convenciéndome (via facebook) de que suba a vistarlos. Mamá: haz las maletas ya, que nos vamos al JFK, que es un aeropuerto para gordos, a ver a la gente del barrio. Tú te emborrachas con tu comadre y sus hermanas, y yo, con suerte, me cepillo al fin a la hermana de Pepe, que ahora es azafata de American Airlines.

Ay omá que rico.

martes, febrero 15, 2011

Sweet Home no Alabama


Ventana al mar
La primera casa que recuerdo estaba al lado del mar y yo despertaba con el olor de la brisa y dormía con el murmullo de las olas. Allí murió mi único perro, y me caí a un pozo sin agua. La recuerdo rodeada de arena y con niños descalzos corriendo por todos lados, con papá llegando con regalos en navidad y con mamá sentada en una esquina, como encerrada. Nos largamos cuando a papá le robaron todo el dinero que traía encima un fin de mes, y mamá dijo que en ese barrio no había nada bueno para nosotros. Vendimos la casa veinte años después, quizá creyendo que algún día ese barrio asqueroso se arreglaría y tendríamos playa one more time.

Callejón de un sólo caño.
La segunda casa era de mi abuelo. Grande y dividida, como es costumbre allende los mares, para cada uno de los hijos. Allí conocí a mis primos y allí me aburrí de ellos. Allí mi hermano se curó de espanto de la pirotecnia cuando un cohete le explotó en la mano, y allí descubrí que soy malísimo escalando cuando caí desde el techo sobre el suelo del salón. Allí, mis tíos se enamoraron de la mediocridad y allí descubrí que el amor no es eterno. Nos fuimos cuando mamá no podía más con mis tías y mi hermana empezaba a crecer. Dejé atrás a mis amigos de la infancia, a mi primeras calles y a las chicas que nunca me dijeron que sí.

Esperanza ¿dónde vas?
La tercera casa estaba a diez minutos de la segunda, pero a mí me parecían días. Me aplatané allí a dejar pasar mi adolescencia y comencé con la costumbre de conquistar a las amigas de mi hermana y a alguna vecina. Hice amigos de esos que duran y fue suyo el primer techo que vi después de la mayor de mis borracheras. Me robaron, robé, me patearon, pateé, me olvidaron, olvidé, y cuando me harté de todo llené una maleta para ir a ver a mamá, como Marco, al otro lado del charco. Ahora está abandonada, y mamá también se resiste a venderla.

Moratalaz, mola más.
La cuarta casa fue el piso de mis padres en Moratalaz. Rodeado de árboles y parques para que jueguen niños, pero habitados por jubilados. Es el primer sitio donde descubrí el valor de una siesta y a donde vino a buscarme una antigua novia de Lima. Le dije que volviera por donde vino, más por pereza que por desamor. Allí recibí el primer mensaje de Sol, y desde allí salí hacia el Retiro, donde los dos buscamos sin éxito la Feria del Libro, ya que me equivoqué de fecha. Desde ese piso comencé a descubrir Europa y a escribir como un desgraciado, en un cuaderno gordo que perdí cuando mandé a mi padre a tomar por culo y abandoné la casa familiar con sólo una mochila llena de calzoncillos y camisetas.

En Oporto, no me comporto
Mi quinta casa la compartí con Sol. Después de que yo huyese de la mía y ella se hartase de sus compañeras del ático en Guzmán el Bueno. No teníamos ni cama, ni cubiertos, ni tazas en donde desayunar. La primera noche compramos unas sartenes en una tienda de árabes, que se quemaron al segundo uso. Allí comencé mi vida de casado, y me aficioné a los paseos de domingo o a las películas caseras de un viernes por la noche. Allí me esperaba ella cuando volvía de mi trabajo asqueroso escribiendo en una revista latina; con una taza de manzanilla y su impagable sonrisa. Nos fuimos cuando el dueño nos quiso subir el alquiler. Todos nos aconsejaron comprar ya, y dejar de tirar el dinero. Gilipollas yo, les hice caso.

Complutum
Mi sexta casa, la compré a pachas con my brother. Escogimos un barrio en el centro de Alcalá de Henares, pero lejos del ruido de los bares. Parques, colegios, hospitales, todo al lado para cuando llegara su hijo. Vivimos los dos solos durante unos meses, en los que compaginamos el orden de casa con el caminar en calzoncillos. Un tiempo después se nos unió Sol, que volvió de su aventura inglesa, y la mujer de mi hermano, que venía a vivir la aventura, a la que chucha. Todos chocamos en un big bang enorme y yo terminé hastiado de mi cuñada, mi hermano de Sol y Sol de mí. Buscando arreglar mi relación le dije a mi hermano que me iba, que se quedara con el piso, y que ya cuando lo vendiese me diese mi parte. Hasta hoy, mi sobrino no entiende por qué lo abandoné.

Los Mesejo, no los mensajes.
Mi séptima casa no es mía, sino de un amable head-hunter. Sol (la única mujer con quien de verdad he querido casarme, aunque a otras les haya mentido vilmente sobre ese tema) la encontró con su habitual suerte y pagamos un chollo por una casa grande, con piscina, plaza de garaje y desde la que se puede ir andando al Retiro. Allí intentamos, sin éxito arreglar lo nuestro, y allí terminé al fin de mal escribir mi novela corta. Allí echo de menos todo, a mi familia, a mis amigos, a Sol, a mí mismo, y a mi risa. Allí, también, me alegro cuando recibo visitas y me dicen que mi casa es super cool y que mola mi muñeco de Batman al lado del tocadiscos. Allí paso los findes leyendo y desde allí me proyecto a veces a pensar cómo será mi próxima casa: si tendrá piscina, si tendrá terraza, si tendrá perrito o, si simplemente, tendrá ruido rico los domingos por la tarde. Y pisos de parquet.

viernes, febrero 11, 2011

No oigo no oigo, soy de palo.


- Desde que lo he dejado con mi novio, mi padre dice que ha sido un no parar.
- ¿Tu padre? - pregunto - ¿What the Fuck?.
- Eso, ¿qué tiene que ver tu padre, tía?
- Yo cuando lo dejé con mi novio, al principio me faltaba un brazo. Después golfeé como una perra.
- Uy, yo tenía siempre dos novios a la vez. Así que ese problema no es pa' este body.

Miro a mi tupper y pienso "¿te has visto al espejo, gorda?", los macarrones que me puso mamá en mi última visita empiezan a ganar interés en mi cerebro.

- Es que salgo y salgo, y la última vez hasta me caí. ¿No veis? Iba pedo y con las manos en los bolsillos, me caí y ¡zasca!
- En toda la boca, Estefi - le digo - yo creía que te había salido una calentura.
- ¿Y qué pasó cuando llegaste a casa? Se habrán descojonado.
- Ssssss - añade la Procu - tiene que haber sido lo más verte llegar sangrando. Momento Estefi, flash.
-Yo tenía un novio que siempre me hacía sangrar.

¡Dios! ¿En qué momento acepté comer con esta gente? Laura no me habla, la procu está muy lejos, estefi está desbocada, y la gorda ésta se inventa novios guarros con una facilidad pasmosa. Si al final, esto de comer de tupper no compensa tanto como creía.

- Bah, pero prefiero salir con amigas y caerme ¿saes? Que cuando salía con mi ex, siempre me llevaba al baño y me hacía la cuchara.
- ¿Y eso cómo es? - pregunto, no sé pa' qué, si calladito estaba más guapo.
- Pues fácil - contesta Estefi - Te abraza, te mete las manos por el culo, debajo de las bragas, desliza los dedos hacia adelante y "plonch".
- Ay, eso me lo han hecho alguna vez.
- ¡Y a mí! - dice la Procu, avergonzada, rojísima.
- Pues eso me lo hacía otro novio mío, mucho, cuando bailábamos en verano en las discotecas petadas.
- A si que te petan, perra.
- Que no, zorrón. Pero es que éste sí que era muy guarro. Más que el del culo de coco.
- ¿Culo de coco?
- Chicas...esto...sigo aquí- digo, pero pasan de mi culo. Que no es de coco, como mucho de papaya.
- Sí, cómo que "culo de coco". ¿Porque lo tenía así de duro?
- Uy ojalá. No, no, por los pelos, guarra, por los pelos. No sabes lo que era lamerle las bolas a ese.

Creo que estoy a punto de desamayarme. Me pregunto si debo usar mi nuevo poder de invisibilidad para hacer el bien o el mal. Que vale, que ninguna de estas tías me interesa (con excepción de la Procu, que está tremenda), pero de ahí a que tengan una conversación de vestuario de sauna conmigo delante, hay un paso de gigante.

- Agg, Sandri. Qué asco por dios - suelta Estefi, y yo le agradezco infinitamente con la mirada. No hablo, porque sé que no me escuchan.
- Sí, tía. te has pasado.
- Ssssssss, imagina que me ponga yo a contar cuando me enrollé con el negro ese que me dejó el culo como....
- ¡ESPERA, ESPERA! - grito, y me levanto de golpe, no quiero oír más. Ellas ni lo notan, veo a la Procu abriendo las brazos en un gesto que lo dice todo y me deja muy malas expectativas.

Lavo mi tupper, lo meto en una bolsa y salgo de la cantina a buscar aire. Me imaginaba que mis amigos y yo eramos los seres más asquerosos del planeta. Uno era capaz de soltar pedos mientras se enrollaba con una; el otro no encontró sus calzoncillos una noche y llegó a la universidad con bragas sucias. Yo, para no ser menos, hace poco estaba en una disco de Madrid besando a una tía mientras me sangraba la nariz profusamente.
Pensaba en todo esto sentado en las escaleras del edificio, tratando de aspirar el nuevo aire contaminado de Madrid, viéndome la mano de vez en cuando para saber si había recuperado mi visibilidad. Supe que sí cuando una de las chonis de mi club de fans (según Julio, que se fija en esas cosas más que yo) pasó a mi lado, me miró, y se puso roja como un tomate cuando le devolví una sonrisa.

Tirito. No ha llegado el tiempo aún de estar como estoy: en camisa.

Oigo risas que reconozco y veo a mis compañeras de curro que aparecen por la puerta. Laura me ve encantada, creo que disfruta mi dolor. Estefi se ha puesto sus Ray-Ban nuevas estilo Kathie Holmes y se peina cada dos segundos. Sandra sigue hablando de otro de sus novios imaginarios. La Procus se esconde tras sus Carrera y enciende un Vogue. Yo las miro fascinado por lo guarras que pueden llegar a ser, me encanta, y disfruto de ese momento voyeur en que ellas saben que las miro pero que me cago de miedo y por eso no me acerco. Pienso: soy un maestro cucharero, y no lo sabía hasta ahora.

jueves, febrero 03, 2011

Homeofobia


Odio estar enfermo, de lo que sea. En primer lugar porque, desde niño, he demostrado una cobardía pluscuamperfecta a la hora de enfrentarme a cualquier síntoma, pero también porque vivía en un barrio popular en el que los remedios caseros eran, siempre, cada uno más extravagante que el anterior.

Tuve paperas hace churrucientos años. La cara se me puso como una pelota y mamá me encerró en casa para evitar el contagio a mis hermanos. Me aburría a morir, y mis juguetes y cuentos comenzaron a volverse repetitivos al segundo día de enfermedad. Entonces, escapé por una ventana aprovechando que mi enclenque cuerpo cabía por las rendijas. Una vecina me encontró vagando en pijama y me devolvió a casa sano, salvo y cachetón. Oí cómo le explicaba a mamá la preparación de un remedio casero hecho a base de pimienta de cayena reducida a polvo, mojada con chorritos de vinagre y aplicada en plan empaste sobre la zona inflamada. "En un día se cura vecina" le dijo, convencidísima. Mamá le agradeció mi rescate, pero apenas cerró la puerta escuché como susurraba "qué cayena ni qué ocho cuartos, las pastillas que nos dio el pediatra y punto". Impaciente como era yo, aproveché otro de los miles de descuidos de mi veinteañera madre para buscar los ingredientes de la poción mágica en la cocina. Cambié la cayena por rocoto y el vinagre lo confundí con vino, preparé el menjunje y me pinté la cara como si me fuese a enfrentar a un piel roja.
Mamá tardó dos horas en lograr que dejase de llorar y dormí dos noches con una toalla húmeda en la cara para aliviar el ardor. Conciliaba el sueño prometiendo venganza eterna a la vecina.

Años después, cuando ya no cabía por las rendijas de la ventana. Mis amigos y yo robamos dos bandejas de huevos del camión de reparto. Los huevos, casi siempre, venían de unas granjas vecinas, en las que, además de gallinas, patos, conejos y cabras, también vivía alguno que otro primo lejano de papá. Nos escondimos en casa de los mellizos y, allí, improvisamos una tortilla inmensa que sirviera tanto para calmar nuestra hambre como para borrar toda clase de pruebas. Comimos como desgraciados y bebimos toda la cocacola que había. Cuando volví a casa vomité tres veces por el camino (la última en los pies del cura, que nunca perdonó tamaña ofensa a sus sandalias franciscanas) y llegué a mi cama sudando frío. Mamá creía que eran mis últimos minutos de vida, porque, entre mis delirios, le dije que me habían envenenado y mis temblores y espasmos ayudaban en mucho a sostener mi delirio de espía secreto descubierto y atacado en plena misión. Mamá fue a buscar un taxi, y me dejó al cuidado de una vecina. Cuando volvió (esto me lo cuenta ella, yo ya me había desmayado), encontró a la mujer, orinando sobre unas toallas y dispuesta a ponérmelas sobre la panza.

- ¿Qué haces, loca de mierda? - gritó mamá.
- Esto es bueno, vecina - argumentó - el calor de la orina hará que los cólicos paren. Ya vas a ver.

Obviamente, mamá echó a patadas a la loca esa y me llevó el brazos a que me aplicaran un enema. De camino, tiró las toallas a la basura. Estuve a dieta blanca durante una semana y me aficioné al pollo de por vida. Se me caducan los huevos con facilidad.

Antes de cumplir los dieciocho, quise estudiar algo en la universidad, lo que sea, pero que sirviese para estar al menos cinco años más en el cascarón de papá y mamá. Escogí una ingeniería, estudié durante meses y me inscribí en un examen algo caro de ingreso a la universidad. Durante días escuché que eramos 15000 alumnos para 500 plazas, que el sistema educativo anterior al gobierno actual había sido demasiado blando y que ahora los examenes de acceso serían más duros, que había gente que sufría ataques de ansiedad, y mogollón de chorradas como esas. Una de las mujeres de mi abuelo, al verme en ese estado tenso, me recomendó que la noche anterior bebiera dos tazas de tila, bien cargadas, y que así dormiría super relaz. (lo dijo así, "relaz", y en ese momento debí sospechar). Como en casa no teníamos de eso, asumí que cualquier infusión serviría y herví un litro de agua con dos puñados gordos de hojas de hierbaluisa. Cogí "Cien Años de Soledad" y, con mi jarrita de infusión al lado, me preparé a dormir. Cosa que conseguí en pocos minutos. Al día siguiente, en pleno examen, sentía una necesidad extrema de liberar flatulencias acumuladas y todo yo era un retortijón. Recordé al tío del pueblo que siempre pedorreaba cuando se quedaba dormido en nuestro salón y reprimí al máximo mis ansias de liberación. Creo que fue el examen más rápido de mi vida, ni siquiera me detuve a pensar las respuestas y tuve mucha suerte en conseguir una de las notas más altas. Lo primero que hice al salir (escopetado) del aula, fue dejar que mi aparato digestivo lograse lo que buscaba desde que desperté esa mañana y minutos después corrí a la biblioteca de la facultad sólo para comprobar las propiedades mágicas y digestivas de la hierbaluisa, que, además de relajante, también había sido usada desde tiempos de la Colonia como un poderoso laxante.

Hoy, he visto como un grupo de personas protestaban frente al Instituto Homeopático de Madrid. La protesta ha sido original y divertida, sin ruidos. Se han juntado allí a "suicidarse" zampándose 20 comprimidos homeopáticos cada uno, como los que usaba Sol cuando ella y yo nos conocimos, y que (sí, Sol, lo confieso ahora) un día, aburrido y cabreado con ella, cambié sus homéopathie granules por caramelitos Pez. América y sus amigos, tras ingerir dosis alarmantes de somníferos homeopáticos, sólo han conseguido el mismo efecto que tengo yo tras ver mi nómina: descojonarse. Al ver el vídeo que está en Ustream imagino qué habría pasado si yo no hubiera tenido unos vecinos o familiares tan frikis con eso de los remedios caseros. Quizás, equivocado, habría seguido creyendo en ellos y ahora trabajaría con subvenciones del gobierno en el Instituto Homeopático. Habría visto desde la ventana a los protestantes ingerir las pastillitas entre risas y, escondido detrás de la cortina, desde mi ignorancia, los habría maldecido.
¡Mierda!, pero ahora que lo pienso, al menos habría tenido oportunidad de hablar con América. De sólo pensarlo, me han entrado ganas de beber un litro de hierbaluisa para relajarme.

lunes, enero 31, 2011

¿Cómo repartimos los amigos?


- Joder - escribo en mi chat de facebook, versión móvil - he tenido una pesadilla que te cagas.
- Cuenta - escribe Giovanna, al otro lado del mar - soy "toda ojos".
- Pues resulta que estaba con mi ex, en un pueblo perdido de España, de esos bonitos con torres y puentes de piedra. Habíamos subido hasta allí, no sé por qué, a ver la última película de Almodóvar. Es una tradición que teníamos: ella veía las de Harry Potter con su hermana, y conmigo las de Almodóvar. Se pasó la peli ignorándome, y cuando salimos, por más que le hablaba, no me contestaba.
Cuando llegamos a donde yo había dejado el coche (iluminando el camino con mi móvil, porque no se veía nada) resulta que no lo encontramos. Yo juraba que sí, que lo había dejado allí, pero ella no me hacía caso. Volvió sobre sus pasos y lo encontró a unos diez metros más arriba, sin el seguro echado. Se sentó en el asiento del conductor, arrancó y se fue sin mi.

- Tu ex? Sol?

- Sí esa. Me dejó allí, tirado. El coche era viejo, un VW escarabajo verde turquesa.

- Turquesa? Tú sabes distinguir los colores?

- Eh, ¿si? Bueno, el caso es que caminé sin rumbo por el pueblo, confundido porque me dejase. Veía a la gente coger sus coches y pirarse. Quería subir en alguno de ellos para que me acercase a casa, cuando apareció Nacho. Y también me ignoró.

- Nacho? el Nacho del barrio? el horrible?

- Sí tía, ese.

- Pero si lo odiabas, ¿por qué sueñas con él?

- No sé, el caso es que al ver que me ignoró lo saludé yo. Le cogí del brazo y le dije "hola, tío" y él fingió alegrarse, tanto, que me dio dos besos (asquerosos) en plan argentino. Me dijo que iba a una fiesta por ahí, por el pueblo, que si quería apuntarme. En ese momento, recordé que me caía como una patada en el culo y le dije que en otra ocasión, que esperaba a unos amigos para cenar. Se fue, se fueron todos los coches, el pueblo se quedó completamente a oscuras, y desperté. ¿Tú sabes interpretar sueños?

- No, nada, cholo.

- No me llames cholo. - corrijo - No sé flaca. Está lleno de simbología y ahora que te lo he ido contando, se me han ido apareciendo las ideas.

- ¿Qué ideas? A ver dime.

- El pueblo viejo representa los lugares en que Sol y yo vivimos, las situaciones, por eso lo de película. Al no verme, Sol demuestra que para ella yo ya no existo, por eso se va en un coche viejo sin mí, el coche viejo es lo que quedaba de nuestra relación, que se fue con ella.

- Guau.

- Espera que sigo. Nacho representa todo aquello que dejé atrás por Sol y a lo que intento volver al no tenerla a mi lado. Tú por ejemplo, sin ofender. O amigos a los que no había hablado en años y que intenté volver a entrar en su círculo, dejándolo al final por pereza o simplemente porque ellos pasaron de mi culo. Los coches que se van son las oportunidades que dejo pasar de reconstruirme y la oscuridad final es el miedo...

- a estar solo.

- Sí, eso es. Exacto. Oye, Giova, gracias por escuchar.

- De nada, ya te tocará a ti.

- Cuando quieras.

Cierro los ojos y duermo. Al día siguiente, cerca del mediodía, despierto y me siento en el PC a escribir. Después de varias páginas sin sentido, me aburro y me meto en el facebook. Encuentro a Sol en el chat.

- Anoche tuve una pesadilla horrible, contigo.

- Mmmm, ¿eso es bueno, o malo?

- Te cuento, resulta que estábamos en un pueblo...

Cuando termino de contarle el sueño, ella se queda un minuto sin escribir respuesta. Luego, finalmente pone en el chat:

- Un segundo, teléfono.

Y no vuelve a escribir nada más. Cierro el facebook a la media hora, pongo el Spotify, y sigo escribiendo. No me queda más que resignarme a que Sol se fuera con el VW, y creo que podré acostumbrarme a la oscuridad sin tener que llamar, jamás, a Nacho.

martes, enero 25, 2011

Юлия


La conocí de casualidad, y la primera frase que salió de mi boca no fue, digamoslo así, el ejemplo de la amabilidad. Tampoco es que me considere el más grande diplomático del mundo, pero lo cierto es que de un tiempo a esta parte he logrado convertir mi antiguo despotismo en un simpático pasotismo estrella. A lovely twat, o, como me llamaba Laura (cuando me quería): asquerosamente majo. Esa primera noche le confesé que odiaba escuchar más de tres canciones de salsa seguidas, ella correspondió confesando también que sólo bailaba cuando superaba la tasa de alcoholemia, por muy mucho. Qué angelito más simpático, pensé mientras el taxista me llevaba a casa.

Pasó algún tiempo y nos hicimos amigos virtuales. Chateaba con ella más de lo que chateo con gente a la que conozco desde hace muchos años. A veces desde el móvil, a veces en el curro, a veces en casa, y una vez desde una biblioteca. Me habló un poco de su familia, y de su gato gordo, vi fotos de sus medias corridas e imagino que ella vio alguna mía en la que una vaquilla tuberculosa me pasa por encima. Inspiró algo de lo que escribo y comentó alguna de las canciones que publico en mi perfil de facebook. Una tarde, cuando Cristina me gritó en medio de la oficina "si quieres salir con mi amiga, llámala tú, no tienes que invitarme también" entendí dos cosas: que Cris y yo yo éramos ya tan amigos como para haber compartido un mal día en todo el sentido de la palabra, y que era el momento de una gran demostración de cariño. Me levanté de mi sitio y fui hacia Cris, la abracé y le di un beso en la mejilla susurrándole "no te utilizo, terremoto, eres mi amiga y sabes que te quiero". Mi amiga sonrió y volví a mi sitio intentando no pensar en el trasfondo de sus palabras.

Volvimos a vernos meses después de nuestro primer encuentro y me senté a posta a su lado, ya seguro de pasar un buen rato. Nos burlamos de una cubana que parecía un travesti, de Carlos que babeaba por Bea, de lo caros que eran los cocktails, de lo cutre que era el sitio, de la camiseta de un pobre desgraciado. Huimos en mi coche hacia otro lado, con Carlos de copiloto, y terminamos en un antro de medio pelo que hedía a garrafón. Jugué con su cinturón de Moschino, ella se burló de mis movimientos Chayannescos, y lo mejor llegó cuando, sin dejar de bailar dijimos al unísono que queríamos bailar "Memories" de David Guetta. Ve a pedirla, No ve tú, No ve tú, que estás más buena que yo. No hizo falta, el DJ la puso y nos miramos flipando. Le dije que la llamaría para quedar otro día, los dos. Dijo que sí, que la llamase. La vi irse en un taxi.

Llegaron las fiestas: navidad, cenas, año nuevo, cenas y juerga, los reyes magos, más cenas y el asqueroso roscón. Definimos un día, más por definir, una tarde de chat en que ambos coincidimos en que sería guay vernos y beber un par de copas de vino. Sugerí un bar que me encanta, por Recoletos. Dijo que sí. Pero al final, como casi siempre pasa, no pudimos ninguno de los dos. Ella estaba cansada y yo odiaba al mundo por haber roto el Mercedes Benz en una rotonda de Alcobendas. El mecánico dijo que el coche no había pasado un mantenimiento en su vida. Días después me invitó a un concierto de rock, al lado de mi casa. No me apetecía mucho, la verdad, y le dejé claro que si iba, era sólo por ella. Recuerdo que dijo "Que sí, que sí. Cuando llegues me llamas, ¿vale?" La encontré acompañando a Cris, mientras ésta fumaba. Cris, fumadora acostumbrada a la intemperie, había salido del bar con abrigo, ella, tiritaba como un pollito mojado. Me quité la chaqueta de los conciertos (una del Bershka que aguanta los chorros de cerveza, y que adorné con un parche de los Beatles que compré en Liverpool) y la puse sobre sus hombros. El concierto fue una mierda y mientras yo bebía ignorando la guitarra desafinada, ella me dijo "o sea, que eres adicto a mis guiños". A lo que respondí, "es totalmente cierto, true story" sin dejar de mirarla. Cris y su grupo propusieron subir hasta el centro de Madrid. Ella se fue con ellos, yo, volví a casa.

De vacaciones, volví a mi vida. Algunas noches salí con Iván o Julio, por separado, y en ambos casos regresé a casa hecho mierda y sin recordar absolutamente nada de las chicas con las que había estado. Resacoso y vago, me volqué en escribir, leer y dormir. Terminé todas las temporadas de Skins, Misfits, Mad Men, How I Met Your Mother, The Big Bang Theory, y Romanzo Criminale. Imaginé entonces que estaba llevando la misma vida que Yulia decía que llevaba su gato gordo, y recordé (tirado en la cama, con los pies apoyados sobre el muro) una de nuestras conversaciones en las que me recomendaba una serie llamada "Californication", te va a encantar el personaje, me dijo. Corrí a descargarla de internet. He visto cuatro capítulos, y me gusta mucho. Va de un tío que es adicto a las mujeres, que escribe, pero cree que lo que escribe es una mierda, a pesar de que todo el que lo lee dice lo contrario. Hank Moody (¡qué apellido más conveniente!) es un entrañable cabrón que vive la vida como le viene (ni siquiera se preocupa en lavar o cambiar la luz rota de su Porsche, como si esperase a que el coche un día lo deje tirado, ¿en alguna rotonda?), ama a su familia con todas sus fuerzas y se esfuerza en construir algo nuevo, cuando ha comprendido al fin que lo rompió años atrás, no tiene arreglo. No sé por qué, pero me encanta la serie, Yulia. Has dado en el clavo con el personaje que me engancharía. поздравления.

viernes, enero 14, 2011

Super Totó Bro


Yo creo que mi primo se mató porque su mamá era puta.
Cuando dejó a su marido y se vino a vivir con nosotros, la gente del barrio señalaba a mi tía creyendo que no se enteraba y ella, altiva, los ignoraba como ignoraba dios a Job y a su lepra. Totó y yo escuchábamos los rumores y nos mirábamos confundidos, era nuestra época de las primeras preguntas: ¿cómo se folla? ¿por qué a mi prima le han salido tetas, pero sigue siendo fea? ¿qué significa puta? Fuimos con nuestras preguntas adonde Supermán, que en ese tiempo era mi padre (luego la kriptonita de los años le quitó sus poderes), y él, desde su Fortaleza de la Soledad, nos miró como siempre, o sea, sin vernos, y nos dijo que una puta era una vedette. Una de esas mujeres que baila con poca ropa, como las que salían al final del Show de Benny Hill. Entonces, a Totó y a mi nos pareció super cool que su mamá fuera puta y no fue hasta varios años después cuando (ya entendidos en la materia) tuvimos que romperle la boca a un vecino por repetir ese adjetivo al referirse a mi tía.

Yo creo que mi primo se mató porque nunca le fue bien en los estudios.

Totó no pudo ir a los mismos colegios que fui yo. Yo pasé un examen de ingreso super difícil con la gorra después de que mi segundo premio en Literatura a nivel provincial (que gané con 7 años) me diera un currículum inusual entre la población que me rodeaba. Totó también tenía logros de su época escolar: terminarla sin piojos, con todos sus dientes y sabiendo fumar; pero no sirvieron como garantía en los colegios buenos. Lo inscribieron en un par de colegios con directores poco pacientes y de ambos lo expulsaron. Cuando me lo contaba nos reíamos a carcajadas, sentados en plena calle e imaginando un mundo gobernado por todos aquellos que no habían terminado de estudiar. Cuando le dije que pensaba entrar a la universidad se alegró mucho y dijo que, como en el cole, aprobaría todo sin estudiar. Tuvo razón el hijoputa. Por eso cuando me gradué lo busqué y quise pagarle un par de cervezas, pero no me dejaron llevárselas a su celda.
Cursiva

Yo creo que mi primo se mató porque la vida le llegaba al pincho.

Cuando mi tía lo abandonó y se fue a vivir con su tercer (¿o cuarto?) marido, Totó se quedó en casa de mi abuelo. Mis tíos lo adoptaron como adoptaban a los cachorritos callejeros que de vez en cuando se encontraban por la calle. Y con ese mismo afán lo dejaron a su suerte unos meses después. Totó se buscó la vida en una serie de trabajos: pintor, electricista, mecánico y follador de viejas. Pero en ninguno alcanzó el culmen de su formación profesional. Una noche que mis amigos y yo bajábamos mamados por las calles del Callao, terminamos, no sé si por casualidad, en una de esas calles con locales de luces rojas y mujeres solícitas en sus puertas (vamos, un sitio de putas), y allí trabajaba Totó, vigilando el local. Habían pasado años desde la última vez que nos vimos, pero nos fundimos en un abrazo de varios minutos que hizo que las chicas pensaran que yo no iba allí a buscar calor femenino. Le pregunté por su mamá (sin esperar que me dijera que estaba por ahí cerca) y el me preguntó por la mía. Tras media hora de conversación lo dejé ahí fuera y me reuní con mis amigos. Sentado, y mientras una morena se me subía a las piernas sin que yo lo pidiese, vi como Totó susurraba a mis amigos algo, uno a uno. Luego me confesaron, aterrados, que mi primo les dijo que "como me malearan, los encontraría y les cortaría los huevos con un cuchillo de plástico".

Yo creo que mi primo se mató porque creyó que era un estorbo.

Papá se lo había dicho de forma indirecta, cuando yo (niño chivato donde los haya, rozando el hijoputismo), le conté que Totó me había querido enseñar a fumar, a orillas del río Rímac. Papá lo sentó en nuestro minúsculo salón y le dijo que fumar era un vicio, muy malo, pero que si él quería hacerlo era libre, siempre y cuando no me llevara con él.
Su vieja se lo dijo, de forma directa, cuando dio a luz gemelos y le confesó que ya no tenía espacio para él en su nueva casa. Abundó en detalles al decirle que quería comenzar una vida con su nuevo marido, que él ya podía trabajar ya que los estudios no eran lo suyo y que si seguía por esa senda sería un mal ejemplo para sus hermanitos, uno con nombre de Papa y el otro con nombre de estrella belga de cine de acción.
Mis tíos se lo espetaron cuando lo condenaron a vivir en un cuarto que más parecía una celda y no le ofrecían más que malos ejemplos que él nunca supo comprender. No tuvo la agudeza de entender que todas las mierdas que ellos hacían a diario eran sólo para mostrarle el camino que no debía seguir.

Yo creo que mi primo se mató porque tenía más huevos que muchos.

Desde que tengo uso de razón he escuchado a gente quejarse de lo mal que le va en la vida. Que si no tengo el trabajo de mis sueños, que si la mujer que quiero no me quiere, que si no tengo un buen coche una buena casa o unos dientes bonitos, que si no puedo pagar mi hipoteca, que si soy un estorbo, que si no tengo amigos, que si nadie me quiere. Normalmente he mostrado empatía hacia esos especímenes, pero, de vez en cuando, cuando estoy cansado y la vida de los demás me la pela contesto con un rotundo "¿por qué no te matas?" En ese momento el quejoso de turno se calla, me mira con miedo, sonríe y dice algo como "joder, no es para tanto, ¿no?" Y yo lo imagino cagado de miedo.

Yo creo que mi primo se mató porque no había nada en la tele. Porque entendió que la vida es una sola y, como en Super Mario, descubrió que a través de las chimeneas estaba el atajo hacia la casa del dragón. No supo ser paciente y quiso terminar el juego antes que todos los demás. No entendió que lo que mola es cagarla una y otra vez, ganar vidas, y volver a empezar. Se equivocó al creer que nadie lo echaría de menos.

miércoles, enero 12, 2011

Una mujer especial.


María vive sola. Se divorció, vendió sus vinilos, sus cuadros, su tele y dos sofás. Le recomendaron que se comprase un perro pero le pareció muy triste. Odia a los gatos. Y nunca había fumado un porro hasta hace unos meses.

María baja los sábados al mercado del barrio. Compra carne y pollo (el pescado lo pilla entre semana en el super, ya limpio y en su bandejita de plástico), unas frutas y dos lechugas. Lo de las lechugas no sabe por qué lo hace, si se le pudren en la nevera, siempre. Congela la carne y el pollo y destapa una birra al llegar a casa, se tumba en el sofá y ve alguna serie o película que se ha bajado de internet. Todos los sábados por la tarde hace siesta, es sagrado.

María vive los domingos con gente. O nada, o juega al voley o camina por las calles, dependiendo del clima de Madrid esa tarde. Compra una revista en el kiosko y la tira sobre la mesita de su salón, lee un libro y pone música en el spotify cuando muere la tarde. Plancha como una cabrona.

María llamaba a su ex, de vez en cuando. Le contaba sus cosas, le hablaba de la vida, le explicaba sus proyectos. Hasta que una tarde de otoño, animado por esas confidencias, el ex le contó que salía con otra, y que las cosas iban bien encaminadas. María dejó de llamarle, y esa noche se folló un cubano de sus clases de salsa.

María llama al cubano de vez en cuando, cuando le aprieta el zapato. El cubano la visita, se la cepilla y se va. Todo bien, todo acordado, todo vacío. Una tarde María compartió con el cubano un par de porros y el encuentro parecía una manual de Tantra. Al final, el cubano abrió su corazón y preguntó "tú, ¿no sientes necesidad, a veces de querer a alguien?". Ahora María prefiere tocarse a llamar al follador psicoanalista.

María no hizo nada especial ni en navidad ni en año nuevo. Se quedó en su chalet escuchando la pirotecnia ajena. No llamó a sus hermanas ni puso felicitaciones en su muro del facebook. No tiene internet en el teléfono. Nadie le mandó, desde el extranjero, un saludo por whatsapp.

María tiene ahora un amigo para cada cosa. Uno para ir al cine y comentar las pelis. Uno para el museo. Uno para ir a bailar. Pero una tarde me contó que lo más difícil es buscar ese amigo con el que se pueda sentar a hablar una tarde frente a una copa de vino. Lo intentó con uno y se aburrió tanto que fingió que le entraba una llamada urgentísima al móvil: me voy que tengo que salvar el mundo, la bomba atómica está a punto de estallar en Tangamandapio. El pobre tarado se lo creyó.

María tiene también otro ex, más antiguo, que le mandó fotos en pelotas y con el que quedó después de mucho tiempo. Se vieron una noche en su casa, hablaron, y cuando se despidieron, ella le pidió un beso. Por que sí, era la noche perfecta para equivocarse, con Madrid húmedo. Él dijo que si iba de ese palo mejor que no se volvieran a ver. Ella le abrió la puerta del coche, lo dejó en su hotel y bajó descojonada por Castellana, viendo las luces de navidad.

María compra como loca. Le dan subidones al encontrar ropa de marca superbarata. El bolso perfecto para sus zapatos. Esa oferta en ebay que nadie más parece haber visto en el mundo mundial. Duerme con su pijama Ralph Lauren, sola. Y sus amigas dicen que si va así de pija, los tíos la mirarán con miedo, como a alguien superficial. La gente cree que es rica y gana una pasta.

María es un ángel caído. Da un pasito pa' lante, y dos pasitos pa' atrás. Y yo no pienso volverle a coger el móvil, porque esta tía da mal rollo.