miércoles, febrero 27, 2008

Anoche soñé contigo (ay, cosita linda, mamá)


- Alorrr?
-Hola… ¿está Carla?
-Sírr, ¿de parte de quién?
-Un amigo, señora.
- Ok, esperarrr un segundorrr. Carlitaaaaaaaaaaarrr teléfonoooooooooooooorrr.

El Mongo bajó el volumen de la música, que nadie sepa que escucho a Luis Miguel, pensó. Ahora podía oírse claramente la voz del vecino, que en esos momentos preguntaba a su mujer por unas llaves, que había dejado sobre la mesa, y que cuando iba a dejar de mover sus cosas, ¿me quieres volver loco o qué?

- ¿Hola?
- Hola Carla, soy yo, el Mongo – dijo, y se preguntó si no sería ya hora de cambiar de apodo.
- Hola Monguito, ¿qué pasa? Justo te iba a llamar, he quedado con las chicas para ir al cine, ¿te animas? Creo que vamos a ver algo de los simios, o no se qué, algo de terror, será.
- Puede ser, puede ser, pero yo te llamaba para otra cosa.

El vecino seguía sin encontrar sus llaves, el Mongo tenía ahora la boca seca y con tal de hacer que ese tipejo se callara era capaz de dejar a Carla en espera y ayudar al loco en su búsqueda. Unos niños escogieron la pared del Mongo para jugar al fútbol, y tarde o temprano algún pelotazo lo dejaría sin cristales en todas sus ventanas. Malditos niños.

- Anda, que misterioso, cuenta cuenta.
- No, flaca, no es nada misterioso, ya quisiera yo. Es que anoche…
- ¿Anoche qué? puta que emocionante te pones cuando cuentas cosas, deberías escribir novelas.
- Ya, ya, eso dice mi profesora, pero eso es de maricones o borrachos. Y yo no bebo.
- Jajaja, que gracioso eres flaco.
- Me gusta tu risa, Carla, y si prometes reir así siempre, yo prometo convertirme en payaso.

Ya no se oye al vecino, el primer cristal ha caído hecho trizas y el Mongo, que ha dicho a Carla espera un toque, está gritando desde su ventana, te he visto virolo, te he visto, corre nomás que sé donde vives. Vuelve al teléfono y le cuenta a su amiga que otra vez le han roto una luna, que ya van tres, que ojalá esos engendros escojan otra pared para jugar a ser Oliver y Benji.

- Y esa luna, ¿quién la paga?
- Sus viejos, aunque la última vez tuve que amenzar con romper la de sus casas para que me pagaran la mía. Este barrio es una mierda.
- El mio tampoco es que sea Beverly Hills, monguito.
- No, para nada. pero yo te quería contar una cosa, no me interrumpas, oye.
- Uy, es verdad, cuenta, cuenta.
- Anoche, anoche soñé contigo.

Carlitarrr, ¿bájame estorrr?, gritó la abuela, colocando como siempre varias erres en cada palabra que terminaba en vocal. Al grito de la vieja siguió un silencio y el Mongo, después de tragar saliva, se mandó con todo.

- Estábamos los dos, en un bosque, no era ni de noche ni de día, y era raro porque no cantaba ni un sólo pájaro. Una abeja nos seguía todo el tiempo, y como sé que las odias, la quise espantar, pero se transformó en una abeja con cara, como las de la película Bichos, y me dijo que ese camino que íbamos a tomar no era el mejor. Nos asustamos y corrimos y tú no parabas de gritar, nos escondimos tras un árbol, y todo parecía el video Thriller de Michael Jackson. Yo hasta llegué a pensar que me iba transformar en lobo y que nos pondríamos a bailar de un momento a otro, pero no pasó eso y no sé como te calmaste cuando cogí tu mano y te dije don’t you know it’s gonna be alright, volviste a sonreir y el cielo se despejó los pájaros volvieron a cantar y apareció de la nada, un camino por el que caminábamos sin mover los pies. Me gustas mucho, dijiste, y sentí que mi cara hervía, ya sabes que me pongo rojo con facilidad, y después de mirarte a los ojos…te besé. Ahora sonaba tu canción favorita, Unchained Melody, y justo al llegar a la parte de Lonely rivers flow to the sea/to the sea, explotaste y te convertiste en una nube de color rosa, que subió al cielo y que parecía seguirme a todos lados. Me senté en una explanada a verte, y me quedé dormido, ¿raro, no? Dormirse en un sueño. Al despertar estaba ya en mi cama, y salté del susto. Entonces desperté realmente, creyendo estar todavía en el sueño. Y decidí que te llamaría para contártelo.

Silencio. El Mongo creyó que se había equivocado, que no debía haberle contado, de esa forma, el sueño a su amiga, ¿y si ahora ha jodido la amistad para siempre?, tragó saliva y empezó a disculparse, que era un sueño nomás, que no había que darle importancia, que…

- Sorry flaco, ¿a qué no hay que darle importancia? Me he perdido una parte de la conversación por culpa de mi abuela.
- ….
- ¿Hola? ¿estás ahí?
- Sí, si. No importa, era una tontería – respondió el Mongo, sin saber si estaba aliviado o lo comía la decepción.
- Pero soñaste conmigo, eso sí lo escuché, me lo tienes que contar, ¿esta tarde después del cine?
- Puede ser, si no se me olvida el sueño, ya sabes que tengo una memoria de mierda.
- Ya, ya. Nos vemos entonces.
- Si, nos vemos, luego.

Respiró hondo, y al colgar el teléfono, la luna ruta lo trajo de vuelta al mundo de los vivos. Voy a matar al virolo, dijo, y salió intentando olvidar el sueño, la llamada, a Carla, y a su abuela fanática de las erres.

martes, febrero 26, 2008

Nefertiti


Ajenatón (1353/2 a 1338/6 adC) es, para mí, el faraón más carismático de los que gobernaron Egipto. No sólo por ser el primero en promover con mucha fuerza el monoteísmo, decretando que se rindiera tributo sólo al dios Atón, sino además por su esposa: Nefertiti.

Cuando los egiptólogos descubrieron las primeras inscripciones y representaciones de Ajenatón, no sabían si era un hombre o una mujer, por lo andrógino de sus facciones. Además se planteó una teoría que hablaba sobre una posible homosexualidad del faráon, ya que en repetidas ocasiones se le veía acompañado de un apuesto joven de finas facciones. Pero luego esa teoría se desestimó al descubrir que Ajenatón estaba acompañado de su bella esposa, Nefertiti, cuyo nombre (nfr.u itn, nfrt.y.ty) significa en lengua egipcia “la hermosa ha llegado”, que sería la primera esposa de gobernante que aparecía representada junto a un faraón.

Tal era su influencia, que no sólo acompañó a su marido cuando éste decidió trasladar su base de operaciones de Tebas a Ajetatón (porque su dios, Atón, así se lo había indicado) sino que algunos la señalan como la artífice de la gran revolución que Ajenatón estaba llevando a cabo. Quizá por ello, el faraón la nombró esposa real, dándole el mismo nivel jerárquico de un faraón y rebautizándola como Neferneferuatón. Y es allí cuando comenzó el misterio.
Tras el 14º año de reinado de Ajenatón, Nefertiti desaparece para siempre. No se ve rastro de ella en papiros, representaciones o escritos. Algunos estudiosos dicen que murió violentamente y otros que simplemente deshonró al faraón y fue desterrada, pero hay una teoría que indica que sucedió en el trono a Ajenatón, asumiendo un papel masculino, con el nombre de Semenejkara. Al morir Ajenatón, Semenejkara reinó por un breve tiempo, hasta que los sacerdotes invistieran a un joven faraón (Tutankamón) que restableció el orden normal de las cosas y volvió a definir Tebas como centro del reino. La momia de Nefertiti nunca fue encontrada, y no se sabe hasta hoy, el motivo de su desaparición. Quedará para siempre como la primera (única) mujer que tuvo el mismo nivel jerárquico de un faráon.

Nefertiti, la hermosa ha llegado, eso es lo que pienso cada vez que cruzas esa puerta, y me sonríes.

jueves, febrero 21, 2008

La gran noche y el botón




Tomy me prestó un jean para la gran noche. Lo había comprado hace poco, en la Cachina, a una mujer que vendía ropa donada por la ONU que misteriosamente se había desviado de su destino final. Era un pantalón Armani, una talla menos de la que normalmente solía usar.

- Así vas apretadito, como Chayanne – me dijo, mientras vagábamos juntos por los pasillos de la universidad.
- No sé, huevas – objeté – la última vez que usé un pantalón apretado me dolieron los huevos un par de días.

El jean originalmente había sido un poco más ancho, pero la mamá de Tomy, gran costurera, le había hecho unos pequeños ajustes. Yo era uno de sus clientes habituales, y me había ajustado anteriormente un pantalón de cuadros (que Tomy decía que parecía hecho con tela del gorro del Chavo del Ocho) y una camisa Banana Republic, de lino. Por eso, ahora el Armani me apretaba los huevos, y si me sentaba, se abría el botón dejando al aire mis abdominales, entonces existentes y casi perfectos. Aún así, decidí ponérmelos para la gran noche.

Llegamos tarde a la fiesta, y todos nos llevaban dos cervezas de ventaja. Cosa bastante extraña ya que los presupuestos eran reducidos y para comprar alcohol había que hacer colectas vergonzosas, por eso las chicas siempre decían “no gracias, yo no tomo” cuando en el fondo sabían que se morían por beber directamente de la botella como vikingas, pero si lo hacían se quedaban sin plata pal’ taxi. Compramos un vino Toro, que no sé quién nos había recomendado y nos metimos de cabeza entre la multitud. Era una imagen graciosa, cuatro tipos, bien vestidos, con relojes de marca (imitación, pero no se notaba) bailando sin ritmo música de los Auténticos Decadentes y bebiendo directamente de la botella de vino. Sabía a vinagre, pero no quise ser yo, otra vez, el que se quejara de la calidad del licor; ya me habían tildado de aniñado cuando no quise beber, como todos, del vaso de una prostituta en Comas, cuando se llevó a su cliente y olvidó su jarra de sangría en la mesa de una discoteca. Yo seguía a mi bola, bebiendo de la botella (y limpiando el pico, sin que nadie se diera cuenta), mirando sin disimulo a una morena de ojos verdes que bailaba a dos metros de distancia, y preguntándome cómo iba a volver a casa, si me había gastado ya casi todo mi dinero en un tragamonedas mientras esperaba a mis amigos.
Y de repente, el botón del jean salió volando.
Mariana tenia cara de papaya, pero su cuerpo era el botín más preciado entre todos nosotros. Por culpa de mi botón volador (que Tomy buscó a gatas por más de media hora) yo la miraba de lejos, como a los toros, con un vaso de ron en mi mano. Lamentaba mi mala estrella, porque la gran noche al fin había llegado y mis posibilidades de ser uno de los agraciados disminuían con el paso de los minutos, los bailes, los abrazitos por aquí y besitos por allá, en la pista de baile; empezaba a resignarme a volver a casa solo, y ya nada más esperaba a que nadie estuviera mirando para salir, sujetando el pantalón, a buscar un taxi.

No sé quién se llevó a Mariana esa noche, el pacto había sido que las chicas escogerían y nosotros callaríamos para siempre, por una noche harían con nosotros lo que quisieran y nosotros seríamos sumisos gatos en sus manos. Yo me había hecho ilusiones con Katty, pero nada aseguraba que me hubiera escogido esa noche, por mucho jean Armani que llevase. Con este pantalón la haces, decía mi amigo, y ahora seguramente seguía preocupado por aquél botón con el logotipo de las alitas, que había aterrizado quién sabe dónde, quizá en el escote de Mariana, y así tuvo más suerte que yo, aquella gran noche.

lunes, febrero 18, 2008

There will be Oscar


Mili me había dicho que era imbécil, por escribir cartas de amor para otro, acababa de romper una vitrina de la panadería, y además no me habían invitado a la fiesta de cumpleaños de la charapita. No quería ver a nadie, y puse la tele para ver que había esa noche en “Función Estelar”. La película no tenía buena pinta, quién quiere ver la historia de un impedido que sólo puede mover el pie izquierdo y que, además, pinta. Me alegró saber que alguien la pasaba peor que yo, y me tragué la peli completa. Así descubrí a Daniel Day-Lewis.

Dicen que tiene fama de huraño, maleducado, mujeriego y muchas cosas más, pero para los aficionados al cine y los buenos actores (no siempre van juntas las dos cosas) es siempre un placer verlo trabajar. Su interpretación en “My left foot” fue espectacular, nunca había visto a nadie transmitir sentimientos usando sólo los ojos, y quitando protagonismo a todo el elenco que tenía sobre él la ventaja de poder gesticular, moverse y hablar. Aún así, ganó el Oscar al mejor actor por ese trabajo. Su actuación me marcó tanto, que cuando veía a mi amigo Mono, que sufría retardo mental, se me antojaba falso, y creía que tenía que sufrir más para hablar y expresarse, como Christy Brown, en esa peli de Jim Sheridan.

Años después, llegó a mis manos, “In the name of the father”, y no pude, hasta hoy, terminar de verla. La historia de la injusticia, violencia, y tristeza de Gerry Conlon, al ser acusado injustamente de pertenecer al IRA, me conmovió mucho, sobretodo cuando le dice a su padre “cuando salga de este encierro, seré mas viejo que tú” o algo así. Daniel obtuvo su segunda nominación al Oscar, y se rumoreaba que pidió que lo torturasen realmente para preparar el papel. Me he prometido a mi mismo que terminaré de ver la película, algún día.

Cuando ya estaba a punto de terminar la carrera, supe que Scorsese había vuelto a las andadas, y se estrenaba “Gangs of New York”. “La edad de la inocencia”, en la que también se luce Day-Lewis, tiene demasiados altibajos, causados, a mi parecer, por una insufrible Winona Ryder. Llevé a una chica al cine, para que no me vieran entrar solo, y mientras ella suspiraba por DiCaprio, yo me regocijaba con “Bill the Butcher”, un personaje espectacular. Otra nominación al Oscar. Salí del cine extasiado, pensando que esa tarde Scorsese y Day-Lewis se habían dejado de mariconadas y el cine volvía a estar en mi agenda.

Ayer, después de que el Caixa Forum me decepcionara, Sol y yo nos metimos a nuestro cine preferido. Conseguimos buenos asientos, y “There Will be Blood” se proyectó en la pantalla con la música del guitarrista de Radiohead de fondo. Casi tres horas, que se hacen cortas, en las que este monstruo arrasa a los demás actores, desde la primera escena en que cae a un pozo que el mismo está excavando, hasta el final en que tira (de verdad) bolas de Bowling a su compañero de reparto. La frase final “I´m finish”, suena a despedida, pero en el fondo de mi corazón cinéfilo, una vez más, espero que sólo sea un hasta luego. Ah, se me olvidaba, por esta película también está nominado al Oscar.

jueves, febrero 14, 2008

Qué milagro que viene por acá


El 14 de febrero se conoce como el día de los Enamorados, es una celebración tradicional en la que novios, amigos (ojo, en España, esto no vale, así que si le das un regalo a tu amiga, la has cagao), enamorados o esposos expresan su amor y cariño, casi siempre, mediante regalitos, cartas, y ya si hay suerte y la luna y los astros confluyen, matatirutirulá. Eso de que también es el día de la amistad, sólo lo he visto en Perú, pero quizá en otros países latinos también pase.

Cuenta la leyenda que durante el año 270 d.C., Roma se encontraba ya frente a una situación bastante penosa, y veía que llegaba la decadencia del imperio, entonces el emperador Claudio III consideró que los hombres casados rendían menos en el frente de batalla por estar emocionalmente ligados a sus familias, como Rusell Crowe en Gladiator. Y no se lo ocurrió mejor idea que prohibir el matrimonio.

Pero como en todos lados existe la oposición, en esta época, un obispo cristiano, llamado Valentín comenzó secretamente a unir en sagrado matrimonio a las parejas de jóvenes enamorados (siempre hombre y mujer) que a él acudían. Cuando Claudio III se enteró capturó a Valentín y lo torturó intentando que renunciara al cristianismo, pero como el obispo era terco (hace falta serlo, para llegar a obispo), decidió mandarlo al cielo. Pero, oh, maravilla del amor, mientras estaba preso, que uno de sus carceleros creyó que Valentín podría ser un buen profesor y le llevó a su hija Julia -ciega de nacimiento- para que reciba lecciones de él. El obispo le leyó cuentos de la historia romana, le enseñó aritmética y le habló de Dios. Julia aprendió a ver el mundo a través de los ojos de Valentín, hasta que finalmente parece que se le pasó la conjuntivitis y recuperó la visión. Antes de morir, Valentín le escribió una carta, firmando “De tu Valentín", sin saber que daba origen a la tradición de enviar mensajes de amor en esa fecha.

Fue ejecutado al día siguiente, el 14 de febrero del año 270, cerca de una puerta que más tarde fuera nombrada Puerta de Valentín para honrar su memoria.El Día de San Valentín, en la actualidad, se celebra mediante el intercambio de notas de amor conocidas como "valentines", con dibujos como la forma simbólica del corazón y Cupido y mariconadas varias. Desde el siglo XIX se introdujo el intercambio de postales producidas masivamente, práctica a la que se sumó luego dar otro tipo de regalos como rosas y chocolates, normalmente regalados a las mujeres por los hombres, pero en estos tiempos de modernidad, ya no se sabe que puedes recibir en esas fechas. Yo he regalado un GPS, y espero recibir a cambio un smartphone. Si me quieres, mi amol espero esta noche encontrar un HP Ipaq (con Wi-Fi) debajo de mi almohada.

martes, febrero 12, 2008

Dominadas



Era martes y llegué a la oficina con la sensación de que mis brazos estaban hechos de concreto armado, y mis tendones de acero. Aunque parezca mentira, no es una sensación nada agradable, y era mayor el dolor que la sensación de saber que, al fin, formaba parte del homo erectus clan, gracias a que mi columna tenía algún músculo sobre el que fijar una buena postura. Y todo gracias a las dominadas, que es uno de los ejercicios más difíciles de realizar, si, como yo, no se tiene práctica. Simplemente (¿?) hay que colgarse de una barra con una abertura mayor a la de nuestra espalda y levantar, sin ayuda todo el peso de nuestro cuerpo. Siempre escapé cuando, en el colegio, tenía que hacerlo; mi cobardía llegó a tal punto que me inscribí en la escolta al enterarme de que ellos no estaban obligados a entrenar como todos los demás (militarmente) porque necesitaban ese tiempo para ensayar pasos para los distintos desfiles que había durante el año. Era un poco humillante llevar por calles y plazas la bandera del colegio, desfilando marcialmente, pero al menos no tenía que hacer dominadas ni correr 6 kilómetros una vez por semana, como el resto de los alumnos.

Pues ahora, más de diez años después, no he podido escapar. Esta vez me había prometido hacer todos los ejercicios que mandara el instructor del gimnasio, especialmente después de que mi hermano hiciera una correcta observación sobre mi progreso muscular, en Lima en un mes estabas como Vegeta, dijo, y es verdad, pero en Lima no tenía que trabajar, ni cocinar mi comida para el día siguiente, ni preocuparme de estar siempre atento a lo que quiere decir mi novia (que es distinto, casi siempre, de lo que dice), y esas cosas, amigo mío, desgastan. Así que cuando Alex (el instructor) me dijo que me colgara de la barra, lo hice, y dieciséis repeticiones más tarde, sentía que mis manos llegaban al suelo.

Estoy como Rambo, cuando lo capturó el Vietcong y lo colgó dos días de los brazos, en una ciénaga con sanguijuelas, le dije a mi compañero de trabajo, pero como siempre, me miró extrañado y preguntó, ¿no puedes decir sólo que te duelen los brazos? Esa noche, el dolor, o la tensión, me despertaba cada dos horas, pero siempre conseguía volver a dormir, susurrándome: no pasa nada, ya verás como en una semana te ríes de esto. Los días siguientes entrené con normalidad, soportando el dolor que era cada vez menos intenso, y ayer, cuando volví a ver desde a bajo a esa barra no me acobardé. Llamé a uno de los musculosos del gimnasio y le pedí que me ayudara a hacer las dominadas, y él contestó, si no haces más de diez no te ayudo, hice diez, exactas, y dejé las demás para mejor ocasión. Lo bueno es que ya le perdí el miedo al ejercicio, muchos años después, y espero que eso ayude a que mi hermano vuelva a verme como Vegeta, aunque él se peine como Trunks.

jueves, febrero 07, 2008

La venganza de Chuck Norris


El ninja tenía un bar en la esquina, y preparaba el mejor cebiche del barrio. Su clientela era selecta y poco a poco fueron llegando nuevos comensales que, de una forma u otra, conocían su buena mano con los mariscos. Tan buena mano tenía que la dueña del local se convirtió, en poco tiempo, en su más rendida y complaciente amante. Paseaban por el parque, reían, comían heladitos, y a veces nos quitaban espacio a los adolescentes, que, quizá con más derecho, buscábamos un lugar donde retozar con nuestras parejas.
La cosa fue bastante bien con el restaurante, y cuando descubrieron que les faltaban manos contrataron a una rubia joven que, según mis amigos y yo, se parecía mucho a Chuck Norris. Mamá la tasó de inmediato: es machona, y además de las que pegan, ella es el hombre.

Pasaron los meses y el ninja, que se hizo nuestro amigo, nos contaba que él y la dueña estaban cada vez más distanciados, ya no dormían juntos, y él se contentaba con dormir en el restaurante y atender por las noches a los borrachos cebicheros. Nos enseñaba algo de artes marciales, hasta que mi viejo se enteró y me dijo que no quería verme más con ese maricón, porque tanto ejercicio no es bueno, ese seguro que es del otro equipo. La dueña ahora paseaba con Chuck Norris, y ésta hasta había traído a sus hijos de la selva, porque los extraña mucho. Los vecinos (mamá incluída) hablaban hasta por los codos, y mis amigos también dejaron de frecuentar al ninja, interrumpiendo así su aprendizaje marcial.

El ninja se alquiló un cuartito pequeño, al lado del rio, y dejó de atender el restaurante por las noches, para encargarse de abrir los domingos para los cuatro trasnochados que iban a cortarla mientras escuchaban discos de Lavoe. Un domingo de esos, unos borrachos se pusieron sabrosos y rompieron una mesa, dos sillas, diez botellas y dos cuadros de perros jugando al póker. Nunca supimos cuál de ellos voló por la ventana, o quién fue el primero en perder los dientes delanteros, sólo se veía una sombra que volaba de borracho en borracho dejando a su paso sangre, ayes, y en mi imaginación veía pequeños bow” “capoom” “crash”, en el aire tras cada golpe, como en la serie del Batman gordo. La dueña lo despidió en el acto, y al dia siguiente Chuck Norris se mudó con ella y se trajo a sus hijos.

Nadie se encargaba ya del restaurante y los borrachos desparecieron del lugar, la cuñada de la dueña, gran amiga de mamá, contaba a quien quisiera oir que Chuck Norris era tremenda en la cama, y que tenía, además, una gran colección de consoladores. La dueña sonreía más, y el ninja desapareció para siempre, el hijo de Chuck Norris se tiró a la hija de la dueña, y yo, hasta muchos años después, no supe qué era un consolador.

miércoles, febrero 06, 2008

Eso te pasa por salir de casa


Collique es un barrio del cono norte de Lima. Está rodeado de cerros, y se caracteriza por ser una zona bastante inhóspita con todo aquél que vaya limpio y/o arreglado. Pero eso al Mongo no lo asustaba, porque ya era visitante oficial, sobretodo desde que sus primos lejanos habían empezado a hacer fiestas un mes sí y el otro también. Solían avisar semanas antes, y lo ideal era llegar el mismo día, como sea, pero dispuesto a emborracharse y vivir aventuras. Mientras los grandes discutían sobre si el hijo de tal era ladrón, o si el primo pascual se había metido a escondidas (cada tarde, mi alma vibra, mi cuerpo arde) a la cama de la prima puta, el Mongo y sus primos jugaban a lo que sea. Una de esas noches, en que el aburrimiento podía más que todo, Chacho (delincuente juvenil en potencia) propuso una excursión a un cerro vecino, en el que no pasa nada, pero a veces bajan gallinazos. El Mongo y su primo Pechón no querían ir, pero su prima (la Mocos) los obligó amenazándolos con pegarles los labios, otra vez, con UHU. Tenía un gran poder de convencimiento, y ellos muy poca fuerza de voluntad, así que a la mañana siguiente, después de desayunar pan con camote, partieron rumbo al cerro de los gallinazos.

El primer obstáculo era un muro de dos metros, que saltaron usando como escalera un par de ladrillos sueltos. Pechón cayó sobre blandito (unas bolsas de basura) y se sintió envalentonado por su suerte para el resto del día. El cerro era asqueroso, como casi todo en Collique, rodeado de basura hedionda y sin nada que ofrecer. ¿Para qué vamos a subir?, preguntó el Mongo, y propuso volver y jugar un partido de fulbito. Chacho no se inmutó y siguió subiendo, el ahora valiente Pechón también, y al Mongo no le quedó más opción que seguirlos. Treinta metros más arriba encontraron una pequeña explanada, que aunque tenía una inclinación ligera, les supo como si hubieran conquistado la cima del Everest. El Mongo comenzó, entonces, a entender a Chacho; el pobre estaba rodeado de gente estúpida en casa: primas feas, tías adúlteras y tíos mantenidos, y tenía que refugiarse en este tipo de cosas para no deprimirse a morir. Él vivía en una situación similar, pero hasta ahora no se había planteado una vía de escape.

Sobre un montón de tierra, encontraron un cerdo acribillado a balazos.

Pechón se persignó tres veces, Chacho le tiró un par de piedras, pá ver si racciona, y el Mongo se tapaba la nariz con asco, pensando en que el olor le recordaba a la tienda de embutidos del mercado. Se acercaron un poco, y los gusanos empezaban ya a salir por los orificios de la cabeza del animal. ¿Quién lo habrá matado? Preguntó Pechón, pero todos le dijeron “que huevón eres” con los ojos, y se calló por un par de minutos, recordando con nostalgia el cobarde que siempre había sido.
Dejaron el cerdo atrás y siguieron caminando, esta vez por una pendiente más pronunciada. Veían los techos de los vecinos llenos de troncos, basura y pelotas viejas.

El Mongo sintió que ya esto de la excursión se estaba poniendo aburrido, y que ya estaba bien de tanto cerrito y ropa tendida de los vecinos de Collique, el chancho, gritó, que viene el chancho. Pechón ni siquiera quiso comprobarlo, echó a correr como un loco y la gravedad se encargó de atraerlo hacia abajo. Lo vieron rodar como una bola de nieve, hasta que se detuvo al chocar contra una roca del tamaño de un Volkswagen. No se movía. Chacho se disfrazó de prima llorona, y dijo algo así como le voy a decir a mi tía China que me obligaron a venir, y desapareció tras una nube de polvo. El Mongo ayudó a Pechón a levantarse y mientras bajaban el cerro juraron no decir nada de la aventura o la caída (juramento que no sirvió para nada porque la sangre en la cabeza de Pechón los delataba), al llegar a casa, el inocente Pechón miró al Mongo con ternura y le preguntó, sin dejar de limpiarse la sangre de los nudillos, ¿oye de verdad venía el chancho? A lo que el Mongo, reprimiendo un sopapo, respondió, si huevón, de verdad venía, pero pasó de largo.

viernes, febrero 01, 2008

Mi vida sin Miyagi


Cuando ves por centésima vez Karate Kid, y revives a Daniel Laruso y su grulla salvadora en el último minuto (con la pierna rota, masajeada por Miyagi) del combate, sientes que la vida no es como las películas. En el día a día, la gente no se alegra de que saltes bien los obstáculos que te ponen en el camino, al contrario, te odian cada vez más. Un ejemplo: el tipo que trabaja conmigo debía preparar conmigo una convención, se fue de vacaciones dejándome con todo el trabajo. En España existe una gran tradición de dejar todo para última hora, preparar la cena, compras navideñas, salir o volver de vacaciones, etcétera; y quizá por eso este individuo pensaba que me jodería vivo dejándome así o asá. Pero, no contaba con mi astucia, y yo ya había hecho la mitad de mi trabajo (y ahora pasaba los días en foros de Internet) por lo que al descubrir que el cabrón estaba en Roma sin hacer nada, no me quedó otra cosa que preparar lo que faltaba.

No tenía un Miyagi al lado, que me dijera algo así como “enfocar puedes, Daniel San, y derrotar tus temores”, y me encerré en mi mismo hasta terminar con todo lo pendiente. El día de la convención todo salió bien pero al dormir el stress escapó de mi cuerpo en forma de calambre. Desperté gritando de dolor mientras intentaba infructuosamente estirar la pierna, que me duele hasta hoy. Ahora el engendro mutante que se sienta a mi lado de 9 a 6 vive más amargado que nunca, y sospecho que es porque esperaba que la cagase en mayúsculas y, como no pasó, tendrá que esperar mejor ocasión para que me despidan. Qué ganas tengo de acercarme y darle una palmadita en la espalda mientras le digo, “tú tranquilo, que la rabia sale sola, si algo es seguro, es que de nosotros dos, el único que se quedará aquí para siempre eres tú”.

Por eso cuando mamá pregunta “¿ya vino tu amigo de vacaciones?” le respondo acertadamente, “ese no es mi amigo, como mucho un compañero de trabajo”. Uno de estos días, le meto una patada voladora en medio de la cara, pero sin rencor.

martes, enero 22, 2008

Le casting


La cita era a las 5 y media, pero no el cine Romeo. Días antes, el Mongo había leído un anuncio en El Comercio en el que un grupo de rock buscaba cantante. En realidad, esa tarde su intención era encontrar un trabajo decente, como el que se le escapó por no saber Autocad ni AS400, pero al ver la convocatoria musical no lo dudó y llamó para pedir información. Ellos eran un grupo de covers, no tenían canciones propias y de vez en cuando tocaban en bares del norte de Lima, sólo es por huevear, le dijeron, pero queremos alguien que cante más o menos bien.
El mongo ya veía su cara en los carteles, y se imaginaba cantando frente a cientos de personas. Ensayó y ensayó hasta que llegó el día de la cita. Esa tarde, siguiendo las indicaciones del guitarrista, llegó a un barrio de Los Olivos, cerca de la casa de un amigo suyo (y rogó no encontrárselo, para no dar explicaciones); tocó el timbre y no respondió nadie. En un minuto su mente voló y el pobre Mongo creyó que, una vez más, se habían burlado de él, y no había ni grupo, ni casting, ni nada. Pero unos segundos después, una morena pequeñita que se parecía a Shakira, abrió la puerta. Pasa, le dijo, estamos ensayando al fondo y no habíamos escuchado el timbre, te he visto de suerte, flaco.

La casa estaba anclada en los ’70 y no faltaba el típico almanaque en cada pared, aquí es difícil olvidarse en qué dia estamos, dijo el Mongo, y Shakira sonrió divertida. En un cuartito de tres por tres, estaban los músicos: Charlie, el guitarrista, y Tito, el dueño de la batería. ¿Qué canción te sabes?, le preguntaron, un montón, dijo el Mongo. Decidieron que cantara una de Maná, y el Mongo empezó con “Rayando el Sol” y a juzgar por las caras del público, lo hizo bastante bien, hasta Shakira empezaba a mirarlo con más interés. Cuando acabó de cantar le pidieron que cantara, ahora, algo más movido, y el Mongo, emocionado, se mandó con todo y dijo: “Smells Like Teen Spirit”, y los músicos ahogaron un risita pero empezaron a tocar.

Fue un desastre. A la mitad se le olvidó la letra, y ya al final, la garganta se le cerró, como diciéndole, con lo bien que estábamos antes, lo nuestro son las canciones romanticonas. Shakira miraba para otro lado y las guitarras se apagaron de golpe. Nadie decía nada, y el silencio sólo se rompió cuando, alguien, que parecía ser un cobrador, golpeaba furioso la puerta de la casa. Tito salió a ver qué mierda pasaba, y el Mongo se sentó derrotado en un sillón, sabedor de que su trampolín a la fama se había desinflado. Shakira se acercó y le dio un poco de agua, pero cuando el Mongo quiso hablarle volvió Tito con un flaco que, sin pedir permiso ni nada dijo algo así como “ Crazy Litte Thing Called Love” en concierto, y empezó a cantar y a hacer pasitos tipo Freddie Mercury. No desafinó nunca y a Shakira se le caía la baba, el Mongo se bebió el agua de golpe y se fue sin que nadie se diera cuenta. En el bus de vuelta a casa pensó que todos esos que le decían que cantaba bien deberían ver al imitador de Freddie moviendo el culo entre almanaques, yo sólo sirvo para cantar cosas románticas, dijo. Esa noche se conformó con cantarle a una vecina algo al oido, detrás de una pila de ladrillos, y dijo así adiós a su carrera musical.

martes, enero 15, 2008

El porqué de las cosas


Carmen de la Legua 1989, se celebraban 200 años de la Revolución Francesa. Teníamos buen equipo y nos inscribimos en el Mundialito. Jugamos casi todos bien, hice un par de goles que el árbitro anuló, y llegamos a la final por penales (gracias Pelusa). El último partido tuvimos mucho público y eso hizo que no pudiéramos remontar el 1-0 que llevábamos a cuestas desde el primer minuto. Quedamos segundos y Pepito se quedó con el trofeo porque él había pagado la inscripción y era su pelota. Mis tíos Victor y Toño nos invitaron Inca Kola en la tienda de la esquina. La dueña de esa tienda me odia, y yo reviento la pelota de Pepito, que era el balón oficial de México ’86.

Carmen de la Legua 1996, ya había muerto Lolo Fernández. Mi hermano y mi abuelo me han apuntado a un campeonato de fulbito en el parque del barrio. Llegan equipos de todos lados, es de noche y a esas horas soy más ciego que un topo deslumbrado. Hago lo que puedo, toco un par de pelotas y cuando veo que el arco es una rectángulo borroso y no logró afinar la puntería decido jugar como Maestri: de espaldas y tocando al compañero mejor colocado. Ganamos, pero no siento el triunfo como mio. En casa mi abuelo me dice que ya habrán partidos mejores. No vuelvo a jugar ese campeonato, y comprendo lo que decía Pelé: “cuando no haces goles, sales triste de la cancha”.

Callao 1998, Perú y Ecuador firman un acuerdo de paz fronteriza. Después de negarme varias veces, accedo a ir a jugar a un club del Callao, sólo es una prueba me dicen. No entro hasta el segundo tiempo y me la pasan rodeado de tres rivales, pico el balón hacia atrás y voy dribleando en sentido contrario hasta dársela al defensa de mi propio equipo. Alguien grita desde la tribuna “es para el otro lado, chibolo”. Duro dos minutos más y me cambian por un negro que corre como si lo persiguiera un león y que manda la pelota hasta el mar de un zapatazo. Vuelvo a casa en microbús, sin ducharme y oliendo a pescado fresco.

Bocanegra 2000, termino la carrera (al fin, carajo). Un amigo me dice que falta gente en su equipo y que, por ese día, vaya a rellenar nomás. Hago dos goles y doy un pase a la espalda de la defensa que me sorprende a mi mismo. Me invitan a volver el domingo siguiente, lo hago y genero mucho juego por la derecha, tanto, que desquicio a mi marcador que termina expulsado. Me emociono, pero el siguiente sábado, mientras jugaba en el barrio, caigo casualmente sobre la rodilla de mi hermano y me rompo una costilla. Me duele hasta cuando voy a cagar así que abandono el equipo del que ni sabía el nombre y me dedico a leer y a escribir estupideces en mi cama, mientras me recupero.

lunes, enero 14, 2008

Hagamos amigos


Sol quiere que tengamos más amigos. Pero eso no es algo que se pueda forzar, digo yo. Mi forma de hacer amigos es bastante más rara que la suya, pero así me evito darme contra la pared. Una vez, estuvimos en Roma y fuimos a visitar a una amiga suya, llamamos al timbre y una voz (misteriosamente bastante parecida a la de la chica que buscábamos) nos dijo ¿Marta?, ha andato a la palestra; cioè, tornerà troppo tardi, tardísimmo, clic. Indignado, le sugerí irnos y mandar a la mierda a esa putana, pero ella, fiel e inocente, quiso que volviéramos a las diez y media de la noche, que era cuando Marta solía volver del gimnasio. La acompañé, pero cual diablillo del hombro izquierdo, fui diciéndole que esa no era amistad, que tenía razón yo al ser sociópata, que vaya mierda de persona era esa Marta, volvamos al piso y veamos una película de Mastroianni o “Mira quién baila” versión italiana.

Cada vez que me pide que sea más flexible al escoger a mis amigos, le recuerdo esta anécdota cruel. Pero esa tarde, sentados en el Starbucks nuevo de Alcalá de Henares, me mordí la lengua, e hice como que no había oído nada mientras ojeaba mi Libro-DVD de Hitchcock. Si no fuera más selectivo seguría viendo a Iñaki, y volvería a casa cabreado y deprimido como lo hacía cuando quedábamos a tomar unas cañas y me hablaba de prejubilaciones, despidos, sindicatos, lo malo que era el mundo y lo injusta que es la vida porque yo debería ser alto y guapo y no, como soy. Esas noches (3) yo intentaba animarlo, pero ni con cuatro Prozac lo hubiera logrado; al final dejé de contestar sus llamadas e incluí su mail en la carpeta de spam. A veces, cuando voy a tomar unas cañas, lo recuerdo y deseo que ahora sea más positivo y haya conseguido pareja, que era lo que en el fondo deseaba a morir. No sé de qué sexo, pero de que necesitaba una pareja, no hay duda, hasta la loca Rosalía le hubiera servido.

De niño se me daba bastante bien, pero es que por esa época no había miramientos, además siempre se me pegaron más las chicas que los chicos (thank god!). Mi viejo y su pandilla, creían que yo era marica, lo bueno era que algunas chicas también, y se acercaban sin miedo, luego, ya no había marcha atrás para las pobres. Ahora, no sé porqué, me es más difícil conservar la amistad, cuando alguien me dice que no puede quedar conmigo, por lo que sea, ya creo que me está evitando (como hice con Iñaki) y no insisto más. Pero por ella, esta vez creo que lo haré. Quizá el próximo fin de año ya tenga amigos, y no necesite irme hasta París para celebrar el año nuevo. Aunque un viajecito a la ciudad más bonita del mundo, nunca está demás.

viernes, enero 11, 2008

Hola soledad, no me extraña tu presencia


Hay una reunión familiar esta tarde. Uno de mis propósitos de año nuevo ha sido volver a ser yo mismo, o sea que ya no me preocuparía demasiado por los demás, ya que eso sólo me generó decepciones y depresión durante todo el 2007 al comprobar que los demás no me daban la misma importancia. Pero no quiere decir que incluya a mi familia en los demás. Hace poco un amigo me dijo que cuando uno se va haciendo mayor, empieza a disfrutar las reuniones familiares. Entonces me queda mucho por llegar a ser mayor.

He escogido quedarme en casa. Abro una botella de vino (la cerveza me hincha como un sapo) tinto y pongo una de esas pelis raras que sólo veo cuando estoy solo: Offside. Me divierto mucho y recuerdo la época en que iba al fútbol con mamá, para ver a nuestro equipo de barrio, e insultar juntos al árbitro, eso es penal, huevonazo, gritábamos arropados por la turba; era una de las pocas veces en que me dejaban decir palabras altisonantes. Cuando acaba la película, salgo a dar una vuelta por el centro de Alcalá de Henares, hay muchos turistas, como siempre, y más de uno compra cosas en la feria navideña. Casi todos los puestos son de ecuatorianos que venden camisetas negras con dibujos de grupos de rock, además de bufandas, guantes, y máscaras de la película Scream. Compro la revista Esquire, que he preferido sobre la GQ, después de hojear esta última y descubrir decepcionado que parecía un catálogo de compras navideñas. Leo una entrevista a Dustin Hoffman en la que confiesa sin pudor que el pedo que soltó en Rainman fue real, y que Tom Cruise casi lo mata por hacerse el payaso. Vuelta a casa, preparo un poco de té.

Pongo un disco de Billie Holiday y me despanzurro en mi sofá naranja con manchas. Viendo al techo pienso que este es mi último año en el piso, y me pregunto cómo sera mi siguiente casa ¿tendrá terraza? ¿podré colgar mis posters de cine? ¿tendré vecinos agradables? Al menos sé que la nueva no olerá siempre a ajos fritos. Se va haciendo de noche y sé que mis compañeros de piso volverán. Preparo mi cena, y la como frugalmente, esperando el fatal desenlace. Hay un partido en la tele pero me la pela. Vuelvo a la habitación y leo un poco más del enorme libro Anthology de los Beatles, hasta que se me cansan los brazos por el peso soportado. Suena la puerta. Enciendo la tele de mi habitación y pongo un DVD de Friends, cómo me hace reir este Chandler, una vez más compruebo que Mónica es más guapa que Rachel. He disfrutado mucho este día de silencio, creo que puedo empezar a hacerme mayor, y asistir a las reuniones familiares; pero siempre aprovechando cada vez que pueda para quedarme solo en casa y aburrirme de mi mismo.

martes, enero 08, 2008

The Sting


El trabajo parecía fácil, pero aún así, necesitó ayuda para conseguirlo. El día de la entrevista, el Mongo se levantó muy temprano, emocionado, buscando su mejor camisa y un buen pantalón. No había mucho para escoger: un levi’s y la camisa Banana Republic que había comprado en la cachina. Las oficinas estaban en Santa Beatriz, en un edificio muy limpio que olía bastante bien. Antes que él había llegado más gente y ya estaban sentados, como en el colegio, cada uno en su pupitre. Les dieron un par de hojas en blanco y un lápiz y un cuestionario psicotécnico de esos que no sirven para nada. el mongo contestó a todo muy rápido y en el apartado de dibujo libre, pintó a un hombre bajo la lluvia, que se cubría con un periódico y sin olvidar dibujar también el suelo y el cielo, porque un amigo suyo le había dicho que si no los incluía, lo tomaban por loco o retrasado mental.

Al salir del examen lo esperaba Armando, un gordito cabezón que había sido novio de su tía (hasta que ésta se largó a otro país, y lo dejó tirando barriga –cintura no tenía – en su barrio del Callao) y que ahora se ofrecía a ayudarlo a pasar el riguroso filtro de selección. Se despidieron amistosamente y mientras el Mongo bajaba las escaleras vio a Armando hacer fotocopias con la dedicación de un gran profesional. A la semana siguiente supo que el puesto de “embolsador” era suyo.
El trabajo era fácil, tenía que pararse al lado de las cajeras del supermercado, y, además de hablarles sin aburrirlas, ir embolsando los productos a medida que las chicas (casi siempre feas, pero siempre jovencísimas) los pasaban por el scaner. Si algún cliente camagüey te pedía que le llevaras las bolsas al coche, no te negabas, y así podías esperar alguna propina. El supermercado estaba en pleno centro del Callao, asi que la mitad de la gente era más misia que el Mongo, y en el poco tiempo que duró en el puesto sólo obtuvo propinas suficientes para ir y volver, una vez, en bus.

Una tarde, mientras se quitaba el asqueroso uniforme (rojo y gris) notó que todos sus compañeros tenían las taquillas llenas de perfumes caros, shampoo, y jabones de marca. Al principio no le dio importancia, pero poco a poco comprendió que ninguno había pagado por ellos. Son mermas, chino, le explicaron con delicadeza, no pasa nada por un Colgate más o uno menos. El Mongo se debatió entonces, entre lo que siempre había pensado (robar es malo, agg, caca), y lo que la realidad le mostraba (el vivo vive del tonto, y el tonto de su trabajo).

Se dejó crecer la barba (no mucho, porque no le salía más) y cuando nadie lo veía se escondió debajo de la gorrita una máquina de afeitar. Está es la mía, pensó, y al final del día se la llevó al baño con la intención secreta de usarla. Pero no contaba con la astucia de un vigilante que pasaba por ahí y que se ganó con toda la jugada del ladrón amateur. Lo esperó a la salida del baño y, sin mediar palabra lo llevó hasta la oficina del administrador. El Mongo, porteño hasta los huesos, sólo pensaba en que tardaría un poco más en salir y en que ya no podría llevar al cine a la morena de la caja 7, que le hacía ojitos. Aquí no queremos rateros, dijo la autoridad, firma tu renuncia o te denuncio a la policía. El Mongo sabía que por una prestobarba en la comisaría del Callao ni te abrían la puerta, pero firmó la hoja para acabar con eso de una vez, total, odiaba el trabajo y estaba hasta los huevos del puto uniforme.

Subió al bus y ya en casa abrió un libro que también había robado. Sonó el teléfono y era la chica de la caja 7, ¿qué has hecho?, le preguntó, y él, nada flaca, dicen que te han despedido por falta grave, dijo ella, no creas todo lo que escuchas, dijo él. Ella le dijo que era testigo de jehová, y no podía salir con rateros, él se cagó de risa y colgó. Se tiró en la cama, desempleado una vez más, y suspiró: tanta huevada por una prestobarba.

jueves, enero 03, 2008

¿Pilates? yo le voy al Necaxa


Rafa propone a Vero dar clases de Pilates en la empresa, after-hours. Vero dice que María también sabe. Rafa mandará un e-mail a la jefa de recursos humanos, asuntos varios y que además está embrazada, proponiendo la idea. Yo aparezco en medio de la conversación y digo que eso del Pilates es una pérdida de tiempo y dinero.
El Método Pilates, (Pilates, pa’ los amigos) fue desarrollado, durante la primera guerra mundial por un tal Joseph Pilates, que, además de no romperse mucho la cabeza para darle nombre al invento, lo usaba para rehabilitar a los veteranos de guerra. El método consiste en que la mente siempre está por encima de la materia (WTF??), y que los músculos que forman el tórax, son el centro de nuestro cuerpo (really??) y de allí nace la energía para las extremidades.

- Pero vamos a ver, Rafa, ¿tú crees que un libro con una tía sentada sobre una pelota, puede ser serio?
- Claro, ¿tu no?
- Por supuesto que no, si veo a una gorda jugando con una pelota, me imagino que es una foca.

Otro de los puntos fuertes del Pilates es la respiración, y según Joseph y toda su manada de seguidores, debemos controlarla y respetarla no sólo durante el desarrollo del ejercicio, sino también en la cotidianidad de la vida. No sé porque eso me recuerda a la vez que un urólogo nos habló en el colegio sobre la eyaculación precoz.

- O sea que para ti, ¿hacer Pilates no es hacer ejercicio? – preguntó ella, indignada.
- No, ir al gimnasio, es hacer ejercicio.

Además, para los conocedores del método, es obvio que no importa cuántos ejercicios hagas, sino lo bien que los hagas. O sea, como en todo, importa más la calidad que la cantidad. Yo sigo viéndolo como ejercicios para viejos, y aunque sé que, como me maldijo Rafa, algún día llegaré a serlo, por ahora me conformo con seguir yendo al gimnasio y levantar cada vez más peso para darle forma mis músculos. Es superficial, lo sé, pero cuando vas a la playa nadie te ve y dice, mira ese chico tan gordito y tripón, pero ¿qué más da? Seguro que tiene muy bien localizada la respiración y su mente es más fuerte que la materia. Lo malo es que ahora, fijo, que Vero no querrá ir conmigo al cine (nunca), pero aún sabiendo que la perdía para siempre no podía ir contra mis principios y/o creencias religiosas.

Minutos después, ya en nuestros sitios, me acerqué a Rafa y le pregunté: ¿no te gustaría más jugar al fútbol con nosotros?, y él infinitamente más sabio que yo contestó algo para la posteridad: ¿y a ti no te gustaría hacer Pilates, con tal de ver a Vero en mallas? Ay, la experiencia que da la abstinencia.

miércoles, enero 02, 2008

Regalo de Nochevieja



Ayer me senté en la cama (sólo estuve fuera de ella un par de horas, en total) intentando escribir algo acerca de una fiesta de año nuevo memorable. Pero no me salía nada. Quise contar la última fiesta en Lima, con amigos de la universidad, en casa de Percy, pero lo único resaltante de esa noche era que las tías (señoras de 60 años) del anfitrión no dejaron nunca el salón principal, vigilantes, y que la hermana de Pepe se estacionó frente al baño, esperando alguna víctima.
Busqué más en mi memoria y encontré otra fiesta, más divertida, de mi época escolar. Pero tampoco podía dar material para una historia, a no ser que a alguien le interesaran las aventuras de un chico que se quedó encerrado en el baño con una aprendiz de secretaria que, no solo le doblaba la edad, sino que también lo superaba, por muy mucho, en lo que a técnicas amorosas para no olvidar se refiere; causando en el pobre proto-hombre un trauma de grandes consideraciones que lo imposibilitó esa noche para cualquier intercambio sexual.

Estuve a punto de preguntar a mi hermano, a ver si él recordaba alguna de sus fiestas en los barrios bajos de Lima de las que volvía casi siempre dos días después, sin un sol en el bolsillo y con un olor a chanfaina que no soportaban ni los perros callejeros de mi barrio. Lo vi ocupado jugando con su hijo, y asumí que no era el mejor momento para hacerle volver la memoria años atrás, sobretodo cuando la última noche tuvo que dejar la fiesta en casa de mis padres contra su voluntad. Jugué un poco con mi sobrino, treinta segundos, que es lo que me aguanta, y volví a mi cama a pensar en otra historia. ¿Y si me lo invento todo?

Era ya el primer día del 2001. Habíamos cenado a eso de las diez, cosa rara en Lima porque incluso los niños tienen que esperar las primeras horas del nuevo año para probar bocado, y salimos con destino conocido: el Mr.Chopp, un lugar que mis amigos y yo creíamos que estaba de moda. Teníamos pases gratis. Pedimos una jarra de cerveza entre diez y la chica con la que fui, después de probar las primeras gotas de alcohol, se sintió indispuesta. Uno de mis amigos vivía cerca de la discoteca, y me ofreció su casa para que ella se recuperara con tranquilidad, toma la llave, flaco, mis viejos están en el bungalou de Iquitos, si quieres déjala dormida y regresas. Salimos, pero me aseguré de que me sellaran las venas de la muñeca para poder volver. A cien metros de la puerta, milagrosamente, ella se recuperó del todo, al fin, carajo, suspiró, ya no tengo que aguantar a esa panda de pitucos que encima, son misios. Le pedí, indignado, que se calmara, al fin y al cabo esos eran mis amigos, dime con quién andas y te diré quién eres, contestó enzalzada. La amenacé con dejarla allí, sola, en mitad de San Miguel, fijo que baja uno de Malandrena te cuadra y te deja calata, grité mientras me alejaba. Corrió a alcanzarme y me rogó que al menos la dejara en casa de Joao, que ya que teníamos sus llaves.
Todos sabíamos que el viejo de Joao era narco. Lo sabía hasta el viejo de Pepe, que era policía, pero como entre ladrones se respetaban, no dijo nada. La casa era como de revista, las mesas eran de roble, y la lámpara del salón, según Joao, era la misma que tenían en el Palacio de Gobierno. Subimos a su habitación, que se parecía más a la mía en el desorden y me quise despedir de mi acompañante. ¿Y si lo hacemos por última vez? Dijo, recordándome porqué me caía tan bien, por ser así de directa, y entonces aunque la cama de mi amigo olía a pies de pelotero, retozamos de lo lindo.

Al volver a la fiesta, con una sonrisa de oreja a oreja, mis amigos ya habían sacado los anzuelos y más de uno había pescado algo entre la jauría que había a disposición. Yo me limité a mirar los toros desde la barrera, y un par de horas después, huí del lugar. Cuenta la historia que cuando Joao volvió a casa, su novia lo esperaba en la habitación, con los brazos cruzados y cara de de ésta no salvas, chato, aquí huele a que han cachado; había dejado el anillo de compromiso en la mesita de noche y tenía en sus manos el tanga de mi amiga especial que tamaño regalo me había hecho en nochevieja, la mandé a su casa sin calzón, dicen que dijo, y Joao, fiel a su estilo, se encogió de hombros y antes de quedarse dormido le dijo a su novia, si estás aquí mañana te explico, sino, cierra la puerta despacito cuando te vayas. Qué grande.

viernes, diciembre 28, 2007

Feliz Navidad (la tuya primera)


Ahora que ya han pasado las fiestas navideñas (y la resaca) recuerdo con nostalgia la última navidad en la universidad del Callao. Ya habíamos notado que, poco a poco, la gente iba desapareciendo; algunos por trabajo, otros (como yo) por desencanto, y algunas porque de tanto jugar con el payaso habían quedado preñadas y aprovechaban estas fiestas para esconder su barriga de la, siempre habladora, sociedad limeña.
Los Barbieris propusieron jugar al “amigo secreto”, y pusieron los nombres de cada uno de nosotros en la mochila de Carnola. Yo tenía que regalarle algo a su lider: Barbieri, y lo primero que me vino a la mente fue “7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana” de Mariátegui, pero lo descarté de entrada asumiendo que su religión ultra conservadora no le permitiría tamaña lectura. A Vásquez le tocó la Gordis, que entonces ya era su amor declarado y con la que compartía sus chistes recién bajados de internet, así que asumimos que le regalaría unas medias de educación física o una liga para amarrarse el pelo. Zico se comió el papel con el nombre de su amigo secreto, y nunca supimos quién fue el agraciado (o desgraciado) por lo que le pedimos en coro que ya que era navidad, y niñito Jesús y todo eso, se portara bien y nos devolviera la pelota de fútbol que, misteriosamente, habían robado unos encapuchados en su casa de la Ciudad del Pescador. Soltó un pedo, y se fue.

A Arturo le tocó Carnola, y nunca supe qué le regaló. Solo me atreví a sugerir a mi amigo que no la llevara al cine, o de lo contrario terminaría con la camisa arrugada porque se asusta hasta cuando pasa un tren y además no chapa contigo a menos que le prometas amor eterno (e inolvidable) o seas Christian Meier. Yo seguía pensando en mi regalo a Barbieri, no me importaba quién tenía que regalarme algo a mí, total, nunca acierta nadie y termino recibiendo cosas que no quiero y luego vendo en ebay. A Lidia le tocó la otra Lidia y secretamente me imaginé comprándole una cadenita de oro en la avenida Abancay con sus nombres grabados en un colgante, toma Lidia, con todo mi amor, diría la parte regalante, gracias Lidia, tú sí que sabes regalar, diría la parte regalada por la parte regalante, que a su vez en algún momento sería parte regalada por alguna otra parte regalante.

Un esparadrapo para taparle la boca, una revista de tejido punto cruz, un...

Al Nero no le tocó amigo, porque los Barbieris no lo conocían mucho, así que la Kika se ofreció a donarle su chompa de Freddie Krueger, que tanta carne ha visto, Nero, pero éste, por no quitar a nuestro amigo una gran seña identificativa, agradeció el gesto caballerosamente pero le dijo que su mejor regalo sería que lavaras la chompa, con cuidadito eso esí, no se vaya a desintegrar. Los otros grupos más normales de la universidad, no se preocupaban de jugar al amigo secreto o nada parecido, además sabían que si nos incluían en sus juegos saldrían perjudicados porque una vez Vásquez tuvo que darle un regalo a una de las chicas y, al no encontrar nada mejor, compró un peluche de segunda mano en el mercado de Comas. Era un león al que se le había caído la cola y un ojo, Vásquez le cortó lo melena y le pintó un ojo con un lapicero negro; el día del intercambio le dijo a su amiga invisible que, con todo el cariño del mundo, le entregaba…un oso.

Un libro de textos apócrifos, el “Evangelio según Jesucristo” de Saramago, ése, si.

Al entregar los regalos, no supe quién era mi amigo secreto, pues se encontraba entre los que el día anterior se habían pegado una borrachera como dios manda en casa de Miguel, y no les daba el cuerpo para venir hasta la universidad. Cuando Barbieri buscaba desesperado su regalo entre todas las bolsitas con lazos que había sobre una carpeta, decidí que no tenía porqué darle el regalo, ¿no me había quedado yo, sin nada? te jodes negro. Guardé el libro en mi mochila y salí junto a mis amigos, que habían obtenido una caja de chicles, un par de medias Lankaster, y una colonia del mercado central. Cambiamos los regalos por unas cervezas y nos burlamos de la cara de Barbieri al ver que se quedaba sin regalo.
Desde ese día, instauré la tradición de comprarme algo para navidad (me encantó el libro), y asegurarme así tener algo que no terminaré vendiendo. Pero siempre me pregunto por estas fechas: ¿dónde estará el oso/perro/león que regaló Vásquez?

martes, diciembre 18, 2007

El secreto del Mongo, y sus tribulaciones


El Mongo tenía que ir a casa de la Flaca a eso de las tres, no llegues tarde Mongo, o llegamos tarde al cine, le dijo ella cuando la dejó en la puerta del colegio. Parecía que al fin, después de mucho sufrimiento, podría ver la película que había escogido, y después si había tiempo caminarían por el malecón para disfrutar del frio de Lima. Se quedó el pobre Mongo contando los minutos durante toda la mañana, y después de releer un poco a Borges y escuchar por enésima vez el Appetite for Destruction, preparó las armas para el combate: un poco de perfume por aquí, otro poco de gel por allá, la mejor camisa y las Le Coq Sportif de la suerte. Llegó a casa de la flaca 20 minutos antes, por esa puntualidad enfermiza que lo hacía ser más inglés que los ingleses. Ella, no sólo no estaba lista, sino que además ni siquiera estaba en casa, ha tenido que salir un rato, le dijo la hermana pequeña, es que mi papá necesitaba una corbata para esta noche, y ha ido a comprarla, me dijo que la esperes nomás. El Mongo se sentó en el sofá de la pequeña casa, incomodísimo, los cuadros con fotos del matrimonio de los padres de la Flaca combinados con retratos de santos y una copia barata de la Ultima Cena, eran su único paisaje. Sobre la mesa de centro había una revista de decoración y un periódico de esos de cincuenta céntimos, casi siempre escritos con palabras fáciles y con grandes fotos. La hermanita pasó como un rayo, pero no le ofreció nada de beber, el Mongo, que ya tenía cierta confianza ganada en esa casa, fue a la cocina y se sirvió un vaso de limonada fria, pensando a ver si viene rápido ésta, que aquí me siento como si estuviera en la casa de un cura, con tanto santo mirándome. No aparecía nadie, y los minutos seguían pasando, el Mongo dio un par de vueltas al salón, prestando especial atención a una foto de la Flaca, calatita a gatas sobre una toalla, con dos meses de nacida.

Desde la calle llegó un ruido extraño, como de gatos atropellados, era una mujer que cantaba a través de un megáfono y que además vendía plátanos, de la isla. La Flaca no llegaba nunca, y el Mongo ya empezaba a sentirse enfermo entre tanta religiosidad. La hermanita veía una telenovela mexicana en la tele y cuando el Mongo intentaba hablarle, para matar el tiempo, ella le hacía shhtt sin despegar la mirada del televisor. La puerta de la habitación de la Flaca estaba abierta, el Mongo vió en ella una vía de escape y en menos de dos segundos estaba ya despatarrado en la cama con olor a jazmín, y compartiendo almohada con Winnie the Pooh. Debajo de la almohada había un libro, y él, creyendo que no había nada de malo, lo abrió. Cuando quiso dejar de leer ya era demasiado tarde, en esas páginas la flaca contaba con lujo de detalles las veces que se habían acostado juntos, que si hoy me tocó aquí, que si hoy le chupé allá, el Mongo, ya picado, siguió leyendo. Páginas después descubrió, con poca sorpresa, que no era el único beneficiario de ese cuerpo adolescente, pues los amigos de la flaca, previa selección natural, habían sucumbido también a los encantos de esta recién descubierta Mata-Hari. Y uno que otro profesor.

¿Qué hago? Se preguntó. Si se lo digo, fijo que hace un escándalo, si no se lo digo, me sentiré un cojudo, ¿o no? ¿Cómo escondes un diario bajo la almohada, so imbécil? Salió de la habitación pasmado, pensativo, y se derrumbó sobre el sofá sin siquiera ver a la hermanita, sentada al lado. Los santos le dieron paz y tramó un plan genial, sabedor ya de que todas esas promesas de amor eterno y exclusivo eran sólo palabras de adolescentes de hormonas hirvientes.

La Flaca llegó quince minutos más tarde, él la besó y salieron a pasear. Ya no tengo ganas de caminar, le dijo, y ella, extrañada, preguntó ¿ entonces, qué hacemos? Fueron a casa del Mongo, y se encerraron en la habitación durante horas, ya no tuvo miramientos, ahora ella era, también, una más del montón. A ver si vuelves a escribir que tu profesor dura más que yo.

lunes, diciembre 17, 2007

Mi cena de empresa


La cena era a las nueve de la noche, en un restaurante cercano a Plaza Castilla (en Madrid, obviously, nada que ver con la del centro de Lima, que tiene su encanto pero no es de mis favoritas). Le dije a Sol, no sé porqué, que era a las nueve y media; ella tenía clase hasta las ocho, así que nos daba tiempo a que volviese nos alistásemos de forma fugaz y salir a ver qué encontrábamos en la noche madrileña. Nos despedimos en la puerta del parking del restaurante, ella había quedado con unos amigos y yo con la gente de Toshiba. Eran ya las diez de la noche, y cuando me senté a la mesa, todos iban por el segundo plato. Mi jefe le dijo al camarero que me trajera las crèpes de primero, pero él respondió que ya no era hora de primeros; mi jefe se limitó a repetir la orden poniéndo más énfasis visual y el pobre hombre, cual cordero, regresó a la mesa cinco minutos después con el humeante plato. Sospeché, que en venganza, el camarero habría escupido en mi crujiente crèpe, pero como estaba sentado justo delante del jefe, y para no hacerle un desaire, me la comí entera.

Hablamos del robo que habíamos sufrido recientemente, en el que un gitano había intentado robar una caja del almacén, pero había sido atropellado en su huída. La policía nos aconsejó que pusiéramos una denuncia, le conté, porque según ellos, esta gente es capaz de denunciarnos por daños y perjuicios. Reímos un poco y con el transcurrir de la cena, se me quitaron los nervios y el sofoco que tenía por haber llegado tarde. El vino estaba perfecto, y la merluza a la bilbaína de segundo, también. Me cambié de mesa para los postres, y las chicas de administración me subieron la moral cuando me dijeron, aderezadas por el alcohol, que era el más guapo de la cena. Cumplido que acepté gustoso, sin considerar exagerado, pues la mayoría de mis compañeros, casados ya, se han tirado al abandono.
Al finalizar la cena, algunos decidimos salir a tomar una copa en un bar cercano. Me subí en el coche de alguien y salí rumbo a la avenida Brasil, aun lugar pijo llamado el espantatrenes. Jamás llegamos, dimos mil vueltas buscando un sitio en el que dejar el coche, y cuando al fin lo encontramos nos enteramos que los demás, cansados de esperar y viendo lo abarrotado del lugar (parece ser que no éramos los únicos que cenábamos esa noche) se habían largado a otro bar en una callejuela de Chamartín.

- Me meo – confesé – no sé ustedes, pero yo me meto al primer bar que vea.

Eso hice, y para mi sorpresa, cuando salí aliviado del inundado baño, todos estaban dentro, y algunos hasta habían pedido una copa. Yo, para no ser menos, pedí una Heineken en la barra y me uní al grupo, que bailaba al son de Melendi.

- Que pena que no le hayan dado un coche a De La Rosa.
- Ese gana más como probador, y no se juega la vida.
- Has visto las tetas de esa…
- No, no he tenido la suerte.
- Espera que mi móvil no deja de vibrar.

Era el jefe, que nos invitaba al bar en el que estaban, decía que él pagaba el taxi y las copas, pero que fuéramos ya. Acojonados, nos montamos en un taxi que, casualmente, escogió una calle por la que pasaba un camión recolector de basura e hicimos el trayecto en el doble de tiempo. Ya en el bar, vi a mis compañeros bailando, algunos más alcoholizados que otros, y las chicas de administración me recordaron lo guapo que me veía esa noche, esta vez con caricia facial incluída. A los cinco minutos nos echaron del bar, y algunos decidimos volver a casa. Llamé a Sol, y por suerte ella también volvía ya, le pedí que me esperase frente al restaurante, donde nos habíamos despedido, y allí la encontré, harta también de no haberse divertido. Volvimos a casa hablando de que al día siguiente teníamos que asistir a un bautizo, y de que odiábamos ese olor a humo que llevamos a casa cada vez que salimos por Madrid. Caímos en nuestra cama como dos robles secos, y cuando volví a abrir los ojos, ya era sábado y el reloj marcaba las 11:10.

- ¿Qué tal la cena de anoche?
- Bien, pero mis amigos son gilipollas. ¿Y tú?
- A mi me regalaron un whisky de doce años y un ajedrez de cristal. ¿Quieres jugar?

lunes, diciembre 10, 2007

Granada, de sangre y de sol



Antes de salir, pregunté a Sebas si debía saber algún detalle específico, algo como bares a los que no ir, calles por donde no meterme, o cosas así. Me explicó que era mejor ir en bus, si no podía pagar el avión, porque el coche me estorbaría en una ciudad tan pequeña y sobretodo si mi hotel estaba en plena Gran Vía. Todo se hace caminando, me dijo, Granada te la tienes que patear. Sol había estado allí diez años antes, cuando su hermana mayor, en plan hippie, había dejado Bretagne para adentrarse en el mundo andalusí y aprender español. Pero no recordaba mucho porque, como ella dijo, era muy joven en ese tiempo y además la mitad de la visita estuvo borracha o con resaca.

Una de las cosas que más se me grabó de las indicaciones que me hizo Sebas, fue que al entrar un bar pides una caña y siempre tienes tapa, como en Madrid (tapa miserable la mayoría de las veces, pero siempre existente). Tu te sientas y te esperas, me dijo, que la tapa viene sola, no la pidas, te esperas. Sobra decir que nunca llegó, en el primer bar estuvimos un buen rato y no nos pusieron ni siquiera esas cortezas asquerosas de origen desconocido, en el segundo, tras una tensa espera pedimos directamente el menú del día, y en el tercero, ya en pleno mirador, tuvimos que pedir la tapa para que el camarero nos donara un puñado de migas con ajo.
La misión principal del viaje era ver la Alhambra, que fue candidata a maravilla del mundo pero que al final fue derrotada por Machu Picchu (o como sea que se escriba), y como yo no había visto ninguna de las dos maravillas, me decidí a comenzar por la que tenía más cerca. Tampoco pudo ser. Después de subir cuestas interminables de 45 grados de inclinación, llegamos a la taquilla y nos informaron de que sólo había pases para ver los jardines del Generalife (que a mí me sonaba a Herbalife), pero que de los palacios, patio de los leones y demás, nos olvidáramos. Me puse furioso y quería mandar a Granada a la misma mierda y volver al hotel a ver tele o lo que sea, Sol me calmó desde lejos e hicimos la cola para comprar las entradas. Al intentar pasar, con los tickets en la mano, el segurata nos dijo que sólo podíamos entrar después de las tres de la tarde, y eran las doce, regresé a comerme a la taquillera por no avisarnos de ese detalle pero no me quiso devolver el dinero; volví a la cola y grité que ya no había pases para nadie, como mínimo hasta las 5 y sólo para jardines. La mitad de la gente se fue y le vendí mis entradas a un guiri justo antes de tomar la Cuesta de los Chinos para bajar al Albayzin.

Aquí la cosa fue mejorando, pues el ambiente inhóspito que me describió Sebas, en el que había gitanos ladrones de bolsos detras de cada esquina, no existió. Llegamos hasta el mirador de San Nicolás, y al fin, disfrutamos de unas cervezas recibiendo el sol directamente, en camiseta, mientras en Madrid la gente sufría con la niebla y el frio. Por la noche, había planeado ir a un concierto de los Escarabajos, en una sala cercana al hotel. Conseguimos las entradas dos euros más baratas al comprarlas en una tienda de discos en medio del barrio de los yonquis (casi toda la calle Elvira estaba llena de ellos) y disfruté como loco escuchando música de los Beatles bien interpretada, sobretodo “I’m down” en la que el bajista en plena euforia rompió una cuerda del instrumento. Al volver al hotel me hizo gracia ver una calle llamada “niños peleando”, y pensé que así podía haberse llamado mi calle de la infancia. Al día siguiente cogimos el bus de las diez de la mañana y a medida que salíamos de Andalucía, la niebla nos rodeaba sin piedad. Llegamos a Madrid a las 4, sin comer y no muy contentos con Granada, la próxima (si la hay) compraremos entradas para la Alhambra por internet.