miércoles, septiembre 09, 2009

Jingle Bells


Edurne entró en el bar borracha y con un gorro de papa noel del que colgaban dos trenzas blancas. Lucio y yo colgábamos de un par de cubatas y la vimos venir hacia nosotros con el mismo pavor que se ve venir a los toros desbocados.

- Menos mal que no la hablo - dijo.
- Yo creo que ella no lo recuerda, brother.

Mama Noel lo rodeó entonces con el brazo y yo aproveché para escapar por debajo de sus patas delanteras. Ole. Me uní al grupo que formaban las chicas del departamento de quejas y por un tiempo indeterminado disfruté de la fiesta. Bailé dos canciones de Camilo Sesto, una de technotronic y Paquito el Chocolatero. Cuando Ana me preguntaba en su español alcoholizado si yo era filipino y Marta me decía que mi mano no estaba precisamente en su espalda Lucio volvió con la confusión en su rostro.

- Dice que olvide el pasado tronco. Que ella siempre ha querido ser mi amiga.
- Pues nada - respondí viendo de lejos a Sonia, que acababa de entrar - hagamos amigos, amigos, amigos, cada día más amigos.
- No sé, chaval, esta gorda no es de confiar.
- Entonces, no confíes.
- Ya, pero es amiga de Isa. Y si ella me odia, Isa también, y yo quiero seguir siendo amigo de Isa.
- Porque está buena.
- También, no te digo que no. Pero más porque es buena tía.
- Y tiene buenas peras.
- Ahí le has dao', cabroncete.

Edurne volvió a colgar sus 90 kilos sobre Lucio y le dio dos besos que sonaron como dos explosiones. No pude evitar abrir los ojos al máximo, tanto que Ana pasó a mi lado y dijo ya no pareshesh filipinou. Edurne, creyendo que yo estaba celoso ante tamaña muestra de cariño me atrapó entre sus rollizos brazos y me dio dos besos también (uno en cada mejilla) que me hicieron sentir como un becerro recién nacido. Isabel, que veía la escena desde lejos levantó el pulgar hacia nosotros y yo me di cuenta de que el frío navideño había despertado sus pezones y éstos estaban a punto de atravesar su camiseta.

- Hola guapo - dijo Sonia, que llegó del cielo para salvarme.
- Hola - respondí, y la sujeté por la cintura como si fuera un salvavidas - ampay, me salvo.
- ¿Qué?
- Nada, nada yo me entiendo.

Algún envidioso preguntó que por qué esa rubia maciza me dejaba sujetarla de esa forma. Yo sólo respondí porque yo lo valgo, y le di una palmadita en su culo de acero. El alcohol hizo milagros y el bar asqueroso me parecía Pachá, la música era perfecta y bailé hasta canciones de Bisbal. No sé cuantos cubatas bebí pero seguro pagué sólo la mitad. Alguien abrió la puerta del antro y el viento helado me hizo toser. Edurne se descolgó entonces de Lucio y mudó su masa al cuello de Alberto, que acababa de entrar.

- ¿Qué hacéis aquí? - preguntó - vamos a Alcalá, que está de putamadre.

Quise aprovechar para escapar pero alguien se subió en mi coche y dijo al Trastero, que ponen copas por dos duros. Minutos después iba contando las luces para llegar a casa.

El Trastero, garito universitario, me encantó. Tenía un futbolín, tableros de dardos y una camarera que quitaba el hipo. Mis esperanzas de enrollarme con Isabel se acabaron cuando la vi llegar al bar acompañada de un pijo que no sabía besarla con lengua. Edurne también había llegado con carne: un pelirrojo que se la tiró esa noche y el lunes consiguió un ascenso en la empresa. Lucio y yo seguíamos emborrachándonos ajenos a todo y viendo los toros desde la barrera.

- Feliz Navidad, brother.
- Feliz navidad, chaval. ¿Sabes que te aprecio mucho, no?
- Yo también, tío, yo también.

Alguien se ofreció a llevar a mi amigo a su casa en el barrio de Salamanca y yo volví a la mía muerto de sueño, borracho y sabiendo que esa era mi última navidad como teleoperata.

miércoles, septiembre 02, 2009

Sueños son.


Anoche, anoche soñé con Tatiana. Es raro porque nunca la he visto en mi vida. No recuerdo cómo comenzamos a escribirnos por e-mail. Creo que fue por culpa de una de las estupideces que escribo en este blog, y que ella, muy amablemente, creyó que podía formar parte de una colección de crónicas. Días después la encontré en el facebook y nos hicimos amigos cibernéticos. Y me gusta pensar que cuando vuelva a Lima (porque a mi avión se le acabe la gasolina, y hagamos un aterrizaje de emergencia) intentaré tomarme un café con ella.

En el sueño, yo vivía en una casa verde de varios pisos que se comunicaban por medio de un ascensor que se parecía mucho al de mi primera casa en Madrid, en el barrio asqueroso de Oporto. De vez en cuando aparecía mi tío el ingeniero (de quien mamá me había dicho la tarde anterior que odiaba a la que, hoy por hoy, es mi ex novia) que me decía que debía reconducir mis acciones, que el camino que había seguido estaba bien pero era mejorable, que la vida es una tómbola tom-tom-tombola. Como siempre, asentía con la cabeza y seguía mi camino hacia mi habitación porque, al parecer también en el sueño, tenía que preparar una maleta para volar a París, que es donde suelo esconderme cuando estoy triste.

Entre cada planta de la casa verde, aparecía una mujer que parecía encargarse de la limpieza y a la que no le gustaba mi presencia pues al verme me gritaba "usa el ascensor carajo, que estoy limpiando las escaleras". Al llegar a la segunda planta, pensando en si debía llevar o no mi Esquire en la mochila para leer algo en el avión, apareció papá y me preguntó que por qué no le había contado lo de mi ruptura con Sol. No supe qué contestar,y, como hacen todos en mi familia, huí del problema corriendo escaleras arriba. Escuché a la señora de la limpieza cagarse en todos mis muertos.

En la segunda planta habían cuatro habitaciones con puertas verdes. Dos puertas estaban cerradas, y me metí en la primera de las que estaban abiertas. Tatiana reía al lado de una chica de ojos chinos, que bailaba con un vaso largo de plástico en una mano y una botella de ron en la otra. ¿Quién es? pregunté, y ella me contestó es su cumple, cholo, déjala ser. Odio que me llamen cholo, normalmente, pero me hizo gracia en su voz y, no sé por qué (así son los sueños, llenos de huevadas) la levanté del suelo como si fuéramos una pareja de recién casados. Bájame, bájame, decía ella, muerta de la risa, que me va a ver mi novio que está en el otro cuarto. Le di un beso en la mejilla y pasé al cuarto de al lado en el que, efectivement, estaba su novio. Me llamó la atención la delicadeza con que cosía una imagen del Señor de los Milagros en un hábito morado, pero recordé el motivo de mi ascensión a la segunda planta y pregunté: ¿alguno de ustedes me puede llevar al aeropuerto?.

Como el novio costurero no me quiso ayudar, un amigo suyo de pelo zambo se ofreció a ayudarme, pero al toque, flaco, que estoy recontra apurado. Chapé mi maleta y una mochila pequeña que me colgué al hombro. Llamé al ascensor temeroso de la mujer de la limpieza, pero el amigo zambito bajó corriendo por las escaleras. Cuando al fin llegué al piso inferior me di cuenta de que no me había despedido de Tatiana y quise volver, pero entonces descubrí que había perdido mi mochilita con mi pasaporte, mi dinero, mis tarjetas de crédito y mi foto de Mónica Bellucci. Casi lloro de la impotencia.

Me desperté sudando y preguntándome qué mierda de sueño había sido ese. Prefería mil veces (y echaba de menos) aquellos sueños en los que le mordía el culo a Vero, o aquellos en que jugaba al futbol con Ronaldo. Éste no tenía ningún sentido. Decidí correr a escribirlo antes de que se me olvidara, con la esperanza de que Tatiana se pusiera en contacto con algún chamán de Pisco y le preguntara qué carajo significaba todo esto.
Lo único que sé a ciencia cierta es que tengo un avión a París en unas horas, y no sé ni dónde está mi pasaporte ni si llevar mi Esquire para leer algo durante el vuelo.