sábado, diciembre 28, 2013

Que por qué me quedo

Salir con Rubén sería un suicidio. El pobre es un buen amigo,eso no está en duda, pero hace tiempo descubrí que es un amigo de cafés. Salir con él de noche es algo que jamás volveré a hacer. Entre su pánico a las mujeres y sus temas de conversación monótonos puede dinamitar cualquier velada que apunte maneras. Hace poco conoció a una tía en el gimnasio, ella le entró a saco, le pidió salir y cuando él al fin accedió la chica movió ficha en un parque de Madrid. Todo en vano, Rubén le dijo que él no tenía nada que ofrecerle, que no se acostaba con tías sólo por sexo, que tenía que haber amor y, que si lo que buscaba era una aventura, que mejor a él ni lo mirara. La pobre chica quedó perpleja, anonadada, culitiesa y ojiplática. Recogió sus bártulos (una botella de tinto de verano del Supersol y unas magdalenas) y volvió por donde vino segura de que Rubén la bloquearía en whatsapp apenas la perdiera de vista. Cosa que, efectivamente, pasó, pues mi amigo me contó todo esto de paporreta una noche de copas, como respuesta a mi "vamos a hablar con esas dos" que le solté en un bar de la calle Barcelona. Me dio tal bajón, que me entró hambre, salimos del bar, bajamos por Espoz y Mina y terminamos en un kebab de mierda junto a una familia de franceses ratas que no querían pagar por comida de verdad. 

Salir con Silvia estaría de putamadre. Nos queremos con terquedad desde que dejamos de currar juntos, y me gusta creer que fui uno de sus pilares base en la toma de una decisión que le cambió la vida: ponerse tetas.
Antes de eso Silvia era, como le dije una vez jugando al billar, como uno de esos perritos que llevan las pijas en el bolso y que te ladran al pasar. Con un ladrido que parece un quejido de patito de hule del Tiger, notas su presencia, sí, pero sabes que lo hace sólo para cumplir con sí mismo y con su saber estar de perrito de mierda. Silvia hacía eso, te vacilaba, jugaba con los dobles sentido y tal, pero siempre tímida, avergonzada por lo que acababa de decir. Desde que pasó a tener su nuevo par de melones te suelta cada burrada que te hace pensar si esas bolsas de silicona no tienen también algo de saliva de camionero de Getafe. 
Lo malo es que hoy Silvia tenía plan, así que nada. No podemos irnos por ahí.

Salir con mis amigos del curro tiene su aquél. A pesar de tener la misma edad de mis antiguos compañeros de trabajo, piensan diferente. Quizás tiene que ver el hecho de que viven solos, no tienen a papi o mami al lado porque vienen de provincia, Francia, Marruecos o Tomelloso y además hablan tres idiomas. O también puede ser porque fuman como Bob Marley. Son mi plan C, siempre, porque tampoco me gusta dejarlos tirados a eso de las 3:00 (porque yo, pase lo que pase, solo o acompañado, a las 3:00 tengo que estar en mi casa) y no quiero que mis bombas de humo sean algo que resalte más que mis camisas. Pero hoy están cada uno en sus pueblos, celebrando las navidades con sus familias y engordando como monjas preñadas. 

Por eso, cuando una amiga me llama y me pregunta que qué hago y que por qué me quedo en casa,  le cuento todo esto. Se descojona conmigo y me dice que me deja, que su novio vuelve ya de traerle el cubata, que están en un crucero (y yo pienso: "¿crucero?, ¿qué tenemos, 65 años?") y que tiene que hacer acto de presencia; pero antes de soltarme un muack que estoy seguro que le ha quitado años de vida a mi oído, me aconseja que escriba toda esto que le acabo de contar. Porque dice que mola, y tal.

Y le hago caso, porque yo quiero mucho a mis amigas.

miércoles, noviembre 27, 2013

Suave Dandy

El cielo de Lima sólo sonríe en enero y febrero, el resto del año se tiñe de gris tristeza, pintado sólo de vez en cuando con trazos de gallinazos tardíos. Amos que es una mierda. 

Pero bajo ese cielo pueden pasar cosas tan simples como que un niño triste aprenda a escribir, a cantar o a ser tan odiosamente cobarde jugando al fútbol que eso le impida descubrir, hasta que ya es muy tarde, que es realmente bueno haciendolo.

Bajo el cielo triste también surjen historias de niñas lejanas que declaran amores por carta, una vez que todo ha acabado ya. Con la misma esperanza con la que se compra lotería navideña en España: sabes que no te tocará una mierda, pero ¿y si sí?

Hay barrios que son enormes e infinitamente interesantes cuando tienes 10 años, para convertirse en maquetas con gente cuando vuelves pasados los 30. Entonces te vuelves un desconocido entre desconocidos y caminas por ese barrio aprovechando tu invisibilidad, riendo en silencio, para volver por donde viniste. 

Bajo el cielo de Lima a veces venden cosas, cosas que nadie necesita y que todos compran. Regalos tan raros como muñecos que fuman o pulseras de semillas. Se ven también postres ambulantes capaces de convertir en diabéticas a toda su población de moscas. Y te los comes, porque estás en Lima, como te comes la pizza asquerosa que flota en cada esquina de Roma.

Cuando el cielo sonríe, los del puerto aprovechamos para mirar hacia el mar. Más hablador que el río. Nos sentamos a sentir la brisa con olor a pescado y, si hay suerte, pasamos el brazo por encima de quien nos acompañe antes de soltar "Vaya ciudad de mierda, pero es la mía. Es lo que hay".

Todo esto, a ser posible, pasa antes de que alguien te asalte.

viernes, octubre 25, 2013

Momento Lionel Richie

Comiendo con mis padres, siempre descubro que soy un ser normal y excesivamente sobrevalorado.  Lo raro es que haya tardado tanto en darme cuenta de lo constante de sus veredictos. Veredictos que, a su vez, se extienden siempre hacia el resto de los humanos por los que ellos sientan el mismo (o incluso un poco menos) cariño que por mí.

- Cuando llueve escribo mejor, o con más ganas - suelto, mientras esperamos a que llegue el café - Una tarde de ridícula lluvia le escribí a Gisela que la quería. Era mentira, claro, pero ella se lo creyó y estuvimos juntos casi un año. Me acompañaba, la fascinaba, así que todos felices. Pero en Lima llueve poco y mi escritura se secó.

Mamá siempre cree que lo yo piense es lo correcto, casi nunca me contradice y, en el peor de los casos, al ver que mi argumento es completamente ilógico y tiradísimo de los pelos (porque sospecho que eso alguna vez pasa por su cariñosa cabeza) la pobre se limita a ponerse triste. Eso me raya. Papá no, él siempre tiene la razón, y basa sus argumentos en un artículo que ha leído en El País, algo que vió en El Intermedio o, ya perdido, en una historia que algún amigo jubilado le ha contado.

- Una noche de musical lluvia, le escribí a Sol que seguiríamos juntos -sigo, ya con mi ristretto en la mano - Pero fue una promesa vaga, insincera casi como el sol de Octubre en Madrid, que era el sol de Liverpool en ese agosto. La canción terminó y cada uno se llevó el Let It Be por su lado.

- Estas tortitas están cojonudas - dice papá.

- En New York, creo que les llamaban pancakes - dice mamá.

- Una tarde lluviosa conocí a Noelia - yo, a mi bola -, y nos escribimos mil wasaps de esos que te partes el pecho. Su risa era más real que sus ganas y las mías eran de domingo por la tarde. Ella se fue a Valencia y yo me quedé en Madrid. Ahora creo recordar que tiene un perro.

- Ah, hijo, eso me recuerda que me tienes que reinstalar el Windows 7.

La mesa de la lado se llena con otra familia de españoles en chándal y yo los miro con cierto recelo. No me fío de la gente que va en chándal por la vida sin practicar deporte alguno. El camarero tampoco se fía y se acerca inmediatamente a preguntarles que en qué les puede servir. Yo, sin venir a cuento, recuerdo que un abril lluvioso le mandé a América el borrador de mi novela para que lo leyese. Imagino que era tan malo que no le produjo el más mínimo levantamiento de ceja, porque solo obtuve una copia de su libro firmado. Con un pez globo dibujado a modo de dedicatoria. Me hundo durante dos segundo, tiempo más que merecido para tamaña tragedia y cambio de tema en voz alta. Por ejemplo: la mujer de un amigo de mi madre, presa por intentar llevar droga en la maleta.

- Yo digo que ella sabía perfectamente lo que traía - suelto, mientras me como la galletita mierder que venía con el café - el hecho de que le metieran droga en la maleta, así, como quien te da publicidad de Kebab al salir del metro, no me cuadra má, ¿qué quieres que te diga?

- Ay, no, papi - responde, amorosísima - lo que pasa es que su hermano es el que tenía la courier y le preparó la maleta. ¿Cómo se va a meter en eso ella, si tiene dos hijos?

- La gente que tiene hijos también trafica con drogas, mamá. Tengo que dejarte mis DVD's de los Soprano.

- Estoy de acuerdo- suelta papá, mientras lucha con el churrasco argentino - no sé yo, ah. Esa se metió con tu amigo porque tenía chalet con piscina y una empresa. ¿Pero dónde la conoció? En una fiesta de peruanos, ahí no va buena gente. El otro día leí en el ABC que en Vallecas muere por lo menos un sudamericano al día por ajuste de cuentas.

- El ABC es caca, pero sí, hay mucha gentuza en ese barrio.

- Eso no tiene nada que ver con el bario- me corta mamá. Con dulzura eso sí - te recuerdo que venimos de un barrio humilde. Es más, tu papá hasta hace poco se vestía así como un pandillero jubilado.

- Joder, ¿por qué siempre me tienes que meter a mí?

Miro por la ventana del café y veo a unos niños chapotear en los charcos formados por la lluvia. Uno es rubito como el hijo de Vero, a la que una mañana de lluvia tímida le escribí en un folio, y sobre un mail, mis más sinceros deseos. Me pareció un buen detalle, y gané dos besos (uno por mejilla) pero volví en autobús a casa viéndola escoger su vida, a mi aventura.

Pido la cuenta, pago y, como siempre, dejo sujeto el ticket con dos monedas de cobre como propina. Arrugo la servilleta y pienso en todas la chorradas que escribiré en la mil tardes de lluvia que me quedan. ¿Alguna servirá para algo? Me pregunto en silencio, porque sé que si lo digo en voz alta mi madre dirá que sí, que ganaría el Nobel, y mi padre diría que escribir más de tres líneas seguidas, es de locos. O de vagos.

jueves, septiembre 05, 2013

Olivia en el Sandwich Shop

La primera vez que escuché a Olivia, yo estaba en un VIPS escaqueándome del curro, viendo libros de esos muy gordos y con muchas fotos. Creo que llevaba semana y media o menos en mi nuevo puesto, y, como es normal, no tenía amigos ni nada que se le parezca (seis meses después, la situación tampoco es que haya cambiado mucho, la verdad). Así que mi jornada laboral se reducía a bajarme podcasts de Radio3 y meterlos al móvil para fundirme la batería escuchando a Cifu o Santiago Alcanda.

Y fue éste último el que un día largó en uno de sus programas de nombres cuquis ("Baladas en el Coffee Shop" creo que se llamaba) una canción que la misma Olivia habría, según Alcanda, calificado de "material no radiable". Hablaba de Marilyn y más cosas y me quedé ahí tó quieto escuchándola, como cuando mi tía Nila cantaba en casa y yo, un mocoso de pocos años, la miraba embelesado. La putada fue que me quedé impávido justamente frente al libro "The Big Book of Boobs" y una señora que pillaba el ABC me miró con el mismo asco con el que imagino que mirará a los mendigos cada domingo, antes de soltarles 1 euro al entrar a misa de doce. Porque sí, oh señor mi señor, doy un euro porque eso de dar menos es de socialistas. 

No compré una mierda en el VIPs y volví a mi curro a seguir haciendo el paripé. Me convertí en follower de Alcanda y de Olivia con la grandísima e inútil certeza de que él era un ser musical inquieto y ella una señora negra muy cabreada, como la dueña del gato "Tomás" de Tom y Jerry. (nota mental: buscar un fotograma de la señora y hacerme una camiseta para cuando quede con mis amigos peterpanescos de casi 40 tacos y tripa horrorosa, que siguen saliendo a la calle con camisetas de "Heynena" o Mazinger Z).

Mi vida siguió su curso: corría por el Retiro, estuve a punto de tener perro (pero me eché atrás al imaginarlo flotando sobre el váter, como mi última mascota), un amigo más anunció que se casaba, otro confirmó que había dejado su adicción a la marihuana y que en su lugar había abrazado la afición de apuntarse como invitado a cuanta boda se realizase a su alrededor, cambié de peinado, entendí la canción "Me Voy a Quitar de Enmedio" de Vicente Fernández y "Mother" de Pink Floyd; y me compré una sudadera del Atlético de Madrid (la original, no esa mierda para canis que regala el diario As).
Una tarde de esas en que utópicamente me empeño en que la gente de twitter tiene cosas guays que decir, me metí a leer y grande fue mi sorpresa cuando vi que Olivia, esa señora negra cabreada, no había escrito una mierda en su TimeLine (please, pronúnciese "Taimlain"). Obviamente, mención incluida, lancé un tweet de queja.

No sólo me respondió, si no que además, la pobre estaría tan cansada de escribir canciones, que se convirtió en uno de los 4 followers que tengo, que no son spam. Empezamos a escribirnos y descubrí dos cosas: que al parecer había en twitter alguien que puede odiar al mundo y molar un poco más que yo, y que además no era una señora negra con medias caídas que perseguía a su gato por debajo de los sofás, si no una chica de Cáceres de mirada más sincera que la producción de sus discos.
Confieso que nunca la he visto en persona, pero tengo en casa una crema del mercadona que me pidió una tarde y ella una navaja de Albacete con una misteriosa inscripción grabada; ambos regalos se intercambiarán en algún bar de viejos madrileños cuando llegue el frío y nuestros pocos amigos tengan menos ganas de vernos. Entonces, quedaremos en cualquier sitio con cabezas de gamba por el suelo y le diré, hola, mucho gusto, soy la hormiga nihilista a la que alguna noche le has regalado una sonrisa antes de dormir. Seguramente me dará un guitarrazo, me hará una foto y subirá mi cara ensangrentada a su cuenta de Instagram.

lunes, agosto 26, 2013

Are Made Of This

Y cuando me despierte esta noche, tras mi pesadilla de turno, pensaré en ti. Lo sé porque siempre es igual. Tanto, que ya mis pesadillas me asustan menos que el momento ese en que veo, deslumbrado, el reloj del móvil, y pienso que a ver cuanto tardo en volver a dormirme mientras me acuerdo de lo mucho que te jodía ayudarme a dormir.

Normalmente me decías que mis miedos raros eran eso, raros, y por eso infundados. Que me metía mucho peso en los hombros y por eso ya ni siquiera podía disfrutar, por decir algo, de esos terrores nocturnos que hicieron ricos a los productores de las pelis de Freddy. Me reía entonces y, mientras jugabas con mi pelo, me dormía igual de acojonado. No por volver a soñar algo malo, sino por despertarme y ver que la realidad era peor. Porque ya sabes que no hay mamífero más pesimista que un limeño. Y si, como yo, es del puerto, pues peor.

Recuerdo con especial cariño los sueños en los que me pierdo en una ciudad que conozco. Entonced me paso media noche preguntando a los transeúntes qué autobus, metro o escalera tomar para llegar a mi destino. Destino que normalmente tiene una hora de ingreso y un castigo por no cumplirla: llámase universidad, trabajo, o cita con alguien importante. Entonces mi pequeña odisea me lleva siempre por el camino incorrecto, por calles o pasajes que se repiten hasta llevarme a un sensación de angustia tal que termina por despertarme a las 4 de la mañana.

Pero ahora el pelo se queda desacariciado.

No sé si existe esa palabra, ni me importa. Lo que busco en verdad es una forma de poder despertar tranquilo. Porque últimamente lo hago cabreado. Sí, sé que me dirías que es de tontos del culo buscarse preocupaciones gratis, cuando hay gente, como tú por ejemplo, que no tiene mi suerte y no cuenta con un trabajo fijo que le asegura, al menos por ahora, poder pagar las facturas a fin de mes. Me dirías que soy un egoísta por no preocuparme por tus problemas reales y darle demasiada atención a mis temores imaginarios. Que soy un ansia viva por creer que mis jefes me odian por ser un impostor en todo. Entonces, bebería agua, y te seguiría escuchando ya sin verte.

Me darías, también tú, la espalda, y pensaría yo que para estar así, mejor estar solo. Que una relación en que ninguno puede ayudar al otro, no es una relación, sino una pesadilla eterna. Y me dormiría one more time sólo para soñar que te ibas y que yo te buscaba como un loco porque te echaba de menos, y en el sueño veía que pasaban días y noches y yo no dormía porque eras tú Morfeo y la única que adormecía mis miedos. Y en la búsqueda inútil, en un anochecer de los muchos, un indigente me regalaría una radio y sobre su cabeza aparecería un bocadillo en plan comic con el mensaje "a mi me sirve escuchar a otros, para dormir".

Y despierto, y mis miedos siguen allí. Alguien me llama no sé desde donde. Mi pelo está revuelto y los dos son mis lados de la cama. La radio se enciende y bebo agua. Son las 4 y me busco porque ya no vas a estar, y me aburro también de mis chorradas, las escribo en un cartón y como sé que mañana tampoco habrá salida cierro los ojos para prepararme a entrar en ese laberinto de cada noche y volver a subirse al bus incorrecto, la escalera equivocada.

¿El pelo? Mola un montón, y ya llegará alguien que lo quiera acariciar, tú por eso, no pierdas el sueño.

lunes, agosto 05, 2013

Dr. Robert

Pepe iba a 100 por hora en una calle de 70. Tomy a su lado gritaba speedico que sí, huevón, que son nuestras, huevón, que síguelas, que han doblado a la derecha en la esquina de Guisse. Yo, tirado en el asiento trasero del toyota coupé blanco, me aburría como una ostra. Y sí, me había metido por la nariz lo mismo que ellos, en Lima, de noche, al lado del puerto; pero ni con esas conseguía sentir todas esas cosas que mis amigos decían sentir. Te sientes como Superman decían, invencible, juraban, pero yo seguía hasta los cojones de tanta estupidez y lo único que me motivaba era que estábamos yendo a la fiesta a la que nos acaban de invitar las hijas del alcalde. A las que por cierto, habíamos perdido mucho antes del cruce con Guisse.
Esa noche, terminamos los tres comiendo sandwichs de pollo en un puesto ambulante, repleto de borrachos.

En la facultad, era casi imposible estudiar para todos los examenes. Algunos, como yo, usaban la técnica del endoscopio: estudio para uno y en dos, copio. Pero no siempre resultaba. Había días en que amanecías más cagon que de costumbre y ese papelito que te habías metido en los huevos se quedaba ahí hasta el final del día. A veces más, porque no fue raro el momento en que semanas después de haberlos lavado, mis calzoncillos dejaban caer de esa rendija inútil que tienen los boxers, las respuestas del examen pasado. Por eso, cuando la chica de Química me dijo que esas pastillas de cafeína me mantendrían despierto para estudiar sin cansarme y que al día siguiente, el del examen, estaría fresquísimo como una lechuga (quien haya inventado esa frase no ha visto la lechuga que tengo en la nevera, by the way). Mentira. Me las tomé, estudié, aprendí y me dormí en mi mesa hasta las seis de la tarde del día siguiente. Derrotado, me fui a ver el Planeta de Los Simios de Tim Burton y me tiré a una amiga de mi hermano, que se empeñó en acompañarme. Llamadme romántico.

Hablando de eso, cuando María, mil años después y ya en Madrid. Moratalaz, para ser exactos, propuso que fumásemos marihuana antes de follar, a mi ya como que me daba mala espina. No me hacen efecto las drogas, le advertí, pero ella dijo que sí, que su camello era de Algeciras y eso era como el Silicon Valley de la mierda buena. Gentleman, donde los haya, y porque pasaba de volverme a casa con el calentón, accedí. Ella bailaba con los ojos cerrados y todo, en el salón de su casa, y yo, ya satisfecho sólo pensaba en pirarme a la mía. Me preguntó si había sentido y algo y le dije que no, que nada. Insistió diciendo que sí, que los cuerpos se sentían super conectados y con la yerba eso aumentaba al mil por cien, pero yo asentía y de refilón miraba mi móvil y mis llaves de casa. Lo notó, paró de golpe y, como ya os he contado anteriormente, me echó de su casa acusándome de haberla grabado por bluetooth (sic).

Por eso, creo firmemente eso que dicen que las drogas son malas. O al menos, todas las que han llegado a mis manos, lo han sido.

martes, julio 30, 2013

El Do de mi clarinete

Olivia me preguntó un día sin lluvia si yo sabía tocar algún instrumento, y claro, el clima seco no me dejó inventar y de mi boca sólo salió la verdad. Le conté, ya animado, parte de mi estéril carrera musical, ahorrándome, más por pereza que por pudor, la parte en que unas colegialas me encerraron en el aula de un colegio público, cual rock star de pueblo joven.

No sé si le dije que mi primer intento fue con un xilófono de plástico. De esos que tienen palitos que parecen super alfileres para hacerlos sonar. Al principio creí que se trataba de un juguete inofensivo, pero la ansiedad en los ojos de mi madre y el desangramiento interno evidente de mi padre me hizo sospechar que la cosa esa que había caído en mis manos no era más que uno más de los intentos de mamá por sensibilizarme (amariconarme, que diría papá) para que así olvidase mi afan por saltar contra las paredes, jugando cada día a dejar la marca de barro más alta en el verde pastel que adornaba todo.

Cuando mamá descubrió que el xilófono había mutado en un increíblemente cool refugio para soldados aliados e indios amigos suyos, se resignó por unos meses. Papá, feliz, me regaló una pelota de fútbol durísima que casi me deja cojo.


Mi segundo intento fue con mi tio el wannabe, que tenía un grupo de rock de medio pelo, al que nunca contrataba nadie y con cero sex appeal entre las chicas del barrio. Obviamente, moría por ser uno de ellos. Me esforcé a aprender a tocar la guitarra pero mis manos pequeñas me impedían lograr medio acorde en ese armatoste de madera que, Jorgito (bajista, bohemio, enano) manejaba con inaudita soltura diablesca. Agarrala así, decía, apreta acá, abundaba, déjalo correr y más sueltos los dedos, desesperaba. Un día, hasta la polla, le dije a Jorgito que pasaba de la guitarra, que lo mio era cantar. Me hicieron una prueba, dijeron que la había pasado con honores y nunca más me llamaron.


Ya en el cole, con adolescentes sudorosos y delincuentes en potencia, no se me ocurrió mejor idea para disimular mi aún no aceptada poca empatía con el populorum que apuntarme a la banda de música. Esos tíos eran los apestados, brother. El director de la banda, como Olivia, me preguntó que qué tocaba; le dije que nada, dijo que qué me gustaba y,señalando lo primero que vieron mis ojos, apunté a una trompeta. El primer día de ensayo me enseñaron cuatro notas, el segundo día las restantes, el tercero me dieron una partitura que no entendí, el cuarto me equivoqué de boquilla y cogí la del negro Zapata (enfermo de halitosis canina) y nada más tocar con mis labios el instrumento sentí como inmediatamente me salía una calentura en la boca del tamaño de un puño y vomité ahí mismo, en el cuarto de instrumentos.

Al quinto día ensayé con la banda, con una tarola de juguete. Instrumento con el que meses después desfilé por el barrio causándo la risa insolidaria de mis tios.

Mi último.intento fue en la Facultad, ya bien peinado y molón. La Kika llegó con su guitarra mal afinada y todos la tocábamos mal y nos la íbamos pasando para ensayar canciones que oíamos por la radio. Yo era el peor de todos, y, para colmo, descubrí que las cuerdas me hacían daño en los dedos. La Kika dijo que eso era normal, hasta que desarrollara callo y tal, cosa que en mi mente era inconcebible, así que un día, así sin más dije eso de "yo mejor canto, nomás". Y así obtuve mi primer aplauso individual. Mis amigos, público exigente donde lo haya, y obviando (por favor) el hecho de que estaban hasta el culo de vino barato, me felicitaron efusivamente tras cantar una canción megafácil como es "More Than Words" de Extreme. Yo, incrédulo, quise pedir el comodín del público y busqué al único especímen del sexo femenino que a esas horas aún pululaba por allí: la chica de las fotocopias. La arrastré y la metí al aula, donde mis amigos trataban de exprimir sin éxito la botella de vino. Siéntate porfa, le pedí, y ella alzó los hombros, me escuchó cantar, se levantó y antes de salir por la puerta se giró y me dijo "cantas bien, flaco". La Kika esto último no lo cree, pero es que estaba ya dormido sobre una mesa.

Cuando le dije a papá que había cantado en la universidad me dijo que sí, que bien, pero que si no aprobaba Estadística mejor que me fuera buscando un trabajo.

Ahora Olivia dice que le gusta lo que escribo, y hasta sugirió que haría una canción con mis párrafos. Si eso llega a pasar, puede que resulte que al final sí que tenía razón Jorgito, para que las notas salieran había que "apretar acá y dejarlo correr con los dedos más sueltos".


miércoles, julio 24, 2013

La humildad del derrotado

Yo, como todo peruano, tuve 15 minutos de mi vida en que fui rico. Y esa riqueza fue tan efímera que si se hubiera desarrollado en mis tiempos actuales seguramente habría durado menos que cualquiera de mis novias. El primer culpable de esa riqueza fue mi abuelo, un hombre suburbano de esos de antes, que al ver que su padre no lo había inscrito correctamente en el Registro Civil, no encontró mejor manera de expresar su venganza ante tamaña ofensa que ir él mismo y cambiarse el apellido por el más ridículo que encontró. Que sí, que con eso jodió al bisabuelo que se revuelca ahora en la tumba porque su legado murió de forma nocturna, pero también a nosotros que no sabemos cuál es nuestro apellido original y estamos condenados a llevar por siempre uno que, en nuestro país provoca la risa indisimulada.

Pero claro, al abuelo, eso le dió suerte.

Su genio con las manos lo convirtió en un mecánico de fama expansiva, y esas mismas manos le agenciaron también una serie de amigas a las que mi madre llamaba "el cardúmen". Yo conocí a algunas, pero eso fue hace mucho y no lo recuerdo. Me quedan olores más que imágenes, olores a cuero y gasolina, a señoras bien, a lavanda y juguetes de jebe nuevo. Lo malo, es que papá había desarrollado, de forma paralela a la riqueza del abuelo, un orgullo inútil que me impedía aprovechar cada una de las ventajas de tener un abuelo dadivoso. Que me regalaban coches de carrera, devuélvelos que ya te compraré yo unos, que me compraban un libro en reemplazo del que había perdido, castigado por perderlo y por recibir regalos, que el abuelo estaba hasta la polla y me daba pasta directamente, pues castigo triple con tirabuzón invertido y el dinero que volaba desde las manos de papá hasta la cara del abuelo que ni siquiera se molestaba en recogerlo y se limitaba a ver cómo su perro lo olisqueaba con curiosidad gatuna.

Como decía mamá, el orgullo de papá no era gratis. Costaba horas de trabajo que luego se convertían en lavadoras, teles, ropa y zapatos a medida para nosotros y neveras siempre llenas. Yo creía entonces que eso era normal y por eso cuando en el cole veía un niño con pantalones más largos de lo normal o zapatos viejos, creía simple o llanamente que eran niños a los que nadie quería. Corría yo por los parques seguro de que esa mariposa tenía que posarse sobre mi mano, que ese risueñor cantaba para mi familia y que esas manzanas bañadas en caramelo siempre estaban allí esperando a que a mi me dieran la gana de pedirle a mamá que me las comprara. Mis hermanos y yo íbamos a las fiestas como si todos los cumples fueran nuestros y, aunque yo prefería sentarme a leer a ponerme a bailar, sabía que si lo hacía la rompería. Porque, claro, había estudiado los pasos de Parchis en mi tele Westinghouse.

Hasta que un día, nos fuimos a la mierda. Sin darnos cuenta, como España.

Papá perdió el curro porque la fábrica quebró. En un principio creyó que se salvaría por ser accionista, hasta que descubrió con poca sorpresa que sus acciones habían perdido más valor que las tetas de la abuela. El abuelo, cansado de tantos desplantes, en un principio no quiso ayudarnos, pero luego, el pobre, ya no pudo. Se habían esfumado sus Packard, sus millones (gastados en alcohol y mujeres) y su talento. Pasamos de ser guays a normalitos, de personajes principales de Shakespeare a secundarios de Torcuato Luca de Tena.

Lo bueno de todo eso es que mamá (la más lista de todas, y pitonisa secreta) nos enseñó desde el día uno que nunca había que ir fardando. Por eso, cuando nos explotó la pobreza en la cara, nuestros amigos de siempre seguían allí sin apenas notar el cambio.

Pero claro, yo lo sé, aunque ellos no. Sé que, como todo peruano, tuve mis quince minutos en que fui rico y a veces, sentado con los míos en la piscina de mi casa y con un cerveza en la mano, recuerdo esa época con nostalgia. Y, of course, con mucha humildad.


martes, julio 09, 2013

Pourquoi Tu Fumes?

- Fumo cuando me lo estoy pasando bien.
- Como ahora, dices.

"Sí" respondo, mientras la veo curiosar entre mis libros. Conecta su Iphone a mi cadena de música y los altavoces escupen a The Cure, que ella baila con los ojos cerrados. Calada larga, ceño fruncido y humo fuera. Ella sigue bailando rico mientras el gordo cantante habla de enamorarse un viernes. Su pelo largo le cae sobre los hombros y se limpia un mechón de la cara antes de ponerse un pitillo entre los labios y volver a bombardearme a preguntas.

- ¿Desde cuando entonces?
- No sé si cuenta, pero mis padres nunca fumaban en casa. Yo veía fotos suyas de más jóvenes y, al menos allí papá siempre estaba fumando - calada suave, hablo expulsando un poco de humo, toso-, mamá decía que lo hacía por parecerse a Robert Redford. Y no sé si fue porque me lo repitió mil veces, pero al final terminé por ver a mi padre idéntico al actor ese en cada una de sus fotos.
- Flipao.
- Ya. Mi madre, que está pa allá. Le mola inventarse historias. El caso es que en casa nunca fumaban, predicaban con el ejemplo y siempre me decían que fumar era malo. Casi un pecado. Un día me encontré un cigarro en la  calle y jugué al Clint Eastwood con él en los labios, más o menos como lo tienes tu ahora, pero sin tetas.
- Payaso - clic de mechero, mirada killer bajo el mechón dorado, llama exacta para encender el vicio - et alors?
- Na. Que mamá me encontró en la calle con el cigarro en la boca y me lo voló de un bofetón que en algunos países provocaría la excomulgación. Si me hubiera encontrado papá, habría sido diferente. Él me habría soltado un sermón mirándome a los ojos con esa mirada de serpiente que de sólo recordarla me acojono entero.
Recuerdo que lo seguía - le susurro, mientras la recibo a mi lado rodeandola con mi brazo- al local en el que se reunía con los otros jugadores del club de fútbol de mi abuelo..
- ¿Qué club?
- Uno que fundó mi abuelo, pero esa es otra historia. El caso es que papá siempre estaba allí, jugando al billar o a las cartas, con un Ducal en la boca y un vaso de cerveza siempre lleno. Entrar allí era como ser indestructible. Todos sabían quién era yo y me daban chocolates, dinero y a veces hasta me dejaban ver la baraja de mujeres desnudas. Las sillas de cuero olían a sudor y a tabaco, a alcohol.

Me mira mientras deja su cigarro casi muerto en el cenicero mierder que alguien olvidó en casa. Estira sus piernas infinitas sobre el cristal de la mesa y pregunta que entonces, si me gusta tanto el olor a humo, cómo es ue nunca dejo fumar a nadie en casa.

- Eso no es verdad - respondo- tú estás fumando, rubia. Y no te he mandado a la cocina.
- Ya, pero es porque tengo tetas. Apuesto a que nadie que no use un 95 de copa de mínimo puede siquiera tocar este mechero.
- Lo tengo para el incienso del baño.
- Arrête, 'tit con. Sabes a qué me refiero - me suelta, y me clava un beso lleno de humo.  Su Ipod salta de The Cure a Alanis y yo, ya con los ojos rojísimos, sigo dándole la chapa.


- Mis abuelos tampoco fumaban, cuando estaba yo quiero decir. Los imagino sentados un día en una de sus reuniones con el alcalde, bebiendo pisco del caro y decidiendo que por el bien del nietogénito era mejor dejar los puros para esas noches de farra. Muy bien compadre, sea pues. Apretón de manos de los de antes, de los que valían y  Lima, 1976, Regístrese Comuníquese y Archívese.
- Putain! Estás fumadísimo!
- Que va! Esta mierda sólo me tiñe los ojos de alegría falsa ma chèrie,  por dentro no siento nada. Soy peruano ¿recuerdas? Nacemos con anticuerpos para los alucinógenos. Siglos de antepasados masticando coca como si fuera trident hierbabuena.

Su Ipod de mierda se queda sin batería y aprovecho para poner algo de mi música y recuperar un poco de poder territorial en la que, si no recuerdo mal, aún es mi casa. En un principio no me decido entre Queen y Red Hot Chilli Peppers. Pero entonces recuerdo que no tengo nada de los californianos y dejo que Freddie cante. Genio.

- En mi casa en cambio, fumaban todos. Hasta el perro creo.
- Mi abuelo hizo fumar a su perro un dïa, cuando yo ya tenía diez años. Entonces dejaron de fingir y ya no jugaban al abuelo engreidor. Uno se reveló como un mujeriego empedernido y el otro, también. Eran como dice Kundera que debe ser un mujeriego, uno enamorándose de muchas y el otro siempre de la misma.
- Comment?
- Sí, todas sus amantes eran parecidad entre ellas. Yo a veces me confundía y llamaba a una por el nombre de la anterior. Mi abuelo se partía el culo.
- ¿Cómo me llamo?
- Nadia.
- Bien - dijo, y se levantó del sofá. Se quitó la camiseta que llevaba con la cara de Jonny Depp y me la tiró a la cara- ¿qué disco usas para follar? - me soltó, sonriendo.
- El que quieras. Dije, y me alegré en silencio cuando escogió uno de The Who.

Se me acercó leonina, me quitó el poco cigarro que me quedaba en la boca me soltó una bocanada de humo entre los labios y me susurró un "arrete de fumer" que me dibujó para siempre una baraja entera dentro de los párpados.