martes, enero 22, 2008

Le casting


La cita era a las 5 y media, pero no el cine Romeo. Días antes, el Mongo había leído un anuncio en El Comercio en el que un grupo de rock buscaba cantante. En realidad, esa tarde su intención era encontrar un trabajo decente, como el que se le escapó por no saber Autocad ni AS400, pero al ver la convocatoria musical no lo dudó y llamó para pedir información. Ellos eran un grupo de covers, no tenían canciones propias y de vez en cuando tocaban en bares del norte de Lima, sólo es por huevear, le dijeron, pero queremos alguien que cante más o menos bien.
El mongo ya veía su cara en los carteles, y se imaginaba cantando frente a cientos de personas. Ensayó y ensayó hasta que llegó el día de la cita. Esa tarde, siguiendo las indicaciones del guitarrista, llegó a un barrio de Los Olivos, cerca de la casa de un amigo suyo (y rogó no encontrárselo, para no dar explicaciones); tocó el timbre y no respondió nadie. En un minuto su mente voló y el pobre Mongo creyó que, una vez más, se habían burlado de él, y no había ni grupo, ni casting, ni nada. Pero unos segundos después, una morena pequeñita que se parecía a Shakira, abrió la puerta. Pasa, le dijo, estamos ensayando al fondo y no habíamos escuchado el timbre, te he visto de suerte, flaco.

La casa estaba anclada en los ’70 y no faltaba el típico almanaque en cada pared, aquí es difícil olvidarse en qué dia estamos, dijo el Mongo, y Shakira sonrió divertida. En un cuartito de tres por tres, estaban los músicos: Charlie, el guitarrista, y Tito, el dueño de la batería. ¿Qué canción te sabes?, le preguntaron, un montón, dijo el Mongo. Decidieron que cantara una de Maná, y el Mongo empezó con “Rayando el Sol” y a juzgar por las caras del público, lo hizo bastante bien, hasta Shakira empezaba a mirarlo con más interés. Cuando acabó de cantar le pidieron que cantara, ahora, algo más movido, y el Mongo, emocionado, se mandó con todo y dijo: “Smells Like Teen Spirit”, y los músicos ahogaron un risita pero empezaron a tocar.

Fue un desastre. A la mitad se le olvidó la letra, y ya al final, la garganta se le cerró, como diciéndole, con lo bien que estábamos antes, lo nuestro son las canciones romanticonas. Shakira miraba para otro lado y las guitarras se apagaron de golpe. Nadie decía nada, y el silencio sólo se rompió cuando, alguien, que parecía ser un cobrador, golpeaba furioso la puerta de la casa. Tito salió a ver qué mierda pasaba, y el Mongo se sentó derrotado en un sillón, sabedor de que su trampolín a la fama se había desinflado. Shakira se acercó y le dio un poco de agua, pero cuando el Mongo quiso hablarle volvió Tito con un flaco que, sin pedir permiso ni nada dijo algo así como “ Crazy Litte Thing Called Love” en concierto, y empezó a cantar y a hacer pasitos tipo Freddie Mercury. No desafinó nunca y a Shakira se le caía la baba, el Mongo se bebió el agua de golpe y se fue sin que nadie se diera cuenta. En el bus de vuelta a casa pensó que todos esos que le decían que cantaba bien deberían ver al imitador de Freddie moviendo el culo entre almanaques, yo sólo sirvo para cantar cosas románticas, dijo. Esa noche se conformó con cantarle a una vecina algo al oido, detrás de una pila de ladrillos, y dijo así adiós a su carrera musical.

martes, enero 15, 2008

El porqué de las cosas


Carmen de la Legua 1989, se celebraban 200 años de la Revolución Francesa. Teníamos buen equipo y nos inscribimos en el Mundialito. Jugamos casi todos bien, hice un par de goles que el árbitro anuló, y llegamos a la final por penales (gracias Pelusa). El último partido tuvimos mucho público y eso hizo que no pudiéramos remontar el 1-0 que llevábamos a cuestas desde el primer minuto. Quedamos segundos y Pepito se quedó con el trofeo porque él había pagado la inscripción y era su pelota. Mis tíos Victor y Toño nos invitaron Inca Kola en la tienda de la esquina. La dueña de esa tienda me odia, y yo reviento la pelota de Pepito, que era el balón oficial de México ’86.

Carmen de la Legua 1996, ya había muerto Lolo Fernández. Mi hermano y mi abuelo me han apuntado a un campeonato de fulbito en el parque del barrio. Llegan equipos de todos lados, es de noche y a esas horas soy más ciego que un topo deslumbrado. Hago lo que puedo, toco un par de pelotas y cuando veo que el arco es una rectángulo borroso y no logró afinar la puntería decido jugar como Maestri: de espaldas y tocando al compañero mejor colocado. Ganamos, pero no siento el triunfo como mio. En casa mi abuelo me dice que ya habrán partidos mejores. No vuelvo a jugar ese campeonato, y comprendo lo que decía Pelé: “cuando no haces goles, sales triste de la cancha”.

Callao 1998, Perú y Ecuador firman un acuerdo de paz fronteriza. Después de negarme varias veces, accedo a ir a jugar a un club del Callao, sólo es una prueba me dicen. No entro hasta el segundo tiempo y me la pasan rodeado de tres rivales, pico el balón hacia atrás y voy dribleando en sentido contrario hasta dársela al defensa de mi propio equipo. Alguien grita desde la tribuna “es para el otro lado, chibolo”. Duro dos minutos más y me cambian por un negro que corre como si lo persiguiera un león y que manda la pelota hasta el mar de un zapatazo. Vuelvo a casa en microbús, sin ducharme y oliendo a pescado fresco.

Bocanegra 2000, termino la carrera (al fin, carajo). Un amigo me dice que falta gente en su equipo y que, por ese día, vaya a rellenar nomás. Hago dos goles y doy un pase a la espalda de la defensa que me sorprende a mi mismo. Me invitan a volver el domingo siguiente, lo hago y genero mucho juego por la derecha, tanto, que desquicio a mi marcador que termina expulsado. Me emociono, pero el siguiente sábado, mientras jugaba en el barrio, caigo casualmente sobre la rodilla de mi hermano y me rompo una costilla. Me duele hasta cuando voy a cagar así que abandono el equipo del que ni sabía el nombre y me dedico a leer y a escribir estupideces en mi cama, mientras me recupero.

lunes, enero 14, 2008

Hagamos amigos


Sol quiere que tengamos más amigos. Pero eso no es algo que se pueda forzar, digo yo. Mi forma de hacer amigos es bastante más rara que la suya, pero así me evito darme contra la pared. Una vez, estuvimos en Roma y fuimos a visitar a una amiga suya, llamamos al timbre y una voz (misteriosamente bastante parecida a la de la chica que buscábamos) nos dijo ¿Marta?, ha andato a la palestra; cioè, tornerà troppo tardi, tardísimmo, clic. Indignado, le sugerí irnos y mandar a la mierda a esa putana, pero ella, fiel e inocente, quiso que volviéramos a las diez y media de la noche, que era cuando Marta solía volver del gimnasio. La acompañé, pero cual diablillo del hombro izquierdo, fui diciéndole que esa no era amistad, que tenía razón yo al ser sociópata, que vaya mierda de persona era esa Marta, volvamos al piso y veamos una película de Mastroianni o “Mira quién baila” versión italiana.

Cada vez que me pide que sea más flexible al escoger a mis amigos, le recuerdo esta anécdota cruel. Pero esa tarde, sentados en el Starbucks nuevo de Alcalá de Henares, me mordí la lengua, e hice como que no había oído nada mientras ojeaba mi Libro-DVD de Hitchcock. Si no fuera más selectivo seguría viendo a Iñaki, y volvería a casa cabreado y deprimido como lo hacía cuando quedábamos a tomar unas cañas y me hablaba de prejubilaciones, despidos, sindicatos, lo malo que era el mundo y lo injusta que es la vida porque yo debería ser alto y guapo y no, como soy. Esas noches (3) yo intentaba animarlo, pero ni con cuatro Prozac lo hubiera logrado; al final dejé de contestar sus llamadas e incluí su mail en la carpeta de spam. A veces, cuando voy a tomar unas cañas, lo recuerdo y deseo que ahora sea más positivo y haya conseguido pareja, que era lo que en el fondo deseaba a morir. No sé de qué sexo, pero de que necesitaba una pareja, no hay duda, hasta la loca Rosalía le hubiera servido.

De niño se me daba bastante bien, pero es que por esa época no había miramientos, además siempre se me pegaron más las chicas que los chicos (thank god!). Mi viejo y su pandilla, creían que yo era marica, lo bueno era que algunas chicas también, y se acercaban sin miedo, luego, ya no había marcha atrás para las pobres. Ahora, no sé porqué, me es más difícil conservar la amistad, cuando alguien me dice que no puede quedar conmigo, por lo que sea, ya creo que me está evitando (como hice con Iñaki) y no insisto más. Pero por ella, esta vez creo que lo haré. Quizá el próximo fin de año ya tenga amigos, y no necesite irme hasta París para celebrar el año nuevo. Aunque un viajecito a la ciudad más bonita del mundo, nunca está demás.

viernes, enero 11, 2008

Hola soledad, no me extraña tu presencia


Hay una reunión familiar esta tarde. Uno de mis propósitos de año nuevo ha sido volver a ser yo mismo, o sea que ya no me preocuparía demasiado por los demás, ya que eso sólo me generó decepciones y depresión durante todo el 2007 al comprobar que los demás no me daban la misma importancia. Pero no quiere decir que incluya a mi familia en los demás. Hace poco un amigo me dijo que cuando uno se va haciendo mayor, empieza a disfrutar las reuniones familiares. Entonces me queda mucho por llegar a ser mayor.

He escogido quedarme en casa. Abro una botella de vino (la cerveza me hincha como un sapo) tinto y pongo una de esas pelis raras que sólo veo cuando estoy solo: Offside. Me divierto mucho y recuerdo la época en que iba al fútbol con mamá, para ver a nuestro equipo de barrio, e insultar juntos al árbitro, eso es penal, huevonazo, gritábamos arropados por la turba; era una de las pocas veces en que me dejaban decir palabras altisonantes. Cuando acaba la película, salgo a dar una vuelta por el centro de Alcalá de Henares, hay muchos turistas, como siempre, y más de uno compra cosas en la feria navideña. Casi todos los puestos son de ecuatorianos que venden camisetas negras con dibujos de grupos de rock, además de bufandas, guantes, y máscaras de la película Scream. Compro la revista Esquire, que he preferido sobre la GQ, después de hojear esta última y descubrir decepcionado que parecía un catálogo de compras navideñas. Leo una entrevista a Dustin Hoffman en la que confiesa sin pudor que el pedo que soltó en Rainman fue real, y que Tom Cruise casi lo mata por hacerse el payaso. Vuelta a casa, preparo un poco de té.

Pongo un disco de Billie Holiday y me despanzurro en mi sofá naranja con manchas. Viendo al techo pienso que este es mi último año en el piso, y me pregunto cómo sera mi siguiente casa ¿tendrá terraza? ¿podré colgar mis posters de cine? ¿tendré vecinos agradables? Al menos sé que la nueva no olerá siempre a ajos fritos. Se va haciendo de noche y sé que mis compañeros de piso volverán. Preparo mi cena, y la como frugalmente, esperando el fatal desenlace. Hay un partido en la tele pero me la pela. Vuelvo a la habitación y leo un poco más del enorme libro Anthology de los Beatles, hasta que se me cansan los brazos por el peso soportado. Suena la puerta. Enciendo la tele de mi habitación y pongo un DVD de Friends, cómo me hace reir este Chandler, una vez más compruebo que Mónica es más guapa que Rachel. He disfrutado mucho este día de silencio, creo que puedo empezar a hacerme mayor, y asistir a las reuniones familiares; pero siempre aprovechando cada vez que pueda para quedarme solo en casa y aburrirme de mi mismo.

martes, enero 08, 2008

The Sting


El trabajo parecía fácil, pero aún así, necesitó ayuda para conseguirlo. El día de la entrevista, el Mongo se levantó muy temprano, emocionado, buscando su mejor camisa y un buen pantalón. No había mucho para escoger: un levi’s y la camisa Banana Republic que había comprado en la cachina. Las oficinas estaban en Santa Beatriz, en un edificio muy limpio que olía bastante bien. Antes que él había llegado más gente y ya estaban sentados, como en el colegio, cada uno en su pupitre. Les dieron un par de hojas en blanco y un lápiz y un cuestionario psicotécnico de esos que no sirven para nada. el mongo contestó a todo muy rápido y en el apartado de dibujo libre, pintó a un hombre bajo la lluvia, que se cubría con un periódico y sin olvidar dibujar también el suelo y el cielo, porque un amigo suyo le había dicho que si no los incluía, lo tomaban por loco o retrasado mental.

Al salir del examen lo esperaba Armando, un gordito cabezón que había sido novio de su tía (hasta que ésta se largó a otro país, y lo dejó tirando barriga –cintura no tenía – en su barrio del Callao) y que ahora se ofrecía a ayudarlo a pasar el riguroso filtro de selección. Se despidieron amistosamente y mientras el Mongo bajaba las escaleras vio a Armando hacer fotocopias con la dedicación de un gran profesional. A la semana siguiente supo que el puesto de “embolsador” era suyo.
El trabajo era fácil, tenía que pararse al lado de las cajeras del supermercado, y, además de hablarles sin aburrirlas, ir embolsando los productos a medida que las chicas (casi siempre feas, pero siempre jovencísimas) los pasaban por el scaner. Si algún cliente camagüey te pedía que le llevaras las bolsas al coche, no te negabas, y así podías esperar alguna propina. El supermercado estaba en pleno centro del Callao, asi que la mitad de la gente era más misia que el Mongo, y en el poco tiempo que duró en el puesto sólo obtuvo propinas suficientes para ir y volver, una vez, en bus.

Una tarde, mientras se quitaba el asqueroso uniforme (rojo y gris) notó que todos sus compañeros tenían las taquillas llenas de perfumes caros, shampoo, y jabones de marca. Al principio no le dio importancia, pero poco a poco comprendió que ninguno había pagado por ellos. Son mermas, chino, le explicaron con delicadeza, no pasa nada por un Colgate más o uno menos. El Mongo se debatió entonces, entre lo que siempre había pensado (robar es malo, agg, caca), y lo que la realidad le mostraba (el vivo vive del tonto, y el tonto de su trabajo).

Se dejó crecer la barba (no mucho, porque no le salía más) y cuando nadie lo veía se escondió debajo de la gorrita una máquina de afeitar. Está es la mía, pensó, y al final del día se la llevó al baño con la intención secreta de usarla. Pero no contaba con la astucia de un vigilante que pasaba por ahí y que se ganó con toda la jugada del ladrón amateur. Lo esperó a la salida del baño y, sin mediar palabra lo llevó hasta la oficina del administrador. El Mongo, porteño hasta los huesos, sólo pensaba en que tardaría un poco más en salir y en que ya no podría llevar al cine a la morena de la caja 7, que le hacía ojitos. Aquí no queremos rateros, dijo la autoridad, firma tu renuncia o te denuncio a la policía. El Mongo sabía que por una prestobarba en la comisaría del Callao ni te abrían la puerta, pero firmó la hoja para acabar con eso de una vez, total, odiaba el trabajo y estaba hasta los huevos del puto uniforme.

Subió al bus y ya en casa abrió un libro que también había robado. Sonó el teléfono y era la chica de la caja 7, ¿qué has hecho?, le preguntó, y él, nada flaca, dicen que te han despedido por falta grave, dijo ella, no creas todo lo que escuchas, dijo él. Ella le dijo que era testigo de jehová, y no podía salir con rateros, él se cagó de risa y colgó. Se tiró en la cama, desempleado una vez más, y suspiró: tanta huevada por una prestobarba.

jueves, enero 03, 2008

¿Pilates? yo le voy al Necaxa


Rafa propone a Vero dar clases de Pilates en la empresa, after-hours. Vero dice que María también sabe. Rafa mandará un e-mail a la jefa de recursos humanos, asuntos varios y que además está embrazada, proponiendo la idea. Yo aparezco en medio de la conversación y digo que eso del Pilates es una pérdida de tiempo y dinero.
El Método Pilates, (Pilates, pa’ los amigos) fue desarrollado, durante la primera guerra mundial por un tal Joseph Pilates, que, además de no romperse mucho la cabeza para darle nombre al invento, lo usaba para rehabilitar a los veteranos de guerra. El método consiste en que la mente siempre está por encima de la materia (WTF??), y que los músculos que forman el tórax, son el centro de nuestro cuerpo (really??) y de allí nace la energía para las extremidades.

- Pero vamos a ver, Rafa, ¿tú crees que un libro con una tía sentada sobre una pelota, puede ser serio?
- Claro, ¿tu no?
- Por supuesto que no, si veo a una gorda jugando con una pelota, me imagino que es una foca.

Otro de los puntos fuertes del Pilates es la respiración, y según Joseph y toda su manada de seguidores, debemos controlarla y respetarla no sólo durante el desarrollo del ejercicio, sino también en la cotidianidad de la vida. No sé porque eso me recuerda a la vez que un urólogo nos habló en el colegio sobre la eyaculación precoz.

- O sea que para ti, ¿hacer Pilates no es hacer ejercicio? – preguntó ella, indignada.
- No, ir al gimnasio, es hacer ejercicio.

Además, para los conocedores del método, es obvio que no importa cuántos ejercicios hagas, sino lo bien que los hagas. O sea, como en todo, importa más la calidad que la cantidad. Yo sigo viéndolo como ejercicios para viejos, y aunque sé que, como me maldijo Rafa, algún día llegaré a serlo, por ahora me conformo con seguir yendo al gimnasio y levantar cada vez más peso para darle forma mis músculos. Es superficial, lo sé, pero cuando vas a la playa nadie te ve y dice, mira ese chico tan gordito y tripón, pero ¿qué más da? Seguro que tiene muy bien localizada la respiración y su mente es más fuerte que la materia. Lo malo es que ahora, fijo, que Vero no querrá ir conmigo al cine (nunca), pero aún sabiendo que la perdía para siempre no podía ir contra mis principios y/o creencias religiosas.

Minutos después, ya en nuestros sitios, me acerqué a Rafa y le pregunté: ¿no te gustaría más jugar al fútbol con nosotros?, y él infinitamente más sabio que yo contestó algo para la posteridad: ¿y a ti no te gustaría hacer Pilates, con tal de ver a Vero en mallas? Ay, la experiencia que da la abstinencia.

miércoles, enero 02, 2008

Regalo de Nochevieja



Ayer me senté en la cama (sólo estuve fuera de ella un par de horas, en total) intentando escribir algo acerca de una fiesta de año nuevo memorable. Pero no me salía nada. Quise contar la última fiesta en Lima, con amigos de la universidad, en casa de Percy, pero lo único resaltante de esa noche era que las tías (señoras de 60 años) del anfitrión no dejaron nunca el salón principal, vigilantes, y que la hermana de Pepe se estacionó frente al baño, esperando alguna víctima.
Busqué más en mi memoria y encontré otra fiesta, más divertida, de mi época escolar. Pero tampoco podía dar material para una historia, a no ser que a alguien le interesaran las aventuras de un chico que se quedó encerrado en el baño con una aprendiz de secretaria que, no solo le doblaba la edad, sino que también lo superaba, por muy mucho, en lo que a técnicas amorosas para no olvidar se refiere; causando en el pobre proto-hombre un trauma de grandes consideraciones que lo imposibilitó esa noche para cualquier intercambio sexual.

Estuve a punto de preguntar a mi hermano, a ver si él recordaba alguna de sus fiestas en los barrios bajos de Lima de las que volvía casi siempre dos días después, sin un sol en el bolsillo y con un olor a chanfaina que no soportaban ni los perros callejeros de mi barrio. Lo vi ocupado jugando con su hijo, y asumí que no era el mejor momento para hacerle volver la memoria años atrás, sobretodo cuando la última noche tuvo que dejar la fiesta en casa de mis padres contra su voluntad. Jugué un poco con mi sobrino, treinta segundos, que es lo que me aguanta, y volví a mi cama a pensar en otra historia. ¿Y si me lo invento todo?

Era ya el primer día del 2001. Habíamos cenado a eso de las diez, cosa rara en Lima porque incluso los niños tienen que esperar las primeras horas del nuevo año para probar bocado, y salimos con destino conocido: el Mr.Chopp, un lugar que mis amigos y yo creíamos que estaba de moda. Teníamos pases gratis. Pedimos una jarra de cerveza entre diez y la chica con la que fui, después de probar las primeras gotas de alcohol, se sintió indispuesta. Uno de mis amigos vivía cerca de la discoteca, y me ofreció su casa para que ella se recuperara con tranquilidad, toma la llave, flaco, mis viejos están en el bungalou de Iquitos, si quieres déjala dormida y regresas. Salimos, pero me aseguré de que me sellaran las venas de la muñeca para poder volver. A cien metros de la puerta, milagrosamente, ella se recuperó del todo, al fin, carajo, suspiró, ya no tengo que aguantar a esa panda de pitucos que encima, son misios. Le pedí, indignado, que se calmara, al fin y al cabo esos eran mis amigos, dime con quién andas y te diré quién eres, contestó enzalzada. La amenacé con dejarla allí, sola, en mitad de San Miguel, fijo que baja uno de Malandrena te cuadra y te deja calata, grité mientras me alejaba. Corrió a alcanzarme y me rogó que al menos la dejara en casa de Joao, que ya que teníamos sus llaves.
Todos sabíamos que el viejo de Joao era narco. Lo sabía hasta el viejo de Pepe, que era policía, pero como entre ladrones se respetaban, no dijo nada. La casa era como de revista, las mesas eran de roble, y la lámpara del salón, según Joao, era la misma que tenían en el Palacio de Gobierno. Subimos a su habitación, que se parecía más a la mía en el desorden y me quise despedir de mi acompañante. ¿Y si lo hacemos por última vez? Dijo, recordándome porqué me caía tan bien, por ser así de directa, y entonces aunque la cama de mi amigo olía a pies de pelotero, retozamos de lo lindo.

Al volver a la fiesta, con una sonrisa de oreja a oreja, mis amigos ya habían sacado los anzuelos y más de uno había pescado algo entre la jauría que había a disposición. Yo me limité a mirar los toros desde la barrera, y un par de horas después, huí del lugar. Cuenta la historia que cuando Joao volvió a casa, su novia lo esperaba en la habitación, con los brazos cruzados y cara de de ésta no salvas, chato, aquí huele a que han cachado; había dejado el anillo de compromiso en la mesita de noche y tenía en sus manos el tanga de mi amiga especial que tamaño regalo me había hecho en nochevieja, la mandé a su casa sin calzón, dicen que dijo, y Joao, fiel a su estilo, se encogió de hombros y antes de quedarse dormido le dijo a su novia, si estás aquí mañana te explico, sino, cierra la puerta despacito cuando te vayas. Qué grande.