jueves, diciembre 31, 2009

El primero


Tatiana suele dejar una pregunta en el aire al final de cada post de su blog. Yo la haré al principio y la contestaré en nombre de los tres gatos que me leen: El 1 de enero, ¿existe?

Yo creo que no. O sea, antes sí existía y me encantaba. El 1 de enero mis amigos y yo solíamos salir a patear (literalmente) las calles de nuestro barrio buscando algún residuo de pólvora de la noche anterior. Mesplico: en Lima, en los barrios populares mayormente, quemamos muñecos en representación del año que se va. Esos muñecos al principio estaban hechos con ropa vieja que ya no se iba a usar, pero con las eternas crisis económicas peruanas, el relleno pasó a estar conformado de periódicos, paja y basura. Y los más osados -(aquí viene la explicación:- colaban entre despojo y despojo arsenal pirotécnico en forma de cohetes calavera, ratablancas, y silbadores. Era espectacularmente peligroso salir minutos después de las doce y ver el barrio lleno de espantapájaros que se resistían a la muerte cuando un brazo, una mano, o la misma cabeza salían desprendidos después de una sonora explosión.
El 1 de enero, entonces, los que no estábamos borrachos (niños, casi siempre) rebuscábamos entre las cenizas algún cohete con el que sonorizar la primera mañana del año nuevo.

Cuando llegué a la adolescencia, el 1 de enero se empezó a difuminar. Casi siempre estaba tan cansado después de las fiestas de Pepito que me quedaba en casa viendo algún capítulo de los Thundercats o destruyéndome el hígado con el chocolate sobrante y el panetón de la noche anterior. Creo que la primera vez que el 1 de enero desapareció de mi vida fue en 1994. Esa noche, Mili me insinuó (o yo leí mal entre líneas, cosa que hasta ahora me pasa) que quería que me quedara con ella en casa, en su cama para ser más exactos. Mis amigos seguían bailando al ritmo de 2-Unlimited mientras yo, con una botella de champagne que robé del mini-bar, me escabullí hasta la habitación de mi presa con gran sigilo. Pasadas las tres de la mañana, y cuando ya el sonido de mis tripas superaba al ardor de mis gónadas, entró Mili en la habitación y al verme ahogó un grito de angustia. No lo debió ahogar muy bien, porque segundos después su viejo llamaba a la puerta preguntando ¿Qué pasa Mili, todo bien?

- Todo bien, - dijo ella, mientras me indicaba con señas que me escondiera debajo de la cama. Cosa que hice on the fly.
- Me pareció que gritabas.
- No, no. Es que me golpeé con la mesita de noche, nada más.
- Abre - ordenó. Y ella, quinceañera obediente, abrió la puerta.

Su viejo me buscó por casi toda la habitación. Pero por suerte tenía un problema de espalda que le impedía agacharse. Esa noche dormí con Mili, sí, pero ella en la cama y yo debajo, como un calcetín olvidado y sucio. Al día siguiente su viejo no salió ni a comprar el periódico y me tuve que quedar escondido hasta el 2 de enero. Cuando volví a casa mamá acababa de despertar de la juerga y ni siquiera había notado mi ausencia.

Ahora, definitivamente, el 1 de enero ya no existe. La juerga solía ser en Francia, pero, como a Vargas Llosa, a mi también me han cansado un poquito los franceses y este año decidí quedarme en Madrid. Las nocheviejas anteriores me dejaban muy mal y el primer día del año me la pasaba de la cama al sofá, del sofá a la cama, de la cama a la mesa, y de allí de vuelta a la cama. Alguna vez me dormí sentado en el baño. Mi año, desde el 2006 comienza el 2 de enero. Hoy tengo fiesta en casa de mi tía, no sé si disfrazarme de Michael Jackson o ir tal cual soy (la classe), sólo espero pasarlo bien sabiendo que, mañana, la luz del sol no existirá, seré un vampiro total y mi máximo esfuerzo será leer cuatro páginas de algo o ver dos capítulos de cualquier mierda. Comenzaré el 2010 con ganas y a partir del 2 de enero volveré a ir al gimnasio, terminaré de escribir mi novela, etc, blablabla.
Happy new year, losers.

lunes, diciembre 14, 2009

Je te Kiffe (a donf!)


- Odio a este tío, o sea, no lo odio - pienso: decídete, oye - pero es que no sabe lo que quiere.
- ¿Por? - digo, pero pienso: acaba ya de hablar que me cago de frío.
- Es que sabía que me iba a caer, ¿ya? era obvio ¿no?
- Sí, sí. Era obvio. ¿Pero te gustaba no?

En Lima, oscurece de forma muy extraña (lo he vivido en Segovia, también), puedes estar caminando tranquilamente, viendo al sol perderse entre las nubes, y de golpe, al doblar la esquina, te encuentras con la noche. Más de una vez (en Segovia también) estuve tentado a volver sobre mis pasos hasta allí donde todavía, en mi imaginación, era de día.

- Sí, pero la cosa es que es un fifone.
- ¿Cómo fifone? - vuelvo a mirarla a los ojos por un segundo, antes de retomar mi búsqueda de un taxi que me haga escapar - sabes que mi italiano va justito.
- Fifone - repite, con su encantador acento romano - un cobarde. Un cagado. A mí me gustan los tíos que me entran, no los que se quedan dudando si entrarme o no.
- Pero, ¿para qué quieres que te entre? - putos taxis, todos pasan llenos y Lima está cada vez más oscura - ¿no estabas saliendo con el musculoso ese?
- Sí.
- ¿Entonces?
- Y soy feliz. Estoy servida, no quiero problemas.
- No entiendo nada. Si lo vas a rechazar, ¿para qué le das bola? Eres una calientahuevos, flaca.
- Un poco.

Al fin para un taxi asqueroso con su lucecita verde. Pienso: ya es hora de que me largue, aquí no voy a sacar nada de provecho. Abro la puerta y me meto como si fuera un superstar perseguido por mil fans hambrientas de sexo o de un mechón de mi negro pelo. Voy contigo, dice, y pienso: ¿para qué, si no vas a dejar que te toque las tetas?

- Así que por eso estoy aquí contigo - dice, acomodándose el pelo lo mejor que puede - dejé al idiota ese bailando con Silvia.
- Asquerosa.
- ¿Silvia?
- También.

El chofer mira por el espejo a las piernas de mi amiga. Yo me despatarro en el asiento buscando una idea en mi mente. Algo que sirva para que esta tía se calle de una vez, o se baje del taxi en marcha. Lima está ahora llena de neblina (¿Qué hora es? ¿Las 3 de la mañana? ¿O las cuatro?)

- Yo no entro a las tías cuando sé que no tengo nada que ganar.
- Ya pero éste no es como tú.
- Ya. ya sé, es un poco más....
- Schifoso.
- Tampoco tanto - pienso: bien, ya estoy llegando a casa- pero sí es un poco barriobajero. Por eso se ha acoplado tan bien al grupito ese de los lacras.

El taxi para en un semáforo y le digo que está bien, que allí me quedo. Bajo, y cuando me voy a despedir, ella baja también. Pienso: ¿para qué?, si no quieres nada conmigo ¿no? Cruzo corriendo la calle con el semáforo en rojo. No sé por qué corro, no hay nada de tráfico a estas horas de la madrugada. Ella corre detrás de mí, espérame, grita, así me dejas cerca de casa. Hace frío y ella empieza a temblar. No me voy a quitar el abrigo ni loco, la abrazo y se queda más tranquila.

-Si nos viera así mi novio no sé que pensaría.
- ...
- ¿Qué pensaría tu novia, si nos viera caminar así?
- No sé nunca lo que piensa, menos aún lo sabría en esta situación.

Llegamos a una esquina desde donde se ve su casa. Hay un parque de niños, congelado. Un gato juega entre los columpios. ¿Sabes qué vas a hacer ahora? pregunta, y yo me encojo de hombros, mirando al infinito. Te vas por ahí, y llegas a tu casa súper rápido. Le contesto que no, que me voy por la otra calle mejor, y la dejo ahí parada. Cuando llego a mi puerta y abro con mis llaves del Señor de los Anillos siento al fin el alivio que tanto buscaba. Me tiro en la cama y pienso: mierda, al menos tendría que haber hecho que pagara la mitad del taxi.