miércoles, noviembre 27, 2013

Suave Dandy

El cielo de Lima sólo sonríe en enero y febrero, el resto del año se tiñe de gris tristeza, pintado sólo de vez en cuando con trazos de gallinazos tardíos. Amos que es una mierda. 

Pero bajo ese cielo pueden pasar cosas tan simples como que un niño triste aprenda a escribir, a cantar o a ser tan odiosamente cobarde jugando al fútbol que eso le impida descubrir, hasta que ya es muy tarde, que es realmente bueno haciendolo.

Bajo el cielo triste también surjen historias de niñas lejanas que declaran amores por carta, una vez que todo ha acabado ya. Con la misma esperanza con la que se compra lotería navideña en España: sabes que no te tocará una mierda, pero ¿y si sí?

Hay barrios que son enormes e infinitamente interesantes cuando tienes 10 años, para convertirse en maquetas con gente cuando vuelves pasados los 30. Entonces te vuelves un desconocido entre desconocidos y caminas por ese barrio aprovechando tu invisibilidad, riendo en silencio, para volver por donde viniste. 

Bajo el cielo de Lima a veces venden cosas, cosas que nadie necesita y que todos compran. Regalos tan raros como muñecos que fuman o pulseras de semillas. Se ven también postres ambulantes capaces de convertir en diabéticas a toda su población de moscas. Y te los comes, porque estás en Lima, como te comes la pizza asquerosa que flota en cada esquina de Roma.

Cuando el cielo sonríe, los del puerto aprovechamos para mirar hacia el mar. Más hablador que el río. Nos sentamos a sentir la brisa con olor a pescado y, si hay suerte, pasamos el brazo por encima de quien nos acompañe antes de soltar "Vaya ciudad de mierda, pero es la mía. Es lo que hay".

Todo esto, a ser posible, pasa antes de que alguien te asalte.