jueves, marzo 29, 2007

Idolos con pies de barrio


Unos niños han clasificado al mundial sub-17 de fútbol. Y si supieran la que han armado, seguro que se quedaban en su casita, comiendo marcianos y viendo “El chavo del ocho”. A uno le han dado la medalla de ciudad de Lurín, ciudad famosa por sus basurales, en los que se alimentan y crían cerdos (que comen basura, of course) para luego ser sacrificados, troceados, fritos en aceite hirviendo (reutilizado durante días) y vendidos en casetas mugrientas e infestadas de moscas a las que llega media Lima para comer “los mejores chicharrones”. Si, señor.
A otros les aparecieron de la nada representantes (con camote frito y relleno, no iban con las manos vacías) prometían el oro y el moro a sus padres, que yo llevaré a su hijito a jugar a Europa, señora, será como Pizarro y la Foquita señora, ya no tendrá que vivir en este barrio feo, señora, hasta caballos tendrá, señora, y a todo esto, ¿dónde está el hombre de la casa, señora?

El presidente los invitó a un lonchecito, y los chiquillos fueron en ayunas, pero Palacio, poco acostumbrado a estos homenajes apta para todos, contrató al mismo servicio de siempre y en vez de pasar viandas con quaker, pan cachito y churros, los imberbes vieron pasar (más de uno se aguantó las ganas de estirar la mano) bandejas con pisco sour. Estaban (y son) tan atontados que a uno le tuvieron que susurrar, sin roche nomás, que se quitara la gorra azul de los Hornets, que no hacía juego con el traje negro y la corbata roja, y a otro lo tuvieron que rescatar, solapa, cuando perdido en el salón dorado, le preguntaba a una estatua que dónde estaba el baño señor Húsar de Junín, y que bonito el último cambio de guardia.

Las mañanas siguientes, los reporteros de todos los canales conectaron via microondas con las “respectivas” casas de los “susodichos” héroes nacionales, qué Miguel Grau, ni qué Bolognesi, total, esos dos perdieron sus batallas, en cambio estos mocosos habían ganado a Brasil sin pagarles. Eso era valor. Y por eso, a las seis de la mañana se podía ver como los heroicos jóvenes eran despertados, en vivo y en directo para que ustedes, señores telespectadores, no se pierdan ni un minuto de su rutina y conozcan más al orgullo nacional.

- Al mundial, juvenil, eso no lo hizo ni Cubillas – dijo fulano.
- Haciéndole huachitas a los brasucos, eso no lo veía desde el ’70 – dijo mengano.
- Ojalá no se dediquen al trago y a las putas – dijo zutano.

Mientras tanto, en algún cono perdido de Lima. Una quinceañera ricotona (mira que hay pocas en la ciudad) envidiaba en silencio a los chicos de moda, que no cantaban reggaetón ni se teñían el pelo, pero que, como ella, habían clasificado al mundial juvenil. Ella también está en una selección juvenil, pero de vóley. A ella no la despierta nadie a las seis para entrevistarla, y ya está cansada de ganarle a Brasil. Habráse visto.

lunes, marzo 26, 2007

Te cuento el chiste del pescado


Merluza limpia, decía el paquete. Limpia, mis cojones, diría mi jefe. Influyó también que justo en el momento en que la comía, se me ocurrió llamar a Solenne. “Para hablar con mujeres y comer pescado hay que tener mucho cuidado”, y como yo estaba haciendo ambas cosas a la vez: la cagada. Sentí clarito cuando se me clavó en el paladar, me metí una cucharadaza de arroz, pero nada, la seguía sintiendo allí, bebí agua, té caliente y hasta una cocacola. Nada, cada vez que pasaba saliva (acto reflejo que justamente ahora ocurría cada 10 segundos) sentía a un pequeño duende que me clavaba alfileres en la garganta.
Mis compañeros de trabajo me contaron, al verme sufrir, que a Rafa le pasó lo mismo hace más de un año. El pobre, con un amplio historial hipocondriaco en su haber, siguió sintiendo la espina clavada en las amigdalas por más de 8 meses, fue seis veces al hospital y dos al psicólogo, le hicieron dos lavados estomacales, una laproscopía, tres radiografías y un TAC, pero nunca encontraron la espina. No les creí, pero mientras llenaba mi botella de agua en la cocina vi a Rafa, que almorzaba plácidamente un trozo de salmón a la cerveza, con sus espinas respectivas.

- tú, ¿comiendo pescado? – le dije, sin ocultar mi sorpresa.
- Si, ¿por? – contestó, engullendo una patata.
- Porque me he clavado una espina en la garganta y me contaron tu historia. Pensé que odiarías el pescado, ahora.

Me confirmó la historia, completita, y mientras me daba palmaditas deseándome una pronta recuperación se levantó de la silla y tiró el salmón, casi completo, al bote de la basura.

- Todo está en la mente - me dijo, señalándose la sien – tú eres más fuerte, todo está en la mente.
- ¿Y por qué has tirado el pescado, entonces?
- Porque me ha dao’ mal rollo.

La tarde fue horrible, y la noche más. Cené pasta y sentía que los fideos se me enredaban como serpentinas. Quise ignorar y no pude, (mi lamento y mi dolooor) y a eso de las diez de la noche, en plan bulimia, me metí la mano en la boca hasta donde pude, aguantando el vómito, y la toqué. Ya te jodiste, le dije a la espina de los huevos, me vestí y me fui a urgencias. Me atendió un gordo que descuidó su bocata sólo el tiempo necesario para llenar mi ficha de ingreso. Y minutos después unas enfermeras amables me quitaban la espina del paladar.

- La tenías metida en tó el medio – me dijo una.

Volví a casa feliz, y al día siguiente mis padres me llamaron para comer con ellos, a una pescadería si era posible. Los convencí para comer parrillada y paella, al pescado no quiero verlo, por lo menos por un par de meses más.

jueves, marzo 15, 2007

Si estando en la carretera, oyes un beep beep...


No hacía footing hace más de un mes (dejémoslo en tres meses, ni pa’ ti ni pa’ mi). Y los partidos de fulbito eventuales con la gente de Toshiba no son suficientes, al parecer, para mis envejecidos tendones. Había comprado un porta MP3, de esos que se pegan al brazo, y lo estrené esa tarde. Rompí el cierre y no había suficiente bícep para mantenerlo quieto. Primera decepción. También tenía, nuevecitas nuevecitas, unas zapatillas para correr que cada vez que me veían pasar saltaban como los perritos de la perrera, las saqué de su caja, vengan con papi, vamos a dar una vuelta.
Bajé corriendo las escaleras del edificio y en la puerta vi a un par de niños que jugaban con una PSP, giré a la derecha en la esquina, y, como si hubiera recordado que tenía algo urgente que hacer en quíensabedonde, corrí como un poseso. Diez metros más adelante, respiraba ahogado y con la mano derecha apoyada en un árbol mientras un perro que había sacado a pasear a un viejito ahogaba una risa burlona.

Retomando mi ejercicio, lluegué hasta la puerta de un colegio, y a lo largo de la calle veía a varios hombres calvos haciendo lo mismo que yo, más acabados, con menos ritmo y, lo que es peor, su ropa deportiva no hacía juego con las zapatillas (de las medias, ni hablamos). Eso me llenó de moral fashion y corrí, cabeza en alto, hacia el parque más cercano. Se respiraba polen, había niños, con sus respectivas madres. Unas niñas bebían algún líquido sospechoso y se reían de todo, mientras sus amigos compartían un porro. Yo iba mirando al infinito y más allá, imaginando que detrás de mi una rubia gritaba “corre forrest, corre”, y sonriendo como un tonto (aunque tonto es el que hace tonterías…)
De vuelta en casa, con las calorías y las energías quemadas, mi cerebro no coordinaba y no podía encontrar mis llaves. Menos mal que apareció mi vecina (la maciza) y abrió la puerta.

- Buenas, señor presidente - me dijo
- Muy buenas - respondí, e intenté estirar el cuadríceps de mi pierna izquierda pa' hacerme el deportista, pero un tirón en la espalda me hizo ver al diablo calato.

Entré tras ella, y haciéndome el machote subí por las escaleras, con la secreta intención de retorcerme de dolor apenas alcanzara el primer piso. Pero subió detrás de mi, y tragándome el dolor, llegúe hasta el 2º B, muerto. Me tiré de mala manera en la cama, y encendí la tele, busqué a tientas una lata de cerveza y disfruté por unos minutos de Teri Hatcher.


- Esto es lo mío - susurré y me zampé la Carlsberg de un trago.

martes, marzo 13, 2007

No me toques el cuy, que me conozco


Mi hermano, (más noble que una lechuga, más fuerte que un ratón) estuvo hace poco en Lima. No se si fueron los nervios, las 17 horas de viaje, la pérdida de su maleta, la inexistente hoja de reclamaciones, los taxis con olor a chanfaina, o los huevos del toro; pero apenas pisó suelo chalaco fue atacado por una diarrea virulenta, acompañada de su infaltable fiebre, tos, dolor de cabeza, congestión nasal, lacrimeos y estornudos (prueba Comtrex).
Sufrió en silencio hasta que cayó en manos de mi madrina y mi abuela. Ambas, conocedoras, porque su comadre les ha contado, de algo de medicina casera, le dijeron que no se preocupara, que lo dejara todo en sus manos.
- Te habrán ojeao papi – dijo mi madrina.
- Esos del cerro, seguro – pensó mi mami.

Buscaron en el mercado un cuy para sacrificar, pero no era temporada. Me explico: se pone al individuo de pie en un sala a media luz, y el chamán le restriega el cuy por todo el cuerpo, mientras va pronunciando oraciones de paporreta. El pobre animal (el cuy, obviamente) al ser zarandeado por un ser 20 veces más grande, a velocidades de vértigo, sufre alucinaciones, mareos, taquicardia, paro cardiaco, y al final muere. Cuando eso pasa, el chamán deja al individuo sentarse pa’ que piense en sus cosas, mientras él abre al animal en dos y se lo enseña a su cliente (que en la vida a disecado un cuy) y le dice: “¿ya ves? Te habían hecho daño, tiene el hígado reventado”, a lo que el animal (el cliente, of course) asiente lleno de fé y con cinco soles menos en el bolsillo.
Mi hermano se salvó de lo del cuy, pero cuando su hijo comenzó a presentar los mismos síntomas (normal: duermen juntos), decidió en un acto de contricción digno de él, entregarse a las manos de nuestras nobles chamanas.
Los colocaron donde el sol no les diera, calatitos, (no mentira, con ropa, pero es más divertido imaginarlos calatos) y escogieron una página de la sección policiales del Expreso, porque “la de deportes no cura igual” según mi abuela. Mientras mi abuela rezaba en silencio a Sarita Colonia, mi madrina pasaba el periódico por su cuerpo con los ojos cerrados e invocando a Bazuzu.

- Papi, tengo frio – exclamó mi sobrino, rompiendo el encanto.

Cuando acabo el recorrido, mi abuela sacó del bolsilllo de su chompa morada una caja de fósforos “La Llama” y ante la mirada atenta de mi hermano y mi madrina (mi sobrino corrió hacia la tele y sintonizó Disney Chanell) quemaron el papel arrugado. Las cenizas se elevaron y sobre el suelo quedaron marcas de la combustión.

- Tiene forma de estómago – dijo mi madrina.
- Daño – diagnosticó mi abuela.
- Daño, si, daño, papi – confirmó mi madrina, mirando a mi hermano.

Después de esto, y de beber mucha agua y cuidar su alimentación, mi hermano se sintió aliviado. Su hijo ahora en vez de pintar los periódicos los arruga y hace como si los quemara, y mi madrina y mi abuela le han prometido que para la próxima le tendrán preparado un cuy, para “curarte bien, pues papi, no vaya a ser que te hagan daño de nuevo, porque al sobrino del cuñado de la Mirtha le hicieron daño y ahora cojea, y al hijo de la Dina le contaron que…”.

miércoles, marzo 07, 2007

De culé


Rafa Benitez se hizo famoso por lograr que sus equipos se movieran, siempre, como fichas de ajedrez, sin reyes y donde todos eran peones a la hora de recuperar la pelota. Rijkaard, en cambio, construyó un equipo de sueño en donde las volteretas y paredes interminables hacian que todos los campeonatos se jugaran por el segundo lugar. Anoche, los quince primeros minutos parecía que la suerte y los aficionados al futbol haciamos fuerza para que el equipo de ensueño siguiera vivo, y por eso, los tiros al palo iban acompañados de un “uffff” mundial. Veías a Laporta ajustar el culé cuando Sissoko, rescatado por Benitez del ostracismo valencianista, aprovechaba un error de Valdez para lanzar en tiro mordido al palo, y se te caía el alma al suelo.
Pasada la media hora Ronaldinho se dio cuenta de que él no era una pantera escurridiza y cambio posiciones con Eto’o, y el barça disparó una vez antes de que acabe el primer tiempo, frente a los diez disparos del Liverpool. Paul Mc Cartney sonreia.
En el segundo tiempo, Rijkaard, de pie, mostraba su chaqueta con la frase “i have a dream” inscrita en la espalda, pero la pesadilla se veía venir. Eto'o estaba roto, Ronaldinho brillaba tanto como en el último mundial y Messi era el único que se atrevía. Gerrard quitaba mil pelotas y llegaba sin piedad hasta las últimas lineas, Valdez achicaba el culo y ya, de los nervios, ni se peinaba. Ya no teniamos ganas ni de cerveza, cuando Guddy regateó al sobreprotegido Reina que en su única intervención demostró por qué no lo querian en Valencia ni en Barcelona. Gol. Pero ya ¿para qué?. Ronnie tuvo tiempo para que ayudándose de rebotes mágicos dejara resumida en una sola acción lo que es su rendimiento en este año: regate y tiro al palo. El partido se acabó y ganó el estratega, el Barça volvia con el rabo entre las piernas, mientras a unos cientos de kilometros, con viento de Levante, los del Valencia le metian veinte puñetazos cada uno a Ibrahimovic, y lo mandaban pa´casa, eliminado.