jueves, diciembre 31, 2009

El primero


Tatiana suele dejar una pregunta en el aire al final de cada post de su blog. Yo la haré al principio y la contestaré en nombre de los tres gatos que me leen: El 1 de enero, ¿existe?

Yo creo que no. O sea, antes sí existía y me encantaba. El 1 de enero mis amigos y yo solíamos salir a patear (literalmente) las calles de nuestro barrio buscando algún residuo de pólvora de la noche anterior. Mesplico: en Lima, en los barrios populares mayormente, quemamos muñecos en representación del año que se va. Esos muñecos al principio estaban hechos con ropa vieja que ya no se iba a usar, pero con las eternas crisis económicas peruanas, el relleno pasó a estar conformado de periódicos, paja y basura. Y los más osados -(aquí viene la explicación:- colaban entre despojo y despojo arsenal pirotécnico en forma de cohetes calavera, ratablancas, y silbadores. Era espectacularmente peligroso salir minutos después de las doce y ver el barrio lleno de espantapájaros que se resistían a la muerte cuando un brazo, una mano, o la misma cabeza salían desprendidos después de una sonora explosión.
El 1 de enero, entonces, los que no estábamos borrachos (niños, casi siempre) rebuscábamos entre las cenizas algún cohete con el que sonorizar la primera mañana del año nuevo.

Cuando llegué a la adolescencia, el 1 de enero se empezó a difuminar. Casi siempre estaba tan cansado después de las fiestas de Pepito que me quedaba en casa viendo algún capítulo de los Thundercats o destruyéndome el hígado con el chocolate sobrante y el panetón de la noche anterior. Creo que la primera vez que el 1 de enero desapareció de mi vida fue en 1994. Esa noche, Mili me insinuó (o yo leí mal entre líneas, cosa que hasta ahora me pasa) que quería que me quedara con ella en casa, en su cama para ser más exactos. Mis amigos seguían bailando al ritmo de 2-Unlimited mientras yo, con una botella de champagne que robé del mini-bar, me escabullí hasta la habitación de mi presa con gran sigilo. Pasadas las tres de la mañana, y cuando ya el sonido de mis tripas superaba al ardor de mis gónadas, entró Mili en la habitación y al verme ahogó un grito de angustia. No lo debió ahogar muy bien, porque segundos después su viejo llamaba a la puerta preguntando ¿Qué pasa Mili, todo bien?

- Todo bien, - dijo ella, mientras me indicaba con señas que me escondiera debajo de la cama. Cosa que hice on the fly.
- Me pareció que gritabas.
- No, no. Es que me golpeé con la mesita de noche, nada más.
- Abre - ordenó. Y ella, quinceañera obediente, abrió la puerta.

Su viejo me buscó por casi toda la habitación. Pero por suerte tenía un problema de espalda que le impedía agacharse. Esa noche dormí con Mili, sí, pero ella en la cama y yo debajo, como un calcetín olvidado y sucio. Al día siguiente su viejo no salió ni a comprar el periódico y me tuve que quedar escondido hasta el 2 de enero. Cuando volví a casa mamá acababa de despertar de la juerga y ni siquiera había notado mi ausencia.

Ahora, definitivamente, el 1 de enero ya no existe. La juerga solía ser en Francia, pero, como a Vargas Llosa, a mi también me han cansado un poquito los franceses y este año decidí quedarme en Madrid. Las nocheviejas anteriores me dejaban muy mal y el primer día del año me la pasaba de la cama al sofá, del sofá a la cama, de la cama a la mesa, y de allí de vuelta a la cama. Alguna vez me dormí sentado en el baño. Mi año, desde el 2006 comienza el 2 de enero. Hoy tengo fiesta en casa de mi tía, no sé si disfrazarme de Michael Jackson o ir tal cual soy (la classe), sólo espero pasarlo bien sabiendo que, mañana, la luz del sol no existirá, seré un vampiro total y mi máximo esfuerzo será leer cuatro páginas de algo o ver dos capítulos de cualquier mierda. Comenzaré el 2010 con ganas y a partir del 2 de enero volveré a ir al gimnasio, terminaré de escribir mi novela, etc, blablabla.
Happy new year, losers.

lunes, diciembre 14, 2009

Je te Kiffe (a donf!)


- Odio a este tío, o sea, no lo odio - pienso: decídete, oye - pero es que no sabe lo que quiere.
- ¿Por? - digo, pero pienso: acaba ya de hablar que me cago de frío.
- Es que sabía que me iba a caer, ¿ya? era obvio ¿no?
- Sí, sí. Era obvio. ¿Pero te gustaba no?

En Lima, oscurece de forma muy extraña (lo he vivido en Segovia, también), puedes estar caminando tranquilamente, viendo al sol perderse entre las nubes, y de golpe, al doblar la esquina, te encuentras con la noche. Más de una vez (en Segovia también) estuve tentado a volver sobre mis pasos hasta allí donde todavía, en mi imaginación, era de día.

- Sí, pero la cosa es que es un fifone.
- ¿Cómo fifone? - vuelvo a mirarla a los ojos por un segundo, antes de retomar mi búsqueda de un taxi que me haga escapar - sabes que mi italiano va justito.
- Fifone - repite, con su encantador acento romano - un cobarde. Un cagado. A mí me gustan los tíos que me entran, no los que se quedan dudando si entrarme o no.
- Pero, ¿para qué quieres que te entre? - putos taxis, todos pasan llenos y Lima está cada vez más oscura - ¿no estabas saliendo con el musculoso ese?
- Sí.
- ¿Entonces?
- Y soy feliz. Estoy servida, no quiero problemas.
- No entiendo nada. Si lo vas a rechazar, ¿para qué le das bola? Eres una calientahuevos, flaca.
- Un poco.

Al fin para un taxi asqueroso con su lucecita verde. Pienso: ya es hora de que me largue, aquí no voy a sacar nada de provecho. Abro la puerta y me meto como si fuera un superstar perseguido por mil fans hambrientas de sexo o de un mechón de mi negro pelo. Voy contigo, dice, y pienso: ¿para qué, si no vas a dejar que te toque las tetas?

- Así que por eso estoy aquí contigo - dice, acomodándose el pelo lo mejor que puede - dejé al idiota ese bailando con Silvia.
- Asquerosa.
- ¿Silvia?
- También.

El chofer mira por el espejo a las piernas de mi amiga. Yo me despatarro en el asiento buscando una idea en mi mente. Algo que sirva para que esta tía se calle de una vez, o se baje del taxi en marcha. Lima está ahora llena de neblina (¿Qué hora es? ¿Las 3 de la mañana? ¿O las cuatro?)

- Yo no entro a las tías cuando sé que no tengo nada que ganar.
- Ya pero éste no es como tú.
- Ya. ya sé, es un poco más....
- Schifoso.
- Tampoco tanto - pienso: bien, ya estoy llegando a casa- pero sí es un poco barriobajero. Por eso se ha acoplado tan bien al grupito ese de los lacras.

El taxi para en un semáforo y le digo que está bien, que allí me quedo. Bajo, y cuando me voy a despedir, ella baja también. Pienso: ¿para qué?, si no quieres nada conmigo ¿no? Cruzo corriendo la calle con el semáforo en rojo. No sé por qué corro, no hay nada de tráfico a estas horas de la madrugada. Ella corre detrás de mí, espérame, grita, así me dejas cerca de casa. Hace frío y ella empieza a temblar. No me voy a quitar el abrigo ni loco, la abrazo y se queda más tranquila.

-Si nos viera así mi novio no sé que pensaría.
- ...
- ¿Qué pensaría tu novia, si nos viera caminar así?
- No sé nunca lo que piensa, menos aún lo sabría en esta situación.

Llegamos a una esquina desde donde se ve su casa. Hay un parque de niños, congelado. Un gato juega entre los columpios. ¿Sabes qué vas a hacer ahora? pregunta, y yo me encojo de hombros, mirando al infinito. Te vas por ahí, y llegas a tu casa súper rápido. Le contesto que no, que me voy por la otra calle mejor, y la dejo ahí parada. Cuando llego a mi puerta y abro con mis llaves del Señor de los Anillos siento al fin el alivio que tanto buscaba. Me tiro en la cama y pienso: mierda, al menos tendría que haber hecho que pagara la mitad del taxi.

miércoles, noviembre 18, 2009

Suerte, que mis pechos son pequeños


Mamá decía que pisar la caca de un perro era un inequívoco augurio de buena suerte. "Uy, qué suerte, hijo" soltaba cada vez que yo, torpe como un pato, pisaba cacas de todos los colores por las calles mi barrio. Yo no le veía la gracia, y la única "suerte" que obtuve del destino fue que el heladero que me atropelló no dañara ningún órgano vital.

Caminando por Sevilla (25 años más torpe que entonces) pisé dos kilos de caca de caballo. Mi pie se hundió en una hedionda masa verde claro que me dejó perfumado para el resto del día. Siguiendo la teoría de mamá, debería ser ahora rico y suertudo. Pero la realidad es bien distinta.

La semana pasada la grúa municipal se llevó mi coche. Lo supe al final del día cuando más ganas tenía de volver a casa. Estefanía me decía "venga, hombre, no hagas bromas" y yo le repetía que no, que no era broma, que allí estaba mi coche y ahora había desaparecido. Tuve que recogerlo en el depósito municipal de Alcobendas previo pago de 111 euros, y tras esperar que una maruja terminara de soltar todo su arsenal de excusas para intentar justificar el hecho de haber dejado el coche bloqueando la salida de los bomberos. "Pague primero, y reclame después" le dijo el tipo del depósito municipal. Yo ni siquiera intenté justificarme. Pagué, saqué mi coche y volví a casa con 111 pavos menos. Quinta rotonda a la derecha, me gritó el hijoputa, sales directo a la de Burgos.

Llegué a casa y para consolarme, quise ver el One Night Only, de Ricky Martin. Un concierto en el que todavía se ven de fondo las torres gemelas, cuando Ricky era famoso. El vídeo no funcionaba, mi DVD se colapsó y mi tele perdió los canales de la TDT. Me cagüen tus muertos, Ricky. Quiero seguir con la onda latina y pongo mi disco "Mended" de Marc Anthony, a la altura de la pista 7 el disco se queda pegado y el láser hace que la voz de Marc suene como si su ex mujer lo estuviera estrangulando. Salgo volando de la ducha y resbalo, caigo de boca sobre la fregona y me trago algo que me raspa el esófago. Pido cita en el médico para el día siguiente, me he tragado no se qué...y duele. El seguro privado no pregunta y me garantiza asistencia completa en una de las mejores clínicas de Madrid.

Me alimento con líquidos durante todo el día siguiente y cuando creo que la cosa va tomando forma, salgo sonriente de la oficina y Elena me pide que la lleve a casa. Ok,vecina, le digo, y miro de reojo su falda blanca y sus piernas de 22 años envueltas en nylon negro. Subimos al coche y cuando ella estaba hablando no sé de qué, me distraigo, la escucho gritar y un segundo después mi espejo derecho sale disparado tras chocar con la puerta de un coche gris. Por el espejo retrovisor veo a un viejo que hace aspavientos. Me quedo petrificado, preguntándome ¿qué pachó? Elena baja hecha una fiera y se come vivo al viejo que, cuando bajo yo, ya tiene preparados los papeles del seguro y firmamos un parte amistoso. Lo siento, Elena, le digo, no sé qué me pasa esta semana.
La dejo cerca de su casa y llevo el Kia tuerto del ojo derecho al taller. 160 euros, me dicen, sin anestesia. Saco mi tarjeta de crédito y pago, pensando que mejor me olvido de las Ray-ban aviator que me quería comprar, y que Nadia me había dicho que me quedaban trés bien.

Suena una alarma en el móvil que me recuerda que mi hermanito ha inaugurado ya su academia de baile, con los chicos del programa "Fama" como profesores estrella. ¡Al fin una alegría!, pienso, pero al llegar me cuenta, desesperado, que los obreros no han terminado de instalar dos máquinas de aire acondicionado, que la mesa de sonido no era la que ellos querían (porfa, tráeme tu equipo de música) y que una profesora de Fama se ha desmayado en plena clase de Funky-Sexy-Style-Forever-Maybe. Salgo corriendo de la escuela y desmonto el mueble del salón que tanto le gustó a Arturo cuando estuvo en Madrid, para poder quitar el equipo, los altavoces, y un tocadiscos con mp3. Cuando estoy metiendo las cosas en una mega-bolsa, me llega un SMS de mi hermano que más o menos es así "prf, trm tmbn Cds d Salsa, q l prf d rtms ltinos no trjo musik".
Asumo, con dudas, que quiere música, pero sólo encuentro un disco de Roberto Blades.

Cuando al fin termina la inauguración vuelvo a casa.Muerto, abro el buzón de correo y encuentro el CD doble "Bowie at the Beeb" que había comprado en ebay quince días antes. Lo escondo debajo de la camiseta, temeroso de que se volatilice como pasa con las cosas que no alcanzo a conseguir cuando estoy soñando (mi Ford Mustang, bailar con Michael Jackson, Vero, etc.) Me meto en la cama y cierro los ojos. Me duermo al instante. Sueño con mi madre, que va por Sevilla pisando mierdas de caballo y sonriendo como una loca, a la vez que dice "ven hijo, ven, que esto, fijo que da suerte", y yo, desde lejos, le grito: ¡LOS COJONES! y huyo con mi Cd de Bowie por las calles del barrio de Santa Cruz.Cursiva

miércoles, septiembre 09, 2009

Jingle Bells


Edurne entró en el bar borracha y con un gorro de papa noel del que colgaban dos trenzas blancas. Lucio y yo colgábamos de un par de cubatas y la vimos venir hacia nosotros con el mismo pavor que se ve venir a los toros desbocados.

- Menos mal que no la hablo - dijo.
- Yo creo que ella no lo recuerda, brother.

Mama Noel lo rodeó entonces con el brazo y yo aproveché para escapar por debajo de sus patas delanteras. Ole. Me uní al grupo que formaban las chicas del departamento de quejas y por un tiempo indeterminado disfruté de la fiesta. Bailé dos canciones de Camilo Sesto, una de technotronic y Paquito el Chocolatero. Cuando Ana me preguntaba en su español alcoholizado si yo era filipino y Marta me decía que mi mano no estaba precisamente en su espalda Lucio volvió con la confusión en su rostro.

- Dice que olvide el pasado tronco. Que ella siempre ha querido ser mi amiga.
- Pues nada - respondí viendo de lejos a Sonia, que acababa de entrar - hagamos amigos, amigos, amigos, cada día más amigos.
- No sé, chaval, esta gorda no es de confiar.
- Entonces, no confíes.
- Ya, pero es amiga de Isa. Y si ella me odia, Isa también, y yo quiero seguir siendo amigo de Isa.
- Porque está buena.
- También, no te digo que no. Pero más porque es buena tía.
- Y tiene buenas peras.
- Ahí le has dao', cabroncete.

Edurne volvió a colgar sus 90 kilos sobre Lucio y le dio dos besos que sonaron como dos explosiones. No pude evitar abrir los ojos al máximo, tanto que Ana pasó a mi lado y dijo ya no pareshesh filipinou. Edurne, creyendo que yo estaba celoso ante tamaña muestra de cariño me atrapó entre sus rollizos brazos y me dio dos besos también (uno en cada mejilla) que me hicieron sentir como un becerro recién nacido. Isabel, que veía la escena desde lejos levantó el pulgar hacia nosotros y yo me di cuenta de que el frío navideño había despertado sus pezones y éstos estaban a punto de atravesar su camiseta.

- Hola guapo - dijo Sonia, que llegó del cielo para salvarme.
- Hola - respondí, y la sujeté por la cintura como si fuera un salvavidas - ampay, me salvo.
- ¿Qué?
- Nada, nada yo me entiendo.

Algún envidioso preguntó que por qué esa rubia maciza me dejaba sujetarla de esa forma. Yo sólo respondí porque yo lo valgo, y le di una palmadita en su culo de acero. El alcohol hizo milagros y el bar asqueroso me parecía Pachá, la música era perfecta y bailé hasta canciones de Bisbal. No sé cuantos cubatas bebí pero seguro pagué sólo la mitad. Alguien abrió la puerta del antro y el viento helado me hizo toser. Edurne se descolgó entonces de Lucio y mudó su masa al cuello de Alberto, que acababa de entrar.

- ¿Qué hacéis aquí? - preguntó - vamos a Alcalá, que está de putamadre.

Quise aprovechar para escapar pero alguien se subió en mi coche y dijo al Trastero, que ponen copas por dos duros. Minutos después iba contando las luces para llegar a casa.

El Trastero, garito universitario, me encantó. Tenía un futbolín, tableros de dardos y una camarera que quitaba el hipo. Mis esperanzas de enrollarme con Isabel se acabaron cuando la vi llegar al bar acompañada de un pijo que no sabía besarla con lengua. Edurne también había llegado con carne: un pelirrojo que se la tiró esa noche y el lunes consiguió un ascenso en la empresa. Lucio y yo seguíamos emborrachándonos ajenos a todo y viendo los toros desde la barrera.

- Feliz Navidad, brother.
- Feliz navidad, chaval. ¿Sabes que te aprecio mucho, no?
- Yo también, tío, yo también.

Alguien se ofreció a llevar a mi amigo a su casa en el barrio de Salamanca y yo volví a la mía muerto de sueño, borracho y sabiendo que esa era mi última navidad como teleoperata.

miércoles, septiembre 02, 2009

Sueños son.


Anoche, anoche soñé con Tatiana. Es raro porque nunca la he visto en mi vida. No recuerdo cómo comenzamos a escribirnos por e-mail. Creo que fue por culpa de una de las estupideces que escribo en este blog, y que ella, muy amablemente, creyó que podía formar parte de una colección de crónicas. Días después la encontré en el facebook y nos hicimos amigos cibernéticos. Y me gusta pensar que cuando vuelva a Lima (porque a mi avión se le acabe la gasolina, y hagamos un aterrizaje de emergencia) intentaré tomarme un café con ella.

En el sueño, yo vivía en una casa verde de varios pisos que se comunicaban por medio de un ascensor que se parecía mucho al de mi primera casa en Madrid, en el barrio asqueroso de Oporto. De vez en cuando aparecía mi tío el ingeniero (de quien mamá me había dicho la tarde anterior que odiaba a la que, hoy por hoy, es mi ex novia) que me decía que debía reconducir mis acciones, que el camino que había seguido estaba bien pero era mejorable, que la vida es una tómbola tom-tom-tombola. Como siempre, asentía con la cabeza y seguía mi camino hacia mi habitación porque, al parecer también en el sueño, tenía que preparar una maleta para volar a París, que es donde suelo esconderme cuando estoy triste.

Entre cada planta de la casa verde, aparecía una mujer que parecía encargarse de la limpieza y a la que no le gustaba mi presencia pues al verme me gritaba "usa el ascensor carajo, que estoy limpiando las escaleras". Al llegar a la segunda planta, pensando en si debía llevar o no mi Esquire en la mochila para leer algo en el avión, apareció papá y me preguntó que por qué no le había contado lo de mi ruptura con Sol. No supe qué contestar,y, como hacen todos en mi familia, huí del problema corriendo escaleras arriba. Escuché a la señora de la limpieza cagarse en todos mis muertos.

En la segunda planta habían cuatro habitaciones con puertas verdes. Dos puertas estaban cerradas, y me metí en la primera de las que estaban abiertas. Tatiana reía al lado de una chica de ojos chinos, que bailaba con un vaso largo de plástico en una mano y una botella de ron en la otra. ¿Quién es? pregunté, y ella me contestó es su cumple, cholo, déjala ser. Odio que me llamen cholo, normalmente, pero me hizo gracia en su voz y, no sé por qué (así son los sueños, llenos de huevadas) la levanté del suelo como si fuéramos una pareja de recién casados. Bájame, bájame, decía ella, muerta de la risa, que me va a ver mi novio que está en el otro cuarto. Le di un beso en la mejilla y pasé al cuarto de al lado en el que, efectivement, estaba su novio. Me llamó la atención la delicadeza con que cosía una imagen del Señor de los Milagros en un hábito morado, pero recordé el motivo de mi ascensión a la segunda planta y pregunté: ¿alguno de ustedes me puede llevar al aeropuerto?.

Como el novio costurero no me quiso ayudar, un amigo suyo de pelo zambo se ofreció a ayudarme, pero al toque, flaco, que estoy recontra apurado. Chapé mi maleta y una mochila pequeña que me colgué al hombro. Llamé al ascensor temeroso de la mujer de la limpieza, pero el amigo zambito bajó corriendo por las escaleras. Cuando al fin llegué al piso inferior me di cuenta de que no me había despedido de Tatiana y quise volver, pero entonces descubrí que había perdido mi mochilita con mi pasaporte, mi dinero, mis tarjetas de crédito y mi foto de Mónica Bellucci. Casi lloro de la impotencia.

Me desperté sudando y preguntándome qué mierda de sueño había sido ese. Prefería mil veces (y echaba de menos) aquellos sueños en los que le mordía el culo a Vero, o aquellos en que jugaba al futbol con Ronaldo. Éste no tenía ningún sentido. Decidí correr a escribirlo antes de que se me olvidara, con la esperanza de que Tatiana se pusiera en contacto con algún chamán de Pisco y le preguntara qué carajo significaba todo esto.
Lo único que sé a ciencia cierta es que tengo un avión a París en unas horas, y no sé ni dónde está mi pasaporte ni si llevar mi Esquire para leer algo durante el vuelo.

martes, agosto 25, 2009

Tanto tiempo tranquilo


-¿Cómo estás?
- Bien, tranquilo.

¿Por qué respondes que estás "tranquilo", si no lo estás, brother? Se te ve a la legua que te tiembla una mano, que el ojo izquierdo se te cierra y que ya no tienes uñas en los dedos. Has movido tu vaso cuatro veces, y aunque no te gusta el chicle, lo masticas como si tu vida dependiera de ello. tranquilo no estás, no.

Yo respondía igual, hace unos años, hasta que una tarde un amigo me dejó en ridículo delante de Magaly (la primera mujer que me hizo temblar las rodillas). Yo estaba feliz, porque había conseguido clasificar a mi colegio a la final del campeonato interescolar gracias a un gol tan antológico como fortuito. La pelota me llegó de rebote y me pegó en la canilla, eso hizo que se moviera un poco hacia adelante descolocando a mis marcadores, que esperaban que al recuperar el balón yo lo pisara, me girara y tratara de encararlos. Como ya me habían dado un par de patadas minutos antes para castigar mi temprana osadía de delantero encarador, decidí entonces que ni pararía la pelota, ni me giraría, no los encararía. Apenas el cuero toco mi pie me libré de él de una patada rápida que, para mi suerte, terminó clavada en la esquina superior del arco. Fui la estrella del momento, Magaly me veía desde fuera, confundida, porque había eliminado a su equipo pero también había clasificado, yo, su amiguito enano y flaco.

- ¿Cómo estás? - me preguntó un amigo, al finalizar el partido.
- Bien, tranquilo - respondí, al no saber qué decir.
- ¿Tranquilo? ¿Cómo que tranquilo, huevón? - me zarandeó - has metido un golazo, nos has clasificado para la final, y ¿dices que estás tranquilo?. No jodas, pues, oye.

Mi sangre rebelde decidió subir a mi cara y sentía que las mejillas me iban a explotar. Magaly me miraba implorando una respuesta inteligente para callar a mi impertinente amigo, o al menos burlarme de él de la misma forma que había hecho conmigo. Pero me quedé mudo. O sea, me quedé ahuevadamente tranquilo. Dos años después, ese amigo mio, se folló a Magaly, con toda la tranquilidad del mundo.

Mi abuelo inventó una variante genial. Cuando la gente le preguntaba que cómo estaba él, o los ignoraba, o respondía "tranquilo, como operado". Entonces los sapos no sabían si reír o preguntarle al viejo insolente cuál había sido la dolencia que lo había llevado al hospital. Alguno me susurraba al oído "¿de qué han operado a tu abuelo?" y yo, que ya había sido entrenado con mucha antelación, respondía con la mayor seriedad posible y poniendo cara de pena: "de la pinga, señora, de la pinga".

Intenté importar la respuesta del abuelo en mi época de colegio militar, pero no funcionó bien. Teníamos un auxiliar muy estricto, y cuando respondí a su pregunta "¿Está usted bien, alumno?" con un "sí, sí, tranquilo, como operao" me condenó a arrodillarme en el patio central durante dos horas con los brazos extendidos. Al termino del castigo se agachó y me dijo muy bajito: "la próxima vez que te pases de paloma conmigo, te rompo el culo guapito. Ahora levántate y vete a tu salón que tienes clase de Historia". Admiré dos cosas de aquél tipo en ese momento: su perfecta amenaza digna de una película de Scorsese, y la capacidad para saber mi horario escolar de memoria (algo que yo no había conseguido en años).

En mis últimos años de carrera, busqué un trabajo mal pagado que me permitiera pagar bien mis vicios. Trabajaba en un call center que se dedicaba a dar soporte a todo dios que tuviera un PC. Llamaban de todas partes del mundo: chinos, griegos, franceses, italianos, españoles, arequipeños, murcianos y algún que otro catalán. Una tarde, cuando ya contaba los minutos para salir disparado hacia mi sofá llamó un tío cuyo acento me sonó bastante familiar.
- ¿Buenos días, cómo está usted? - pregunté, usando las normas de saludo que la empresa nos había dado.
- Bien, tranquilo - contestó, y yo pensé: éste es peruano.

Mamá ha mutado sus respuestas con el paso de los años. La suelo llamar con cierta frecuencia y al principio respondía a mi ¿cómo estás? con un "bien hijo, estoy bien, tranquila como operada" haciéndole un pequeño homenaje al viejo que tanto quisimos. Pero ahora que vive tranquila de verdad, cuando la llamo y pregunto "¿qué tal ?" tiene cuatro respuestas posibles: 1) Tumbada 2) Viendo una peli 3) Cosiendo 4) Chateando con tu madrina.

No estan difícil entonces cambiar de vez en cuando las respuestas que damos. No tienes que responder "bien gracias" cuando estás jodido, ni "girando a la derecha en la próxima rotonda" cuando no tienes idea de dónde está el sitio por el que te preguntan, y menos "bien, tranquilo" cuando lo que estás es aburrido. Por eso yo he inventado una respuesta basada en una que dio Etoo hace unos años y cuando me preguntan que qué tal estoy respondo que bien, trabajando como negro para vivir como blanco, creo que a mi abuelo esa respuesta le habría gustado.

viernes, agosto 14, 2009

Me toca los cojones (me llega al pincho)


Me toca los cojones (me llega al pincho) que mi último disco de Paul McCartney haya llegado sin letras de las canciones, y esté lleno de fotos describiendo su proceso de envejecimiento,. Yo quería la letra de "Maybe I'm Amazed" no la cabeza rubia de Linda haciéndome ojitos. Si no fuera porque es la madre de (la ricura) Stella la odiaría tanto como a Yoko Ono.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que mi jefe me llame al móvil cada vez que salgo del trabajo algunos minutos antes. Tiene más paranoias que yo y siempre piensa que me he ido a una entrevista. A veces tiene razón, pero últimamente, por desgracia, no. ¿Cuándo viene tu mujer, causa? A ver si así tienes vida de una vez por todas, y follas un poquito.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que Yamaha y Suzuki hayan descatalogado los únicos modelos de moto que me gustaban. Ni la Marauder, ni la Intruder, ni la Special se venden más. Ahora tengo que hacer otra vez un estudio de mercado y buscar algo que se adapte a mi bolsillo. Todo por la nueva normativa europea de emisión de gases. Gases serán los que suelte yo en el concesionario la próxima vez que un vendedor me diga "uy, de eso ya no hay, tío. Imposible". Imposible es que tú consigas un trabajo mejor, mamón.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que sólo me hagan caso las feas. ¿Por qué la tia buena de mi trabajo sólo me dio un besito monacal en la mejilla? ¿Por qué estas chonis creen que soy su amigo? Yo quiero que la morena de infraestructuras me mire, que la pelirroja de comunicaciones me sonría, que la rubia de contabilidad me invite a salir. Si sigo así tendré que comprar hijos, como Ricky Martin, también subiré fotos al facebook lavándoles la cabeza. ¡Qué tierno!

Me toca los cojones (me llega al pincho) que por culpa del verano los quioscos de periódicos de mi barrio estén cerrados. Yo creo que éste es el único país en el que las ciudades tienen aspecto de pueblo fantasma en cuanto sale el sol. Ahora tengo que caminar 300 metros para comprar mis revistas y la semana pasada (lo juro) me cerró el paso una bola de paja del tamaño de un cerdo bien alimentado. Me quedé inmóvil esperando a que alguien sacara un pistola y comenzara el duelo al atardecer. Bang.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que ahora que lo nuestro se ha acabado todo el mundo me mire como si me hubieran detectado un cáncer terminal. Es duro al principio, dicen. Tienen que dejar de vivir juntos, aconsejan. Vámonos de juerga con mis amigas, sugieren. Yo sólo quiero quemar bien las etapas, y si quiero estar triste en el sofá viendo la primera temporada de Hulk, pues que me dejen. Sólo falta mi madre cantando "ya lo sabía, ya lo sabía". Mira tú: una que en mayo se queda sin regalo.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que nunca haya ropa de mi talla en el centro comercial al que vamos. ¿Es tan difícil tener stock de tallas M? Está bien que el ciudadano promedio tenga más barriga que Homer Simpson pero yo no, joder. He tenido que irme hasta La Moraleja para encontrar el cárdigan de Mango que quería, el pantalón de Zara que buscaba y los polos Benneton que me gustaban. Putos gordos.

Me toca los cojones (me llega al pincho) no haber terminado de escribir mi novela. Lleva años inconclusa y sólo la retomo cada vez que sale por la tele Santiago Roncagliolo y me digo: si éste tío, escribiendo normalito ha ganado un premio, ¿por qué yo no? Entonces retomo la historia de mi abuelo, que murió cinco veces, y la retoco, la releo, la reestructuro. Y me sigue pareciendo frío, nuestro amor, pareciendo frío, tu corazón.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que se murieran John Lennon, Kurt Cobain y Michael Jackson. ¿Por qué no se muere Guiller? ¿O Cristian Castro? O mejor: Alaska. Yo podría ir a los conciertos de mis ídolos , la música no hubiera parado de evolucionar, la gente tendría más canciones para ser felices. ¿O no? Esta duda me descoloca, me desconcierta, me toca los cojones (me llega al pincho).

martes, agosto 04, 2009

Let's get Physical


-Te has quedado hecho un tirillas - me dice Pilar, que pesa 80 kilos y mide 1.50.
- Es que en vacaciones he practicado la dieta del cucurucho - miento.

Cuando terminamos de comer, me miro con atención en el baño. Especialmente el culo, que es donde Pilar dice que he perdido más chicha. Puede que tenga razón.
Al llegar a casa compruebo usando mi balanza que he perdido 7 kilos en estas vacaciones, casi todo grasa, por suerte. Pero también perdí masa muscular por haber abandonado hace mes y medio el gimnasio de barrio, al que llegaba con el tiempo justo y muy cansado.

César, el director comercial de mi nuevo trabajo, me cuenta que Marta iba a un polideportivo cercano, pero que no recuerda dónde estaba exactamente. Le digo que buscaré información en Internet y él me asegura, con mucho entusiasmo, que si averiguo algo se apunta a correr una hora en la cinta a la hora de comer.

- Esta tarde no como contigo - le digo a Victoria, que no oculta su decepción - me voy de excursión.

El polideportivo de Alcobendas está bastante cerca de la oficina. El parking es horrible y está a pleno sol, pero aún así me alegra haber llegado en menos de diez minutos, y, entusiasmado, entro a través de una caseta de obras en donde me cruzo con dos obreros que devoran algo que parece pollo. ¿La oficina de información? pregunto, y alguien me hace un señal indicándome que bordee un edificio hacia la derecha.
En la oficina de información sorprendo a tres funcionarios que hablaban, me imagino, cosas de trabajo.
- Hola, quiero hacerme un abono- digo.
- ¿De deporte total o de alguna actividad?
- ¿El deporte no es una actividad?
- ... esto...sí, pero necesito que me diga si es abono deporte total o abono de una actividad en concreto.
- Ah. En concreto, digo, una actividad.
- ¿Cuál?
- ¿Cuál, qué?
- ¿Qué actividad?
- Gimnasio.
- Abono gimnasio, entonces.
- Va ser que sí.

Los otros dos funcionarios, vestidos con bermudas y camisetas con mensajes, nos miraban sin inmutarse.

- ¿Está usted empadronado en Alcobendas?
- No, por suerte.
- ¿Perdone?
- Que no, que no.
- Entonces son 43 euros que tiene que abonar en caja y le harán una tarjeta de acceso al gimnasio.
- Ok, muchas gracias. ¿Dónde está la caja?

La caja estaba al lado, y dentro había dos tíos que parecían padre e hijo. Creo que interrumpí algo importante.

- Hola.
- Buenas.
- Quiero un abono gimnasio, por favor.
- ¿No quiere el abono total?
- ¿Y eso qué es?
- Le da acceso completo a todas nuestras instalaciones.
- Ok, ¿qué necesito?
- Certificado de empresa, dos fotos, datos bancarios, pagar tres meses más matrícula y un candadito para la taquilla - me soltó el hijo, sin inmutarse.
- Eh, mejor el de gimnasio nomás, gracias.

La sala de fitness (así la llaman, no sé por qué) estaba llena de máquinas de última generación. Y tras recorrerla de arriba abajo dos veces tuve que preguntarle a uno de los voluntarios que fungen de monitores que me indicara cuál de todas servía para trabajar el pecho.

- Esa - la señaló - la que tiene un dibujito de un hombre con el pecho en rojo.

Me entrené cuarenta minutos, como siempre. Y al llegar al vestuario descubrí que no tenía sandalias, ni jabón, ni toalla. Me duché con agua y me sequé el cuerpo con la camiseta que había usado para entrenar. Me vestí y volví al trabajo feliz y relajado. Aunque sucio y sin desodorante.
César me preguntó que ¿qué tal el gym? y yo le dije que bien, y que se animara a venir conmigo al dia siguiente. Se puso pálido, miró al horizonte y después de unos segundos de meditación me soltó: yo, es que en agosto prefiero hacer la siesta.

lunes, agosto 03, 2009

La Mer


Lo mejor de estar tomando el sol en la Costa Azul francesa, es que no estoy en Lima. Y (thanks, god) mucho menos en Madrid. A esta playa llena de gente que habla bajito, de chicas lindas y niños que respetan al vecino de toalla llegué en un Megane sufridor que aguantó muy bien que lo lleváramos varias veces por el cementerio, perdidos por las calles de Marsella.

Cuando iba a la playa, en Lima, era todo más miserable. Nadie de mi familia tenía coche, y por eso mis tíos como mucho organizaban excursiones a las playas del Callao que olían a meado de pescadores. Se tumbaban sobre piedras y bolsas de plástico y se tostaban al sol como si fueran pescados cubiertos de sal. Yo me dejé llevar una vez, por no despreciar la buena intención de uno de mis tíos que me ofreció un paseo en bicicleta hasta la playa de Chucuito. Subimos por la Faucett, hasta la Argentina, y desde allí bajamos hasta el Ovalo del Callao para, no sé como, llegar hasta Saenz Peña y desembocar en ese paraje poco hospitalario con el que colindaban un colegio de mala muerte y dos prostíbulos.

Nos acomodamos (por decir algo) al lado de una señora mayor que parecía honrada y le pedimos que nos cuidara la bicicleta destartalada a la que sólo le faltaba sacar la lengua después de tamaño viaje. Claro, muchachos, nos dijo, báñense nomás, que yo les cuido la bicicleta. Avanzamos hacia el mar sin dejar de ver a la vieja con el rabillo del ojo y el agua helada nos mojó los pies. Mi tío se agachó, movió un par de algas, se mojó las manos y se persignó.

- ¿Por qué te persignas? - pregunté.
- ¿Crees en Dios? - respondió.
- No sé, creo que sí.
- Pues por eso - remató, dejándome más confundido.

Nadie me ha sabido explicar, jamás, el significado de persignarse. Se lo pregunté a mi profesor de religión, cuando tenía unos diez años, y me dijo que era un especie de saludo amistoso hacia dios. Por eso, decía, cuando pasas por una iglesia te persignas, es como decirle "hola" a un amigo. Le pregunté entonces si era necesario persignarse cada vez que pasabas delante de una iglesia, y me dijo que no, porque a los amigos sólo se les saluda una vez al día¿no?.
Como yo ya me había persignado (con agachadita de cabeza y todo) al pasar frente a la Iglesia del Carmen, no quise hacerlo al entrar al mar. Mi tío me miró divertido y me aseguró que si me ahogaba, iría al infierno.

Desde dentro del agua veía niñas feas, gordas y morenitas, con sus madres más gordas aún. Vi a un hombre meando en la orilla del mar, y me pregunté si su orina flotaría hacia mí. Mi tío nadaba feliz entre las algas y las bolsas de arroz mientras yo me imaginaba que el hombre aquél que vendía sánguches de pollo había escupido en cada uno de ellos, o peor, los había cocinado después de ir al baño y sin lavarse las manos. Unos chicos, más grandes que yo, corrían sobre las piedras y pateaban la toalla de una pareja que, seguramente, disfrutaba del sol como si eso fuera Cancún. Cuidado carajo, gritó el novio, pero los chiquillos lo desafiaron amparados en la fuerza del grupo, y éste tuvo que cambiar el tono de su queja por un corran con cuidado, pues, chibolos.

El agua verde de Chucuito llegaba en pequeñas olas que se rompían en mi espalda. Una de ellas me cayó como un latigazo y al girarme descubrí que me había azotado un trozo de tela vieja proveniente de algún naufragio o de algún vertedero cercano.

- ¿Nos vamos? - imploré.

Mamá supo de mi aventura y me prometió un viaje a las playas del sur. Papá prometió llevarnos y, como siempre, incumplió su promesa semana tras semana. Una tarde, mamá se hartó y nos llevó a mis hermanos y a mí al terminal de autobuses, dejando a papá dormido en casa. Subimos en un autobús destartalado que ponía Chilca pintado en la ventanilla con témpera blanca. Estábamos felices, y a medida que el bus avanzaba entre las calles asquerosas de Lima, yo me imaginaba el mar limpio de Punta Hermosa. Al menos más limpio que el del Callao.
Después de un par de horas llegamos a la playa y fue casi como un dejavú. La situación era la misma, el comportamiento de la gente era igual, y lo único que cambiaba, si acaso, era el color de su piel. Aún así disfruté de todos esos paseos y siempre los recordaré como parte de mi azarosa vida.

Marsella me dejó la sensación de ser una ciudad que, en el algún momento, fue abandonada por los franceses para que la invadieran los inmigrantes.
Hay que cruzar bosques, subir y bajar acantilados durante horas, y perderte en carreteras de un sólo carril para llegar a una playa decente. Pero cuando lo consigues, todo eso vale la pena. Te sientas en la arena, sobre tu toalla, y ves el mar azul diciéndote a ti mismo que para esto has trabajado todo el año. Cierras los ojos y te dejas caer mientras sientes cómo, poco a poco, el sol te va tostando la piel a lo Alain Delon. Dejas que el sueño te derrote y las primeras imágenes de sirenas con la cara de Virginie Ledoyen llegan a tu mente....hasta que escuchas un prrrrrtttt sonoro e inconfundible.

- ¿Eso ha sido lo que creo que ha sido? - susurro, y Sol asiente mientras me señala a una morena amorfa que, dormida, ha soltado un pedo de esos que hacen bajar la marea.

- Cari - le dice su novio - has soltado un pedo que te cagas.
- ¿Ah si? - dice ella - ha debido ser la fabada que hemos comido en el restaurante español.
- Córtate un poco tía.
- Bah - responde - no pasa nada, tronco. Que se jodan.

Recojo mi toalla y me muevo un poco, buscando, ahora sí, un sitio donde no haya nadie hablando en español. S'il te plait.

martes, julio 21, 2009

Well, well, well (oh, well)


De vuelta de tomar el sol, panza arriba, en la Costa Azul, veo los casi treinta mensajes que tengo pendientes en facebook.

Me invitan a una noche de copas para celebrar un cumpleaños (de alguien que, a pesar de formar parte de mi familia, me cae bien). Confirmo mi asistencia al evento a pesar de que el punto de reunión es famoso por ser la zona favorita de los prostitutos madrileños. Antes de llegar aviso que estoy unas calles más abajo, esperando a lo que surja en un bar e hidratándome con sangría.

También veo que Teresa ha vuelto a la vida cibernética. Me ha mandado un mensajito de esos que no puede ver nadie y descubro que es capaz de bromear sobre su propia situación incómoda. Algo que yo hago también cuando la gente habla de eyaculación precoz. Le contesto y le prometo falsamente que la llamaré en cuanto pueda para tomarnos algo antes que el verano se acabe. No le digo de qué verano estoy hablando.

Arturo me anuncia su visita a París, todo enmarcado en su World Tour, y me propone que quedemos a cenar en algún restaurante del 6e arrondissement. Despistado, no le prometo nada y busco con ansias un vuelo para las fechas que él propone. Como acabo de volver de vacaciones, me da un poco de estúpida vergüenza intentar coordinar mis fechas con el gilipollas de mi compañero. Pero cuando él empieza a ponerse tonto descubro que, coincidencias de la vida, ya tenía esas fechas separaditas para descansar. Le anuncio a Arturo mi disponibilidad y pregunto a Sol si se quiere venir a cenar con nosotros.

Rechazo cuatro invitaciones de amistad (dos que no conozco de nada, y dos que he visto un par de veces en mi vida), y descubro a la vez que Verónica me ha borrado de su lista de amigos. Por eso había afinidad entre nosotros, porque somos despiadados por igual. Me perderé las fotos de su hijo creciendo, se perderá las fotos de mis múltiples viajes.

Oasis me incluye en su lista de newsletter y se queja del mal funcionamiento del festival de Benicassim. Me alegro de no haber comprado las entradas a 80 euros, en la reventa. Se cancela el concierto de Kings of Leon por mal tiempo y yo me paso dos días más en una playa de Valencia que, para mi sorpresa, es nudista. No me atrevo a desnudarme ni a poner mis miserias al sol. No consigo sacar de mi mente a las dos tías que jugaban, en pelotas, al ping pong. Ping...Pong.

Esquire reconoce que el chiste que publicaron en el último número es de mi autoría, aunque se lo atribuyeron a alguien que, para colmo, se llama igual que un amigo mio que no tiene nada de gracia. Pido (por si cuela) una suscripción anual a modo de compensación y me contestan con silencio administrativo.

Mi hermano me dice por el chat que me ha comprado un parche de Guns n' Roses. Porque yo lo valgo. Se lo agradezco y le digo que no me importa tener dos parches iguales, que ya encontraré dónde coserlo. Pienso hacerlo en mi próxima chaqueta de motero.

Rolyn anuncia al mundo su blog. Me meto y leo un poco. No entiendo nada, porque habla en su mayoría de cosas de la carrera que pasé estudiando cinco años en la universidad.

Dario ha escogido los cinco grupos que más ama en el mundo. Me sirve para confirmar que es gay, y le pregunto que por qué no ha incluido a Gloria Gaynor en su lista. Es una pequeña vendetta que me sale del alma después de ver las fotos de la noche en que salió a tomar algo con nuestra joven/guapa/belga profesora de francés, sin invitarme. Dios le da pan al que no tiene dientes.

Subo fotos de mis vacaciones y pongo los comentarios en francés.Me hago fan de las tetas de Megan Fox y de un club llamado Harry Potter sucks. Apago el Pc y pienso, en silencio, en mi próxima cena en un bistrot.

martes, julio 07, 2009

He's out of my life


Michael entró en mi mundo a principios de los ochenta, cuando yo no sabía qué quería ser o hacer en mi vida. Más de veinte años después sigo en la misma situación.
Entonces pasaba la mayor parte de mi tiempo en casa de mi abuela, rodeado de mis tías contemporáneas que bailaban, casi siempre, al son de la música disco. Una tía era Irene Cara, la otra Madonna, y la más rara se conformaba con ser Yola Polastri. Mis tíos iban por otro camino: uno se convirtió en el gato de Kiss, otro en Freddy Mercury, y el más rebelde escogió (hasta hoy) a Chacalón. Todos, sin excepción, amaban a Michael Jackson.

Su música sonaba en el salón de mis abuelos casi todo el día, de lunes a viernes. Mi tía Madonna, en los descansos del Like a Virgin imitaba el Moonwalk en el suelo recién encerado. Yo intentaba conseguir esos pasos de baile, pero mis zapatillas Sinfin no se prestaban mucho al espectáculo y el deslizamiento sobre la imaginaria superficie lunar era prácticamente nulo.

- Tienes que coordinar - me decía Madonna - no es arrastrar los pies, desliza suaveciiiito.

Pero era inútil. Billie Jean fue un hit mundial que, como nuestros presidentes, tenía a todo el país caminando hacia atrás. Mejor dicho, casi todo el país, yo tuve que esperar al siguiente single para poder bailar con Michael: Beat It. En el video Jackson aparecía con pandilleros reales bailando en calles asquerosas mal iluminadas y llenas de meados. O sea, mi barrio del Callao.
Convencí a unos amigos para imitar el videoclip y tras muchos ensayos conseguimos reproducir a la perfección el baile, la pelea con navajas y la escena en el billar, pero nuestra efervescencia ochentera murió cuando el papá (policía) de Pepito nos dispersó con un par de balazos al aire y se llevó a su hijo de las orejas gritándole algo así como no vas a ser maricón como tu tío Larrea, carajo, maricones en mi casa, no.
Me metí a mi casa haciendo el paso del gusanito, desde la esquina de José Gálvez con Julio C. Tello. You better run/ you better leave while you can.

La explosión nuclear llegó con Thriller.

Yo no sabía que el single era del mismo cantante, ni del mismo disco, ni siquiera que pertenecía a la misma época. Es verdad que, en esa época, mi cultura musical se reducía a Parchis y un par de engendros más, pero Thriller rompió también mi miserable estructura del mundo pop, y, hasta yo, supe que estaba ante algo brutal la primera vez que lo escuché. La narrativa, el sample, los coros, Vincent Price, los giros de la voz de Michael, todo era nuevo. Mis tíos, como el mundo, se volvieron locos.

En todo barrio, había al menos uno (el niñito de papá) que tenía el LP en casa. Por suerte mi tío Freddy Mercury era muy amigo de los niñitos bien y, cada dos semanas, una copia del disco llegaba a la casa de mis abuelos. Cuando eso pasaba yo me sentaba como una gallina hipnotizada y dejaba que la música me envolviera. Yo no sabía que Michael había fusionado el pop con el soul, ni que la música negra era distinta a la música blanca. Para mí Génesis y Stevie Wonder estaban en el mismo saco, sólo me importaba si la canción me gustaba o no. Paul McCartney era ese señor que canta con Michael "The Girl is Mine". No existía entonces el CD ni el Mp3, así que habré escuchado, hasta 1986, unas cien veces el LP completo. Por eso, cuando Rihanna usó parte de "Wanna Be Startin' Something" en una de sus canciones, la reconocí de inmediato y casi me salgo de la carretera tras comprobar el sacrilegio.

Con mi adolescencia llegó Bad, y, como le confesé a Sol hace poco, me pasé varios años soñando con el momento en que el malote del barrio me arrinconaba contra una pared (realidad) y yo me vestía de cuero y cadenas y le daba una paliza (fantasía) mientras le gritaba "Who's Bad?". Perseguía a mis amigas al compás de "The Way You Make Me Feel", y me caí de cara un par de veces mientras intentaba la imposible inclinación de 45º que Michael hacía en el video de Smooth Criminal. A mi me salió pelo en algunas partes del cuerpo donde antes no existía y Michael pasó de ser un negrito simpático a un blanco amariconado. La gente del barrio decía que dormía en una cámara de oxígeno, que le gustaban los monos, que tenía una llama como mascota, y que él y su hermana Latoya eran la misma persona.

Pasaron los años. Llegó Dangerous (lo trajo mi tío Mercury de España) a casa de los abuelos y, aunque mi puntería estaba puesta en las piernas de Mila, no por eso dejé de comprender que ese disco era genial. Lo malo es que Kurt Cobain y sus amigos gobernaban el mundo y pocos prestaban atención al blanquito de melena negra que bailaba encima de la Estatua de la Libertad cantando "it's black it's white, yeah yeah yeah". Mila (y las otras) pudo más y le perdí la pista a la música por un largo tiempo. Cobain, Jackson y Axl se quedaron en un cajón hasta el verano del 2001, cuando mamá me regaló el Invincible para animarme tras una pelea a muerte con papá. Mi hermanito menor y yo bailamos entonces "You Rock My World" en el minúsculo salón de un piso de Moratalaz. Meses después papá me echó de casa y me llevé mi disco.

Hace unos días, planeaba cómo convencer a Sol de que viniera conmigo a Londres y pagar 150 libras por ver a Michael moverse como una lagartija jubilada sobre el London Arena. Un año atrás la había convencido de unirse a la Beatle's Week, así que esto tendría que ser (en teoría) mucho más sencillo. Había pensado en cenar con ella en un restaurante temático y que un imitador de Michael llegara bailando y tocándose la entrepierna (esto último era opcional) con una mano mientras con la otra nos dejaba dos entradas para el concierto sobre la mesa. Iba en el coche pensando qué restaurante escoger para la noche del viernes cuando una voz en la radio me jodió el plan.

- Michael Jackson murió la pasada noche de un paro cardiaco en su casa de....

Suerte que iba casi parado por culpa del atasco. Se me hizo un nudo en la garganta y sentí un gran vacío en el pecho. ¿Es esto la pena? Había muerto gente en mi familia y no me habían provocado la misma mezcla de rabia, dolor y frustración. De la radio salían canciones y todas me traían imágenes de tiempos pasados, de risas, de fiestas con amigos, de juergas, de borracheras haciendo el payaso gritando "aauuu" en plena calle, de amigas, de amigos, de tías, de primas, de abuelos, de cines, teatros, estadios vacíos y conciertos cancelados. Nadie vió las tres lágrimas que solté por mi amigo Michael. Mi primer pensamiento fue llamar a mi hermanito, pero al llegar a la oficina vi en Facebook que él ya sabía la mala noticia "Descansa en paz, Michael" rezaba su estado. Llamé a Sol para darle la mala noticia y, como yo, no quiso creerlo. Mis tíos estaban igual de tristes que yo y mi tía Madonna dijo que ya sólo le quedaba Madonna, que no había más reyes en el mundo del pop. Me pasé el fin de semana viendo videos de Michael y escuchando su música, sonriendo y agradeciendole por todos los buenos momentos que ayudó a construir.

Thank you, Michael, por todo. Hiciste bien en no dejarle ni un dolár al cabrón de tu viejo. Descansa en paz, hasta la vista, baby.

viernes, junio 26, 2009

¿Eres tú?


- No tengo catálogos de la Virago 250 - dijo Adriana.
- Ni de ninguna otra, me imagino.
- No, bájatelos del Internet - aconsejó.

Salí del concesionario Yamaha preguntándome cómo una tía guapa podía tener una voz tan horrible, como de ardilla o personaje secundario de Dragonball. Mientras bajaba por la avenida recordé las risas que Julio y yo nos echamos, horas atrás, cuando le dije que mi jefe se parecía a Goofy.

- Es igualito, huevón - me dijo, colombianísimo - puta que risa.
- Sólo le falta golpearse con las paredes, o caer por las escaleras mientras ríe.

El ruido de los motores y los claxon seguían formando parte del sonido de Madrid, y yo, de jueves, me reía como un loco. Recordé también a Natalia discutiendo con Dario y diciéndole que lo habían despedido de Accenture porque era un inútil. Me compadecí del pobre y me detuve frente a un escaparate de Mazda. Alguien gritó algo de cagarse en los muertos de una hija de puta. El vendedor me miraba desde detrás del cristal implorando al patrono de los préstamos y las deudas que me animara a entrar. Seguí de largo.

- Es igualito huevón, y mira cuando se sube a la moto. Parece que lo han dibujao'.

Recordé que me había quedado sin té helado y me metí a un Ahorra Más a comprar un par de botellas de litro y medio. Sol se beberá una ella sola, pensé, así que mejor me aseguro. Una viejita pagaba con monedas 200 euros de compra. Pasé por la pescadería soñando con un par de rodajas de salmón, pero mucha más gente había soñado lo mismo y asumí mi derrota. Cogí el té y me largué. Al salir una gitana me pidió dinero y me escondí detrás de mis gafas de sol. Entonces fue cuando me pareció ver a María. Subía en dirección contraria, distraída como siempre.

- María, - le dije - hola.

Me miró. O mejor dicho, miró hacia donde yo estaba, pero la expresión de su cara no cambió. Era como ver a una tortuga rubia fumando marihuana y enfundada en un vestido marrón que le quedaba grande. Pasó de largo, dejando un rastro de humo gris como el de las locomotoras de las películas viejas del oeste.

-¿Hola, Maria? ¿Aló?

Ni . Siguió con su cansina subida pensando, seguramente, en cómo concentrar su energía para lanzar un Kame-Kame-Ha. Seguí, entonces, bajando con mis bolsas de supermercado pensando en que ésta tía debería cambiar de camello.
Pasé al lado de la autoescuela y quise preguntar si el examen para el que me había inscrito valía para todo tipo de motos o sólo para las de 250cc. Pero vi desde fuera que había gente esperando y me dio pereza.

Antes de entrar en casa vi que la depuradora ya casi había terminado de limpiar el agua de la piscina y me imaginé chapoteando como un delfín preñado. Sol me esperaba sentada en el sofá con un diccionario en la mano y traduciendo lo traducible.

- He visto a María - le dije.
- ¿Ah, si? ¿Cómo está?
- No sé, me ha mirado, pero no me ha visto.
- Estaba drogada ¿o qué?
- Fácil. Si se metía de todo la tía.
- Igual te ha ignorado.
- Puede ser. Creo que no se tomó muy bien el que no quisiera follar con ella.
- ....

Me tiré en el sofá y no había nada en la tele. En mi mesa descansaba el comic Watchmen, pero no tenía fuerzas para cogerlo. Mi nuevo disco de John Lennon me pedía que lo llevara al día siguiente al trabajo para sobrellevar el atasco cantando "Power to the People". Le dije que sí. De la calle llegaba el ruido de unos niños jugando y mientras me quedaba dormido, en calzoncillos, imaginé a María y a Goofy encontrándose en la estación de Atocha.

- Es igualito huevón, - dijo Julio - qué mamón eres buscando apodos a la gente.

lunes, junio 22, 2009

La tía Tolete


Estoy sentado en Atocha, escuchando a Gianmarco y leyendo a Christian Jacq en francés. Dario, mi nuevo compañero, me ha recomendado a su nutricionista para que me ayude a recibir el verano en mejor forma. No creo mucho en esta gente, pienso que se aprovechan de los gordos para engordar su cuenta corriente.

- Me ha ayudado mucho - dijo - con sólo verme supo que mi cuerpo estaba 45% por encima de su nivel normal de grasas y 60% con más líquido de lo normal. ¡Es un genio!
- No sé, tío - contesté, sin soltar mi cerveza - voy a ir para que dejes de dar por culo, pero nada más.

La oficina de la nutricionista no era tal, en su lugar había una tienda herbolario/naturista que, además, formaba parte de una franquicia. Decepcionado, y a punto de salir corriendo, pregunté por la nutiricionista a una gorda que devoraba una barrita de muesli.

- Soy yo - bramó el cetáceo -, ¿eres el amigo de Dario?

Pasamos a su "despacho" que no era otra cosa que una mesita llena de manchas de mermelada. Me senté frente a ella en una silla pegajosa. No estoy gordo, le dije, como tú, pensé. Ella me dijo que me veía un 30% por encima de mi nivel de grasa y 55% con líquidos retenidos. Levanté una ceja, concediéndole al menos el mérito de haber cambiado las cifras aleatorias de diagnóstico.

- No me vas sacar sangre ¿o algo?
- No, no - abrió un cajón - vas a seguir esta dieta, baja en grasas y además tienes que tomar estas pastillas con cada comida - la hoja tenía algunas migajas pegadas.
- Y esas pastillas las venden...
- Aquí mismo, en mi tienda.

La cosa iba tomando forma. Y mientras yo pensaba en huir como Jonás, de la ballena, la gorda me hizo one moment con un dedo, y sacó de su cajón de las dietas un sandwich descomunal al que le dio un bocado que me dejó aterrorizado.

- Entonces - pregunté - con estas pastillitas perderé esos siete kilos que tengo de más.
- Y con la dieta, no olvides la dieta.
- Ah claro, la dieta es vital - dije-, ¿por qué no la haces tú, pedazo de cerda? - pensé.

La gorda me hizo another moment, después de chuparse un dedo y me dejó sentado en la sillita pegajosa. Leí rápidamente la dieta y vi que me prohibía los quesos, los flanes, la papa, el arroz, el pan, las frutas por la noche, los huevos fritos y los embutidos. Podía comer carne o pollo, pero sin sal y sin aceite. Me imaginé, entonces, alimentándome sólo de lechugas y zanahorias como los conejos de mi abuela (que además eran gordos, según recuerdo) y estuve a punto de llorar.
La tía Tolete volvió de las tinieblas de la trastienda con una cocacola en la mano y se sentó de golpe. Su silla gritó de dolor.

- Creo que voy a pasar - dije, diplomático a más no poder - no estoy tan gordo y no quiero alimentarme a base de pastillas y gelatinas.
- Pero, estar delgado es saludable - argumentó, sin soltar su cocacola - ¿no lo ves como una inversión?

Preferí no responder, gracias por tu tiempo, gordita dije y me levanté de la silla pegajosa. La gorda no pareció sorprenderse, y cuando estuve fuera vi a través del cristal que empezaba a zamparse un chocolate XL.

A la semana siguiente Dario me preguntó que cómo iba mi dieta, y yo le dije que había perdido tres kilos. Feliz, me dijo que su nutricionista era la mejor, y no pude evitar confesarle que no había sido ella, sino un artículo de Men's Health quien me había ayudado. Además de muchas horas de gimnasio. Su decepción fue muy notoria, y sólo atinó a decir pues a mí si me ha valido, tío, y yo me encogí de hombros. La camarera del restaurante llegó a nuestra mesa y preguntó si sabíamos ya lo que queríamos comer.

- Buffet de ensalada y una pechuga de pollo a la plancha - pidió Dario.
- Yo quiero paella de primero y aguacate relleno- dije, disfrutando el momento.
- ¿Para beber? - preguntó la camarera.
- Agua - dijo él.
- Cerveza - pedí yo.

Cuando llegaron los platos el pobre Dario se relamía como un perro vagabundo.Estuve a punto de tirarle un hueso.

Thanks, Perich