jueves, septiembre 05, 2013

Olivia en el Sandwich Shop

La primera vez que escuché a Olivia, yo estaba en un VIPS escaqueándome del curro, viendo libros de esos muy gordos y con muchas fotos. Creo que llevaba semana y media o menos en mi nuevo puesto, y, como es normal, no tenía amigos ni nada que se le parezca (seis meses después, la situación tampoco es que haya cambiado mucho, la verdad). Así que mi jornada laboral se reducía a bajarme podcasts de Radio3 y meterlos al móvil para fundirme la batería escuchando a Cifu o Santiago Alcanda.

Y fue éste último el que un día largó en uno de sus programas de nombres cuquis ("Baladas en el Coffee Shop" creo que se llamaba) una canción que la misma Olivia habría, según Alcanda, calificado de "material no radiable". Hablaba de Marilyn y más cosas y me quedé ahí tó quieto escuchándola, como cuando mi tía Nila cantaba en casa y yo, un mocoso de pocos años, la miraba embelesado. La putada fue que me quedé impávido justamente frente al libro "The Big Book of Boobs" y una señora que pillaba el ABC me miró con el mismo asco con el que imagino que mirará a los mendigos cada domingo, antes de soltarles 1 euro al entrar a misa de doce. Porque sí, oh señor mi señor, doy un euro porque eso de dar menos es de socialistas. 

No compré una mierda en el VIPs y volví a mi curro a seguir haciendo el paripé. Me convertí en follower de Alcanda y de Olivia con la grandísima e inútil certeza de que él era un ser musical inquieto y ella una señora negra muy cabreada, como la dueña del gato "Tomás" de Tom y Jerry. (nota mental: buscar un fotograma de la señora y hacerme una camiseta para cuando quede con mis amigos peterpanescos de casi 40 tacos y tripa horrorosa, que siguen saliendo a la calle con camisetas de "Heynena" o Mazinger Z).

Mi vida siguió su curso: corría por el Retiro, estuve a punto de tener perro (pero me eché atrás al imaginarlo flotando sobre el váter, como mi última mascota), un amigo más anunció que se casaba, otro confirmó que había dejado su adicción a la marihuana y que en su lugar había abrazado la afición de apuntarse como invitado a cuanta boda se realizase a su alrededor, cambié de peinado, entendí la canción "Me Voy a Quitar de Enmedio" de Vicente Fernández y "Mother" de Pink Floyd; y me compré una sudadera del Atlético de Madrid (la original, no esa mierda para canis que regala el diario As).
Una tarde de esas en que utópicamente me empeño en que la gente de twitter tiene cosas guays que decir, me metí a leer y grande fue mi sorpresa cuando vi que Olivia, esa señora negra cabreada, no había escrito una mierda en su TimeLine (please, pronúnciese "Taimlain"). Obviamente, mención incluida, lancé un tweet de queja.

No sólo me respondió, si no que además, la pobre estaría tan cansada de escribir canciones, que se convirtió en uno de los 4 followers que tengo, que no son spam. Empezamos a escribirnos y descubrí dos cosas: que al parecer había en twitter alguien que puede odiar al mundo y molar un poco más que yo, y que además no era una señora negra con medias caídas que perseguía a su gato por debajo de los sofás, si no una chica de Cáceres de mirada más sincera que la producción de sus discos.
Confieso que nunca la he visto en persona, pero tengo en casa una crema del mercadona que me pidió una tarde y ella una navaja de Albacete con una misteriosa inscripción grabada; ambos regalos se intercambiarán en algún bar de viejos madrileños cuando llegue el frío y nuestros pocos amigos tengan menos ganas de vernos. Entonces, quedaremos en cualquier sitio con cabezas de gamba por el suelo y le diré, hola, mucho gusto, soy la hormiga nihilista a la que alguna noche le has regalado una sonrisa antes de dormir. Seguramente me dará un guitarrazo, me hará una foto y subirá mi cara ensangrentada a su cuenta de Instagram.