lunes, marzo 31, 2008

Tus amigos, los míos y Tomasito


Desde mi ventana se ve la parte superior de un parking subterráneo, que los niños usan como parque, algunos árboles y casas de dos plantas. La primera vez que vi hacia fuera era domingo, y ellos ya estaban allí. Son cinco amigos, que todos los domingos, cuando muere el día, se juntan frente al parking, sacan cervezas de unas bolsas de supermercado y beben mientras disfrutan de una, aparentemente, amena conversación. Hay un gordito casi calvo, que parece el líder; dos tios normales de los que van por la calle sin llamar la atención, una chica que falta a muchas reuniones dominicales y el de las gafas que llega siempre en un Seat blanco. Se les ve distendidos, y me imagino que habrán hecho un pacto, del tipo, aunque nos casemos y tengamos hijos, todos los domingos nos veremos aquí, a las 7 de la tarde.

Mis amigos y yo teníamos un pacto parecido, nos veíamos más de una vez por semana y el sitio de reunión era la puerta (sólo una vez pasé al salón) de la casa de Claudio. Siempre estábamos él, su hermano Johnny, Manuel, el Chino, mi hermano y yo. De vez en cuando se nos pegaba también alguna de las chicas del barrio, pero al no entender nuestro idioma secreto de jergas y palabras cortadas por la mitad, terminaban aburriéndose. Su casa había sido pensada para tener un garage en la parte derecha, pero cuando Mila, su hermana, se quedó embrazada, le acondicionaron esa zona para que criara a su hija, un pequeño demonio que a veces también se unía a nuestro clan.

Los amigos siguen hablando, quizá de que ha perdido el Barça y ahora el Villarreal es segundo, ella parece querer cambiar el tema y suelta alguna historia mientras toca el brazo del gordo, para llamar su atención. El del Seat cambia la música que suena en su radio, bajita, para no molestar a los vecinos, pero si afinas el oido puedes reconocer acordes de Calamaro. Mis amigos y yo también escuchábamos música, pero con menos respeto y contaminando acústicamente las calles del barrio. Nadie se quejaba, porque comparado con otros nuestro grupo era de los sanos (zanahorias) y como mucho hacíamos escándalo cuando sonaba “Mr. Brownstone” o “Spoonman”, entonces Claudio hacía movimientos de guitarrista y yo bailaba saltando hacia atrás, imitando a Axl Rose. El otro grupo de mi barrio, Los Vagos, eran bastante más despreciables, bebían en la calle hasta morir ahogados en sus vómitos, se peleaban con otras pandillas, insultaban a las chicas, iban siempre vestidos como si fueran a jugar al fútbol y nunca se lavaban el pelo. Un par de veces vinieron a casa de Claudio, éramos del mismo barrio y nunca sabías cuándo necesitarías contactos entre la chusma, así que los dejábamos estar. Hasta que uno de ellos empezó a rondar a Mila, y entonces Claudio, que era enorme, lo cogió por el pescuezo y lo tiró de cabeza en la zanja de un vecino, que construía su casa, pero había cavado un foso como si buscara petróleo. Obviamente, los vagos centraron su venganza en el más débil del grupo: yo.

Los amigos se van ya, que es noche cerrada. Cada uno sube a su coche, y salen en direcciones contrarias como las bolas de dragón; ahora ya ponen su música a un volumen más alto y se hacen adiós con la mano. Han recogido la basura y dejan el lugar limpio y vacío. Ahora la vista desde mi ventana es más fría y sólo se ve el parking vacío, iluminado por la luz ámbar de las farolas. Me imagino que la casa de Claudio estará igual, vacía y triste, la hija de Mila debe tener ya diez años. Los Vagos estarán presos o muertos, o casados con una chica que embarazaron en alguna borrachera. Ya nadie pondrá música de Guns N Roses o Soundgarden, seguramente habrá algún grupito por ahí, pero sonará regaettón en sus cabezas.

Sol me saca de mis pensamientos, y me pregunta si no me he asustado con “El Orfanato”, que acabamos de ver. Respondo que no, que me da más miedo pensar que a Madeleine le puede haber pasado algo parecido, que murió por mala suerte pero que en ese caso alguien ha escondido el cuerpo. Ella se horroriza y comprende por qué se mata la madre al final de la película. Bajamos las persianas y ya no veo la calle, pero en mi mente, en lugar de Tomasito, el niño de la película, veo a mis amigos y me pregunto si estarán vivos, muertos, o en el país de nunca jamás.

miércoles, marzo 26, 2008

Te lo agradezco, pero no


1987: el Mongo se ha bañado a fondo por primera vez. Llega a casa de Maggie Mae y esta vez sí llama a la puerta. Estaba cocinando, le dice, y él responde: quiero estar contigo, que caminemos más por el parque, que busquemos un sitio y nos sentemos hasta que anochezca, que me dejes besarte y no me patees como a John, quiero contarte que cada vez que llegas me brillan los ojos y me tiemblan las rodillas, que he cortado un par de flores y las traía pero me dio vergüenza y se las regalé a una niña que se hizo con ellas un bouquet. Maggie Mae, lo iluminó con sus ojos verdes, le acarició le cabeza y le dijo me gustas como amigo y tengo que seguir haciendo mi sopa de carne, que se me va a a quemar.

1996: Milagritos espera al Mongo en su jardín, él llega puntual y le vomita todo de golpe: me gustas mucho, y me imagino que podríamos estar juntos, al menos dos horas al día, reirnos como hasta ahora y de vez en cuando hacer más cosas, ir al cine, a bailar, cuando me sonríes se me olvida lo mal que me llevo con mi viejo, y lo asqueroso de este barrio, se me olvida que mis amigos se van del país y que me voy quedando solo, si me dices que si, prometo que haré lo imposible para que tus ratos conmigo sean tan buenos como los mios contigo. ¿Pero tú no salías con Marta?, pregunta ella, sí, dice él, pero hay cosas que puedo hablar contigo que con ella no; se quedan mudos por unos minutos, hasta que ella rompe el hielo y dice, muy tarde flaco, ya salgo con tu amigo Pepe.

2000: el Mongo se ha comprado una camisa como la de Robbie Williams y mira a Vicky con ojitos de cordero degollado, ¿Qué te pasa? Pregunta ella, acariciandole el pelo como a un gato más de los seis que tiene en casa. El Mongo se emociona y se abre en canal: quedémonos así para siempre, no quiero volver a mi casa, cántame una canción al oido y te pongo un cubata, déjame que te bese algo más que el cuello, confírmame que piensas en mí, y que también te aceleras cuando me ves llegar. Ella rie, y sin dejar de jugar con su pelo le dice estamos bien así, no la cagues, veamos como van las cosas, creo que voy a terminar con Lucho, es un imbécil y no se ríe casi nunca, no es como tú, pero tampoco quiero joder nuestra amistad, flaco. Él comprende y se va ya de noche, pateando piedras y murmurando mierda, me quiere como amigo.

2002: Helen espera en casa, es de noche, y el Mongo no imagina lo que le va caer encima. Hace poco que le confesó que la había dibujado y que soñaba con ella una noche sí y la otra también, que le gustaba como lo besaba y que no le importaba lo que decía la gente, eso de que sólo lo quería para un rato, le soltó que vivo al borde de un abismo sólo por tu boca voy siguiéndote los pasos como un perro tras tus huellas me llevas, y ella se rió diciendo esa es una canción de Chayanne. Le había comprado un pin y él llevaba otro igual, pero esa noche, aunque le dijo me encantan tus ojos y tu olor suave, y cómo siempre se te va la cabeza a las nubes sin que te des cuenta, quiero que intentemos ir más lejos, Helen, a ciegas, a ver qué pasa, arriesguémonos o moriremos preguntándonos ¿qué hubiera pasado si?; ella rompió a llorar y le dijo que tenían que dejar de verse, que iba a volver con su novio, y que no quería engañar a nadie. El Mongo se quitó el pin y lo arrojó lo más lejos que pudo.

2003: Suena el teléfono, es La Tetas, ¿cómo has conseguido este número?, pregunta él, y ella, antes de que le cuelgue le dice no quiero perderte, sé que la última vez me porté mal pero quiero que sigamos juntos, que me lleves a la playa y nos sentemos abrazados sin decir nada, como antes, que me regales cosas raras, como esa foto firmada de Ricky Martin que no sé cómo conseguiste, quiero que dejes de ver a la imbécil esa con la que vas al cine y que dicen que está loca por ti, quiero que vuelvas a dejarme escuchar tu música y me expliques la historia de cada canción, quiero volver a tener cosas que recordar y sonreir en silencio cuando pienso en ti. El Mongo cuelga, sin piedad, y volviendo a su Heineken dice muérete pendeja, antes de desconectar el teléfono.

martes, marzo 25, 2008

High


Desayuno rápido, un café negro y una tostada con queso. Bajo por las escaleras, el ascensor tarda demasiado y odio ver su luz parpadeando, sin que la puerta se abra jamás. Llego al portal y veo que he olvidado las llaves del coche, subo, entro a casa, meto las llaves al bolsillo, un poco de más de café, bajo corriendo, arranco, pongo un disco recopilatorio con las mejores actuaciones del Unplugged de MTV, Eric Clapton canta “Tears in Heaven” y me imagino a su hijo cayendo por la ventana de un edificio, siempre pasa cuando escucho esa canción.
Atasco, todos han vuelto ya de sus vacaciones de semana santa.
Bajo la ventanilla, el café me ha alterado un poco, respiro hondo, pero en ese momento el Seat podrido que tengo delante acelera y me llena los pulmones de humo azul. Me encierro otra vez en el habitáculo del coche, ahora canta Seal, me calmo un poco, o al menos eso creo, me imagino cantando esa canción en una fiesta con un piano negro, borracho hasta las cejas y sin olvidarme la letra. Puto café, siempre se me olvida que no debo beberlo en ayunas. El atasco sigue, pongo la radio y dicen que no lloverá, amanece de golpe y tengo que buscar las gafas de sol en la guantera. Imagino que el ruido de mi corazón es como el de King Kong al caer de las torres gemelas. Ya voy llegando al final del atasco, K.D. Lang suena mejor en versión acústica.

Un camión me pide paso, para cambiar de carril, le dejo hacerlo y esa buena acción me calma un poco el ritmo cardiaco. Llego al trabajo escuchando a Sting y respiro hondo una vez más, me pego a Rafa para entrar juntos, porque además he olvidado mi tarjeta de acceso.

La mañana pasa tranquila, he desayunado un colacao y galletas crackers, me voy calmando mientras recuerdo divertido la cara de asombro de mi prima, la que al verme tras tres meses, quedó impresionada de forma exagerada con mis nuevos biceps y mi desaparecida barriga, ejercita también las piernas, me dijo, no te vayas a quedar como Popeye. Voy al baño a beber agua y me cruzo con Vero, que tiene mucha prisa y parece más agobiada que yo. Me mojo la cara y sigo sintiendo como bajan mis pulsaciones, maldito café, digo.
Llega la hora de comer, y, imbécil, compro una cocacola para acompañar el pollo al horno que traje. Después del tercer sorbo siento otra vez mi corazón latir con rapidez, pero ya no hay Unplugged que lo detenga. Llegan Los Otros y hablamos de tetas, fútbol, la chica nueva, los cólicos de Eli, y la liberación femenina. Me relajo, y Jose me ofrece un café. No quiero despreciar su iniciativa, descafeinado por favor, le pido, pero en poco tiempo me doy cuenta de que o no me ha escuchado o se ha equivocado. Me desboco como un potro alazán y mi pierna izquierda empieza a moverse sin control. Bebo más agua, pero la cafeína se ha apoderado ya de mi organismo.

Dentro de unos minutos tendré mi primera sesión de Pilates, y espero desde el fondo de mi corazón que sirva para calmar mis ansias. Pero sospecho que ver a la instructora en mallas, sólo hará que mis pulsaciones suban hasta el infinito y más allá.

lunes, marzo 24, 2008

La noche en blanco


Los amigos de mi hermano planean hacer, en Lima, una reunión de ex alumnos. Jugarán al fútbol, llevarán a sus hijos, comeran y se emborracharán, todo un ejemplo de confraternidad. Le digo que está bien, (qué lindo, dice mamá) que nunca está de más ver en lo que te podías haber convertido, o comprobar que te no siempre el que mejor apunta llega a despuntar. Vamos hablando mientras intento que mi Kia no haga el ridículo en los cuatro carriles de la M-45.

- Sí, parece que va estar bien, y esos idiotas me escriben como si estuviera ahí – dice él, divertido.
- ¿Cómo es eso de “como si estuvieras ahí? – pregunto, cambiando de cuarta a quinta, por hacer algo.
- O sea, me dicen cosas del tipo “tú llevas esto o lo otro”. Pá vacilarme.

Mamá sugiere que envíe un representante, a mi madrina por ejemplo, que siempre está dispuesta para arreglar nuestros problemas en Lima: que si alguien entra a robar a casa, ella lo denuncia a la policía; que hay que pagar los recibos de luz, ella va y lo hace; que hay que preparar una fiesta con regalos para los niños más pobres, ella organiza todo y nosotros le mandamos el dinero. Pues ahora, según mamá, tendría que llevar una fuente de causa limeña y emborracharse como un veinteañero más, en esa reunión.

- Yo no podría hacer algo así – pienso en voz alta.

Mi mejor amigo, de época escolar, estaba preso cuando escapé de Lima. Otro más del grupo murió mientras dormía, por causas que nadie supo (lo de investigar la causa de la muerte, sólo pasa en las películas), y a otro lo apuñalaron al salir de una fiesta en un barrio bajo del Callao. El encargado de la biblioteca, y máximo estandarte de nuestro colegio se casó con un transexual, y por ello fue repudiado hasta el infinito, por la hipócrita sociedad limeña. Y yo, adalid de la libertad de expresión en tiempos adolescentes, me borré de todo escenario político y me dediqué a intentar ser burgués al descubrir que ninguna protesta/marcha/pancarta servía para cambiar el sistema democrático.

- Tendría que conseguir una ouija para hablar con mis amigos – dije, incorporándome ya a la A-2 – o visitar alguna cárcel.
- No todos están presos – me recordó mamá – te quedan los de la universidad.

Me imaginé entonces organizando una reunión de ex alumnos universitarios. Todos deberían asistir vestidos de blanco, incluso ellas, para que nadie supiera (a través de la marca de la ropa) lo bien que le iba al otro en la vida. Beberíamos cerveza, de una sola marca, y se escucharía todo tipo de música, aunque todos saben que odio la cumbia y el reggaetón. Hablaríamos de los sueños que teníamos hace 10 años, y les haría a todos la pregunta que me hago a mi mismo, cada vez que me acuerdo.

- Si el niño que eras a los cinco años, te conociera ahora, ¿estaría orgulloso de tí?

Con suerte, al hacer la pregunta mis amigos se lanzarían sobre mi, y me bañarían con cerveza, arrojándome desnudo a la calle. Y sería feliz.

martes, marzo 18, 2008

Tanto monta, monta tanto


Un reciente estudio de una universidad de prestigio, ha obtenido un resultado alarmante: cuanto más sexo se tiene en la época universitaria, menos bueno es el rendimiento académico. Yo eso ya lo sabía pues me lo pasé tan bien, que no es de extrañar que ahora trabaje dando soporte técnico mientras compruebo (gracias, a flickr, hi5, etc.) que mis amigos, que estudiaban más que yo, se van de luna de miel por Europa.
Cuando Ely y yo comenzamos a estar juntos (había pensado no escribir tu nombre, pero todos los de la universidad saben ya la historia, y a los que no te conocen les da igual), pusimos demasiado énfasis en lo nuestro. Los amigos nos decían que tanto beso, y metida de mano no podían ser buenos para aprobar Matemáticas II. Las aulas de la universidad se convertían en improvisados reductos de amor, y las escaleras más obscuras en nuestro refugio preferido. La primera vez que le dije que me gustaba, tardé casi cinco horas en hacerlo; comimos juntos y ya cuando oscurecía le abrí mi corazón y ella dijo que lo quería pensar un poco. Tienes un minuto, dije, si quieres estar conmigo deberías saberlo ya, y si no quieres, también. Cinco minutos más tarde había comenzado una espiral vertiginosa que duró más de un año.

Ibamos juntos a todos lados: a la playa, a sus clases particulares de Algebra Lineal (donde conocí a los Pezuña, mis amigos para siempre), a descansar en la hierba de la universidad entre clase y clase, a esperar el bus, y siempre parecía que yo me iba a la guerra y ella, cual Penélope, mi iba a esperar fiel y constante. Besos por aquí, arrumacos por allá; sólo parábamos de tocarnos cuando veíamos llegar algún choro y teníamos que estar alerta para no perder el poco dinero que llevábamos encima.
Pasaban los días sin darnos cuenta, y nuestro rendimiento académico bajaba a la par que nuestra fogosidad aumentaba exponencialmente. Una tarde le dije que ya estaba harto de escondernos debajo de las mesas de clase, o en el laboratorio abandonado de química ¿Por qué no vamos a un hotel, chiquita? Abrió sus ojos, color de la coca-cola, y adiviné que estaba reprimiendo las ganas de soltarme un puñetazo en toda la boca.

Cuando acabó el semestre descubrí que ella, en casa, no veía el Gran Chaparral, sino que estudiaba a fondo. Fue fácil averiguarlo, Ely aprobó todas las asignaturas difíciles (Matemáticas y Física ) y yo las fáciles (Sociología y Dibujo). Por un momento pensé en reducir mi ímpetu sexual, y ya cuando había dejado de insistir en lo del hotel, ella me dijo que sí. Y se me pusieron los huevos de corbata. Volví a dejar atrás los estudios, y me abandoné a la lujuria.
A medida que ella y yo nos conocíamos más (una vez nos conocimos cinco veces en una sola tarde) mi aprovechamiento universitario llegaba al subsuelo. Sabía que la carrera no me iba a servir de mucho, pero tampoco quería terminar haciendo taxi, como Tito, y sin que nadie lo supiera me puse a estudiar en la biblioteca de otra facultad, donde nadie me conocía. Ely y yo dosificamos esfuerzos (al parecer ella también quería aprobar algo más que Geometría Descriptiva) y nuestro expediente académico mostró frutos de esfuerzo sobrehumano, la lucha de el hombre (y la mujer) contra sus instintos dio resultado y pudimos aprobar suficientes créditos como para llevar la frente en alto al llegar la navidad.

Yo seguí estudiando en la biblioteca de la facultad de Química, aprobé Mate II, Estadística y Física II de un tirón, y cuando ya cada vez extrañaba menos esa montaña rusa sexual en la que estaba metido, vi sentarse a mi lado a una rubia finísima, tanto que daban ganas de darle algo de comer. Abrió su libro de Matemáticas I, y se peleaba con unos ejercicios que yo ya me sabía de memoria. Le ofrecí mi ayuda, y su sonrisa me sacó a Ely del cerebro (y de lan glándulas reproductivas) de un patadón. Se llamaba Shemi y siempre le agradeceré que sirviera sin saberlo como antídoto a mi arrechura, antídoto gracias al que terminé la carrera de forma sobresaliente. Ely se consiguió otro novio.

lunes, marzo 17, 2008

Tepanyakis, no




Era la noche inaugural, así que no había opción a que sirvieran sobrantes. Sol y yo habíamos visto el cartel anunciando la apertura del nuevo buffet unas noches antes.
- ¿Venimos el viernes? Propuse con cierto desgano.
- Sí, a ver qué tal está esta vez.

Ella se refería a que, en ese mismo sitio, estaba antes el Complutum, que a nuestro entender era el mejor restaurante de Alcalá de Henares, con mesas, sillas y decoración medieval, y una carta bastante apetitosa (y cara). Sólo cenamos allí una vez, y éramos los únicos comensales. Meses después, el sitio cambio de dueño y se convirtió en un megabar de viejos, en el que servían cañas, vermut de grifo y raciones de morcilla, patatas bravas y alitas de pollo. Entonces tuvo más éxito, al parecer porque el nicho de mercado respondía mejor ante esta propuesta, pero nosotros dos añorábamos el antiguo restaurante en el que cenamos sintiéndonos parte de la Corte del Rey Arturo.

- ¿Cómo serán los camareros? – pensaba ella en voz alta - ¿chinos?
- Seguro, y con un poco de suerte hasta hacen un espectáculo de karate, o algo así.

En secreto deseé que este buffet fuera tan bueno como el del Plenilunio, en el que la comida no es espectacular, pero al menos he pasado momentos inolvidables. Y con esa esperanza entré por la puerta decorada en plan chinolandia, flanqueado por dos chinitas vestidas de negro que cuando pedimos una mesa para dos, preguntaron ¿fumadol o no fumadol?.
Nos sentamos detrás de una pareja, él comía las alitas con los pies y ella parecía una mezcla de Belén Esteban y Karmele. Me serví un poco de arroz, carne con pimientos, pasta y algo que parecía pollo. Sol, pilló rollitos de primavera, un poco de pasta y una cosa que parecía sopa. La cerveza, por apertura, era gratis hasta Abril. Hablamos de todo un poco, le conté que las momias de la cultura Paracas eran embalsamadas en cuclillas, y las envolvían en mantos con bordados espectaculares, que en Nazca habían dibujos en la arena que se supone que forman parte de un gigantesco almanaque y tienen equivalentes, aquí al lado en Glastonbury, donde hay un inmenso caballo blanco dibujado en medio del campo y que se puede ver sólo desde una altura determinada. Ella me habló del libro que está traduciendo, que conoció al autor en un congreso en Francia, que trata sobre el comunismo y las sociedades capitalistas, que es muy pesado traducir, pero que al fin ha podido enviar el prólogo a la ONG para la que trabaja. Seguíamos cogiendo comida, yo alitas y verduras, ella sushi, y algo que parecía salmón. Y venga más cerveza.

- ¿Telminado?- preguntó la china a la que en mi imaginación había bautizado como Chun-Li.
- Sí, ¿puedo pedir un té? – contesté, pero ella no sabía español y huyó como un conejo.
- ¿Sabes si “té” significa algo en chino? – pregunté a Sol, y en eso un chino se acercó a nuestra mesa.
- ¿El té no incluído menú, sólo celveza? – dijo.

Salimos y me sentía pesado. Propuse tímidamente ir a bailar salsa, pa’ bajar la comida, pero ella no estaba muy animada y decidimos volver a ver alguna peli en casa. Preparó un par de manzanillas, y tras beberlas, entré en coma. Me habré levantado cuatro veces durante la noche, y ni siquiera disfruté las pesadillas como solía hacerlo (sólo me dan miedo esas en las que mato a mi padre, y digo eso de “¿Quién es éste y qué me tiene que comunicar?) al día siguiente era un autómata y esa noche la pasé con sudores frios y amanecí con una calentura en la boca que arruina un poco mi belleza natural.
Le he pedido a Sol que, como muchas cosas más, me recuerde no ir nunca a un buffet por la noche, soy como un Gremlin, le dije, no me puedes dar de cenar tanto, o seguiré mutando. Ella rió y se quedó en la T2, esperando el avión que la llevaría a pasar la semana santa con sus padres. Yo volví a casa y esperé una llamada que nunca llegó.

domingo, marzo 16, 2008

Cuando éramos Teleoperatas


Era la primera opción para no estar en paro, era dinero fácil, y ya estaba harto de vender chatarra en Eurodata (y que me chulearan la comisión). Tras pasar un riguroso test técnico con preguntas del tipo ¿qué es un diskette?, empecé mi andadura en SITEL, que a su vez era una subcontrata de HP, Nokia, etc, etc. Hubo un curso previo en el que conocí un poco a Abel, que hacía las veces de profesor (formador, era el nombre oficial) y que preparaba clases sobre qué es un chip, qué es un ordenador, y dónde está el botón de reset. O sea, todo un máster, esa semana estúpida me preparó para lo que venía. Terminé en el departamento de portátiles, cosa que agradecí hasta el último día.

Quedé en manos de Lucio, que entonces era agente Kana, meses después pasó a ser mentor, luego volvió a ser agente, después coordinador, ahora piensa en convertirse en replicante, y durante todas esas etapas siempre pudo beber más alcohol que yo. Él me enseñó todos los tejes y manejes del mundillo del teleoperata, yo para agradecérselo le ofrecí una copia de mis DVD’S de Mazinkaizer. En el departamento (compuesto por dos filas de cubículos, PC’s de antepenúltima generación, y una moqueta con ácaros del tamaño de una garrapata), había de todo un poco:

- Antuan – del Aleti
- Villalba – bebedor compulsivo de leche.
- Cerro – semental en ciernes, mediajornada worker, y fanático del snowboard.
- Pablo – bebedor los jueves, trabajador en modo a prueba de fallos los viernes.
- Dario – italiano, de la Roma, spaguettiwestern friki y con un pisazo en Malasaña.
- Juanfran – ripeador de DVD’s, y workaholic.
- Ana - tía buena, con hijo grafittero, y fanática de Betty Boop.
- Esteban – escaqueantis maximus.
- Mine – su nombre en egipcio significa “Hombre que odia a Zahi Hawass y sale en un libro de Iker Jimenez”.
- El Criado – un crack.
- Héctor – chef, y lector de "El Mundo" que me hizo descrubir las bondades del "Metrópoli".
- Y algún otro actor secundario (un beso en el cuello a Bea, que pasó como un estrella fugaz).

Con ellos la vida se hizo más llevadera, y las llamadas estúpidas (desde entonces dudo mucho en llamar a un servicio técnico) provocaban respuestas más estúpidas aún. Nos pagaban una mierda y casi no había espacio para el recocijo sexual. No por falta de ganas, sino por escasez de materia prima y el bajo PIB. Aunque desafiando todas las leyes de la física y la lucidez se formaron algunas parejas y se les podía ver, entre los jardines del parque empresarial, tocarse disimuladamente una pierna, o meterse la lengua hasta la garganta, dependiendo del especimen o grado de cachondez mamífera.

Había pocos bancos con sombra, y siempre estaban ocupados por el típico grupo pibita-buenorra moscones-revoltosos, así que no quedaba más opción que tostarse al sol. El invierno era bien recibido siempre y cuando no lloviese, todos agradecíamos los descansos (cronometrados) en que podíamos salir a pasear y respirar aire de verdad. Alguna vez me encontraba con un “jefe” que apuraba un cigarro, iban en manada como los jinetes del Apocalipsis, y también había de todo un poco: la gorda odiosa, la tía buena, el enano pelota, el pintas, y el gilipollas. Nosotros, los teleoperatas nos hinchábamos de cerveza en el bar de Mariano y a veces olvidábamos que ya era hora de volver a coger llamadas. Íbamos tan seguido que hasta nos regalaban el merchandising que en esos bares (con alfombra de servilletas usadas) sólo dan a la clientela selecta. Una vez subí a trabajar superando por muy mucho la tasa de alcoholemia, con una gorra de Ballantine's mal puesta y en las siguientes dos horas de trabajo le formatee el portátil a todo el que osara llamarme. Obtuve un récord en felicitaciones de los clientes y una palmadita en la espalda por parte del jefazo gilipollas.

Ya fuera de ese mundo, intento (no es fácil) seguir viendo a aquellos que me hicieron esa vida más llevadera. Vi a Ana hace poco, pero me dejó pronto porque tenía una cita con su camello. Había quedado con Dario para ver la derrota del Madrid ante la Roma, pero se me olvidó ir y a él recordármelo. Comí con Lucio una tarde, y espero que lo volvamos a hacer. Chateo con Criado de vez en cuando, le digo que todo es un sueño de Hugo y él quiere que Mr.Eko resucite. Y siempre, siempre, en cada uno de esos encuentros recordamos sin nostalgia esa época en que de 9 a 6 éramos teleoperatas, pero sí añoramos el buenrollismo que parece que muy pocos han encontrado en sus nuevos trabajos.

martes, marzo 11, 2008

El viejo y el Dart


Nadie sabía su nombre, casi nunca iba a pie y su Dodge Dart del 65 estaba siempre reluciente, con un disco de Rolando Laserie a todo volumen. Solía dar vueltas por los parques, por donde jugaban al fútbol los adolescentes, y hacía de motorizado espectador. El Mongo ya lo había visto un par de veces, acompañado de los más malotes del barrio, poniendo el Dodge con rumbo desconocido. Se decía que si subías a dar una vuelta, volvías a casa con dinero, ropa o zapatillas nuevas. Y eso en un barrio como el del Mongo, se notaba mucho, por lo que si alguien estrenaba alguna prenda todos los ojos inquisidores caían sobre el pobre afortunado.

El Mongo, curioso al máximo, preguntó a uno de los amigos de su padre si era verdad eso del viejo maricón, que te regala zapatillas por subirte a su chatarra; el tipo, sin soltar su cigarro ni quitarse las ray-ban que usaba siempre (aunque ya no estuvieran en 1975) le dijo, como se entere tu viejo que preguntas esas huevadas te mata, mocoso. Pero no se rindió, el Mongo, buscó entonces, otra fuente de información: los malotes.

Solían reunirse en una casa abandonada al lado del rio, allí escuchaban casettes en una radio vieja, casi siempre de Police o Genesis, que era la misma música que escuchaban los tíos del Mongo. Eso lo animó, y entró a la guarida. El jefe, al que llamaban Laberinto, se adelantó, y le lanzó un trozo de plátano, pero no consiguió asustarlo, peores cosas le habían caído encima al pobre Mongo, en su colegio pseudo-militar. Sólo voy a estar un rato, dijo, quería saber algo del viejo del Dodge. Al ver las risas ahogadas del grupito, y sus zapatillas relucientes, supo que estaba en el lugar correcto. Le contaron que el viejo se llevaba a los chiquillos al malecón, sin disimular, lo sabe todo el barrio; que una vez allí te miraba a los ojos y te preguntaba ¿zapatillas o plata? Si dices zapatillas, te la chupa, si dices plata te hace una paja. Los ojos del Mongo cada vez se abrían más, de fondo sonaba la voz de Sting cantando DE-DO-DO-DO DE-DA-DA-DA.


- ¿Y si no quieres nada? – se animó a preguntar.
- Eso no se puede, si subes al carro tienes que escoger, o plata o zapatillas. No hay otra.

El Mongo agradeció la información y se fue sabiendo que si no fuera porque sus tíos eran también de los malotes, no habría salido de allí con tanta facilidad. Quizo contar la historia a sus amigos, al fin sabía algo que ellos no, los esperó en una esquina, y allí fue donde el Dodge rojo lo encontró.
El viejo lo miró de arriba abajo, sonriendo y con un brillo asqueroso en los ojos. ¿Vienes o no? Preguntó, y el Mongo escapó lo más rápido que pudo.

Años después el viejo cayó enfermo. En el barrio decían que tenía SIDA, y ese rumor hizo que todos los malotes lloraran como niñas en la sala de espera del hospital, esperando el resultado de sus pruebas. El Mongo nunca tuvo zapatillas gratis, y al morir el viejo su inseparable Dodge se quedó para siempre abandonado en una calle, al lado de la guarida de los malotes. Deberían haberlos enterrado juntos, incluyendo un par de Nike Air, un disco de Rolando La Serie y un fajo de billetes de veinte.

lunes, marzo 10, 2008

Il Addio della bella


Había llegado tarde, como siempre, por culpa del transporte público. Las combis en el Callao se caracterizan por dos cosas, su rapidez y su irregularidad, y yo fui víctima de esta última. Subí a mitad de la calle, porque no tienen paradas obligatorias, y me senté esperando llegar a mi destino diez minutos más tarde. Pero el conductor, hábil estratega, decidió que ya que éramos pocos pasajeros, podía saltarse la mitad de la ruta por un atajo que casi nadie conocía. Pasábamos delante de un mercado cuando el neumático delantero explotó, la combi se ladeó hacia la derecha y nos estrellamos contra un poste de teléfonos. No quiso devolvernos lo pagado por el viaje, y estábamos bastante desviados del camino original por lo que tuve que caminar unos diez minutos hasta volver a encontrar otro medio de transporte que no fueran mis Reebok recién compradas.

Cuando llegué a su casa, todas las luces estaban apagadas y la señora de la tienda de al lado fumaba un cigarro en plena calle, creo que no hay nadie, chino, me dijo, porque hoy dia hay procesión y estos italianos son muy devotos. Maldije al puto chofer y cuando ya volvía a quitarme el reloj y mi cadena de oro (que me puse al llegar) una luz se encendió, al fondo del salón. Salió por la ventana, sonrió de lado y segundos después abrió la puerta.
Nos había presentado mi prima, mira, ella es Paula, es italiana, dijo y el primer impacto fue gracias a su espectacular vestido de flores que hizo que olvidara la promesa (que años después también haría a mi hermana) que le hice de no tener nada con sus amigas. Ella me había sacado a bailar, después de que yo bailara toda la noche con la novia de Carlosquique, y aprovechando un respiro en el balcón nos besamos sin más, teniendo a mi abuelo como casual testigo. Era especial, y lo suficientemente guapa como para hacer que la visitara en su barrio putrefacto, casi sin alumbrado público y con perros meones en cada esquina.

Ciao bimbo, me dijo, ciao Paula, contesté. Sus rizos castaños hacían que ignorara lo apestoso del lugar, y su olor a hierba fresca me hizo volar hasta la Toscana. No éramos novios ni nada eso pero cuando me soltó eso de devo dirti una cosa, e importante ma spero che non ti incollerirai. Estaba jodido, ¿Quién me mandaba a llegar hasta aquí? ¿Por qué había gastado tanto perfume? ¿Alguien, además de ella, seguía usando el verbo “incollerirsi”? Non voglio avere un ragazzo, cioè, non adesso, tu sei bello, gentile, ma, questo è andando molto rapido, veloce…

No lo podía creer, otra vez me estaba pasando lo mismo. Luego diría a mis amigos que no importa, total, sólo era para pasar el rato, qué más da si estábamos juntos un mes o una semana, que yo lo que quería era levantarme a la italiana y punto; pero en el fondo sabía que me había hecho ilusiones, y que una vez más volvería a casa con el rabo entre las piernas. Literalmente.

Ti voglio bene, ma andaré a Napoli subito, la prossima settimana, e preferisco dirtilo a la faccia. Guardami bimbo…

Le quería decir que no me importaba, que buen viaje y que me mandara una maglietta di Maradona, pero sólo le dije guardami bella, guardami piano, perche non mi guarderai più. Y me fui.

Tenía que haber dado media vuelta en la esquina del perro cojo, y volver a casa de Paula. Le había llevado un regalo, una tontería, pero con la bronca que llevaba encima no se me ocurrió dárselo. Mi orgullo pudo más y seguí caminando distraído, tanto, que no vi a los dos ladrones que me saltaron encima.
Dos minutos más tarde, sin zapatos ni reloj, seguí bajando la cuesta que me llevaba a casa. Esperé en vano a que mi teléfono sonara y nunca más supe de la italianita que me dijo eso de Ti voglio baciare la misma noche que nos conocimos.

viernes, marzo 07, 2008

La chica Laive y el slow-motion


Evelyn tenía el pelo largo y bonito. Tomy no tenía pelo porque se lo acababa de rapar. Fabiola tenía el pelo castaño y olía a mantequilla. Yo, simplemente, tenía pelo.
Tomy había dejado de salir con Evelyn, cuando según ella, él la cagó, y, según él, me gusta más como amiga. Yo sabía (como toda la facultad) que Tomy se había llevado a hurtadillas, como un zorro a una gallina, a Julissa, y por eso Evelyn le puso la cruz. A mí Verónica me acababa de poner la cruz, porque le hice un test extraño, y al descubrir (yo más asustado que ella) que tenía la edad mental de un niño de 6 años, me dijo que no era una rata de laboratorio, que qué me creía yo para hacer experimentos con ella, que no le gustaba mi peinado, que me fuera antes de que llamara a su novio, y no volví nunca más. Fabiola, no salía con nadie, su último chico estaba en una correccional, por robar espejos retrovisores de volkswagen.

Y una tarde, a Tomy se le ocurrió que podíamos salir todos juntos.

Yo me dejé llevar y mi amigo escogió el cine, uno aquí cerca de mi casa, vamos en micro nomás, que ellas paguen su entrada. No sé cómo ni por qué, las chicas aceptaron. Nos esperaban en casa de Evelyn, en uno de los barrios más bravos del Callao, frente a la fábrica de cerveza y famoso por ser un sitio de menudeo de droga. Tú cuidas mi espalda y yo la tuya,chato le dije, pero sabía que a la primera muestra de peligro Tomy huiría como un perro ante una explosión, y eso me tuvo intranquilo todo el trayecto. Hasta que ellas aparecieron. Evelyn estaba guapísima, con la cara lavada y sólo un poco de color en los labios, Fabiola no se quedaba atrás, y le susurré a mi amigo que a ver si tenemos suerte y la película se presta pa' la estrategia.

- Ojalá, huevón – dijo – pero tú vas con Evelyn, a mí déjame a Fabiola, que me está haciendo ojitos.

No sé a qué ojitos se refería, pero me importaba poco. Me pegué a Evelyn todo el viaje en bus y hablamos de mil y una tonterías que ya no me acuerdo. Dos asientos más allá, veía a Fabiola sonreir y a Tomy usar su miradita de Diego Bertie que algún poder oculto debía tener, porque no se cansaba de sacarla cada vez que podía. Llegamos al cine, y sólo quedaban entradas para “Matrix”. Qué mierda, dijo él, pidió dinero a las chicas (y se quedó con el vuelto, para comprarse una cocacola).
Entramos y disfruté como un niño, olvidándome de Evelyn, de Tomy, y del olor a mantequilla. Caminamos un poco después de la película, y yo intenté acercarme a ella, sobretodo porque mi amigo parecía ir ganando bastante terreno. Las dejamos en su barrio, y antes de despedirnos pregunté a Evelyn, ¿Te gustaría salir conmigo, otra vez? Y dijo que sí, me fui muy contento, esperando a que nadie me matara al doblar la esquina. Desgraciadamente (o afortunadamente para ella) no pasó nada entre nosotros y nos hicimos grandes amigos, a tal punto que cuando me contó que el chico con el que salía le había susurrado “te deseo” mientras caminaban, no me la imaginé en pelotas, ni nada por el estilo. Tomy intentó golear a Fabiola, pero las apariencias engañaron y ella solo había sido amable con el pobre cabeza rapada de reloj bonito (prestado por Pepe), no salieron nunca más, y al mes él ya hablaba de su shampoo Laive. Huí de Lima sin despedirme de nadie, Evelyn tuvo un hijo (al parecer ese chico, sí que la deseaba con ganas), Fabiola me imagino que seguiría tan inteligente como siempre, y Tomy tiene una empresa en la que no puede robar a nadie que no sea cliente suyo. A veces veo sus fotos, y cada vez que veo a Keanu Reeves esquivar las balas en slow- motion recuerdo a Fabiola esquivar a mi amigo, a lo largo de toda la avenida Brasil.

jueves, marzo 06, 2008

Hoy que no estás


He llegado pronto, sin quererlo, a pesar de haber salido tarde de casa por volver a coger mi abono, que estaba en otra chaqueta (hoy llevo un abrigo gris, porque ayer casi me meo encima, por el frio). Al pasar por Makro recordé que aquellas dos que sabían tu “secreto” solían desayunar allí, pero no paré, además tenía en el bolso una napolitana de chocolate que haría las veces de desayuno. Al llegar a la oficina, lo primero que vi (y que se ve) fue tu sitio, no estaba la loca de tu jefa, ni tu compañera; una seguramente estaría pensando cómo conquistar el mundo y llenarlo de maldad, mientras se acomoda la bufanda esa que no se quita ni para ir al baño; La otra, seguiría con remordimientos por decirte aquello que te dijo, sin maldad, pero que hizo que creyeras que eras la rival más debil, en el mundo TEC. Y no es verdad, pero sé hasta donde llega la mente cuando quiere, y así como da momentazos y me hace imaginarte con cabeza de conejito saltando sobre almohadas, también tiene ratos en que me llena de dudas y preguntas in respuesta que no dejan dormir. Y jode que te cagas. Hoy no hay sonrisas reconfortantes, de esas que sueltas sin saber el bien que haces, asi que no me queda más que hablar con mi vecino de mesa, que sigue admirado tras comprobar que fui yo, el último sabedor del secreto, es como el marido cornudo, dice, el más cercano siempre es el último en enterarse.

¿Con quién como? Voy con Los Otros, y hablan del proyecto loterías, de la empresa de Joan, que si es un nido de piojos en un edificio antiguo. Yo sonrío y asiento de vez en cuando, pero extraño las historias de okupas. Cuentan que hay posibilidades de cobrar objetivos, pero sé que no hay opción, intento distraerme viendo el escote de una chica de la mesa de enfrente, pero me descubre y fijo mis ojos en el vinate que nos han servido, ahora hablan de lo gitanos que son los distribuidores, yo quiero seguir escuchando historias de patinaje, caídas, y Darek.
Volvemos a la oficina, Antonio me promete una vez más un disco lleno de mp3 con música cutre española de los 80 y 90, La Frontera, Nacha Pop, Los Secretos, espero que esta vez cumpla, y mi jefe se burla de mi esperanza, si todavía no has terminado de asimilar el disco de Ñu que te regalé, dice. Yo quiero seguir regalándote música, Ely está en tu sitio, Esa Ely, digo, Hey, contesta. No es lo mismo no es igual, ya volverás, y seguiremos comiendo juntos, preguntarás si lo todo lo que escribo en mi blog es cierto, y, avergonzado, confesaré que si, que casi todo, para hacerme el misterioso. Seguramente te grabaré más discos, pero ya no pondré chocolates en tu coche, porque alguien los roba. ¿La fiesta que preparabas es tu boda? Hoy ha venido una chica, para una entrevista, ha hecho la prueba en el ordenador ese en el que la hiciste tú, era gorda, grande, tochísima, con ojos verdes y vestida de negro, parecía que habían hecho dos moldes de plastilina (uno tuyo y otro de Ely) y los habían fundido para crearla. Mi imaginación vuela mucho

Me voy a casa, pasaré por el gimnasio y escucharé música para aumentar pulsaciones, algo de Tiziano Ferro (en italiano) y después de una ducha fria veré una peli. Me gusta pensar que te gusta hablar conmigo, y que todas esas charlas que nos quedan compensará lo aburrido y frio que ha sido todo hoy, que no estás.

martes, marzo 04, 2008

Bandeja de entrada (3)


Recibí un e-mail de la Ninfo, y aunque han pasado dos años, sigue igual de salida y haciéndome reir. Me cuenta que su novio y ella no tienen problemas, que se van de vacaciones y todo, que ojalá todas las parejas del mundo mundial pudieran conocer por un minuto esa felicidad completa y extasiante en todos los aspectos. Sobretodo en ése aspecto. Como siempre, disgusta un poco tanto detalle, pero sigo leyendo, total, además del suyo sólo tengo un par de mails de inmobiliarias, uno de ebay con ofertas de mis vendedores favoritos, y otro de Ryanair, con vuelos a menos de 15 euros.

Su definición de recuerdo es distinta a la de los demás, e intenta buscar en mi memoria un episodio que creo que se ha inventado: una tarde en que, subidos a un carrusel, ella en un caballo y yo en un unicornio (no lo tomé a mal), reíamos felices porque a esas horas, ya nadie más había en la plaza, y entonces, ella saltó de su caballo a mi unicornio y sin importarle que alguien nos mirara, me metió mano sin más. ¿Te acuerdas, darling?
Yo, obviamente, no me acordaba de nada, pero el correito de los huevos empezaba a ponerse interesante. Puse un disco de Robbie Williams.

Why don't we talk about it /Why do you always doubt /That there can be a better way

Y seguí leyendo. Según su imaginación un policía nos libró de aquella pequeña aventura y escapamos hacia un bar cercano, en el que ella aprovechó para hacer pis, mientras yo pedía una sprite, nunca cerveza, sprite, darling, que fino que eres. Y desde el baño me llamó, diciendo que tenía un problema, y cuando llegué en su ayuda lo único que necesitaba era más cariño y, claro, como siempre, yo estaba dispuesto a dárselo.

You said we're fatally flopped /When I'm easily bored Is that okay?

Esta tía está enferma, pensé, pero seguí leyendo, ya quedaba poco y al final de mail, además de mandarme mil besos y un abrazo para mi novia, que no sé porqué sigues con ella, darling, con lo exigente que eras tú, me dice que quizá un día venga a verme, y nos escaparemos como siempre, por ahí, a jugar un poco.

Me imagino a su pobre novio, despeinado y cornudo como un alce, esperándola al salir del metro, y ella sale hablando con un rumano, y quedan para después. El sonríe, y la abraza, ella le chupa los molares. Robbie suelta sus últimos versos:

Screw you /I didn't like your taste /Aniway, I chose you/ Let's all gone to wasted Saturday/ I'll go out and find another you

Cierro mi correo, y salgo al gimnasio, ojalá no vuelva a ver a la Ninfo, pero si eso pasa, intentaré, esta vez, no acostarme con ella. Siempre me deja la espalda hecha polvo.